Ir al cine, de copas, a cenar, a bailar… A jugar a bolos
Transcurrieron unas cuantas semanas durante las que pasé mucho tiempo fingiendo que no pensaba en mi padre. Al final reconocí que estaba siendo estúpido y que ya había llegado la hora de pensar en él abiertamente. Hablar con Vernie me ayudó a ver las cosas desde su correcta perspectiva. Por extraño que parezca, mi padre no se había puesto en contacto con ella, pero eso no la había molestado en absoluto, porque, aunque lo hubiera hecho, ella no estaba nada interesada en hablar con él.
Así pues, realmente no había nada más que decir o pensar, así que me puse a ordenar un poco las cosas en mi cabeza. Envié a mi padre al rincón más apartado de mis pensamientos y puse ante todo la idea de que Mel y yo pudiéramos convertirnos en amigos «como Dios manda». Pensaba en poner el caos que yo llamaba mi carrera profesional más o menos en la mitad de mi lista de prioridades, cuando pasó algo poco habitual que cambió por completo todas mis previsiones: conseguí una audición para The Hot Pop Show y, por si eso no fuera suficiente, también conseguí hablar brevemente con Alexa cuando ya me iba del plato.
- ¿Eres tú, Duffy? -me llamó Alexa-. Sí, eres tú.
Miré hacia arriba y la saludé. De hecho la había visto en el pasillo después de pasar a través de las dobles puertas del Estudio 3, donde se hacían las audiciones, pero no quería parecer ansioso, así que no fui directamente a saludarla. Aunque eran las cinco de la tarde de un jueves lluvioso, un día en que incluso las más bellas supermodelos tienen derecho a aparecer un poco desaliñadas, Alexa estaba estupenda.
- ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó después de haberme saludado con el beso doble de costumbre.
- Acabo de hacer aquella audición -dije un poco incómodo-. Ya sabes, aquella para tu programa.
- Claro -dijo mientras se le iluminaba la mirada-. Vi tu nombre en la lista, pero me olvidé por completo de que era hoy. ¿Cómo te ha ido?
- Ni idea -me encogí de hombros. No era falsa modestia. De verdad no lo sabía. Me sentía como si hubiera pasado el día entero en la audición. Les había contado unos cuantos chistes de mi material habitual, había representado un par de ideas para números cómicos que se me habían ocurrido a partir del texto que ellos me habían pasado, y les había contado la historia de mi vida. Y después de todo eso, seguía sin tener ni idea de si les había gustado o no.
- ¿Crees que les has gustado?
- Creo que sí. No parecía que no les gustase. En realidad es difícil de decir. No dejan entrever mucho, ¿verdad?
- No, es cierto -asintió-. Fue igual cuando yo hice mi audición. No pude ni comer ni dormir durante los días siguientes. -Me dio unos amistosos golpecitos en el hombro para tranquilizarme-. Estoy segura de que saldrá bien, Duffy.
- Ya hemos hablado lo suficiente de mí -dije-. ¿Cómo estás tú? ¿Cómo va el programa?
- Está yendo muy bien -dijo con entusiasmo-. Tengo tanto trabajo que me siento completamente agotada, pero es una clase buena de cansancio, ¿sabes?
- Sí -mentí, el único tipo de cansancio que yo conocía era el malo.
- ¿Y qué tal tú? -Me devolvió la pelota como si fuera un invitado en su programa-. Aparte de la audición, quiero decir.
- Bien -dije, lo que era la mejor respuesta que pude articular en el tiempo del que disponía.
Afortunadamente a Alexa no le desanimó en absoluto mi monosilábica respuesta. Enseguida repuso de forma entusiasta:
- Me alegro de oírlo.
Yo fingí un poco de tos mientras pensaba en algo inteligente que decir.
- ¿Has podido ver alguna vez el programa? -me preguntó luego de farfullar.
Sí que había podido, y ella era una presentadora absoluta, total y completamente estupenda. En el último programa la había visto rodeada de jóvenes mientras entrevistaba un nuevo grupo de chicos que vestían chándales de seda a juego con sus gorras de béisbol. Aunque apenas tenían edad de haber dejado la escuela, los del grupo intentaron flirtear con ella lanzándole sugerentes comentarios nada sutiles, que no consiguieron impresionarla lo más mínimo.
- No -mentí. Lo último que necesitaba es que ella pensase que solo hablaba con ella porque era la chica más caliente de la tele.
- No sabes lo que te has estado perdiendo -dijo, mirándome directamente a los ojos. Hizo una pausa-. El otro día estuve hablando con Mark.
- ¿Ah, sí? -repliqué-. ¿Qué tal está?
- Bien. De hecho estuvimos hablando bastante de ti. Me cuenta que ahora eres un hombre soltero.
- Sí -dije, como si esa idea se me hubiera acabado de ocurrir-. Supongo que lo soy.
Silencio.
- ¿Fue una mala ruptura? -dijo al fin.
- ¿No lo son todas? -contesté, preguntándome qué había pasado con sus rápidas réplicas marca registrada.
Silencio.
Aquí estaba una mujer que bajo circunstancias normales no conocía el significado de la palabra «pausa», y, aun así, en los últimos minutos había hecho una pausa por Inglaterra. ¿Por qué estaba comportándose de forma tan contraria a su forma de ser? Por lo que yo podía ver, había tres respuestas posibles:
1. Estaba aburriéndose pero era demasiado educada para acabar la conversación tan pronto.
2. De verdad no sabía qué decir.
3. Estaba haciendo Eso de Insinuarse.
Estudié su cara. No parecía ni aburrida ni haberse quedado sin palabras, así que tenía que estar haciendo Eso de Insinuarse. «Un silencio más -pensé-, y le pido para salir.»
- Bueno, será mejor que vaya tirando -dije mirando a mi reloj.
- Me ha encantado verte -dijo ella.
Silencio.
No necesitaba que me animaran más.
- Me preguntaba si… si estás… libre este fin de semana.
- ¡Oh! -suspiró teatralmente, de un modo en que nunca suspira la gente normal-. No puedo. Estaré en Los Ángeles. Hay algo de una gran película que van a estrenar o algo así y yo tengo que entrevistar al protagonista, ¿cómo se llamaba?… -(procedió a nombrar una estrella de Hollywood del calibre de las que consiguen que les abran Harrods especialmente para ellos cuando tienen que hacer la compra). Me recordé a mí mismo no volver nunca a entrar en el juego de Eso de Insinuarse ni en esta ni en ninguna otra vida.
- Pero estoy libre durante una semana a partir del sábado, si no estás ocupado -añadió-. Siento que lo tenga tan mal ahora mismo, pero te prometo que valdrá la pena la espera.
Callándome lo que tendría que haber sido el «¡Viva!» más grande del siglo por miedo a ahogarme debido al síndrome de la boca seca y falta de saliva, fingí estar comprobando mi apretada agenda de compromisos sociales en mi agenda de bolsillo.
- Sí -dije, iluminándome todo yo-. Creo que podré.
Me sentí genial después de ese encuentro. Fuerte, independiente, incluso viril. Mi vida había vuelto a ponerse en marcha. Acababa de hacer una audición para un trabajo en la tele y había logrado mi primera gran cita después de cuatro años, ¡con la presentadora de un programa de televisión! Ahora que me sentía tan bien, podía atreverme a volver a hablar con Mel. Me prometí a mí mismo hacer que nuestra amistad funcionase o morir en el intento.
Sin darme tiempo a cambiar de opinión llamé a Mel y nos fue de maravilla. De hecho, durante el resto de esa semana o bien ella me llamaba al trabajo o bien yo la llamaba al trabajo en ocasiones dos o tres veces al día. Se acabaron las largas pausas y la tensión y volvió el puro y no adulterado hacernos reír el uno al otro.
Durante una conversación del miércoles de esa semana, en un infrecuente ataque de cordialidad, le dije que estaba contento de que ella y Rob estuvieran llevándose tan bien. Creo que lo dije para oír cómo sonaba: un paso a tientas sobre un lago helado, si quieres llamarlo así. En el mismo momento en que salió de mi boca mi fachada como Duffy, el Amable Ex Novio se vino abajo. No estaba contento de que se estuvieran llevando tan bien. Si realmente necesitaba estar con algún otro, quería que fuera con alguien menos perfecto para ella. Hasta ahora, me había enterado de que Rob tenía mucho ojo para conjuntar los colores, podía cocinar sin la ayuda de un microondas y, agárrense, le encantaba comprar muebles y complementos para el hogar.
Mel creyó que mi confesión era la cosa más maravillosa que había oído nunca, un signo de que éramos verdaderos amigos, un signo de que yo había madurado. Para mí, de todas maneras, era solo un signo de que me estaba volviendo loco.
Fue un punto clave de nuestro vamos-a-ser-amigos. A partir de esa llamada, el contenido de nuestras agradables charlas cambió. Mientras que antes su conversación había sido diez por ciento Rob1, noventa por ciento otras cosas, muy lentamente ese porcentaje comenzó a crecer. «Oh, Rob hizo esto…» o «Rob hizo aquello…», decía, y yo me reconcomía en silencio. Entonces, de vez en cuando, dejaba escapar algún detalle que realmente me llegaba al alma. No eran las cosas obvias, como que ella se quedara a dormir en su casa o él en la de ella (aunque eso tampoco ayudaba en nada), eran las cosas poco comunes, como que fueran a comprar juntos o incluso que fueran a casa de Mark y Julie a cenar. Según Mel, Julie y Rob1 conectaron enseguida. Incluso Mark, aunque aparentemente echaba de menos mis «gracias», pensaba que Rob era maravilloso. Todo el mundo quería a Rob1 excepto yo. Mel incluso estaba intentando persuadirme de ello.
- De verdad que te gustaría -me dijo un día-. Está en tu misma onda.
¿Qué se suponía que tenía que contestar a eso? ¿Fantástico, tráelo por aquí? ¿Genial, tengo que ir a tomar una copa con él? ¿Magnífico, porque si te estuvieras acostando con un hombre que no estuviera en mi onda me cabrearía de verdad? Así que, igual que haces en el trabajo cuando estás hablando con tus amigos y se acerca tu jefe, dije:
- Gracias por llamar, señor Harrison, me encargaré de pasar el mensaje al departamento adecuado.
Y colgué.
La noche de mi cita con Alexa llegó rápidamente. Una hora antes de lo que habíamos quedado me encontré frente al espejo del baño mirando mi reflejo.
Me di a mí mismo un discurso de motivación: «La diferencia entre tú y el legendario cantante de soul Barry White es, en un sentido espiritual, inexistente».
No estaba sugiriendo que yo fuera un tipo enorme con una voz grave. Estaba diciendo que lo que veía en el espejo era puro sexo. Estaba tan bien y me sentía tan lleno de confianza que tenía que haber sido poseído por el alma de Barry White, un dios del amor y del sexo. Puede que Alexa fuera la chica más caliente de la tele, pero no tenía ni una sola oportunidad de resistirse a mis encantos.
- ¿Adonde vas oliendo así? -gritó Dan cuando pasé frente a la puerta abierta de la sala de estar. El aroma de mi aftershave de Chanel, un regalo de Mel, obviamente había podido imponerse al olor de su pollo agridulce cantones.
Sin ni siquiera detenerme a pensar, le grité:
- Tengo una cita con el destino -justo ante de añadir, esperanzado-. No me esperes despierto -y me fui.
- Hola, Duffy. -Alexa me dio un beso en la mejilla. Justo cuando estaba apartándome se giró y besó mi otra mejilla y, al final, acabé dándole un beso en la oreja.
Maldita sea la gente de la tele y sus besos de dos partes.
- Estoy encantada de volverte a ver -dijo sentándose.
- Gracias -contesté, mirándola de arriba abajo. Llevaba una camiseta blanca de manga larga, una falda negra hasta la rodilla y zapatillas deportivas. Parecía tan a la moda, tan absolutamente a la última, que me recordaba a los maniquíes del escaparate de tiendas como Kookaï y Karen Millen, pero sin los pezones ridiculamente respingones.
- Estás… fantástica -dije-. No sabía que ibas a vestirte tan elegante, si no me hubiera… -gesticulé lamentablemente hacia mis ropas, incapaz de encontrar las palabras…- un poco más.
- Estás fantástico, Duffy -dijo ella, y saludó a alguien que conocía al otro lado del bar-. Normalmente, siempre llevo tejanos. Solo es que me apetecía un cambio.
Fui a por las bebidas. Pedí una cerveza y Alexa un martini. Le di al barman un billete de diez y me devolvió el cambio en una pequeña bandejita. «Sí, claro -pensé mientras recogía cuidadosamente las monedas-. ¡Como si fuera a dejarte propina solo porque me has traído mi cambio en una pieza de tu vajilla!»
- ¡Salud! -dije, dejando frente a ella su Martini.
Sorbió un poco de la bebida.
- Vodka -ronroneó-. ¿Cómo sabes que me gusta así?
- Lo adiviné -contesté. Mi conversación banal hacía que Oscar Wilde se revolviera en su tumba. Tomé un sorbo de mi cerveza para rellenar un poco la que estaba destinada a ser una larga noche de pausas-. Me ha costado siglos encontrar este sitio. ¿Qué pasa con estos bares de moda? ¿Por qué no ponen carteles fuera para que los puedas encontrar?
- Eso sería demasiado fácil -dijo Alexa, arrugando la nariz en un gesto precioso-. Si no fuera difícil encontrarlos no sería un lugar enrollado para beber, ¿verdad?
- Es ridículo. Si realmente quisieran ser tan enrollados, tendrían que hacer que cualquiera que quisiera venir llegase con los ojos vendados. Así nadie sabría cómo venir, ni siquiera los empleados del bar. Ese sí que sería el tipo de bar exclusivo al que yo querría ir regularmente.
Alexa rió suavemente. En una escala de sensualidad del uno al diez había sacado un perfecto doce.
- Y bien -dije, temiendo otro ataque de las pausas-. ¿Qué te apetece hacer?
- ¿Cuáles son las opciones?
- Ir al cine, de copas, a cenar, a bailar… a jugar a bolos.
Alexa frunció el ceño arrugando de nuevo esa naricilla. Parecía que estaba volviéndose más guapa a cada minuto que pasaba.
- ¿Jugar a bolos? ¿No es eso el tipo de cosas que haces en las citas cuando tienes catorce años?
- Probablemente -le concedí-. Así pues, ¿esto es una cita?
- Bueno, vamos a ver -dijo coqueta-. Condición número uno de una cita: ¿Están las dos partes solteras? -sonrió-. Bueno, sabemos que tú sí -yo asentí aparentando tranquilidad-. Y yo no estoy viéndome con nadie ahora mismo. Así que sí, los dos estamos solteros. -Dio un sorbo al martini-. Condición número dos de una cita: ¿Están las dos partes dispuestas a conocerse mutuamente? -Me miró y yo asentí, cautelosamente-. Eso es un sí del caballero y puedo añadir que también es un sí por mi parte. -Pescó la aceituna de su copa y la dejó caer en la boca. Jamás deseé tanto ser una aceituna. Continuó-: Así que me atrevería a decir que si actuamos como si fuera una cita y parece una cita, entonces es que probablemente sea una cita.
- ¡Ah! -dije con complicidad-. Pero ¿cómo sabemos si parece una cita? Solo tenemos tu opinión y la mía para verificarlo.
- Vamos a asegurarnos. -Alexa se giró a la izquierda y le dio unos golpecitos en el hombro a un tipo fornido que llevaba una chaqueta de cuero. Él estaba en medio de una conversación con una joven rubia metida a presión en un traje pantalón-. Perdóneme -dijo Alexa-. Mi amigo y yo nos preguntábamos si parece que estamos en una cita. ¿Usted cree que lo estamos?,
¡Malditos presentadores de televisión! Mientras el resto de nosotros nos contentábamos con decirle a la gente que éramos graciosos, las personas como Alexa siempre sentían la necesidad de demostrarlo. Yo me moría de vergüenza. Afortunadamente el hombre la reconoció y no tardo ni un segundo en adularla.
- Parecéis viejos amigos de la universidad -dijo, siguiéndole la corriente-. Se os ve demasiado cómodos para que sea vuestra primera cita. ¿Qué te parece a ti, Olivia?
- Creo que te equivocas, Jez -dijo su compañera pensativamente-. Decididamente son pareja. Mira cómo están sentados, observa su lenguaje corporal. Eso es más que compañerismo: es pura química sexual. -Comenzó a reírse-. ¡Me sonrojo solo con mirarlos!
- Gracias -dijo Alexa. Se volvió hacia mí para mostrarme una amplia y sugerente sonrisa-. No sabéis lo útiles que han sido vuestros comentarios.
