14

La velada siguiente los Borden fueron a hacer compañía a Russ. Habían traído con ellos a Peter y, ahora, éste yacía de espaldas, con su juguete de celoteno de brillantes colores que colgaba de una cuerda justo encima de él. Cada diez segundos, según estaba programada con toda precisión, su manita se levantaría y golpearía el ligero juguete que se balancearía entonces violentamente de un lado para otro siempre colgando de su cuerda. Entonces el crío gorjearía de placer. La mano caería inerte a su costado, esperaría así hasta que hubiesen pasado otros diez segundos, y se elevaría de nuevo. Y de nuevo se produciría el golpe y el gorjeo de placer.

Russ preparó una bebida para Edna, que estaba examinando el árbol de Navidad con interés. Palpó el árbol y olió las ramas.

— Bonito momento para que Carole te hiciera esto. Quiero decir, justo en medio de las fiestas navideñas. Es realmente estupendo — agregó, como si nada— . ¿Dónde lo comprasteis?

— Oh — dijo Russ serenamente— , en uno de los MetroMarkets.

— Estupendo. Hacen copias espléndidas hoy en día — Edna sorbió su bebida y volvió sus ojos verdes hacia Russ.

— ¿Qué sensación da ser soltero?

Russ se encogió de hombros:

— No he tenido el tiempo suficiente para averiguarlo.

— ¿Crees que volverá a ti arrastrándose?

— No sé — dijo él— , tiene mucho orgullo.

— ¿Quieres que vuelva?

Él vio el peligro en su sonrisa y dijo con cuidado:

— No sé. Hacía mucho tiempo que éramos cónyuges. Podré decírtelo mejor dentro de unas semanas.

— Sí — dijo George— . Tiene razón. Dale al chico tiempo para que se ajuste, Edna. Sólo hace un día que es soltero — sonrió y vació su vaso— . Pero no lo será durante mucho tiempo. Personalmente, creo que Carole estaba medio chiflada. Quiero decir al dejar todo esto.

— Yo siempre dije que no podría adaptarse a la realidad — dijo Edna; miró a George en busca de confirmación— . ¿No he dicho siempre eso, cariño? — Edna se acercó al «parque» de su bebé— . Creo que deberíamos acostar al pequeño, George.

Le entregó el niño y George, observando su mirada, recibió el mensaje.

— Ah, sí.

Russ recibió el mensaje y dijo rápidamente:

— Si no te importa, Edna estoy un poco cansado esta noche.

— Cariño dijo ella sonriendo— , estoy especializada en solteros cansados; de veras, no es ningún problema.

Lo rodeó con los brazos y besó fuertemente, apretando su cuerpo contra el de él. George plegó como era debido el «parque» del bebé y se fue, llevándose a Peter con él. Se había dado cuenta de que Edna deseaba acostarse con Russ; había observado su impaciencia ya durante la cena, y a él le daba igual. Acostaría a Peter, pero por nada del mundo pasaría la noche haciendo de niñera. Tenía sus propios planes. Había una casa de orgías en el Paseo Once en la que había estado una vez con Edna y lo habían pasado bien. Siempre había muchas parejas y cónyuges allí, y tenían incluso pequeños compartimentos privados, cada uno de ellos con su pequeña pantalla mural y amplio suministro de cintas de desnudos para estimular a la gente. Sabía que Edna pasaría la noche con Russ y, si el crío se mojaba los pañales, bueno, así se quedaría. Que gritase hasta reventar, por una vez.

Cuando George cerró la puerta de golpe, Edna atrajo a Russ al sofá, con la boca todavía sobre la de él, y sus dedos manoseando el cinturón de su mono y luego haciendo que se soltase la parte inferior. No sólo podía ver, sino que podía sentir que su respuesta era fría. Y ella se puso de mal humor.

— ¿Qué pasa?

— Sólo que no estoy en forma, supongo.

— Eso he notado… últimamente.

— ¿De veras?

Ella le dio masajes con los dedos y habló con voz sedosa.

— ¿Sabes una cosa, cariño?

— ¿El qué?

— Me recuerdas a alguien. Se llamaba Ed Maynard. Vivía en esta casa antes de que George lo hiciera trasladar a la ciudad — sonrió— . Qué pena que él y George no se llevaran bien.

Russ atrapó la indirecta y cooperó. Y, un momento después, ella exclamó:

— Aaaah. Eso está mejor, cariño. Mucho mejor.

En las semanas siguientes, el refugio atómico fue convertido en un pequeño pero cómodo dormitorio. Russ se las arregló incluso para llevar a él una extensión para una pequeña pantalla mural, a fin de que Carole pudiera tener algún contacto con el mundo exterior. Cada día ella efectuaba los ejercicios prenatales necesarios para el parto natural. Practicaba la respiración profunda que utilizaría cuando llegase el momento, ejercitaba los músculos de la espalda y el abdomen y, en particular, se concentraba en los ejercicios de extensión de la pelvis. No estaría presente ningún doctor cuando llegara el bebé, no habría ninguna anestesia, ningún medicamento. Sólo estarían Russ y ella.

Al pasar el tiempo e irse hinchando su abdomen, no sentía ningún miedo. Sólo tranquilidad y una alegría serena. Pero su solitario confinamiento empezó a afectarla en otro sentido, y éste concernía a Russ. Durante el día éste estaba ocupado en el museo. Ella había esperado que lo vería por la noche. Pero esto raras veces sucedía. Edna Borden se apropiaba casi cada noche de Russ, sin hacer caso de su propio cónyuge. No es que a George Borden le importase. Él siempre encontraba algo que hacer en otra parte. La furia de Carole comenzó a aumentar, irritada por su soledad. Primero la dirigió contra Edna, quien al parecer nunca se cansaba del cuerpo de Russ. Y luego dirigió su ira contra su propio cónyuge. Empezó a escuchar furtivamente lo que hacían en el piso de arriba. Abría un poco la puerta del refugio para oírlos en su juego amoroso. Y, finalmente, una de las raras noches en que Russ estuvo libre de Edna, éste bajó al refugio y ella dijo:

— Qué amable de tu parte que me visites, Russ.

— Lo siento.

— Es igual. Lo comprendo.

— No creo que lo comprendas.

— Te digo que sí lo comprendo.

— Entonces ¿por qué esa cara? ¿Y todo ese sarcasmo?

— No tiene por qué gustarme, ¿verdad?

— ¿Crees que me gusta a mí?

— Estoy segura de que sí.

— Eso es interesante — la estudió con calma— . ¿Cómo lo sabes?

— Porque os he escuchado a los dos por la puerta.

— Vaya. Tenemos una fisgona en la familia.

— Y, si no te gusta hacer el amor con Edna, es que eres el mejor actor del mundo.

— Mira — dijo él, abatido— . Sólo intento seguir un juego. Hacer una comedia, de acuerdo con un plan. ¿Crees — agregó, con un tono de ira en su voz—  que es fácil acostarse con esa mujer todas las noches?

— Eso es lo que quiero decir — dijo Carole— . Todas las noches. Hay maneras de decir «no» de vez en cuando. Sólo intento decir…

— Ya sé lo que intentas decir. Pero esto ha sido idea tuya. ¿No? Tener contenta a Edna. Muy bien, pues eso es lo que estoy intentando hacer — ahora estaba realmente enfadado— . Te diré una cosa. Me alegraría mucho dimitir de mi papel de estación de servicio nocturna para nuestra ninfomaníaca del barrio. No tienes más que decírmelo y lo olvidaremos todo. Todavía puedes dirigirte al LabAbort. Decirles que no te habías dado cuenta de que habías llegado tan lejos…

— No.

— Entonces no hagas que lo pase mal por lo de Edna. Sólo estoy haciendo lo que tengo que hacer. Si crees que sólo estoy abandonándome y pasándolo bien, muy bien. Piensa lo que quieras. No creo que importe ya.

Carole vio lo enfadado que estaba y, de repente, se mostró contrita y un poco asustada, y dijo:

— Russ, perdona. No hablaba en serio. No hablaba en serio. Pero es que estar aquí abajo sola todas las noches…

La cara de Russ se suavizó y la tomó en sus brazos, sintiendo el cuerpo de ella temblar violentamente contra el suyo.

— Claro — dijo él— . Claro. Olvídalo. Lo comprendo.

Era Pascua y el Bocazas, como una diminuta partícula negra, pendía sobre la cara roja del sol naciente. La miríada de luces que tachonaba su superficie como una galaxia empezó a titilar y luego a iluminar, sincronizándose mientras la esfera se calentaba para el acostumbrado servicio de alba de Pascua. Entonces empezó:

«… Y llegaron al Sepulcro, llevando las especias que habían preparado y otras varias. Y encontraron que la piedra había sido movida del Sepulcro… Y entraron y no hallaron el cuerpo del Señor…»

La vasta multitud de abajo, en los paseos e hileras, levantaba la vista el cielo y el sol se reflejaba en sus restos flacos, tiñéndolos con su tinte rojizo. La gente estaba callada. Parecía afectada por alguna emoción profunda y primitiva, como si se aferrasen a un áncora casi olvidada, buscando desesperadamente algo en qué creer.

«… Entonces avistaron a dos hombres que permanecían de pie detrás de ellos con brillantes atuendos. Y los hombres dijeron: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? Él no está aquí. ¡Ha resucitado!”»

La oración terminó y entonces, con metálica exaltación, un coro empezó a cantar el triunfante «Aleluya, aleluya» de Händel.

Los rayos del sol entraban a raudales por la ventana de Edna Borden mientras escuchaba al Bocazas y las notas del coro a través de la ventana entreabierta. Normalmente esperaba con ansiedad la llegada de la Pascua, aunque sólo fuese porque generalmente había una asignación extra de calorías para celebrar la fiesta. Pero, aunque había tomado dos tranquitabs, no había podido dormir. Aquella noche había estado al borde de otro ataque y luchó para evitarlo. George estaba de espaldas a su lado, roncando suavemente, y, en su cuarto, Peter estaba despierto y malhumorado.

Se levantó y entró en el cuarto del niño. Peter yacía de espaldas en la cuna, con la cara enrojecida, alzando los brazos hacia ella y lloriqueando. Ella se quedó allí mirándolo un momento. En aquel instante no sentía nada. No sentía ningún impulso de levantarlo y mimarlo. Su lloriqueo la irritaba y decidió que tal vez un baño caliente lo tranquilizaría, aunque éste estaba normalmente señalado para una hora más tardía.

Desnudó al bebé, dejó correr el agua, probó la temperatura con el codo y empezó a bañarlo. De repente, una náusea le trabó la garganta y se sintió muy mal. De repente la carne del niño que tocaba con los dedos perdió su vida, se hizo fría y artificial, los ojos azules se volvieron mortecinos y el gorgojeo del bebé obsceno. Ni siquiera se preocupó de secar al niño, sino que lo echó sobre el sofá donde el crío profirió un grito de ahogo y entonces se quedó inerte.

Después, temblando en medio de su histeria, fue corriendo al tablero de la pared y marcó un número. Se hundió en un sofá temblando, esperando a que la pantalla mural se encendiese. Finalmente, ésta vino a la vida, iluminando toda la estancia. Una mujer de mediana edad de rostro severo y gruesas gafas estaba sentada en un taburete alto mirando directamente a Edna. Alrededor y a través de ella palpitaba una serie de dibujos cromáticos, revueltos, acompañados por ondas de sonidos hipnóticas y electrónicas impulsadas y formadas por un psiconeuroter oculto. Edna estaba sentada en el sofá sudando, despeinada y mirando fijamente aquel despliegue de formas y colores. Poco a poco entró en un estado hipnótico catatónico, mirando fijamente a la mujer de la pantalla con ojos inexpresivos.

— ¿Qué pasa, Edna? — el rostro de la mujer mostró una sonrisa acerada, profesional.

— Peter, doctora. Peter…

— Ya. Otra recaída. ¿Por qué, Edna?

— Es un muñeco… Sólo es un muñeco… Es falso. Es de plástico… de hilos y ruedecillas… No me quiere… ni me ve… Es falso.

— Llama a Peter — dijo la mujer— . Llama a Peter, Edna. Llama a Peter. Te necesita, Edna. Te quiere. Llámalo. Sin ti morirá.

— … Sólo un muñeco — Edna repetía monótonamente— . No me necesita. No me conoce. No me ve. Plástico.

Su psicopersuasora habló suavemente pero con mayor insistencia:

— Te necesita, Edna. Peter te necesita. Sin ti morirá. Morirá, morirá, morirá.

Edna titubeó al empezar a penetrar las palabras de la doctora. Sus ojos se dirigieron rápidamente hacia el niño. La voz procedente de la pantalla era ahora un batir persistente.

— Ve a él, Edna. Te necesita. Ve a él — lentamente mientras la repetida arenga continuaba, la cordura volvió a la cara de Edna Borden— . Ve a él, Edna. Te necesita. Ve a él, Edna. Te necesita.

Edna se vio abrumada por el arrepentimiento, la culpa. Se volvió hacia su hijo y, con una voz débil, incierta, como pidiendo perdón, dijo:

— ¿Peter…?

El bebé, perfectamente programado abrió los ojos y sonrió.

— ¡Ma-má! ¡Ma-má!

Edna estaba contrita y a punto de llorar. Fue corriendo hacia el sofá y cogió al bebé, abrazándolo y gritando:

— ¡Peter, Peter, Peter! Oh, hijo mío, ¿qué te he hecho?

La mujer de la pantalla observó la escena durante un momento, sonriendo con benevolencia. Entonces dijo:

— Muy bien, Edna. Muy bien.