El novio también está guapo
Me levanté sobresaltado y estudié con cuidado lo que marcaba el despertador. Mi estómago se encogió, me puse las manos detrás de la cabeza y me quedé mirando al techo, perdido en mis pensamientos. Hoy era el día. Hoy era el Día D para Dan. Antes de que nos fuéramos a la cama (después de quedarnos dormidos a mitad de Un trabajo en Italia) me había dicho que había decidido definitivamente ir a la boda. Sabía que de nada me valdría tratar de sacárselo de la cabeza, así que le recordé que iría con él de todas formas, y me fui a la cama con la esperanza que durante las horas que quedaban recuperase el sentido común.
Agarré una camiseta que estaba tirada en el suelo y salí de la cama. Llamé a su puerta, grité «¡Buenos días!» y entré. Aunque las cortinas estaban corridas, rayos de luz se colaban a través de la separación entre ellas e iluminaban lo suficiente la habitación como para permitirme ver la forma de Dan sentado en la cama. Desde su reproductor de CD sonaba el álbum What's Going On de Marvin Gaye. Encendió la luz de su mesilla de noche.
- Buenos días -dije de nuevo.
- Sí -contestó sin entusiasmo. Se miró el reloj pero siguió en silencio.
- Sugiero que nos quedemos en Londres, nos riamos de Greg en el programa infantil de la tele, nos encontremos con Charlie para tomar algo y nos alegremos de estar juntos. Y si te sientes realmente animado podemos ir a ese café en Archway Road que hace esos desayunos a base de fritos. Incluso invitaré yo.
Mi transparente intento de quitarle a Dan ciertas cosas de la cabeza falló abismalmente.
- Hoy no -dijo, frotándose los ojos y estirándose-. Tengo que ir a una boda.
- ¿Aún sigues pensando en ir?
- ¿Tú qué crees? -dijo.
No contesté.
- No quería ser sarcástico, Duff. De verdad quiero saber lo que crees que debería hacer. ¿Te parece que debo ir a la boda de mi ex novia?
Aunque yo ya sabía cuál sería mi respuesta, sopesé la situación con tanta honestidad como pude y llegué de nuevo a la conclusión de que era una mala idea.
- No -dije al final-. No te va hacer ningún bien quedarte aquí deprimido, y ciertamente no te va hacer ningún bien ir allí y ver a alguien a quien… -busqué la terminología adecuada- por quien obviamente aún sientes algo casarse con otro.
- Sabía que dirías eso, Duff-dijo Dan, apagando a Marvin Gaye-. Lo sabía porque es exactamente el mismo tipo de consejo que yo te daría a ti. Lo que pasa es que somos los dos tan malos en dar y recibir consejos que me pregunto por qué nos molestamos en hacerlo. Lo fácil sería no ir, y es exactamente por eso por lo que tengo que ir. A veces no se trata de tener una vida fácil. Ahora lo comprendo. Todo lo que siempre había querido era tener una vida fácil. Sin demasiado agobio y sin demasiado aburrimiento, un poco de risas aquí, un poco cachondeo allí. Nada demasiado cansado. Y ahora mira adonde me ha llevado todo eso. Me hizo perder a Meena. Me ha llevado a vivir contigo durante los últimos dieciocho meses y quizá para siempre. Me ha llevado a vivir exactamente la misma vida que siempre he tenido. La he perdido, Duff. Se casará con otro y no hay nada que yo pueda hacer. Así que voy a actuar como un hombre de veintiocho años y no como un crío de dieciocho. Voy a ir a la boda y voy a desearle lo mejor, porque es la única manera en que aprenderé la lección.
Dan se puso traje y corbata, lo que le hacía tener un aspecto un poco raro. La última vez que lo había visto vestido así fue durante una momentánea pérdida de fe en la comedia un par de años atrás. Se lo había comprado en Burton para una entrevista de trabajo en una empresa de tecnologías de la información. Veinte minutos después de haber recibido la carta que le decía que tenía una segunda entrevista, el traje estaba de vuelta en el armario y el de vuelta en el mundo de las risas, las actuaciones de noche y los reventadores de números.
Cogimos un tren a Nottingham y guardamos silencio durante la mayor parte del trayecto. Dan estaba obviamente absorto en sus pensamientos sobre Meena. Mientras tanto, yo me estaba preguntado cómo estaría Mel. Me preocupaba constantemente por ella y por el bebé, por si estaba durmiendo bien o por cómo le iba en el trabajo. Siempre estaba pensando en ella, pero no lo sentía como una carga.
En la estación tomamos un taxi hacia la oficina del registro y llegamos en veinte minutos. Pululaban por allí muchos grupos de gente, todos con ese aire de ir de boda: ropas elegantes, la ansiedad sobre qué hora era, y las expresiones faciales que lograban combinar «Esto es maravilloso» con «Estos zapatos me están matando».
Dan y yo nos apoyamos en la pared del aparcamiento del registro y nos aflojamos las corbatas. Aunque era septiembre y no hacía mucho calor, podía sentir el sudor deslizarse desde mis axilas y pensé en comenzar una discusión con Dan sobre las diferencias entre los antitranspirantes y los desodorantes. Pero, justo en ese instante, Chris, el hermano de Meena, nos dio a los dos unos golpecitos en el hombro. Era de dominio público que Chris había querido darle a Dan «la paliza de su vida» por la forma en que había tratado a Meena, y si había alguien de quien no querrías recibir la paliza de tu vida ese era Chris.
Lo único que había evitado que matase a Dan fueron las protestas de Meena diciendo que Dan no merecía la pena.
- Carter y Duffy -dijo secamente, haciendo que sonásemos como el verdadero dúo cómico que ahora éramos-. Vaya una sorpresa.
- ¿Qué tal? -dijo Dan-. ¿Cómo va la vida?
- Voy a decir esto una sola vez -escupió Chris-. No vais a fastidiar el día en que se casa mi hermana. Si hacéis cualquier cosa para estropearlo os voy a estropear a vosotros de forma que haré Imposible que os reconozcan. -Lanzó un musculoso dedo hacia el pecho de Dan-. ¿Lo has entendido?
- ¡No he venido a estropear nada! -protestó Dan, evitando conscientemente mirar a los ojos a Chris, como harías con cualquier animal salvaje que estuviera buscando una excusa para despedazarte miembro a miembro-. He venido a ver cómo se casa una íntima amiga. ¿De acuerdo?
Chris miró a Dan y luego me miró a mí, y luego combinó sus miradas para que nos abarcaran a los dos antes de alejarse caminando.
Me volví hacia Dan, a punto de hacer un comentario sobre la habilidad de Chris para caminar, cuando fuimos interrumpidos de nuevo. De pie junto a nosotros había un hombre calvo de cincuenta y muchos, con una barba poblada y tan enorme que parecía uno de los tipos de lucha libre que mi madre miraba por la tele los sábados por la tarde cuando yo era niño. Supuse que la mujer de aspecto austero que había junto a él, vestida con un vestido crema y un sombrero a juego, era su esposa. Tenía que tratarse de los padres de Meena.
- Pensaba que tendrías la decencia de no presentarte -le dijo el señor Amos a Dan. Levantó las cejas cuando dijo «decencia» para remarcar la palabra.
- Su hija me invitó, señor Amos -dijo Dan-. Es una buena amiga. No hubiera sido correcto no venir. Hubiera sido la salida cobarde.
- Bueno, aun así no debiste haber venido -murmuró el señor Amos, que se había quedado sin palabras ante la estupidez de su hija.
- ¿Por qué? -preguntó Dan.
Una mirada de confusión se extendió por la facciones del señor Amos. Sus grandes cejas se encontraron en el medio, las arrugas de su frente se ahondaron y sus labios se tensaron.
La señora Amos, a la que la situación no había desconcertado en absoluto, entró en liza en apoyo de su marido:
- Porque no te mereces estar aquí -dijo, y después añadió un sonoro y despreciativo chasqueo de lengua para apoyar la desaprobación de su marido.
- No creas que vas a poder enredar las cosas para nuestra hija -dijo el señor Amos amenazadoramente-. Puedo prometer algo: no vas a estropear este día. -Miró a Dan con tanto desprecio que pensé que estaba a punto de lanzarle un puñetazo.
- Oiga -dije, levantándome y empujándole ligeramente hacia atrás-. Ya ha dicho lo que tenía que decir. Ahora déjelo, ¿eh?
- Será mejor que me saques las manos de encima, hijo, si sabes lo que te conviene.
Lo último que necesitaba en el mundo era meterme en una pelea con alguien. Y mucho menos con un hombre que tenía un hijo tan absurdamente homicida como Chris. De todas maneras, estaba amenazando a mi amigo, así que me mantuve firme a pesar de que mi nivel pugilístico era equiparable al de una niña de ocho años.
- Simplemente déjelo tranquilo, ¿vale? -dije, haciendo lo posible para sonar como un tipo duro.
El señor Amos y su mujer nos lanzaron una mirada de desprecio, se dieron la vuelta y se fueron. Yo me quedé al menos con la satisfacción de haber ganado un cara a cara potencialmente letal. Me senté de nuevo en la pared con las piernas temblándome un poco.
- Quizá no hubiera sido tan mala cosa que me hubiera pegado -dijo Dan tranquilamente.
- No -dije-. El movimiento habría hecho que se le cayera la peluca.
- ¿Crees que llevaba peluca? -Dan miró por encima de su hombro al señor Amos, que se estaba alejando-. ¿Quién lo hubiera dicho, eh? Siempre supe que había algo en el viejo idiota que no encajaba. Meena siempre me decía que simplemente no le gustaba que le cortasen el pelo.
Por un momento casi pareció el antiguo Dan, pero en pocos minutos había vuelto a su depresión del nuevo Dan.
Me estaba preguntando qué hacer para animarle cuando una voz detrás de nosotros dijo:
- ¿Sintiendo pena por ti mismo?
Me giré, sobresaltado, y vi un hombre moreno alto cuyo distintivo atuendo no dejaba lugar a dudas: era el novio. A su lado había otros dos hombres, que por sus vestidos solo podían ser testigos. Sin duda íbamos a ser amenazados de nuevo. Le pasé a Dan un cigarrillo y cogí uno para mí.
- No -dijo Dan, haciéndose con el control de la situación al no girarse para encarar al recién llegado-. Simplemente no. No hay necesidad, Paul. Has ganado. -Dio una larga calada a su cigarrillo-. Tienes a Meena y viendo algún episodio de Casualty o The Bill he comprobado que tu carrera ha ido cada vez mejor desde que dejamos la universidad. Mientras tanto, yo no tengo a Meena y, con respecto a mi carrera… bueno, solo digamos que desde luego no es ni de lejos tan ilustre como la tuya. Así que, por favor, no hay necesidad de que demuestres tu virilidad a puñetazos: te creo. Vamos a dejarlo así, ¿eh?
Uno de los ujieres de Paul, ansioso de demostrar su solidaridad con el novio, empujó a Dan por la espalda, y hubiera continuado con alguna otra agresión si yo no me hubiera levantado arrojado mi cigarrillo y le hubiera empujado hacia atrás con fuerza. Perdió el equilibrio y cayó sobre los otros ujieres. Estaba a punto de lanzarse contra mí para destrozarme miembro a miembro cuando Paul lo retuvo.
- Déjalo, James -dijo-. Si empezamos una pelea aquí Meena se pondrá frenética.
James se calmó, pero no sin antes escupir hacia mí.
- Eres hombre muerto -dijo, señalándome amenazadoramente.
Yo asentí, sonreí y le repliqué con un gesto silencioso pero reconocido internacionalmente como muestra de desprecio. No tenía ni idea de dónde me había venido todo ese valor, pero lo disfrutaría mientras me durase.
- Te voy a dejar en paz -dijo Paul mientras Dan le observaba fríamente-. No sé lo que Meena pudo ver en ti. Realmente no lo sé. Eras un vago en la universidad y eres un vago ahora -hizo una pausa-. Fue Meena la que te invitó y yo respeté sus deseos. Pero si haces algo para estropear este día te arrepentirás.
- ¿Por qué cree todo el mundo que he venido a estropearle el día a Meena? -dijo Dan más para mí que para los simios trajeados reunidos tras él-. Yo amé a Meena. ¿Por qué querría estropearle el día?
- Paul, será mejor que nos vayamos, colega -dijo el único testigo pacifista del novio. Y se fueron sin decir una palabra más.
La oficina del registro estaba a cinco minutos de distancia, así que nos pasamos los siguientes veinte minutos mirando los parterres, sentándonos en los bancos y fumando demasiados cigarrillos. Para cuando llegamos acababan de salir los de la boda anterior y estaban mezclados con los invitados de la boda de Meena. A las dos y cinco la atención de todos se concentró en el camino de entrada mientras un Rolls-Royce blanco que traía a Meena y a su dama de honor se detuvo. Verla salir del coche fue una experiencia totalmente surrealista. Yo no era ningún experto en trajes de novia, pero incluso yo podía darme cuenta de que estaba absolutamente preciosa. El padre de Meena la ayudó a salir del coche y ella se cogió a su brazo con orgullo.
- No puedo creerlo -dijo Dan, con la voz fallándole un poco-. Estoy celoso del señor Amos. Meena está apoyándose en él para pasar por todo esto. Quiero ser el señor Amos. Quiero que Meena se apoye en mí, incluso si se está casando con alguien cuyo mejor momento ha sido ser el ladrón número dos en The Bill.
El interior de la oficina del registro estaba decorado en un desangelado tono crema que hacía que la sala fuera fría e impersonal. Dan y yo pensamos que sería mejor sentarnos al fondo, bien lejos del novio, los testigos y la familia de Meena. Nos sentamos en unas sillas de plástico acolchadas que habían visto mejores días, y sonreímos a una anciana vestida de tafetán naranja que se había movido para hacernos sitio. El organista comenzó a tocar la marcha nupcial de Mendelssohn y todo el mundo se puso en pie.
- Está preciosa -le dijo la anciana naranja a Dan mientras Meena y su padre caminaban hacia el altar-. El novio también está guapo.
Dan asintió.
- Estoy tan contenta por ella -dijo la anciana naranja-. Pero claro que esto casi no pasa. Su madre ha dicho que esta mañana le entró miedo y casi se echa atrás. No iba a seguir adelante.
- ¿De verdad? -dijo Dan-. ¿Y eso por qué?
- No tengo la menor idea, pero me encantaría saberlo -dijo-. Aparentemente solo ha estado saliendo con Paul durante un año. Quizá ese sea el problema. Aunque, por lo que he oído, ella tampoco tiene un buen historial con los hombres. Según su madre, el anterior joven de Meena era un indeseable.
- He oído que solo era un poco estúpido -dijo Dan-. No sabía apreciar algo bueno cuando lo tenía.
- Se supone que está por aquí en alguna parte -dijo la señora naranja rastreando la sala, presumiblemente en busca de alguien con cuernos y una cola puntiaguda- ¡Parece ser que le han invitado! ¿Puede imaginarse la audacia de un hombre así? ¿Presentarse de esa manera a la boda de Meena?
Dan sacudió la cabeza.
- Bueno, ahora ya no importa -dijo la señora naranja, displicente-. Lo importante es que ella está aquí hoy. Sean cuales fueran las preocupaciones que ha tenido, debe haberlas resuelto.
Miré hacia Dan, pero tenía los ojos fijos en el frente de la sala.
Bien, he visto El graduado en innumerables imitaciones hollywoodienses. Sé que cuando el oficiante llega a la parte donde dice «Y si hay alguien que sepa de alguna razón por la que esta boda no deba celebrarse, que hable ahora o calle para siempre» se supone que Dan tiene que decir algo, algo que hace que no pierda a Meena para siempre. Pero no lo hizo. Solo mantuvo los labios muy apretados e intentó contener las lágrimas.
Todo el mundo aplaudió cuando declararon a Meena y Paul marido y mujer. Yo al principio no lo hice, como muestra de solidaridad con Dan, pero entonces Dan también empezó a aplaudir y me sentí un poco estúpido siendo la única nota discordante.
La señora naranja miró a Dan entristecida mientras la feliz pareja firmaba el registro.
- Ha sido muy emotivo, ¿verdad? -dijo, pasándole un pañuelo de papel de su bolso-. Espero que no te moleste que te lo diga, pero es muy extraño ver a los hombres llorar en las bodas. Debes sentirte muy cercano a ella.
- Sí -dijo él-. Lo fui.
