Mi vestido favorito

Fue mi madre la que peor se tomó las noticias de mi ruptura con Mel. Estaba desolada, especialmente cuando le dije que la culpa era toda mía.

- ¿Y no puedes hacer nada para cambiar lo que sientes? -me preguntó, como si le estuviera rompiendo el corazón.

Traté de explicarle lo que pensaba, pero no la convencí. Vernie no se lo tomó mucho mejor. Me explicó muy clarito que era un idiota si creía que ahí fuera encontraría algo mejor que Mel. Estaba claro que, excepto Dan y Charlie, mis amigos y mi familia pensaban que había sido culpa mía.

Abril pasó volando mientras, para responder a tanta crítica, me dedicaba en cuerpo y alma a la comedia, viajando a bolos con poco público en lugares con Norwich, Chichester y Northampton. Me lancé también a beber una cantidad indecente de alcohol (una sensación extrañamente romántica, que combinaba la sofisticación de Días sin huella con giros muy surrealistas ante el micrófono), y me encontraba en tal estado que incluso comencé a esforzarme en mi trabajo temporal.

El único desliz en mi intento de olvidar a Mel por la vía rápida ocurrió a comienzos de abril, cuando el día cinco me levanté y me di cuenta de que era su vigésimo noveno cumpleaños. Quería llamarla más que ninguna otra cosa en el mundo. No solo porque era su cumpleaños, sino también porque la echaba mucho de menos. Ni siquiera había recogido sus cosas. El espacio que tenía asignado en la cómoda de mi dormitorio aún contenía un jersey, un sujetador, dos pares de braguitas, una caja de tampones y un par de medias. Las viejas Nike que usaba para el aeróbic aún estaban debajo de mi cama. En la nevera aún guardaba la gigantesca bolsa de brócoli que Mel compró después de leer en una revista que ayudaba a prevenir el cáncer. «¿Qué haré con tres toneladas de maldito brócoli?», me pregunté tras encontrarlo detrás de una caja de barritas de pescado. Al final lo tiré a la basura: era un recuerdo demasiado doloroso. Ya había pasado un mes desde que la vi por última vez y había respetado sus deseos de que no la llamara. Había llegado el momento de que ella respetara los míos.

En el pasado, como casi todo el mundo, yo había usado la frase «Vamos a ser amigos» como abreviatura de «Por favor, no pongas mi foto en una diana para tirarle dardos», pero mientras pensaba en llamar a Mel realmente quería que fuéramos amigos. Las novias pre-Mel siempre habían sido criaturas funcionales, diseñadas para cumplir su destino como «novias» y poco más. Pero esto era diferente. Se trataba de Mel. Lo que habíamos tenido no podía hundirse sin que intentase, de alguna forma, salvar nuestra amistad del naufragio.

La llamé al trabajo a principios de semana.

- Hola, Mel, soy yo -dije lo más alegre que pude.

- ¿Cómo estás? -dijo al fin.

- Bien. ¿Y tú?

- Bien. Tirando.

- ¿Qué tal tu cumpleaños?

- Bien.

- ¿Qué hiciste?

- Salí a tomar una copa con algunos amigos.

Silencio.

- ¿Y qué tal en el trabajo?

- Bien. ¿Cómo te va con tus actuaciones?

- Bien.

Aún más silencio.

Pronto quedó claro que sin la interacción diaria, nuestras habilidades conversacionales se habían desmoronado. «Esto es lo que pasa al estar tanto tiempo separados», pensé enfadado. «Eres incapaz de hablar de las cosas cotidianas con tu ex novia.» Intenté ir al grano antes de que el repertorio de nuestra relación se desintegrara aún más.

- Sé que lo nuestro se ha acabado, Mel, y sé que preferirías que no nos volviéramos a ver, pero querría… necesito que sigamos siendo amigos. Sé que sería mucho más fácil continuar con nuestras nuevas vidas solos, una ruptura limpia y todo eso. Pero no quiero una ruptura limpia. Quiero que continuemos siendo parte de la vida del otro, no importa lo difícil que sea.

Me gustaría pensar que mi gran discurso era un signo de mi recién adquirida madurez y creo ahora que así lo interpretó Mel, porque accedió a que nos viéramos el jueves. Pero si soy totalmente sincero, tengo que admitir que existía una pequeña posibilidad de que tuviera menos que ver con la madurez que con el hecho de que yo estaba desesperado por mantener algún tipo de contacto con mi ex novia.

Era el día en que habíamos quedado. Me fui del trabajo diez minutos antes de la hora, escurriéndome con habilidad a través de Checkpoint Bridge. Una vez fuera de la oficina evité todo tipo de transporte que me pudiera hacer llegar con retraso y opté por correr a través del centro de Londres hasta mi destino.

Por sugerencia de Mel habíamos quedado en encontrarnos en el bar que había en el sótano de un restaurante tailandés del Soho que estaba vagamente de moda. Nunca había estado allí antes y, por lo que yo sabía, ella tampoco. Recuerdo que en aquel momento pensé que lo había hecho a propósito: seleccionar un lugar que no nos fuera familiar a ninguno de los dos para que estuviera libre de asociaciones no deseadas. Fue una jugada astuta por su parte, porque la sugerencia que yo tenía en la punta de la lengua era el bar Freud, donde comenzó todo.

Mel me llamó un momento al trabajo durante la tarde para recordarme que solo podíamos quedar durante una hora porque por la noche tenía otros planes. Le dije que no había problema, aunque lo había. Tras conseguir quedar con ella, mi confianza había crecido y ahora estaba convencido de que, si jugaba bien mis cartas, cualquier plan que hubiera hecho para la noche sería cancelado para hacer sitio a muchos de mis propios planes.

Llegué al Paradise sin aliento pero con mucho tiempo de antelación, así que me fui abajo, al bar, me aposenté en un taburete ridiculamente alto, pedí una botella de Michellob y me quedé sentado mirando expectante a la escalera de metal.

Cuando llegó Mel, quince minutos tarde, lo primero que vi fueron sus piernas. Llevaba puesto su vestido corto negro sin mangas, mi vestido favorito, el que le quedaba perfecto.

Me saludó con un beso y se sentó.

- Hola, Duff.

- Hola -dije tímidamente, devolviéndole el beso en la mejilla, seguido de un abrazo para compensar la falta de intimidad del beso.

Eran maniobras delicadas que requerían un grado de destreza manual que yo no estaba seguro de poseer.

- Estás fantástica -le dije cálidamente.

- Gracias -sonrió-. Tú estás un poco sudado.

Me miré en el espejo de detrás del bar. Mel tenía razón. No hubiera estado más sudado si acabara de salir de una sauna. Toda la carrera hasta allí había cobrado su precio a un cuerpo tan poco acostumbrado al ejercicio como el mío. Intenté recomponerme un poco mientras ella hablaba con el camarero y le pedía otra cerveza para mí y un vodka con naranja para ella.

Nuestra conversación no avanzaba ni mucho menos tan a trompicones como lo había hecho por teléfono. Al cabo de un rato hasta parecíamos una pareja. Nos pusimos al día sobre los pequeños pero importantes detalles de nuestras vidas (le conté cómo me iba el trabajo, mis últimas actuaciones y el episodio de anoche de EastEnders, mientras que ella me contó sobre su trabajo, su piso y sobre los nuevos bares y restaurantes a los que había ido).

Mel se alegró cuando le dije que Vernie estaba embarazada y le expliqué todos los detalles. Le dije que debería ir a verla, pero sonrió de forma extraña y me dijo que no creía que fuera a tener tiempo por causa del trabajo. Era una pena que el hecho de que nosotros no estuviéramos juntos conllevase que ella y Vernie no pudieran ser amigas. Me pidió que le diera recuerdos a Vernie y Charlie y se apuntó en su agenda enviarles una tarjeta de felicitación. Me preguntó también sobre Dan y le dije que estaba bien. Pensé en contarle lo de la invitación de boda de Meena, pero pensé que nos sentiríamos incómodos al hablar de algo tan similar a lo que nos pasaba a nosotros. Al final, no obstante, salió en la conversación por sí solo.

- Recibí una carta de Meena -dijo Mel-. Ya sabes, la ex novia de Dan. No te lo vas a creer, pero va a casarse.

- Lo sé -dije precavido-. Le mandó a Dan una invitación de boda.

- Oh -dijo ella ominosamente-. Supongo que tiene sus razones -hizo una pausa-. Meena también me mandó una invitación con la carta, dirigida a ti y a mí. No sabía que nosotros…

- Creo que debe ser solo para ti -interrumpí, impidiendo que acabara la frase-. Mena nunca fue exactamente mi mayor fan.

- No -dijo, pasándome la invitación-. Ve tú. Hace siglos que no veo a Meena. Le enviaré un regalo o le diré algo por carta.

Le devolví la invitación.

- Mira, te está invitando porque le gustas. Mi nombre solo está en la invitación porque no quiere ser maleducada. De todas formas, si Dan no va, y no va a ir, no creo que yo deba ir. ¿Por qué no vais Julie y tú? Sabes que os encantan las bodas -me paré en seco, dándome cuenta de mi propia estupidez-. Lo siento… ya sabes lo que quiero decir.

- No te preocupes -dijo-. Sé lo que quieres decir.

El bar comenzaba a llenarse con los que se pasaban a tomar algo después del trabajo, así que para ayudar a crear un poco de ambiente el barman puso un cásete.

Esperaba oír algo que me levantara el ánimo, pero a través de los altavoces me vino una de esas canciones de plástico de un grupo nuevo que reconoces enseguida porque la tocan cada treinta segundos en la radio.

- Mel -dije, mientras la canción llegaba al molesto y pegadizo estribillo-. Significa mucho para mí que hayas venido hoy. No podía evitar pensar que me odiabas y me querías ver muerto y todo eso. Solo quiero decirte que aún te quiero, que no tuvo nada que ver contigo. Lo que quiero decir es… es que no es que no quiera casarme contigo. Es que no podría casarme con nadie…

- Gracias -dijo amargamente. Deseé desesperadamente no haber abierto la boca.

- No lo entiendo. ¿Por qué te lo estás tomando a la tremenda? Quiero que seamos amigos. Necesito que seamos amigos.

Mel vació el contenido de su vaso en un elegante movimiento.

- ¡Esto es tan típico de ti, Duffy! A veces estás tan preocupado por ti mismo que eres incapaz de ver lo que necesitan los demás. ¿Y qué hay de lo que yo necesito? ¿Qué te hace pensar que yo quiero ser tu amiga? ¡Cada encuentro, cada llamada de teléfono solo sirve para recordarme que prefieres vivir… -revisó su libro de citas interno buscando las palabras perfectas- con Dan en esa perrera de desarrapados antes que vivir conmigo! Te esperé durante cuatro años y no me has dado nada. Esto no es un encuentro de iguales: fuiste tú el que no quisiste casarte conmigo.

No tenía defensa contra eso. No hacía falta mucho discernimiento para comprender que tenía toda la razón. Si las cosas hubieran sido al revés, yo no estaría sentado ahora en un bar de mariquitas en el que la música era lamentable, escuchando a Mel darme excusas que justificaran que, aunque me quería, no quería estar conmigo hasta que la muerte nos separe.

- Lo he hecho todo mal -dije.

- Sí, al menos en eso tienes toda la razón -suspiró, y pidió otra cerveza para mí y otro vodka con naranja para ella.

Traté de volver a terreno seguro preguntando cómo les iba a Mark y Julie.

- Les va bien -dijo Mel, sorbiendo su bebida lentamente-. Mark ha estado ocupado con el trabajo, como siempre. Julie también está ocupada, pero de algún modo ha conseguido tiempo para apuntarse a clases de alfarería después del trabajo. Hasta ahora solo ha hecho ceniceros. ¡Tengo cinco cosas de esas! -se rió y pareció relajarse un poco-. ¿Quieres uno?

- ¿Un Watson auténtico? -dije riéndome-. Claro, me encantaría.

«Esto va bien -pensé-, de eso se trata entre nosotros.»

- ¿Alguna noticia más sobre Mark y Julie?

Hizo una pausa, sorbió su copa y pensó sobre la pregunta.

- Han decidido que se van a mudar a algún sitio más grande el año próximo. Con suerte, a tiempo para su boda.

Mark y Julie estaban obsesionados con cambiar de casa. Desde que les conocía habían comprado y renovado tres casas. Creo que el plan era que en cuanto los precios en su esquina de Shepherd's Bush llegasen al punto crítico, venderían y se mudarían a su hogar espiritual, Notting Hill Gate.

- Oh, y a principios de agosto van a alquilar con unos amigos una villa en la Toscana. Me han invitado. Les dije que no me apetecía, pero Julie me ha estado dando la lata, así que puede que al final les acepte la invitación.

Miró la hora.

- Son las siete, Duff. Me tengo que ir.

- De acuerdo -dije, resbalando del taburete. Me disgustaba que no hubiera cambiado de opinión, pero eso no significaba que no me quedara una oportunidad. El bar estaba ahora completamente abarrotado. Nos abrimos camino a través de sala hasta la escalera y luego salimos al resplandor del sol del atardecer.

- De acuerdo, entonces, Duff -dijo Mel abruptamente-. Ahora tenemos que despedirnos.

- ¿Vas a algún sitio bonito?

- Solo salgo con unos amigos -contestó-. ¿Por qué camino te vas?

- Hacia Leicester Square -dije, no sin darme cuenta de que ahora sus amigos no tenían nombre.

- Siento haberme comportado de forma horrible contigo, sobre eso de ser amigos.

- No, no, no lo has sido -me disculpé-. No me merecía menos. De verdad.

Sonrió pacientemente.

- Esto es aún algo muy difícil para mí, pero estoy contenta de que quieras que seamos solo amigos, porque lo somos, ¿no? No quiero que simplemente nos alejemos, ¿vale?

«Este es -pensé-, el Momento.»

Me dio un beso en la mejilla y yo la abracé y le devolví el beso brevemente. En los labios. No fue solo un pico: fue un beso total, con presión, de los de «dame solo unos pocos segundos más y estaré jugando a tenis con tus amígdalas». Estuvo mal por mi parte, fue despreciable y corto de miras. Mi título era el de ex novio, y como tal mi área de besos se limitaba a las mejillas. Las mejillas eran para los ex novios, los conocidos y los parientes. Los labios eran para los novios, amigos íntimos y animales de peluche. Esas eran las reglas y yo me las había saltado.

La mirada de Mel me puso en mi sitio en segundos. Se separó de mí de forma extraña, abrió la boca a punto de compartir conmigo lo que pensaba de mi conducta, pero luego se lo pensó mejor.

En vez de ello, suspiró como si la hubiera decepcionado más de lo que ella hubiera creído posible, y se alejó caminando.

Abrumado por la culpa comencé a caminar por Wardour Street hacia el metro de Leicester Square, pero algo, algo que se podría llamar un sexto sentido aunque yo prefiera llamarlo mi sentido de la tragedia, me hizo mirar hacia atrás justo a tiempo para ver un Saab negro descapotable con una matrícula que ponía ROB 1 pararse frente a Mel. El conductor del coche, vestido informalmente, salió afuera, saludó a Mel, puso sus manos a cada lado de la cadera de ella y le dio un beso.

En los labios.

No era un amigo íntimo, pues de ser así lo habría reconocido.

Y ciertamente no era un maldito animal de peluche.

Así que solo quedaba una opción.

Tras darme la vuelta, mientras caminaba hacia el metro con un agujero negro en el lugar donde solía estar mi corazón, se me ocurrió que lo que me había molestado de verdad no había sido el beso. Habían sido las manos sobre su vestido. Mi vestido favorito.