¡Esto me encanta!
La discoteca, justo al lado de Leicester Square, se llamaba Boggie Nights, un nombre previsible dentro de la moda kitsch. La decisión de ir a los años setenta había sido unánime. Habíamos considerado brevemente la posibilidad de ir a alguna de las discotecas más de moda de la capital, pero la opinión de los supersementales de la seducción (o sea, Dan y yo) era que las mujeres que iban a sitios como esos tendían a ser del tipo exigente. Así que, para una noche de buenos ratos garantizados con el tipo de chicas cuyas expectativas eran tan bajas como las nuestras, la noche de los setenta era ideal.
Cruzar las puertas dobles y entrar en la sala principal de la discoteca era como pegar un salto atrás directamente a 1978. Ahí estaba un mundo en que los Bee Gees eran súper, John Travolta era un icono para la juventud desencantada, y los pantalones de pata de elefante estaban a la última. Casi era doloroso. Avanzamos con determinación a través de la alfombra escarlata hacia la barra mientras la iluminación estroboscópica hacía que pareciera que nos movíamos a cámara lenta. En ese momento, supe que esa noche iba a ser una noche memorable.
- ¿Qué vas a tomar? -berreó Greg en mi dirección.
Escruté los focos en busca de inspiración, pero no encontré nada.
- Yo tomaré un Stella -le contesté.
- Yo también -dijo Dan, mientras comprobaba su reflejo en el espejo detrás de la barra.
- Yo también me apunto -dijo Charlie, apartándose por los pelos del camino de una banda de mujeres que bailaban una conga borracha. Dejó escapar un grito de sorpresa mientras pasaban.
- ¿Qué pasa? -pregunté, volviéndome hacia Charlie.
- ¡Una de ellas me acaba de pellizcar el culo! -dijo, incrédulo.
Oyendo esto, Dan se giró y le guiñó el ojo juguetonamente a Charlie.
- Qué quieres, colega. ¡Eres dinamita!
Dan se fue a buscar tabaco a la máquina y Charlie desapareció al lavabo, dejándome solo con Greg, que ahora estaba rastreando desvergonzadamente la sala en busca de chicas guapas.
- Mira el trasero de esa -me dijo, apuntando en la dirección de un grupo de atractivas chicas que acababa de entrar. Sonreí lánguidamente para que no se sintiera completamente estúpido, pero me negué a seguirle la corriente. Aunque yo estaba a favor del elogio de la figura femenina, el estilo de prensa amarilla de Greg carecía por completo de gracia o sutileza. Cuando Dan y yo íbamos de caza nunca nos decíamos ni una sola palabra, simplemente sabíamos lo que pensaba el otro; era una mezcla de trucos mentales a lo Jedi combinados con un impecable sentido de la oportunidad. La grosería de Greg me hizo sentir lo más lejos posible del propósito que teníamos al salir esa noche. Ahora sí que echaba de menos a Mel de verdad.
Cuando Greg desapareció hacia el lavabo, dejándome a mí vigilando las cuatro jarras de Stella que teníamos en la barra, me puse a pensar en Mel o, para ser más exacto, en Mel y su nuevo hombre, Rob1. «Seguro que han salido esta noche. Me los puedo imaginar perfectamente: Rob1 siendo muy atento, contándole historias divertidas, haciéndola sentir especial, haciendo todas las cosas que yo solía hacer cuando la conocí por primera vez. Mel mirándole a los ojos, escuchando cada una de sus palabras, revolcándose en ese zumbido de excitación que viene de anticipar lo desconocido.»
Paré de pensar y me sentí más desgraciado que nunca.
Hacia medianoche ya se nos había acabado la cuerda. Charlie se había pasado la última hora mirando el reloj, quejándose de que él ya había cumplido su condena en la discoteca y que quería estar en la cama con su esposa como cualquier otro hombre casado normal de treinta y cuatro años. A su lado se veía a un Dan molesto, sentado en el brazo de un sofá y sorbiendo a ratos de su cerveza. Se había pasado la mayor parte de la noche lanzándole miradas asesinas a Greg, que estaba en medio de la pista a la caza de alguna chica desamparada. Ni a Dan ni a mí se nos escapó la ironía de que Greg, que era el único de nosotros que estaba comprometido, fuera también el único que había hablado con alguien del sexo opuesto en toda la noche. Incluso a Charlie, que era un hombre casado, le habían pellizcado el culo. Vaya supersementales de la seducción que estábamos hechos Dan y yo.
- Puedo verlo venir desde kilómetros -dijo Dan irritado-. Greg conseguirá enrollarse con esa chica. Es increíble. ¿Por qué las mujeres no pueden oler a un capullo cuando les pasa uno cerca?
- Es deprimente, ¿verdad? -dije, dándole la razón-. Aquí estamos nosotros dos, dos jóvenes solteros y sin compromiso, y allí esta él, ni tan joven, ni tan guapo y prometido con su novia. No sé lo que la encantadora Anne ve en él.
- Así son las mujeres -declaró Dan. Era obvio que estaba a punto de comenzar uno de sus discursos de Así-es-el-mundo-. Creen que tras cada cabrón sin entrañas hay un niño pequeño que quiere ser amado. Pero su teoría falla… -miró a Greg de nuevo- porque no comprenden que hay ciertos tipos de cabrón sin entrañas que incluso tras ser cortados por la mitad solo contienen más cabrón sin entrañas.
Como si Dan le hubiera dado la entrada, el DJ puso I will survive de Gloria Gaynor y el local entró en erupción. Una estudiante que llevaba una peluca afro de color azul neón se acercó al sofá maldito y, sin mediar palabra, me cogió la mano y me sacó a la pista. Fue una decisión tomada en una décima de segundo: resistir y mostrar un mínimo de respeto por mí mismo o rendirme y dejar que todo el mundo viera lo desesperado que estaba. Al final me rendí porque, desesperado o no, a pesar de la peluca se podía apreciar que no era nada fea.
Me sonreía enloquecida y comenzó a girar como si su vida dependiera de su actuación. Se sabía la letra de la canción y hasta chasqueaba los dedos al ritmo de la música. Era como si no supiera qué es la vergüenza. Su confianza era contagiosa y, en cuestión de segundos, yo también me había deshecho de todas mis inhibiciones y me movía, bailaba el boogie y mostraba lo peor de mí mismo al ritmo de la música.
- ¿Cómo te llamas? -gritó la chica azul afro por encima de la música.
- ¡Duffy! -le grité-. ¿Y tú?
- ¡Emma! -alargó la mano para que nos saludáramos-. ¡Emma Anderson! ¡Es un placer conocerte, Duffy!
Mientras continuamos bailando me di cuenta de que no solo tenía los ojos verdes grisáceos más bonitos que jamás había visto sino que además los estaba usando para atraerme a su mundo funky. Traté desesperadamente de recordar qué tenía que hacer yo en este tipo de situaciones. Se suponía que el procedimiento para atraer a un miembro del sexo opuesto era como ir en bicicleta, algo que nunca se olvida. Pero de alguna forma yo había logrado que se me borrase por completo. Cuando acabó la canción me di la vuelta para escapar, pero ella me agarró por la manga de la camisa y no me soltó. Miré desesperado a Dan y Charlie, quienes se estaban divirtiendo de lo lindo con lo que me estaba pasando. Greg, que aún bailaba con la misma chica de antes, me sonrió rastreramente por encima de su hombro como diciendo: «¡Yupi! ¡Nos han sacado a bailar a los dos!».
Justo cuando pensaba que las cosas no podían ponerse peor, llegó el «YMCA» de los Village People, el disco que tenía el honor de ser el que menos me gustaba de todos los tiempos. Cuando Vernie cumplió diez años mi tía Kathleen le regaló un recopilatorio doble de éxitos de la música disco que se llamaba Boogie's Greatest Hits Vol. 2. Durante los meses siguientes, mi hermana puso «YMCA» constantemente mientras fingía ser una de las chicas de Fama. Ella siempre era Coco, mientras yo podía escoger entre ser Leeroy o recibir un coscorrón. No era justo. Yo sabía que Coco era una chica, pero era mucho más divertida que el puñetero Leeroy. Por eso odiaba a los Village People. Mirando a mi alrededor me di cuenta de que estaba en minoría. Igual que si fueran borrachos respondiendo a un anuncio de barra libre, las trompetas que abrían la canción arrastraron a todos los alegres grupos desde la barra, los lavabos y los sofás a la pista de baile.
- ¡Me encanta esta canción! -gritó Emma entusiasmada.
- ¡A mí también! -grité en respuesta-. ¡A mí también!
Para cuando acabó la canción, la camisa, empapada de sudor, se me pegaba a las axilas y a la espalda. Emma me arrastró con determinación hacia un sofá vacío al borde de la pista y se sentó tan cerca de mí como le fue posible sin ponerse en mi regazo.
- Hace calor, ¿verdad? -dijo febril. Se sacó la peluca afro y se arregló el pelo corto y castaño-. ¡Apuesto a que de verdad creías que tenía el pelo azul! -Una amplia sonrisa le iluminó su cara de elfo-. ¿Y qué clase de nombre es Duffy?
- Duffy es mi apellido -admití tímidamente-. Mi nombre es Ben, pero no me gusta. Suena a nombre de Yorkshire Terrier.
Por el rabillo del ojo vi a Dan pasando discretamente a nuestro lado. El verlo me devolvió el sentido común. Esto no estaba bien. Estar sentado ahí con una chica desconocida y un poco loca que no era Mel. Había llegado el momento de admitir que yo no era ningún supersemental de la seducción.
- Oye -le expliqué-, mis amigos y yo tendremos que marcharnos pronto.
- ¿A algún sitio interesante?
Meneé vigorosamente la cabeza.
- A casa. -Ella levantó las cejas muy sugerentemente-. Trabajo mañana por la mañana, ¿sabes? -añadí rápidamente, y entonces por alguna razón que se me escapa comencé a hacer como si cavara.
- ¿Así que eres un obrero?
- Sí, entre otras cosas.
- ¿Qué clase de obras haces?
- Oh, ya sabes… moviendo cosas pesadas de aquí para allá. El trabajo de un obrero consiste básicamente en mover cosas pesadas.
Se lamió los labios provocadoramente y me apretó el brazo derecho.
- Hummm. De ahí deben venirte estos maravillosos músculos.
Dándome cuenta de que ahora estaba donde cubría y sin saber nadar, intenté escapar antes de ahogarme. Pero ella me tenía firmemente cogido por el brazo y usaba todo su peso para mantenerme anclado en el sofá.
- Aún no he terminado contigo -dijo, ladina-. Y no te vas a ninguna parte hasta que haya acabado.
«No puede ser que las cosas hayan cambiado tanto desde que salí por última vez a ligar -me dije a mí mismo-. Seguro que yo era el cazador y ella la presa.»
En un intento de recuperar la calma, consideré mis opciones:
a) Podía intentar escaparme de sus avances (y sin duda arrepentirme al día siguiente);
b) Podía sucumbir a sus avances (y sin duda arrepentirme al día siguiente);
c) Podía intentar aplazar sus avances (y decidir qué hacer al día siguiente).
Tenía que ser la «c».
- De verdad que me tengo que ir -dije con firmeza-, pero ¿te apetecería que quedáramos la semana que viene para tomar algo?
- Sí, fantástico -dijo, asintiendo entusiasta-. ¿Por dónde vives?
- Muswell Hill -contesté. No podía creerlo. ¡Mi primera cita de verdad en cuatro años y sin ni siquiera intentarlo! Después de todo quizá sí que era un supersemental de la seducción- ¿Y tú?
- Hornsey -contestó, acariciando juguetonamente el pelo de su peluca afro-. ¿Conoces el Kingfisher en Crouch End? Se está bastante bien allí.
- No lo conozco, pero puedo encontrarlo. Suena genial. ¿Qué tal este martes?
- No puedo-dijo, negando con la cabeza.
- ¿El miércoles? Meneó la cabeza otra vez.
- Y antes de que lo digas, tampoco puedo el jueves.
- ¿Ocupada con los exámenes de la universidad? -le pregunté, esperando que no hubiera cambiado de opinión sobre mí.
- No exactamente -dijo evasivamente-. Solo es que mis padres se volverán locos si vuelvo a salir en días de escuela.
Si la tierra se hubiera abierto en ese mismo momento y me hubiera tragado por completo nada me habría hecho más feliz. Había dado una oportunidad a esto de la vida, pero esta vez el destino había ido demasiado lejos; ahora me veía reducido a hablar con una chica para la que las noches de los setenta no eran solo una velada de diversión kitsch, sino una clase de historia antigua.
- Creo que… que… -no conseguí acabar la frase porque una súbita conmoción que se extendía por la pista de baile atrajo nuestra atención.
Nos levantamos para ver mejor y lo que vimos fue a Dan y a Greg forcejeando en el suelo. Aproveché la oportunidad para alejarme de Emma y acercarme a Charlie, que estaba de pie, pinta de cerveza en mano, contemplando los acontecimientos que se desarrollaban ante él.
- Yo ya sabía que esta noche acabaría mal -dijo Charlie, apuntando a Dan y Greg.
- ¿Qué ha pasado? -le pregunté. Charlie le dio un largo y lento sorbo a su cerveza. -Greg se estaba dando el lote con aquella chica con la que bailaba, Dan perdió los estribos y ahí tienes cómo han acabado -señaló a nuestros dos amigos en el suelo-. Como te decía, sabía que tenía que haberme quedado en casa.
Los porteros de la discoteca, ansiosos por justificar su sueldo, llegaron en unos segundos y echaron a la calle a Greg y a Dan con el mínimo escándalo. Charlie y yo les seguimos y mientras les echaban a la fuerza del local, recogimos los tíquets del guardarropa y se los dimos a la mujer detrás del mostrador. Mientras me volvía para irme con el abrigo de Greg en la mano fui detenido en seco.
- ¿Ibas a irte sin decir adiós? -dijo una voz tras de mí.
Me di la vuelta. Era Emma. Con los brillantes fluorescentes del recibidor era obviamente mucho más joven de lo que me había parecido al principio, pero no por eso estaba menos bonita. De hecho, era exactamente el tipo de chica por la que hubiera dado la vida cuando tenía diecisiete años. Y aquí estaba yo, once años más tarde, dándole calabazas. Desde luego, si te detienes y contemplas las cosas con perspectiva, todo se reduce a un problema de mala sincronización.
- Perdóna -me disculpé-. Ya ves, mis amigos se han metido en un lío. Tengo que irme.
- Supongo que lo de salir la semana que viene también se va -dijo serenamente.
- Sí, supongo que sí -asentí.
- Es porque tengo dieciséis años, ¿verdad?
- Sí, supongo que eso ha tenido algo que ver -asentí de nuevo.
Me puso bien el cuello de la chaqueta y me besó suavemente en la mejilla.
- Bueno, entonces será mejor que vayas tirando.
- Sí -dije, mientras el rastro de su beso se evaporaba lentamente-. Supongo que sí.
Para cuando llegué fuera, Charlie y Dan habían desaparecido y Greg intentaba, sin demasiado éxito, parar un taxi.
- A los taxistas no les gustan demasiado los clientes con sangre en la camisa -dije, dándole mi abrigo.
- Gracias -dijo, arrancándome el abrigo de las manos-. Si estás buscando a tus amigos, ya se han ido.
- Pero ¿qué es lo que os ha pasado? -le pregunté, mirándole la nariz llena de sangre.
- ¿No sería mejor que se lo preguntaras a tu amigo Dan? -rebuscó en sus bolsillos-. Yo iba a mi rollo cuando de repente se me echó encima y comenzó a soltar tonterías sobre que no debía serle infiel a Anne, como si fuera asunto suyo. -Finalmente encontró lo que estaba buscando. Sacó el encendedor y prendió un cigarrillo-. Y entonces todo se disparó. Está como una cabra.
Dan había actuado mal atacando a Greg de esa forma, pero sí que tenía un punto de razón. Yo estaba cansado de seguirle la corriente a Greg y de soportar su forma de ser pasada de moda. Pero no iba a darle un discurso sobre lo estúpido que era: simplemente dejaría de verle. Le alargué la mano.
- Oye, siento lo que ha pasado, ¿vale? Venga esa mano.
Greg me ignoró, tiró su cigarrillo al suelo y se subió a un Datsun color cereza, que obviamente no era un minitaxi sino algún tipo que se sacaba un dinero extra.
Solo y aterido de frío, pensé en qué hacer a continuación. No me apetecía mucho ir a casa, pues aunque el aire frío le había quitado punta al alcohol aún estaba un poco alegre. Lo había conseguido, volvía a tener diecisiete años y me pasaba la noche persiguiendo chicas y metiéndome en peleas. Y me sentía tan bien que no quería volver a ser el aburrido y soltero señor de veintiocho.
Desesperado por hacer que la noche continuara un poco más, decidí a dejarme caer por el Comedy Cellar, un pequeño club en Long Acre en el que Dan y yo habíamos actuado alguna vez. Conocía bien a los porteros y seguro que dentro encontraba a alguien con quien pasar el rato.
Sin pensarlo más, comencé a caminar rápidamente entre los grupos de personas que abarrotaban Leicester Square y estaba a punto de cruzar Charing Cross Road cuando mis ojos se clavaron en un hombre y una mujer que, cogidos de la mano, esperaban para cruzar al otro lado.
Miré a la mujer y me invadió el pánico.
La mujer me devolvió la mirada, también presa del pánico.
El hombre miró a la mujer y luego me miró a mí y también le entró el pánico.
Yo miré al hombre y a la mujer a la vez y les devolví sus miradas de pánico multiplicadas por diez.
¿Cuántas posibilidades había de que esto pasase? Una entre un millón. «Si al menos -pensé- este tipo de suerte pudiera ser utilizada por las fuerzas del bien en lugar de por el mal.»
- Duffy -dijo Mel, obviamente descentrada, al detenerse frente a mí.
- Mel -dije yo, trastornado.
- ¿Vienes de una actuación?
- No -contesté inseguro-. ¿Dónde habéis estado?
- Cenando.
- ¿En algún sitio bonito?
- El The Ivy -murmuró tan bajito que hasta un sordo leyéndole los labios hubiera tenido dificultades para entenderla.
- Oh -dije yo. Era el restaurante al que Mel siempre había querido ir. Yo le había prometido que lo primero que haríamos cuando mi carrera como cómico despegase sería ir allí a celebrarlo.
- ¿Y dónde has estado tú? -preguntó, jugueteando nerviosamente con un botón de su abrigo.
Intenté improvisar algo sofisticado e inteligente, pero no pude.
- En la noche de los años setenta de una discoteca -admití. No pude evitar comparar las dos veladas. Mel se había pasado la noche en uno de los restaurantes más elegantes de Londres, mientras que yo había estado con mis amigos en una discoteca cutre. Ya había conseguido lo que quería: tenía diecisiete años otra vez. Era inmaduro, pobre y no tenía novia.
- ¿Qué tal ha sido? -Mel casi no podía esconder la sonrisa.
- Ha estado bien -dije, y me encogí de hombros.
- ¿Dónde está Dan?
- Ha tenido que irse pronto a casa -expliqué.
Como si acabaran de ponerlo en marcha, el acompañante de Mel, que yo esperaba que no fuera más que un producto de mi imaginación, se decidió finalmente a hablar.
- Hola, soy Rob -dijo, y me ofreció su mano. Era alto y guapo, del tipo que asocias con los catálogos de ropa interior masculina, y su voz era grave y transmitía autoridad, como la de un presentador de noticias. Le di la mano.
- Lo siento, soy una maleducada -dijo Mel, haciéndose con el control de la situación-. No os he presentado. Duffy, te presento a Rob. -Señaló vagamente al pecho de él, que parecía estar a punto de desbordar la chaqueta azul marino de su traje-. Rob, te presento a Duffy. -Señaló (espero que no intencionadamente) hacia mi estómago, que también parecía estar a punto de desbordar mi camiseta.
- Encantado de conocerte, Rob -dije yo, inclinando la cabeza.
- Lo mismo digo -dijo él, inclinando la cabeza también.
Mel se había quedado mirando mi camiseta.
- Tienes sangre ahí.
- No es mía, es de Greg -expliqué, y enseguida añadí-: Es una historia demasiado larga para aburriros con ella ahora. -Miré el reloj como si tuviera que ir a alguna parte-. Será mejor que me vaya. No quiero llegar tarde. -Hice una pausa, pues no estaba seguro de qué hacer a continuación-. Me alegro de haberte visto otra vez, Mel. -Le di la mano con tal entusiasmo que me miró como si me hubiera vuelto loco. Me despedí con la cabeza de Rob1-. Ha sido un placer conocerte, Rob.
- Pues adiós, entonces -dijo Mel, añadiendo una tenue sonrisa triste al final de la frase.
- Ya nos veremos -dijo Rob, revelando con el tono de su voz la intensa satisfacción que decía: «Antes de conocerte tú tenías poder sobre mí, pero ahora veo que no tengo nada que temer de ti porque no eres nadie».
- Eso espero -contesté, revelando con el tono de voz el tipo de angustia que decía: «Conduces un gran coche, llevas ropas caras y das la mano con energía. Tienes razón: no soy nadie».
