cuando estés durmiendo y alegar demencia transitoria
Era una soleada tarde de domingo, uno de esos extraños avances del verano que ahora asoman a menudo en primavera gracias al calentamiento global. Llevaba un mes comprometido y aún estaba acostumbrándome a la idea del matrimonio pero, gracias a Mel, ya no parecía algo tan tremendo. Mel, Charlie, Vernie y yo habíamos comido en el Haversham y mientras caminábamos hacia Highgate Woods todos lucíamos con orgullo nuestras gafas de sol, los Reservoir Dogs sueltos en Muswell Hill.
Aquella tarde teníamos pensado sentarnos en un trozo de hierba a leer las diversas secciones del periódico que traía Charlie y luego discutir entre todos cualquier suceso que nos hubiera llamado la atención. Siempre habíamos creído que esta era la clase de cosa que hacían los adultos formales. Pero en realidad yo sabía que no haríamos ninguna de esas cosas porque hacía un día precioso y todo lo que queríamos era tumbarnos en la cálida hierba, mirar al cielo y bebernos la botella de vino que habíamos traído.
Al pasar por las puertas de hierro del parque, Charlie y Vernie decidieron echar una carrera a ver quién llegaba antes a los bancos que había en el claro del bosque. Iban riendo como locos y agarrándose la ropa el uno al otro. Mel y yo, que aún estábamos digiriendo la comida, optamos por seguirles a un ritmo más reposado.
Entre nosotros dos se había instaurado una nueva seriedad, como si las personas que éramos antes de nuestro compromiso no fueran más que parientes lejanos. La manera como nos trataban nuestros amigos y familiares había cambiado de la noche al día: de repente yo era un adulto, un hombre respetable. En las últimas semanas habíamos ido a Southampton a ver a los papás de Mel y los habíamos invitado a comer; mi madre había venido a Londres especialmente para vernos y se había quedado todo el fin de semana en casa de Mel, y veíamos a Mark y a Julie más que nunca. Sin falta, todos mencionaban nuestra «maravillosa nueva vida juntos» como si nuestra vieja vida juntos hubiera sido una completa pérdida de tiempo. Era difícil no sentir nostalgia de los viejos tiempos en que simplemente «éramos».
Mientras paseábamos, oímos los sonidos que venían del parque infantil que había en medio de los árboles. Nos quedamos mirando desde la valla metálica. Las estructuras de tubos, los toboganes y los columpios, pintados de brillante amarillo, rojo y azul estaban plagados de niños que se movían sin parar, como hormigas subiéndose a los palos de las piruletas en verano. Los padres miraban entusiasmados cuánta diversión podían disfrutar esas pequeñas personas sin la ayuda de estimulantes artificiales. El jaleo era increíble, con sus voces liliputienses transmitiendo genuina alegría y, de vez en cuando, algún lamento. Un niño pequeño vestido con un mono rojo tropezó mientras corría con sus amigos hacia el tobogán, e inmediatamente rompió a llorar. Como si fuera un equipo de primeros auxilios, su padre lo recogió y le dio un gran abrazo. En pocos segundos la tragedia había pasado y el chaval estaba de vuelta con sus amigos corriendo hacia el tobogán. La escena entera me recordó cuando yo era pequeño y mamá nos llevaba a Vernie y a mí al parque. Yo siempre insistía en que mamá jugara al fútbol conmigo y ella siempre me daba el capricho. Era malísima, por supuesto -es imposible ser un buen portero llevando tacones altos-, pero al menos lo intentaba.
Mel me acarició suavemente el hombro, rescatándome de mis recuerdos. Tomó mi mano y la apretó con suavidad:
- ¿Duffy?
- ¿Sí? -dije suavemente.
- Tenías la cabeza en otra parte.
- Lo sé -dije, y la besé.
Alzó las manos y me acarició. Me estiró hacia ella y posó sus labios firmemente en los míos.
- Nos vamos a casar -dijo entusiasmada.
- Sí, lo vamos a hacer.
Sosteniendo su mano en la mía comencé a hacer girar sin darme cuenta el anillo de compromiso que le había comprado. Era un aro de oro blanco con un único zafiro. No era especialmente caro, comparado con la piedra del tamaño de un meteorito que Mark había encargado para su compromiso con Julie, pero Mel parecía sinceramente encantada con él.
- ¿Crees que sabemos lo suficiente el uno del otro? -preguntó ella.
- Sí, por supuesto -contesté-. Lo que no sé de ti lo podría escribir en el reverso de un sello de correos. Pero eso sí, necesitaría escribir con una letra muy pequeña.
Me golpeó en broma el brazo.
- ¿Dices eso solamente para que me calle?
- No.
- ¿Seguro?
- Sí.
Se tomó un momento para recopilar sus pensamientos.
- ¿Así que estamos de acuerdo con todas las cosas importantes sobre las que unos futuros marido y mujer deben estar de acuerdo?
- ¿Como qué? -dije, sentándome en un trozo de hierba y estirándola hacia mí-. ¿Quién va a cocinar? ¿Quién va a lavar los platos?
Giró en redondo sobre su trasero para poder apoyar la cabeza en mi regazo.
- Sí, supongo.
- Yo cocinaré. Tú lavarás los platos. Ya sabes que yo soy un manitas con el microondas. Pero con respecto a los trabajos de bricolaje que haya que hacer en el piso, creo que contrataremos a alguien.
Miré hacia el parque infantil para ver a los niños otra vez. Una niña, de apenas seis años, estaba vagando de un lado a otro con los brazos extendidos hacia delante y con un cubo amarillo de plástico en la cabeza.
Cubierto por las gafas de sol, bajé la mirada para ver a Mel. Una mirada de profunda determinación animaba su rostro. Esperaba que le preguntase en qué estaba pensando. Yo dejé que el silencio se alargara un poco más. Ella suspiró gravemente para captar mi atención. La besé.
- Estás pensando en algo, ¿no?
- No -dijo, negando juguetonamente con la cabeza. Se quitó las gafas y las dejó en la hierba junto a ella.
- Entonces bien -y volví a mirar hacia el parque infantil.
Otra niña que vestía los leotardos naranja más estridentes que jamás se hayan fabricado corría por el borde del parque gritando! cuántas vueltas llevaba cada vez que pasaba frente a su papá.
Mel suspiró muy fuerte otra vez.
- ¿Alguna vez has pensado en…? Oh, nada, mejor olvídalo.
Me levanté las gafas hasta encima de la cabeza y establecí un breve contacto visual con ella.
- ¿En qué quieres que piense?
- Venga, vamos a dar una vuelta -dijo Mel, levantándose. ¿Yo también me levanté y ella cruzó su brazo en el mío y me condujo en un paseo alrededor del parque infantil-. Duffy, ¿a veces piensas en…? Ya sabes…
- ¿Ver la tele sin parar? Sueño con ello…
- No.
- ¿En por qué me caso con una mujer loca?
- No te pases.
- ¿En qué quieres que piense? Vamos, simplemente escúpelo. No puede ser tan malo.
Se detuvo, con la cara semioculta por la sombra de un roble.
- Niños -dijo firmemente.
- ¿Niños? -repetí yo sin necesidad.
- Sí, niños. ¿Has pensado alguna vez en tener niños?
- No -dije casi sin aliento. De repente todos los niños del parque infantil me parecían siniestros y escalofriantes. Aún tenían sus propios cuerpos, pero todos los niños eran idénticos a mí y todas las niñas idénticas a Mel. Gente pequeña con cabezas de adultos. Era aterrador.
- ¿Piensas alguna vez en tener niños?
Me negué a mirarla mientras manteníamos esta conversación. Sabía que si cruzábamos la mirada me arrastraría a otra pelea y no acabaríamos bien.
- Pienso en tener crios casi tan a menudo como pienso en lo bonito que sería prenderle fuego a todas mis pertenencias, arañar mis muebles, llevar remiendos en mis trajes como si eso fuera la última moda o invitar a enanos psicópatas en paro a compartir mi vida.
- Es el mismo tipo de respuesta que dio Charlie -replicó Mel.
Finalmente la miré y sonreí.
- ¿Has intentado convencer a Charlie para que tenga hijos contigo?
- No -dijo Mel impaciente-. Vernie y Charlie han estado hablando sobre tener hijos durante los últimos meses. O, mejor dicho en el caso de Charlie, en no tenerlos.
- ¿Cómo sabes todo eso?
- Vernie me lo dijo.
- ¿Y cómo es que yo no lo sé?
- Porque Charlie y tú solo habláis de la tele y de deportes. Jamas habláis de algo vagamente importante.
- Eh, alto ahí -protesté-. Eso no es verdad. Sin ir más lejos, durante la comida hemos estado hablando de… -repasé mentalmente la lista de temas tratados: los resultados de la jornada de fútbol de ayer, diez razones por las que Roger Moore era mejor Bond que Sean Connery (solo conseguimos llegar a ocho) y los varios pros y contras del nuevo corte de pelo de Dan (pro: le hacía parecer más joven; contra: le hacía parecer estúpido). Cambié de tema-. ¿Así que Vernie quiere tener niños? ¿Para qué?
- Preguntas «para qué» como si los niños solo debieran existir si hubiera una razón lógica que lo justificase, como… no sé, que necesitaras a alguien que te lave gratis el coche.
- Admito que ese sería un motivo -sonreí-. ¿Y qué dijo Charlie, entonces?
- Vernie sigue sacando el tema y él siempre lo evita. Dice que no está preparado, pero yo creo que solo está siendo tremendamente egoísta.
- No está siendo egoísta -dije, defendiendo la integridad de Charlie-. Solo piensa con lógica. Eso es lo que nosotros, los hombres, hacemos. Pensamos, valoramos, rumiamos y luego pensamos y valoramos y rumiamos un poco más y luego…
- ¡Llevan juntos siete años! -Me interrumpió Mel-. ¡Y llevan casados cuatro…!
- Exactamente -repuse-. Así que, ¿para qué cambiar una fórmula que funciona?
Justo en ese momento Mel y yo nos giramos a la vez hacia el parque infantil y miramos cómo un niño le daba a su madre un ramo de flores.
No puedo asegurarlo, pero parecía que ese pequeño gesto de amor había hecho llorar a su madre.
Mel se quedó callada un rato.
- Así que tú tampoco quieres niños -dijo finalmente.
Me embargó una súbita náusea al sumar dos y dos y ver que daban cinco.
- ¿Es que intentas decirme algo?
- ¡Debes estar de broma! -exclamó Mel, espantada-. Por supuesto que no.
- Menos mal -dije, suspirando aliviado-. No es que no quiera niños, es solo que estoy seguro de que serán una buena idea algún día, pero no ahora mismo. -Le apreté el brazo cariñosamente-. Tú tienes tu carrera. Yo tengo mis actuaciones. Nos queda muchísimo tiempo para ese tipo de cosas.
- No hablaba de ahora mismo -recalcó Mel.
- Bien -repliqué, esperando poner punto y final a la conversación. Traté de cambiar de tema-. ¿Qué te apetece hacer esta noche?
Me ignoró. No iba a dejar correr el tema.
- Entonces, ¿cuándo?
- ¿Cuándo?
- Cuando.
- ¿Cuándo?
- ¿Es que vas a seguir repitiendo todo lo que digo? Porque si lo vas a hacer me veré obligada a matarte cuando estés durmiendo y alegar demencia transitoria. Doce meses de condicional por homicidio y seré una mujer libre y tú no serás tan rematadamente petulante.
- ¿Petulante?
- ¡Vamos, te reto, atrévete a hacerlo una vez más!
- No sé -dije con desprecio-. ¿Cuatro años? ¿Cinco años? Es difícil decirlo. Ya me parece un paso de gigante que nos… -Mis palabras se fueron apagando conforme me di cuenta un pelo tarde de que acabar la frase no hubiera sido la cosa más inteligente del mundo-. Vamos a dejarlo, ¿vale?
- Sigue, sigue -dijo indignada-. Ya es un paso de gigante que nos…
- Vale -dije, incapaz de resistir por más tiempo-. ¿Cuándo tenías pensado tú?
Mel no lo quería decir al principio y aunque yo tampoco quería saberlo, insistí suavemente. Solo quería que las cosas fueran bien entre nosotros. No quería discutir ni hablar sobre niños que no nos podíamos permitir y que tenían a un cincuenta por ciento de nosotros en contra. Fue la expresión de su cara la que la traicionó. Parecía avergonzada e incómoda. Esto, unido a su silencio, era muy mala señal. Una señal horrible. La señal del diablo. Según el léxico facial de Mel, eso quería decir: «He estado pensando en tener un bebé durante un tiempo y creo que me gustaría tenerlo pronto, pero me da apuro decírtelo porque no quiero que pienses que estoy actuando como “una mujer”».
- Oh, Mel -dije con tristeza.
- ¡No me vengas con «Oh, Mel»! Desde que Vernie lleva con el tema de los niños mañana, tarde y noche durante los últimos meses, he estado pensando en ellos. No se trata de mis hormonas. No se trata de mi sentimiento maternal. Se trata de mí y de lo que quiero de la vida. No es un crimen pensar en el futuro, Duffy. Sé que para ti es el crimen más grave del mundo, pero tengo noticias para ti: la gente del mundo real piensa en el futuro cada día. Pienso en mi futuro y en tu futuro, en nuestro futuro, para ser exactos. No estoy hablando de tener niños ahora mismo, solo hablo de ello, ¿vale?
- ¿Cómo se llamará?
Esta vez fue ella la que evitó mi mirada. Fingió no saber de qué hablaba, pero ahora era mi turno para dejar que se pusiera en evidencia.
- Vale -admitió resignada-. Sí que me he imaginado a nuestro bebé. Tampoco es un crimen. La llamamos Ella, por Ella Fitzgerald.
- Ella es un nombre bonito -dije-. Tendremos un bebé algún día. Pero no aún. Y cuando lo tengamos, le pondremos Ella, ¿de acuerdo?
- De acuerdo.
Mel se quedó extrañamente silenciosa, así que le di un fuerte abrazo porque creo que los dos comprendimos que el partido había acabado en empate. Fuimos a reunimos con Charlie y Vernie.
Más tarde, luego de haber estados tumbados al sol toda la tarde usando las secciones del periódico del domingo solo para darnos sombra en la cabeza, volvimos a pasear por el bosque. Vernie y Mel se adelantaron, apremiadas por la necesidad de encontrar un lavabo, dejándonos atrás a Charlie ya mí para que habláramos del tipo de cosas sobre las que Mel nos acusaba de no hablar jamás.
- Mel dice que Vernie quiere tener niños.
- ¿Ah, sí? ¿Con quién? -se rió Charlie. Pronto se le evaporó la sonrisa y apareció en su lugar una especie de mueca filosófica-. Sí, es verdad -se encogió de hombros-. Lleva siglos hablando de ello. No sé cómo me voy a escapar de esta.
- Nunca se sabe -dije para animarle-, podrías tener bajo el nivel de esperma.
- Me sorprendería que alguno de mis pequeñines se preocupe por niveles -dijo Charlie débilmente-. Aunque, si hemos de juzgar por su fabricante, deberían ser bastante inteligentes.
- Mel también me ha preguntado sobre tener niños -dije-. Aunque no creo que fuera en serio. No acabo de entender por qué ella y yo tenemos que empezar a hablar sobre niños solo porque tú y Vernie estéis discutiéndolo.
- Las mujeres lo hacen todo de dos en dos, ¿verdad? -dijo Charlie, solo medio en broma-. Van en pareja al lavabo en las discotecas, a comprar al supermercado, a comprarse zapatos…
- No -le corté-. Mel siempre se compra los zapatos sola. Demasiadas opiniones diferentes a la vez ofuscan sus procesos mentales. Y aun así sigue comprándose zapatos que le van media talla pequeños con la esperanza de que podrá ponérselos aunque aprieten. Eso sí, siempre son del color y estilo adecuados.
- Bueno, pero ya ves lo que quiero decir.
Nos detuvimos y apartamos del camino mientras un corredor con una manada de perros nos adelantaba y se iba colina abajo perseguido por tres terriers.
- ¿Crees que te rendirás? -dije, una vez que hubo pasado el último de los perros.
- No lo sé -dijo Charlie-. Quiero decir que no es que no quiera tener niños. Tener una niñita con la que jugar a fútbol o un pequeño que me odie cuando se convierta en adolescente, pero ya sabes… -Su respuesta se fue apagando. Asentí para mostrarle mi simpatía-. Lo que pasa es que en el momento en que tengamos crios, ya está, todo cambiará. Nada volverá a ser igual. Nunca más estaremos los dos solos. Se acabó el tirar un par de bolsas en el maletero del coche y largarnos a alguna parte de fin de semana. Se acabó el ir al Haversham contigo y con Dan. Se acabó… no sé… se acabó la diversión. Todo serán siestecitas y las horas de las comidas… y chupetes de biberón… y caquitas de bebé viscosas… y levantarse a media noche… y los asientos para bebés y mi madre y mi padre viniendo a vernos fin de semana sí, fin de semana no… y carritos… y luego llegará el día en que querrá un segundo bebé porque uno nunca es suficiente.
- Comprendo -dije débilmente, aún algo trastornado por la imagen de la caquita de bebé viscosa.
- ¿Lo comprendes? -dijo Charlie, escéptico-. Porque yo no estoy seguro de comprenderlo. Yo creo que se trata solo de un gran montón de excusas. Creo que después de todo, si soy sincero lo que me pasa es que estoy absolutamente aterrorizado ante la idea de ser padre. No estoy preparado.
- Supongo que es parecido a cómo a veces yo no me siento preparado para ser marido -añadí intentando ayudar. Pensé en Dan y en cómo ignoraba a Meena y su invitación de boda-, y no es del todo distinto a cómo Dan no se siente preparado para ser padre, marido o ni siquiera novio.
- ¿Tú cuándo crees que estaremos preparados?
Nos miramos al mismo tiempo mientras nos encogíamos de hombros en un simple «Ni idea» y subimos corriendo la colina para atrapar a Mel y a Vernie.
Durante los días siguientes a mi conversación con Charlie no pude sacarme de encima la sensación de que él, Dan y yo éramos una especie de metáfora de todos los males que padecía el hombre moderno. Solo era cuestión de tiempo hasta que alguna mujer de nuestra vida cambiara nuestros nombres reales por nombres indios: «Aquel-cuyo-esperma-es-suyo»; «El-que-debe-permanecer-soltero» y «Aquel-que-ama-a-su-novia-pero-tiene-miedo-de-casarse».
Realmente solo era cuestión de tiempo.
