31
Lunes, 26 de junio de 1995
El comisario Herrera era uno de esos tipos que combinan a la perfección la intuición y el método. Su cabeza era un disco duro donde guardaba los detalles más insignificantes de todas sus investigaciones. La lectura del periódico y su conversación con Juan le dejó un mal sabor de boca, pero no estaba dispuesto a renunciar a todo aquello por lo que había luchado tantos años. Herrera era conocido entre sus colaboradores como El Cabezón porque su grado de testarudez era tal que muchos de los éxitos policiales de la Comisaría General de Policía Judicial se debían a su constancia innata. Sabía que Arturo le había propinado un crochet de derecha en el mentón pero, como esos boxeadores fajadores, se atrincheró en una esquina del cuadrilátero para tomar aire. Llevaba días con una idea fija que le rondaba la cabeza: tenía una pieza del caso Stefano de gran valor pero no sabía dónde encajarla. Había leído antes el nombre «Littoris», la sociedad pantalla que figuraba en la placa del apartamento del italiano, pero no lograba ubicarlo. A Herrera sólo le faltaba sacar la punta de la lengua, como cuando era niño, y decir a sus compañeros: «Mirad, mirad, lo tengo en la punta de la lengua». Pero ya no tenía edad para esas naderías. El comisario dio un brinco en su sillón, asió con fuerza el teléfono y marcó la extensión de El Peque:
—Peque, tráeme el expediente de Stefano y la relación de sociedades de la investigación de Hielo Verde por blanqueo.
En cinco minutos tenía sobre su mesa dos gruesas carpetas de rugosa cartulina de color azul. En la del informe sobre Stefano figuraban los pocos datos que sus colaboradores habían obtenido de Littoris. Era una sociedad instrumental, establecida en un paraíso fiscal del Caribe, propietaria del apartamento, a través de la cual el administrador de fincas recibía todos los meses una cantidad, vía banco UBS de Ginebra, para sufragar los gastos de la comunidad, luz y teléfono. Los agentes habían recabado pocos datos más.
Herrera abrió la carpeta con la relación de las sociedades aparecidas en la operación Hielo Verde y comenzó el chequeo.
—Littoris, Littoris…
De repente, sus pupilas comenzaron a brillar y su mirada se detuvo en unas letras que lucían como los neones de los casinos de Las Vegas: «Littoris Investment».
—¡Bingo!
Herrera pegó un salto de satisfacción y volvió a teclear el número de su colaborador desde su teléfono góndola. Una vez más se preguntó por qué llamaban así a tan incómodo y horrible teléfono, porque aquello nada tenía que ver con la ciudad de los canales ni se parecía a una de esas barcazas turísticas.
—Peque, acércame la carpeta de Hielo Verde sobre la sociedad Littoris y todos los datos que hayáis reunido acerca de ella. Los necesito ya.
Herrera, por un momento, había dejado en un segundo plano el disgusto de la hora del desayuno, cuando había leído la noticia de la muerte de Stefano en el periódico. Se sentía eufórico porque, al fin, iba a colocar aquella pieza en el puzzle. Abrió la carpeta y tras una rápida lectura encontró lo que buscaba.
«Littoris Investment. Domicilio social: número 4 de Saint Paul, Charlestown, isla Nieves (Nevis, en inglés). Bufete de abogados Single and Single. Sociedad off shore con un capital de 6.000 dólares. Trabaja a través del banco Caribean Bank, filial del UBS de Ginebra, donde dispone de la cuenta (SM201175). A este número de cuenta en Suiza le fue transferido, el 13 de junio, un millón de dólares desde otra cuenta del Banco Ibérico de Madrid. Pertenece a la sociedad Sextante, constituida el 25 de junio de 1983. Está domiciliada en Madrid en el número 21 de la calle Pez Volador. Su administrador único se llama Jacinto Solana Esclapé».
Volvió a leer la nota informativa elaborada por sus colaboradores y empezó a resolver un jeroglífico como el de los diarios. Anotó en un folio «¿SM201175?… ¿SM?». Separó la «S» de la «M» y escribió: «Stefano Massera».
Se volvió hacia su colaborador, que seguía expectante la lectura del jefe.
—Hijo de puta. Pagó un millón de dólares a Stefano para que hiciera el trabajo sucio y luego lo ha eliminado.
Anotó los números en la hoja y los separó de dos en dos. Así resolvió el sudoku: 20-11-75. Le mostró la hoja con los números a El Peque como si hubiera descubierto la respuesta a un gran arcano.
—¿Te das cuenta? Son fascistas hasta para esto. Han utilizado como número de cuenta la fecha de la muerte de Franco: 20 de noviembre de 1975. No ofrece dudas: es la cuenta de Stefano. Ahora tendremos que descubrir qué se esconde tras Sextante.
El comisario siguió tirando del hilo del ovillo. Le pidió a su subordinado que le facilitara la documentación del registro mercantil de esa sociedad, pero los agentes no habían tenido tiempo para completar un seguimiento exhaustivo de sus titulares. Sólo se habían ocupado de las sociedades instrumentales que figuraban en el entorno de Hielo Verde. Sextante había aparecido como otros cientos de sociedades en la relación de operaciones que les había facilitado la Agencia Tributaria. Herrera ordenó que un par de agentes acudieran al domicilio de la sociedad y que, paralelamente, otro equipo recopilara todos los datos sobre el tal Solana Esclapé. Herrera hizo un comentario:
—Me juego una comida a que se trata de un abogado ultra.
El comisario se equivocó.
Aquella apariencia de normalidad era poco habitual tratándose de una operación de los servicios secretos. Pronto surgieron los problemas y, por consiguiente, el desánimo de Herrera.
Los agentes policiales no tuvieron tiempo de redactar un informe pero sí le informaron verbalmente sobre el resultado de sus pesquisas. El número 21 de la calle Pez Volador no existía. Los impares acababan en el 19. Y, si existiera, correspondería a una de las esquinas del parque de Roma. Por tanto, la sociedad Sextante carecía de oficinas. Primer tropiezo: se gestionaba desde la clandestinidad.
Como una mala noticia siempre viene acompañada de otra peor, el comisario de Documentación le informó telefónicamente de que el supuesto Solana Esclapé era un español que había fallecido en 1978, cinco años antes de que se constituyera la sociedad Sextante. De ahí que resultara imposible que en algún momento hubiera ocupado el cargo de administrador único.
A pesar de la falta de pistas, todo cuadraba. El CESID había imitado el método de los delincuentes para obtener documentación falsa. Se daban una vuelta por el cementerio y elegían el nombre de un muerto cuya edad se aproximara a la persona que iba a usurpar su identidad. Los servicios secretos jugaban con ventaja, porque no necesitaban robar o falsificar las cartulinas de los DNI. El Ministerio del Interior se las facilitaba en blanco para que pudieran elaborar sus propios documentos de identidad y pasaportes. Pero, por esa vía, Herrera jamás podría llegar hasta los agentes que habían montado toda la tramoya de Sextante. En la policía figuraban los números de las cartulinas de los DNI cedidos a los espías, pero nada más. Y ese número no se inscribía en ningún documento público, sólo el del documento de identidad. Con el tiempo que había transcurrido, ningún notario ni registrador mercantil retendría datos sobre el aspecto físico de un ciudadano llamado Solana Esclapé. Sólo una carambola de esas que surgen una vez cada mil podría allanarle el camino de las pesquisas: que la Agencia Tributaria o cualquier otro organismo público conservara en sus archivos una fotocopia del DNI del espía usurpador. Herrera dio prioridad absoluta al caso y puso a todos sus hombres tras la pista.
—Quiero que busquéis hasta la carpeta más recóndita sobre esta sociedad entre los notarios, registradores, Hacienda, entidades bancarias… Hay que conseguir todas las transferencias bancarias de la sociedad a otras del extranjero. Nos encontraremos con instrumentales a nombre de abogados de paraísos fiscales, pero por ahí se empieza. Sé que va a ser difícil, pero no podéis ni imaginar cómo la gente baja la guardia cuando está convencida de que actúa con total impunidad. La prepotencia y la desidia son los peores enemigos de los Cecilios. La gente se relaja y, aun siendo espía, es capaz de dejar que le saquen una fotocopia del DNI. Quiero algo encima de mi mesa en veinticuatro horas.
Herrera se sentía inspirado esa mañana. Ante la adversidad, los buenos policías siempre acudían a su sexto sentido. La intuición lo llevó a recordar que Juan tenía en su poder las microfichas con cuatrocientos documentos secretos del CESID. Él no había tenido la oportunidad de repasarlas todas, pero si Pellón pretendía vengarse de sus asesinos, habría seleccionado las microfichas que más daño infligieran al Club Mengele. Había que inspeccionarlas con lupa para comprobar si mencionaban a la sociedad Sextante. Si la instrumental se había constituido a principios de los ochenta, sin duda alguna su finalidad sería la de dar cobertura a las acciones de la guerra sucia. Herrera no se demoró. Levantó el teléfono y llamó a la línea directa de Juan en la redacción de El Universal.
—Premio Pulitzer, ¿cómo lo llevas? —Dándole vueltas al coco para ver cómo resuelvo la primera entrega de mañana. Me ha dicho Campaña que a por todas. Está cabreadísimo por la filtración del gobierno a la competencia. Además, éste cuando muerde no suelta la yugular de la presa. Le he comentado que detrás de toda esta movida está el número dos del CESID, y ha puesto a trabajar a todas sus fuentes para que elaboren un amplio perfil.
—Juan, ahora son las doce. ¿Podríamos vernos en media hora? Sé que no te sobra el tiempo, pero tengo encima de mi mesa el titular del reportaje de mañana. Vas a dejar con el culo al aire a la competencia. Eso sí, tienes que traerte los papeles de la caja. Ya sabes a los que me refiero. ¿Los has revisado todos?
—No me ha dado tiempo. Los dejaba para el final.
—Pues creo que van a ser para el principio. Te espero en mi despacho. Te recogerán en el bar de siempre.
El reportero no tuvo tiempo para levantarse de su silla. Volvió a sonar el teléfono de su mesa.
—Apartado 3.
Y el interlocutor colgó.
El Ronco reaparecía después de varios días de silencio. Juan se alegró, pero cuando sacó la nota de la cartera y leyó el texto correspondiente al número 3, exclamó:
—Esto se complica. ¡Tendré que alargar los días!
Y no le faltaba razón. Se le amontonaba el trabajo. En una investigación periodística, la recta final siempre se convertía en un cuello de botella. Al profesional no le sobraba tiempo para cubrir todos los frentes, y Juan trabajaba solo, algo poco recomendable en ese tipo de trabajo.
El contenido de la nota de las instrucciones de El Ronco no era para menos.
«Punto 3. Hotel a convenir. Un día después de mi llamada. Deberás estar en la habitación a las once de la mañana. La reservarás media hora antes a nombre de Juan Carlos Rey. Te llamaré a las diez a la centralita del hotel Wellington. En ese momento te diré el nombre del hotel. Tienes tiempo de sobra. Dejarás la puerta de la habitación abierta y me esperarás en el dormitorio, con la puerta que da al pasillo del cuarto de baño cerrada».
Todo demasiado rocambolesco en unos días en los que el periodista iba a estar desbordado a consecuencia de su primer reportaje.
—Sólo falta que mañana me cite el juez Camacho —reflexionó en voz alta el reportero.
Antes de abandonar el edificio del diario, a Juan le dio tiempo para hablar unos minutos con Campaña y adelantarle que podía tener alguna información sobre las relaciones de Stefano con los servicios secretos. Acordaron que, dependiendo de la magnitud de esos nuevos datos, ocuparían la primera página del diario. A Juan le desbordó su estado de euforia.
—Creo que vamos a poder ilustrar las revelaciones con documentación del CESID.
El periodista seguía sin confesarle a su jefe que guardaba en el cajón de su mesa cuatrocientos folios con dinamita informativa. Aunque, a decir verdad, desconocía su contenido. Herrera iba a darle la oportunidad de descubrir que aquel dossier era un diamante en bruto. Sólo necesitaba pasarlo por el tamiz del análisis y cruzarlo con otras informaciones. La primera se refería a la sociedad Sextante.
A la hora convenida, el periodista ya estaba sentado cara a cara con su amigo en el despacho de la Policía Judicial. Sacó de una mochila —Juan era de los que se resistían a utilizar maletín— el paquete con los documentos del CESID y los depositó encima de la mesa. Herrera lo dividió en dos y se dirigió al reportero:
—Tú revisa esa mitad que yo me encargaré de la otra. Tienes que buscar algo relacionado con una sociedad denominada Sextante. A ver si tenemos suerte y hallamos la orden de constitución. El CESID funciona como los militares. Son tan burócratas que lo ponen todo por escrito. Así les va.
Se pusieron manos a la obra a un ritmo frenético. Con leer el encabezamiento de cada documento les bastaba. El grito de ¡eureka! llegó en unos minutos. La sorpresa les aguardaba en el lote del comisario.
—Aquí tengo algo. La microficha 23: «Vecino-Verde-Violencia».
Juan se levantó de la silla y se colocó a espaldas del comisario, para seguir leyendo el documento por encima de su hombro. Herrera no hizo caso de la posición de lectura de su amigo y continuó con su relato.
—Se trata de la orden firmada por el director del Centro para la constitución de una sociedad a través de la cual se pueda transferir al extranjero dinero de los fondos reservados sin riesgo a ser descubiertos. Va dirigida al jefe de la Agrupación de Operaciones Especiales y está fechada el 25 de marzo de 1983. En esa época el responsable de la AOE era Arturo y ya se daban los primeros pasos para la creación de los GAL.
Herrera apartó el folio y siguió inspeccionando los siguientes.
—Lo encontré. En este documento (Vecino-Verde-Ginebra) la AOE responde una semana después. Confirma que ha constituido una sociedad que dispone de cuentas secretas en Ginebra y Bayona.
—Enrique, explícame qué significa toda esa terminología de «vecino», «verde», «violencia»…
—Ahora no. No me distraigas. Acabo de encontrar algo mejor. Es una copia de la constitución de la sociedad Sextante. Esta otra corresponde a la fotocopia del DNI del agente que la constituyó y figura en el registro como su administrador único. La identidad pertenece a un ciudadano fallecido. Es lo que quería contarte. El domicilio tampoco existe, corresponde a un parque del barrio La Estrella. Lo que me mosquea es que la persona que hizo esta microficha se preocupó de que la foto del documento apareciera borrosa. No hay manera de identificarla. No me cuadra. En el CESID son chapuzas, pero no para tanto. ¿No será un fallo de tu impresora?
—Para nada. Es una copia de la filmina original que guardo en mi cajón.
—Me da la impresión de que Pellón no quería que descubrieras la identidad de su compañero. Es una putada.
—Enrique, no has contestado a mi pregunta.
—Son claves. Se trata del lenguaje interno de los espías. «Vecino» se refiere al asunto en el que se centra toda la investigación. Aquí se refiere a Francia, nuestro país vecino, donde los terroristas de ETA disfrutaban de su santuario. «Verde» se refiere al dinero, a la manera de poder sacar dinero de España. Y «Violencia» a ETA. En la otra ficha se menciona Ginebra porque es allí donde van a abrir la primera cuenta.
Herrera enmudeció y siguió leyendo los siguientes documentos en busca de nuevas pistas. Y allí estaba. Inmaculada. Una fotocopia limpia y legible. Con varias claves escritas a mano y un sello de «Secreto» en el encabezamiento y otro de «Muy confidencial» a pie de página. Tanto tampón anunciaba algo importante.
—Juan, esto es lo que quería contarte. Esta transferencia de 200.000 dólares va dirigida a una cuenta de una sociedad de Stefano. Fíjate: Littoris. ¿Recuerdas la placa de la oficina de la que te hablé, de donde desapareció Stefano? La fecha, 15 de diciembre de 1983, corresponde a las primeras acciones de los GAL. Y, ahora, la pregunta del millón: ¿qué pintaba Stefano en Madrid hace unos días? Hemos descubierto otro pago de un millón de dólares efectuado hace poco tiempo. Está claro que le pagaron por algo. Seguramente para que se deshiciera de Pellón. Después, lo han ejecutado a él y lo han convertido en el cabeza de turco. Este documento demuestra un nexo reciente entre Stefano, Arturo y el CESID. Todo lo publicado es una patraña, teledirigida desde el Centro.
Herrera le desgranó todos los detalles, desde los inicios de la operación Hielo Verde hasta el descubrimiento de Littoris y Sextante. Juan anotaba atropelladamente todos los datos en una de sus libretas Rhóne —alargada y de color amarillento—, que un amigo le enviaba desde Francia. Más datos y más datos, pero él mentalmente, como los buenos periodistas, ya construía la pirámide invertida de la redacción de su reportaje. Había decidido, desde el primer momento, cuáles iban a ser los titulares y los sumarios de la información. De esa manera, cuando se sentara delante de su ordenador todo fluiría más fácilmente. Sólo le bastaría desarrollar, párrafo a párrafo, el cuerpo de la noticia. Esa técnica periodística también le venía, en parte, impuesta por la mecánica de trabajo del diario. Cuando minutos después se sentara delante de Campaña, la primera pregunta de su director sería: «¿Cuál es el titular? ¿Qué denunciamos?». Después le demandaría los destacados y, por supuesto, le preguntaría cómo afectaría todo aquello al gobierno. La parte final era la que más incomodaba a Juan, pero así era como funcionaba el sistema en todos los medios de comunicación. Cada cual con su propia línea informativa y sus amarres políticos. Desde hacía años, el reportero se había instalado en una cómoda posición: «Cada palo que aguante su vela». Y para nada le importaba el color político del palo. Había alcanzado cierta independencia ante los lectores, porque sus informaciones afectaban de igual manera a populares y socialistas.
—Por cierto, Enrique. Ha vuelto a llamarme El Ronco. Quiere verme mañana a las once en un hotel cuyo nombre me facilitará una hora antes a través de una llamada a la recepción del hotel Wellington.
—Te estás arriesgando demasiado. Puede ser una encerrona. Necesitas protección.
El periodista quiso interrumpirle, pero Herrera no le dejó.
—No me cuentes historias. Bla, bla, bla… Ya conozco ese cuento de la confidencialidad de la fuente. Hay mucho en juego y te enfrentas a gente muy poderosa y armada. ¿No te llama la atención que tu Ronco sea la persona que te puso en la pista de Stefano? Primero el recorte, y después su paradero. Puede estar manipulándote. Aparece y desaparece según le conviene. Esa persona no es una fuente. Es un bicho raro que está jugando contigo. Y en este juego, lo que apuestas es la vida. Necesitas cobertura. Te resistas o no, seguiremos tus pasos. Mañana mi gente y yo estaremos cerca de la habitación de ese hotel, te pongas como te pongas.
—Tal vez cuando lea el periódico no se presente.
—Bueno, tú acude a la cita. Tu Ronco puede ser una buena pista.
Juan se pertrechó en su despacho en el descanso para el almuerzo. A esa hora la redacción estaba vacía, por lo que nadie interrumpiría su tarea. Antes hizo acopio de comida. De la máquina de la primera planta sacó una bolsa de patatas, un bocadillo de chorizo y un trozo de empanada gallega. Para regar el festín aporreó el botón de la cerveza Mahou. Con una lata era suficiente. Pasó por el cuarto de baño y, a falta de servilletas, sacó de la máquina expendedora cuatro toallitas de papel. Colocó todo aquel menú en un extremo de la mesa. En el resto fue depositando ceremonialmente los documentos del CESID sobre Sextante, las notas de las pesquisas de Herrera y una serie de libretas con todo lo recopilado durante su investigación. Tenía que trocear la información para no quemarla de un tirón el primer día. Sólo se ocuparía de Stefano, de su visita a España y de su muerte. El resto lo dejaría para entregas posteriores.
Durante el recorrido en taxi entre Canillas y la redacción, Juan ya había perfilado en un folio los titulares de la información.
Exclusiva
Documentos clasificados de los servicios secretos
EL CESID PAGÓ AL ULTRA STEFANO MASSERA UN MILLÓN DE DÓLARES
- La sociedad Sextante, constituida en 1983 por el Centro, transfirió el dinero a una cuenta numerada del neofascista italiano en Ginebra.
- La sociedad de Massera, constituida en el paraíso fiscal de isla Nieves, se llama Littoris y es propietaria del apartamento donde burló a la policía.
- La Policía Judicial ha detectado el envío de dinero durante la denominada operación Hielo Verde contra el blanqueo de dinero.
- Sextante fue montada por los servicios secretos para facilitar el pago de dinero a los comandos de los GAL.
- Se trata de una instrumental fantasma registrada con documentación falsa. Como administrador único figura el nombre de un español fallecido cinco años antes de su constitución. Su domicilio social está ubicado en un inmueble inexistente de la calle Pez Volador de Madrid.
- El Universal tiene en su poder una serie de documentos secretos del CESID que señalan a Jacinto Milans, secretario general del CESID, entonces jefe de la AOE, como el urdidor de toda la trama.
Juan completó la página antes de que su director regresara del almuerzo. La suerte estaba echada. La maquinaria del diario era imparable. Sólo quedaba comprobar los efectos políticos de la información cuando el periódico apareciera en el quiosco al día siguiente. La dirección de El Universal decidió no imprimir la primera edición del periódico que se distribuía de madrugada en la cadena Vips de Madrid. Prefería el impacto de la mañana para que las tertulias radiofónicas hicieran de amplificador. Después, las repercusiones llegarían a los partidos de la oposición en el Congreso y a la Audiencia Nacional, que tenía abiertos varios sumarios sobre la guerra sucia y el CESID. La estrategia de siempre. Nunca fallaba. A partir de ese momento, el autor de la información dejaba de ser el dueño de la noticia y quedaba a los pies de los caballos. Juan lo sabía y por eso había decidido dosificar inteligentemente los datos que poseía.