¿No hay salchicha?
- ¿Estás bien, Duffy? Estás un poco raro.
Era el día siguiente a la noche sin dormir de antes y estaba en casa de mi hermana, estirado en uno de sus sillones, con carita de pena como si fuera un bebé que acabara de romper su juguete favorito. Charlie estaba en el jardín cortando el césped mientras Vernie, ahora visiblemente embarazada, estaba sentada conmigo comiéndose un tarro de helado y mirándome como si yo estuviera ligeramente tocado. No hay muchos hombres que hubieran ido a casa de su hermana a hablar de este tipo de problema, pero tenía que hablar con alguien y nada en el mundo me haría mencionar algo tan delicado como esto a Charlie o a Dan.
Necesitaba un punto de vista femenino, porque las mujeres, pensaba, se sentían más cómodas con sus cuerpos. Vernie ciertamente lo estaba. Desde el día en que llegó a la pubertad siempre estaba hablando de sus menstruaciones, el crecimiento de sus pechos y los beneficios del aceite de prímula. Traté de decirle que como un joven que aún ni siquiera había entrado en la adolescencia todos aquellos temas no me interesaban ni siquiera vagamente. Solía taparme las orejas y ponerme a cantar muy alto, pero de alguna manera toda aquella información se acabó abriendo paso. Durante los años siguientes acabé siendo un joven tan informado sobre las cuestiones técnicas de lo que se suele llamar «problemas de mujeres» que mis novias me pedían consejos. Así pues, solo requería un poco de imaginación concluir que aunque Vernie no poseía el mismo equipamiento que yo, podía tener a mano alguna cura milagrosa o algún consejo que hiciera que todo volviera estar bien.
- No, no estoy bien -dije, contesté refunfuñando su pre-gunta-. No estoy bien ni de lejos. De hecho, creo que ahora mismo es cuando he estado más jodido en toda mi vida.
- ¿Qué te pasa? -preguntó Vernie.
- Todo -dije, hecho polvo, y procedí a explicarle mi noche con Alexa con todos los detalles morbosos incluidos.
Sentada al borde del sofá mi hermana escuchó mi trágica historia atentamente y, de vez en cuando, entre gigantescas cucharadas de helado, profirió exclamaciones como «¡Oh!», «¡Qué horror!» y «¡Pobrecito!». Cuando acabé mi cuento, puso su tarro de helado vacío sobre la alfombra y se quedó mirando mi entrepierna con incredulidad.
- ¿Estás seguro?
- ¿Sabes en Con faldas y a lo loco, cuando Marilyn Monroe besa a Tony Curtís llevando aquel increíble vestido y piensas que tendría que estar muerto para no excitarte con eso? Bien, pues esto fue un poco parecido, solo que unos cincuenta billones de veces peor porque pasaba en mis calzoncillos.
- Sí, pero ¿estás seguro? Quizá estabas, ya sabes, nervioso porque ella sale en televisión.
- Créeme -suspiré, volviendo a pensar en la noche anterior-, estaba completamente relajado.
- ¿Quizá habías bebido demasiado?
- Casi ni una gota.
Vernie se levantó, llevándose el tarro de helado, y dejó la habitación. Cuando volvió traía una tarrina entera de helado de chocolate virtualmente libre de grasa, con una cucharilla de postre clavada en medio. Realmente estaba aprovechándose al máximo de los antojos del embarazo. Se volvió a sentar y siguió comiendo.
- ¿Sabes lo que creo? -dijo después de dos bocados.
- ¿Qué? -dije, enfurruñado.
- ¿Sabes que los hombres siempre piensan con lo que hay dentro de sus calzoncillos bóxer?
- ¿Y?
- Bueno, creo que lo que hay dentro de tus calzoncillos bóxer aún está enamorado de Mel.
- Estas de broma, ¿no?
- Piensa en ello. Antes solía funcionar, ¿verdad?
Abrí la boca como si fuera a decir algo pero Vernie levantó la mano para hacerme callar.
- Ahórrame los detalles, hermano mío. Un simple sí o no servirá -asentí-. Y ahora no funciona -asentí de nuevo-. pues entonces, ahí lo tienes. Es psicosomático. ¡Tú… ya sabes… aún está enamorado de Mel!
- Eso es una tontería -dije, despreciando el eureka de Vernie-. Y tú lo sabes.
- ¡Vale, vale! -dijo a la defensiva-. Solo era una sugerencia, Duff. No tienes por qué ser tan condenadamente susceptible.
- Bien, si tienes más ideas como esa, te sugiero que te las guardes -dije enfadado y me levanté para marcharme-. ¡Vine aquí para que me aconsejaras, Vern, pero si crees que voy a ir a pedir a mi médico de cabecera que me ponga en terapia para que llegue a odiar a mi ex novia o que voy a acercarme a Holland and Barrett's para comprar algún remedio orgánico anti-Mel o que voy a preguntar en el mostrador de la farmacia por el equivalente de un parche de nicotina para antiguas relaciones, lo llevas claro! Esto no tiene absolutamente nada que ver con Mel. Nada -me calmé, dándome cuenta al final de lo ridicula que sonaba mi indignación-. Ahora me voy a ir y voy a hacer lo que tuve que haber hecho desde el principio. Voy a arreglar este desgraciado episodio yo solo y cuando me vuelvas a ver seré otra vez un hombre completo. Adiós.
Durante los siguientes siete días, en un intento de deshacer el entuerto que había creado, vi a Alexa dos veces. Las dos veces nos llevamos increíblemente bien. Nos reímos, flirteamos y nos lo pasamos en grande, pero en cuanto las cosas comenzaban a ponerse vagamente calientes, bueno… nada. Por extraño que parezca, ella parecía más interesada que nunca en mí. Era como si su reputación como la chica más caliente de la tele estuviera en juego y ella estuviera decidida a no perder su corona. Una y otra vez me pedía que subiera a tomar un «café» y una y otra vez yo decía que no, pues no quería encontrarme en una repetición de aquella desinflada noche de sábado. Contra más decía que no, más quería ella que dijera que sí. Para mí esta era una posición muy atípica en la que me hubiera gustado encontrarme cuando era un adolescente. Si hubiera logrado convencer a las chicas de sexto que era yo el que no quería tener relaciones sexuales con ellas en lugar de todo lo contrario, mi vida de sobresalientes hubiera sido mucho más soportable. Pero, de todas maneras, nada de eso importaba ahora: a pesar de todo lo que había hecho para intentar aliviar el problema (comprarme calzoncillos más amplios, comer cereales con fibra y ojear las secciones de lencería femenina de los catálogos de ropa), el problema seguía ahí.
- ¿Estás bien, Duff?
Había pasado una semana y estaba de vuelta en la consulta sexual de la doctora Vernie. Esta vez estaba listo para aceptar su consejo sobre cualquier cura milagrosa, aunque implicara sanguijuelas, la amputación de un brazo o incluso a mi ex novia.
- No -dije enfadado.
- ¿Aún no…? -señaló a mi regazo y alzó las cejas interrogativamente.
- No.
- Pero ¿nada?
- Nada
- ¿No hay salchicha? -Vernie se dobló víctima de una risa incontrolable, casi cayéndose del sofá. Se secó las lágrimas de alegría y suspiró-. Lo siento, Duff, no puedo evitarlo.
- Sí, claro que no puedes. -Hundí la cabeza entre las manos, desesperado. Esto se estaba convirtiendo en una pesadilla de la que era posible que no despertara nunca.
- ¿De verdad crees que tiene algo que ver con Mel?
- ¿Tú no?
- No estoy seguro. Tu teoría encaja. Solo que…
El sonido de la puerta de entrada abriéndose interrumpió nuestra conversación.
Era Charlie, que llegaba del trabajo. Entró a la sala de estar cargado con dos grandes bolsas de plástico dentro de las cuales sonaban vidrios entrechocando.
- Me he encontrado con Dan en el metro -le dijo a Vernie, explicando así no solo por qué llegaba una hora tarde sino también por qué olía a Guinness-. Se ha acercado un momento al quiosco. Estará aquí enseguida.
- ¿Ah, sí? -dijo Vernie, ahora incuestionablemente molesta-. ¿Por qué no has llamado para decir que ibas a llegar tan tarde?
Siendo un hombre con un talante similar al mío, Charlie fingió que no había oído la pregunta de su mujer y optó por cambiar de tema.
- ¿Qué era tan gracioso?
- Nada -dije yo abruptamente. De ninguna manera le dejaría utilizar mi actual trastorno para escaparse de tener problemas con Vernie.
Pero Charlie no quiso olvidar el tema. Su única esperanza era conseguir convencerme para que cediera.
- Se os oía reír desde fuera. Vamos, ¿qué os traéis entre manos?
Vernie abrió la boca como si fuera a comenzar una frase.
- ¡No, Vernie! -grité, y salté hacia ella para taparle la boca con la mano.
Charlie me miró y luego miró a Vernie, perplejo, pero consciente de que si insistía un poco más se saldría con la suya.
- Voy a saberlo más tarde o más temprano, y lo sabéis.
- Es privado -dije yo con la mano aún encima de la boca de Vernie mientras ella se desternillaba de risa.
Ella me mordió para hacer que la soltara.
- No puedo tener secretos para Charlie, es mi marido-dijo, tratando de no reírse-. Siempre nos lo contamos todo, ¿no es verdad, Charlie?
- Claro que sí, cariño -dijo Charlie, poniendo un tono de voz angelical para burlarse de mí-. ¿Qué es lo que tu querido hermano, amor mío, no quiere que me cuentes?
- ¡No le digas nada! -ladré amenazadoramente a Vernie.
- Oh, Duffy -suplicó Vernie-. Charlie solo quiere ayudar. De todas formas, creo que te ayudaría hablarlo con otro hombre. Puede que él tenga algún consejo que darte para este tipo de situación.
- ¿Qué clase de ejemplo le estás dando a tu bebé? -señalé a su estómago-. Puede oírte, ¿sabes? Probablemente está pensando: «¿Por qué está mamá torturando al tío Duffy de esta manera? No puede ser una señora agradable. Voy a demostrar durante el parto lo mucho que me disgusta su horrible conducta tardando cincuenta y dos horas en salir».
- ¡Si tardas más de doce horas te sacaré a tirones yo misma! -le gritó Vernie a su bombo-. De todas formas, si el bebé es niño -dijo, dando orgullosamente unos golpecitos a los lados de su estómago-, está aprendiendo una valiosa lección: no parecerse en nada a su tío Duffy. Bebé Jacobs, cuando crezcas, no te guardes cosas dentro. Habla. Puedes hablar conmigo. Puedes hablar con tu padre (aunque yo no te lo recomendaría) e incluso puedes hablar con tu tío Duffy. Algún día toda la población masculina del mundo entrará en combustión espontánea debido a que se han guardado demasiadas cosas dentro durante demasiado tiempo, y no quiero que eso te pase a ti -se detuvo un momento-. Si eres una niña, bebé Jacobs, déjame que te diga que has tenido mucha suerte. La vida es mucho más sencilla si eres una mujer. Vamos mucho más… no sé… desahogadas -Vernie entonces me miró a mí sonriendo-. Inténtalo, Duff. Trata de desahogarte un poco. Comparte tu problema con Charlie, quizá él pueda ayudarte.
Charlie me miró expectante mientras yo ponía cara de asco ante el intento de Vernie de ser honesta.
- Entonces, ¿también le ha pasado a Charlie?
- Nunca -dijo Vernie incapaz de contener una risita-. Nunca a mi musculoso semental.
Una mirada de horror se dibujó en la cara de Charlie cuando se dio cuenta de que nos estábamos refiriendo a lo más innombrable de todos los innombrables.
- ¿Quieres decir que…? ¿Eso…? Oh, tío, lo siento, no tenía ni idea.
Bajé la cabeza avergonzado.
- He oído que es bastante común -dijo Charlie, tratando claramente de levantarme el ánimo-. Yo no me preocuparía por ello, colega. Déjalo tranquilo algún tiempo y seguro que todo volverá a estar bien.
- ¿Dejar tranquilo el qué? -dijo Dan, que acababa de entrar a la habitación trayendo una bolsa grande de aperitivos con sabor a queso.
- El ya-sabes-qué de Duffy -dijo Vernie con naturalidad-. Cree que es impotente.
Dan tembló visiblemente.
- Oh, colega -fue todo lo que logró decir para consolarme, y luego añadió con voz trémula-: Estoy de acuerdo con Charlie, deja pasar un tiempo. Probablemente esté descansando o hibernando o algo así.
- ¡Sois todos un desastre! -nos abroncó Vernie-. Tú y tu mentalidad de «es solo una herida». Vale, escucha a Charlie y «déjalo tranquilo algún tiempo», pero asegúrate de que cuando se te caiga a pedacitos lo llamas a él para que te la arregle, y no a mí. Ve a un médico, Duffy. ¡Los médicos ven constantemente a gente que tiene problemas! ¡Para eso están!
- ¡Baah! -dijo Dan suavemente-. Son una panda de charlatanes, colega. Lo último que necesitas es bajarte los pantalones en la consulta de un médico. No sabes lo que podría pasar. En un instante estás obedeciendo órdenes, tumbándote en la camilla sobre las toallas de papel y lo siguiente que sabes es que te está diciendo que hay que extirpar toda clase de cosas. La ignorancia, amigo mío, es una bendición.
- Oh, parad de una vez los dos -dijo Vernie, apiadándose finalmente de mí-. Estáis llevando esto demasiado lejos, ¿no os parece? Duffy ya está lo suficientemente preocupado pensando que todo esto tiene algo que ver con Mel.
- ¿Qué tiene que ver con Mel? -preguntó Dan intrigado.
- Todo -dijo Vernie.
- Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad? -dijo Dan después de que Vernie hubiera expuesto su teoría.
- ¿Qué? -dije, esperando ser de nuevo la víctima de otro chiste.
- Exorcizarlo.
- ¿Exorcizarlo?
- Bueno, no a «eso» exactamente -dijo Dan riéndose-. No creo que haya un solo sacerdote en el mundo que quisiera hacerlo. Pero creo que tienes que enfrentarte a tus demonios. Vernie cree que estás así porque aún encuentras atractiva a Mel, ¿verdad? Así que si dejas de encontrarla atractiva estarás bien, ¿no?
Asentí. Dan continuó:
- Has hablado durante siglos sobre lo mucho que querías que los dos fuerais amigos, así que todo lo que tienes que hacer es parar de hablar y empezar a actuar. Cuando veas a Mel más como una amiga íntima que como tu ex novia, tus problemas habrán terminado.
- Tiene sentido -dijo Charlie, mientras su tono de voz revelaba su desconcierto al descubrir que algo que decía Dan podía tener sentido-. Es lo único que puedes hacer, colega.
- Podría tener razón -dijo Vernie, mirando a Dan y casi incapaz de aceptar que ella también estaba de acuerdo con él.
- Pues entonces,. seremos amigos -dije, mirándoles a los tres-. Solo espero que funcione.
