Veo a una pareja

Nos marchamos del bar y Alexa cruzó su brazo con el mío mientras paseábamos en busca de comida. Me condujo a un restaurante indio de los baratos que estaba cerca de Charing Cross Road. Se llamaba Punjab Paradise y, según ella, se había puesto de moda entre los tipos de la tele y de las discográficas, que estaban cansados de los restaurantes pijos caros y de los chefs famosos. Mientras comíamos un sagwalla de pollo y un bhuna de marisco decididamente mediocres, hablamos sin parar sobre nuestras vidas. Nos contamos historias de nuestro pasado que siempre nos presentaban bajo la mejor luz posible. Unas cuantas veces noté que ella trataba de desviar la conversación hacia nuestras relaciones anteriores y, cuando ya no pude evitar el tema sin parecer grosero, simplemente le dije que Mel y yo habíamos roto porque yo no quise casarme con ella. Alexa no reaccionó, y creo que mi tono de voz reveló que yo aún estaba lejos de haberlo superado. Me permitió cambiar de tema.

A eso de la nueve y media nos fuimos del restaurante y me sugirió que fuéramos a tomar café a algún sitio agradable. Nos acercamos a un café del Soho, pero estaba hasta el tope del tipo de gente guapa del que hasta ella se había cansado, así que me cogió de la mano y me sugirió que nos fuéramos a dar un paseo por Leicester Square. Convencido de que eso era otra de las ocurrencias estrambóticas de presentadora de televisión que a veces tenía, traté de sacarle la idea de la cabeza recordándole que a esa hora Leicester Square se convertía en una extravagante mezcla de turistas, músicos de bongo y carteristas. No me hizo ni caso. De todas maneras, una pequeña y retorcida parte de mí se henchía de orgullo con el solo pensamiento de estar de paseo por el meollo de la movida londinense de la mano de una de las mujeres más deseadas de la televisión.

Paseamos durante un rato y luego Alexa dijo que quería sentarse un momento, así que compramos dos helados y nos pusimos a buscar un banco en el que no hubiera nadie durmiendo encima. Unos cuantos minutos más tarde estábamos sentados viendo pasar a la gente. Se volvió hacia mí inmovilizándome con sus profundos ojos marrones.

- Eres bastante gracioso, ¿verdad? -dijo

- ¿Tú crees?

- Pero no como cuando estás sobre el escenario.

- ¿Y cómo soy ahora?

- Cuando actúas eres agudo, gracioso y tienes una pizca de irreverencia bondadosa. Pero tu yo real es más serio, más tímido, como si estuvieras permanentemente avergonzado.

- Así que además de presentadora de televisión eres psicóloga aficionada. Una combinación interesante -sonreí-. Te gusta saber cómo es la gente, ¿verdad? Has estado haciéndolo desde que te conocí.

- Es cierto -admitió-. Me gusta saber lo que motiva a la gente. Es la clave para ser una buena entrevistadora.

- Así que ahora que ya me tienes clasificado y metidito en una caja. ¿Te gusta lo que ves?

- Creo que sí -dijo, y sonrió dulcemente-. Pero necesito investigar un poco más.

Aquello me animó a sopesar los pros y los contras de besarla allí mismo. (Pro: era una noche cálida, así que podía pensar que era algo romántico; contra: estábamos en un banco en la calle y podía pensar que era algo juvenil.)

Antes de que pudiera tomar ninguna decisión se volvió hacia mí y con un brillo travieso en los ojos me dijo:

- Vamos a jugar al análisis de parejas, como hizo con nosotros la pareja en el bar. Vamos a hacer suposiciones locas y completamente infundadas sobre las parejas que veamos pasar, basándonos solo en la pinta que tienen.

Debo admitir que me decepcionó un poco que prefiriese mostrar su predisposición a lo estrambótico antes que darse el lote conmigo, pero no dejé que se me viera. De hecho, lo encontraba divertido porque era el tipo de cosa que yo jamás me habría atrevido a sugerir a alguien tan deslumbrante como ella.

Alexa me dio un golpecito juguetón y me señaló a nuestras primeras víctimas. Los dos tenían unos dieciocho años y vestían camisetas muy anchas, tejanos con dobladillo y zapatillas deportivas de colores brillantes. Él llevaba puesto un sombrero flexible que supongo que pensaba que le hacía parecer un tipo duro, y cargaba con una mochila en la que probablemente tenía metidos sus bocadillos. Ella vestía exactamente igual, pero llevaba un monopatín bajo el brazo.

- Han estado saliendo durante seis meses -dijo Alexa entre dos lametones a su helado-. Es la relación más larga que él ha tenido jamás. Él cree que ella es la chica más guapa del mundo. Sin duda están enamorados.

Yo no estaba de acuerdo.

- Date cuenta de que ella anda un poquito más deprisa que él. Creo que llevan saliendo más o menos un año, pero ella se ha visto con un tal Darren durante las últimas tres semanas. Ahora ella está reuniendo la fuerza necesaria para decírselo a él.

- Eso es un poco cínico, ¿no crees? -Alexa me hizo una mueca-. Dales una oportunidad.

Me encogí de hombros.

- Solo estoy contándotelo tal como lo veo.

Ella me dio otro golpecito en las costillas.

- De acuerdo. Tu turno.

Rastreé la multitud en busca de una pareja adecuada.

- Vale, ¿qué tal aquellos dos de allí? -señalé a dos jóvenes españoles que parecían tener catorce años como mucho-. Llevan juntos exactamente cuatro semanas. A él le gusta ella desde hace dos años. Estará agradecido por este momento durante los próximos diez años. Ella es la que va a marcar las pautas. Él comparará con ella a todas las chicas con las que salga después.

Alexa se rió.

- Lo dices en serio, ¿no? ¿Y con quién voy a ser comparada yo?

Sonreí, pero no dije nada.

- Creo que te equivocas -dijo Alexa-. Él es demasiado guapo como para no tener a las chicas haciendo cola por él. Creo que ella ha estado detrás de él muchísimo tiempo, lanzándole sutiles indirectas y sugerencias, esperando desesperadamente que él captara el mensaje. Pero él es demasiado espeso o demasiado egocéntrico como para haberse dado cuenta hasta ahora. Así que ella se lanza porque están de vacaciones y él cree que solo se trata de un lío temporal.

- Vale -dije-. Ahora te toca a ti. Pero solo una pareja más y luego buscamos otro sitio donde tomar otra copa, si te apetece.

- Suena bien -asintió Alexa-. Veo una pareja.

- ¿Dónde?

Ella me ignoró.

- Ella está muy interesada en él desde hace un tiempo. Ha lanzado indirectas bastante claras, como esa chica española, pero él no parece darse cuenta. -No podía ver a la pareja en ninguna parte. Había una pareja de apariencia ominosa de pie al lado de la entrada de una discoteca, pero parecían el señor y la señora traficantes de drogas-. Él no es lo que ella llamaría su tipo de hombre. Él toca más de pies en el suelo, pero ella cree que eso es bueno. -Vi pasar a una mujer alta y morena de treinta y muchos con su joven amante-. A ella le gusta él porque la hace reír y porque tiene una mirada que es como bondadosa, pero a veces parece que él se pierda en sus pensamientos. -Una pareja joven con un terrier se paró frente a nosotros como si estuvieran esperando a unos amigos-. Como si ella no tuviera toda su atención. Pero eso a ella le gusta. Lo convierte en un desafío.

Bien, por supuesto que cuando acabó de hablar yo ya había dejado de buscar a esa pareja fantasma y luego de considerarlo un segundo comencé lo que era mi primer morreo público en un banco desde hacía más de quince años.

Durante el viaje en taxi al piso de Alexa en Camden nos besamos como adolescentes enloquecidos. Yo pensaba todo el rato: «Esto es fantástico, estoy dándome el lote con una mujer bella e inteligente que no solo no es Mel, sino que además tiene el plus de ser la chica más caliente de la tele». Durante diez segundos me regocijé con este pensamiento, pero enseguida dejé que mi imaginación volara, preguntándome qué pasaría cuando llegáramos al piso de Alexa. Inevitablemente, como suele pasar en estas situaciones, ella me invitaría a café. Y aunque yo odiaba el café, le diría que sí y mientras yo sorbía mi Douwe Egbert, ella pondría Kind of Blue de Miles Davis y nos quitaríamos la ropa y…

- ¿Qué pasa? -dijo Alexa. El taxi dio una sacudida cuando frenamos en seco frente a un edificio de apartamentos grande y moderno. Ella me estaba mirando intensamente. Yo había estado tan concentrado en mis pensamientos que no había logrado concentrarme lo suficiente en lo que estaba haciendo.

- Nada -dije tranquilamente-. Estoy bien.

Ella salió del taxi, pagó al conductor y me mantuvo la puerta abierta para que yo saliera.

- ¿Vienes?

- ¿Adonde?

- Arriba -señaló hacia su piso por si no le creía-. Cuarto piso, en la esquina derecha, el que tiene las luces encendidas -seguí su dedo con los ojos y no me hubiera asustado tanto si hubiera señalado un castillo en Transilvania iluminado por la luz de la luna, rodeado de nubes, relámpagos y truenos, con los gritos de los muertos vivientes retumbando en el aire.

- No bebo café -confesé dubitativo-. Odio el café.

Alexa sonrió satisfecha, entrecerró los ojos y ronroneó:

- ¿Quién ha hablado de café? -bajo la voz hasta susurrar como un apuntador de teatro-. Te estoy invitando arriba a mi piso solo para… -hizo una pausa, breve, casi incapaz de controlar su risa, y gritó-: ¡Puro sexo!

Tosí nerviosamente por mor del taxista.

- Todo esto es un poco… quiero decir que… escucha, mañana tengo que levantarme temprano… trabajar y todo eso. Te llamaré, ¿vale?

- De ninguna manera -dijo, agarrándome la mano-. Tú te vienes conmigo.

El baño de Alexa era casi del mismo tamaño que todo mi piso. Era gigantesco. Tenía una gran bañera circular con escalones en el medio, y espejos y cromo casi por todas partes. Desde donde yo estaba, junto al lavamanos, podía ver al menos quince reflejos de mí mismo, lo que era desconcertante, pero no tan desconcertante como lo que pasaría cuando abandonase ese seguro refugio.

Alexa estaba ocupada en la cocina haciendo café, después de todo, pero sabía que sospecharía si no salía pronto. Pero yo no quería salir. Estaba listo para quedarme en el baño hasta que ella se durmiera, se aburriera o se retirase del negocio del espectáculo a los sesenta años. Yo no estaba hecho para dormir con mujeres fabulosamente bellas. Yo estaba hecho para dormir con Mel. No es que Mel no fuera fabulosamente bella, sobre todo cuando se ponía mi vestido favorito. Este era un caso en que más era menos y Alexa era decididamente demasiado.

Me pasaban por la cabeza cosas ridiculas, como:

- ¿Sobreviviría a un salto desde la ventana de un cuarto piso?

- ¿Habrá algún tubo de ventilación por el que pueda escapar como Tom Cruise en Misión imposible?

Y la más absurda:

- Estoy muñéndome de hambre. ¿Cuántas calorías habrá en un potecito de crema hidratante?

Alexa llamó enérgicamente a la puerta.

- ¿Estás bien, Duffy?

Rastreé la habitación en busca de algo que me permitiera producir los sonidos típicos del que está ocupado-en-el-lavabo.

- Sí -grité mientras encontraba una caja llena de bolitas color púrpura cerca del baño, agarraba un puñado de ellas y las echaba por la taza-. Solo tardo un minuto -grité, y tiré de la cadena.

Gran error. Vi con horror olas de espuma de baño con olor a fresa que emergían de la taza como si fueran lava saliendo de un volcán. Cuando el agua paró por fin de manar, el baño de Alexa y toda el área circundante estaba cubierta de una masa de espuma. «Seguro que las cosas -me dije a mí mismo, mientras sacaba espuma del lavabo y la tiraba al baño y fregaba el suelo con una toalla grande- no pueden ponerse mucho peor.»

Alexa y yo estábamos sentados en la sala de estar. Las luces estaban bajas y mirábamos a través de las ventanas que daban a las tranquilas aguas de Camden Lock, que reflejaban la luz de la luna. Ella se había reído hasta dolerle la tripa cuando al final le confesé la historia del baño, y me dijo que yo era la persona más loca que jamás había conocido. Se levantó y puso un poco de música de un grupo del que yo nunca había oído hablar.

- La semana que viene tienen un concierto, deberíamos ir a verles -me dijo mientras las melosas vibraciones de la melodía nos envolvían-. Es decir, si te apetece.

Asentí.

- Tocan muy bien.

Se sacó los zapatos, se acurrucó en el sofá y se encaramó hasta mi pecho.

- Esto es agradable, ¿verdad? -dijo ella, sonando más pequeña, más vulnerable, más real que Alexa la presentadora de televisión.

Tuve que reconocer que tenía razón: era agradable. Podía oler su pelo y sentir el calor de su cuerpo, y en este ambiente, con esta música, todo era absolutamente ideal. Nos quedamos sentados muy quietos durante unos instantes, sin hablar, casi sin respirar, impregnándonos de la atmósfera. Y luego ella me besó.

Luego yo le devolví el beso.

Luego le devolví el beso con intereses.

Luego nos hicimos un lío con las ropas del otro.

Luego seguimos haciéndonos un lío con las ropas.

Y entonces me di cuenta de algo que nunca había notado antes.

Mientras una Alexa medio desnuda me llevaba medio desnudo hacia su dormitorio, me di cuenta de que «algo» estaba mal, y ese «algo» se localizaba en el departamento llamado «Calzoncillos Bóxer».

No estaba pasando nada.

Nada.

N.a.d.a.

N-a-d-a.

Tan desolado y desértico como la superficie de Marte.

No es solo que me sintiera pesimista. Había tenido este cuerpo durante veintiocho años. Nadie lo conocía mejor que yo. Y yo sabía que por mucho que intentara persuadirlo, empujarlo o gritarle, la situación no iba a cambiar ni un ápice.

- ¿Qué va mal? -dijo Alexa cuando llegamos a la puerta de su dormitorio.

Todo, quise decir yo. Todo.

- Mira -dije, con la voz completamente tomada por el pánico-. No puedo hacer esto.

- Sí que puedes -dijo con una sonrisita de complicidad-. En realidad es bastante fácil.

- No, no lo es -protesté con tristeza.

Me tiró del brazo.

- ¡Claro que lo es!

Voy a tener que decírselo.

- ¿Alexa?

- ¿Qué va mal?

- Eso -dije, mirando hacia mi entrepierna.

- ¿Qué?

Señalé silenciosamente.

- ¡Oh! -exclamó ella, echando una mirada llena de lástima a mis calzoncillos bóxer.

- Oh, ya puedes decirlo.

- Bueno, estas cosas pasan, ¿no?

- No, a mí no me pasan -dije abatido.

- Quiero decir… he leído en revistas que… -Como se había quedado sin palabras, se golpeó los labios con un dedo como si estuviera pensando en una solución. No tenía ninguna-. ¿Estás seguro?

- Claro que estoy seguro -le espeté. Me disculpé inmediatamente-. Oye, lo siento. Esto es demasiado vergonzoso para expresarlo con palabras. ¿Y si simplemente me voy, eh? Consideraremos esto una de esas cosas que pasan en la vida.

- ¿Es culpa mía? -preguntó Alexa-. ¿He hecho algo mal?

Ahora sí que quería irme a casa de verdad. Irme a casa, meterme en la cama y no levantarme nunca más. Nunca. No quería estar aquí, en este piso, con solo un poco de ropa puesta, hablando con alguien virtualmente desconocido sobre algo tan íntimo que tan solo pensar en ello me hacía revolcarme de pura angustia.

- Mira, Alexa, por si lo has olvidado tú eres la chica más ardiente de la tele. No es probable que sea culpa tuya, ¿no crees?

Se quedó alicaída.

- Bueno, de todas formas lo siento.

- No tanto como yo -contesté, buscando mis pantalones-. Créeme, nadie lo siente tanto como yo.