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Lunes, 26 de junio de 1995

«El ultraderechista Stefano Massera, uno de los criminales más buscados por la Interpol, falleció anoche en un enfrentamiento armado con agentes de la Guardia Civil. El neofascista italiano, que figuraba en los archivos policiales de todo el mundo bajo el nombre de Chacal, hizo uso de su arma cuando un agente del instituto armado le dio el alto en un control rutinario montado en el kilómetro 48 de la Nacional I. Ninguno de los guardias resultó herido en el tiroteo, que se produjo en la madrugada de ayer a la altura de El Molar.

»El neofascista italiano, dirigente de Avanguardia Nazionale, que participó en los sucesos más turbios de la Transición, como los crímenes de la calle Atocha o Montejurra, permanecía en paradero desconocido desde comienzo de los años ochenta, cuando se fugó de España a América del Sur».

Herrera leía en voz alta el diario de la competencia al mismo tiempo que conversaba por teléfono con Juan. La información, publicada en exclusiva por el que estaba considerado el periódico progubernamental, aparecía sin una firma que identificara a su autor. Era una de esas noticias que un motorista llevaba al director de un medio desde el Ministerio de Defensa o desde La Moncloa.

Al otro lado del hilo telefónico, Juan le confirmaba a su amigo Enrique que la noticia no aparecía en ningún otro medio. Le dio a entender que debía de haberla filtrado directamente la Guardia Civil, el Ministerio de Defensa o el mismísimo gobierno. Herrera se mostró reticente.

—No lo creo, Juan. Esto me huele a una operación orquestada desde los servicios secretos. La Guardia Civil va de comparsa. En estos asuntos de alto nivel no rasca bola. No te confundas. Y no lo digo por despecho, ya que nosotros tampoco tocamos pelo. Todo esto me huele al CESID y a Arturo.

El periódico completaba la información, sin entrecomillados, con una serie de datos de cosecha propia pero que, en realidad, también los había facilitado el CESID. Sobre todo, las piezas que más favorecían a Arturo para completar su coartada. La noticia explicaba por qué Massera había regresado a España después de quince años de ausencia.

«Fuentes del Ministerio del Interior mantienen que Stefano Massera se dirigía en un automóvil robado hacia la frontera hispanofrancesa para huir de territorio español. Por su parte, los servicios secretos están convencidos de que el italiano había regresado a Madrid para ajustar cuentas con miembros de la Seguridad del Estado, con quienes colaboró activamente en la guerra sucia en el sur de Francia. Las mismas fuentes consideran que Stefano podría haber asesinado hace una semana a un excomandante del CESID, aunque en un principio todo apuntaba a un accidente de circulación. La Guardia Civil ha hallado huellas del italiano en la casa que poseía el comandante en la localidad madrileña de Patones de Arriba. Stefano y Pellón se conocieron en los ochenta cuando ambos formaban parte de un comando de los GAL. Los investigadores barajan el ajuste de cuentas como móvil del crimen. Al parecer, el comandante había amenazado a sus exjefes con desvelar a un juez de la Audiencia Nacional las acciones de crimen de Estado en el primer gobierno de Felipe González si no le resolvían un asunto de índole económica. La Guardia Civil cree que Stefano, durante su estancia en Madrid, recibió cobertura de exagentes que estuvieron destinados en el cuartel de Intxaurrondo de San Sebastián y formaron parte de los GAL».

El diario seguía desbrozando arteramente la estrategia de Arturo. El objetivo final: que la investigación abierta por Herrera sobre la desaparición de Amparo quedara archivada con la muerte de Stefano. Las líneas siguientes no dejaban lugar a duda:

«La policía también relaciona al fascista italiano con el asesinato de una anciana de El Pozo del Tío Raimundo de Madrid, cuyo cadáver hizo desaparecer más tarde del Instituto Anatómico Forense con la ayuda de agentes corruptos de la Guardia Civil. Al parecer, la anciana era la madre de un joven al que Stefano Massera asesinó en 1983 confundiéndole con un miembro liberado del Comando Madrid de ETA. Hizo desaparecer el cuerpo, según los testimonios policiales recabados por este periódico, enterrándolo en una fosa y cubriéndolo con cal viva para no dejar restos. En esa operación, Stefano recibió la ayuda del cabo de la Guardia Civil Felipe Gómez Villalobos. El agente fue encontrado ayer muerto en su domicilio de un disparo en la cabeza. Se baraja la hipótesis del suicidio, ya que la policía encontró cerca de su cuerpo su arma reglamentaria. Todo queda pendiente del informe del forense».

Con la cabeza ladeada hacia la derecha, Herrera seguía sujetando el auricular del teléfono entre el cuello y el hombro. Su indignación iba en aumento conforme avanzaba la lectura de la información. El periodista, al otro lado de la línea, se mantenía en silencio y se limitaba a escuchar las exclamaciones y maldiciones del comisario. Éste sabía que aquello era un cañonazo de Arturo a la línea de flotación de sus investigaciones. Y lo más grave: lo dejaban sin espacio para maniobrar. El CESID había fabricado un chivo expiatorio y sus superiores de la policía no tendrían agallas para enfrentarse con un personaje tan siniestro como su examigo Arturo, con tentáculos que llegaban a La Moncloa y La Zarzuela. No en vano durante un año, antes de su nombramiento como secretario general, fue el responsable de la oficina del CESID en Presidencia del Gobierno y había compartido experiencias inconfesables con miembros del gabinete. Herrera intuía que sus jefes estaban más preocupados por su poltrona, así que no le llevarían la contraria al director general de la policía. El comisario lo razonaba: era un cargo político y sólo le importaba tapar todo aquello que perjudicara los intereses de su gobierno. A Herrera le habían estrechado el terreno de juego, pero aún le quedaban dos bazas: su amigo el periodista y el juez Camacho de la Audiencia Nacional, que llevaba meses buscando la documentación que Juan tenía en su poder.

Su paciencia estalló cuando leyó el último párrafo de la noticia. Se trataba de esas líneas finales que escribían los malos periodistas para dar lecciones de moral, sacar conclusiones e, incluso, editorializar.

«Este nuevo éxito de la Guardia Civil viene a concluir que la muerte del comandante del CESID, en un supuesto accidente de circulación, se debía a un ajuste de cuentas entre miembros corruptos de la Seguridad del Estado.

»Este diario también ha podido saber que el italiano Stefano había logrado zafarse de un control de la policía en la zona norte de Madrid y se disponía a abandonar España. No pudo conseguirlo gracias a la diligente actuación de los agentes de la Benemérita».

—¡Serán hijos de puta!

Herrera bramaba. Soltaba espuma por la boca. Estaba cerca del paroxismo, fuera de control. Juan jamás había visto a su amigo tan desbocado. Intentó frenar su ira con un poco de sensatez.

—Enrique, lo han intentado pero nosotros vamos a impedir que lo consigan. De acuerdo, esta información te deja fuera de juego, pero nos queda el periódico. Te aseguro que Campaña debe de estar echando humo. Ya me ha llamado dos veces y no he tenido cojones para hablar con él. Me va a pedir que mañana, sin más demora, comencemos a dar caña.

—De acuerdo. A mí lo que me preocupa es que Arturo, una vez más, se escurra como una anguila y convenza a sus superiores de que todo lo publicado es un montaje.

—No seas ingenuo. Tú crees que Arturo necesita justificarse ante sus jefes. Crees que tiene que buscar argumentos para convencer a los generales políticos y militares. Pero es como si uno de los ladrones de Alí Baba se viera en la obligación de justificar ante el jefe de la banda que es un angelito caído del cielo. O si un vecino del patio de Monipodio negara conocer lo que allí se cocía. Te recuerdo una máxima de san Agustín: «Los que no quieran ser vencidos por la verdad serán vencidos por el error».

—Sigues sin enterarte del poder con el que te enfrentas. Esta gente es capaz de cometer cualquier barbaridad para seguir tapando sus miserias. Pascual, Amparo, Pellón y ahora Stefano y Gómez Villalobos. Y seguimos sin noticias del paradero de Victoria. Estoy convencido de que Arturo ha traicionado a su amigo Stefano y ha quitado de en medio a Villalobos. Una jugada perfecta: hace venir a España al italiano para que acabe con Pellón, ¿y por qué no también con nosotros?, y después urde una trampa. No me creo lo del control de carretera. Stefano no picaría ese anzuelo. Todo es un montaje. Manda a uno de tus reporteros de la sección a la zona y comprobarás que ningún vecino ha escuchado disparos. Todo es una obra de mampostería. Ahora sólo quedamos tú y yo. Te recomiendo que comiences a publicar todo lo que has recopilado. Puede ser nuestro seguro de vida. No creo que se atreva a matar a un periodista; aunque conociendo a Arturo es capaz de inventarse hasta un atentado de ETA como ya hicieron en el País Vasco cuando mataron a un guardia civil de la unidad fiscal. El agente había acumulado pruebas para acusar a un grupo de compañeros que se dedicaban al contrabando. Todos ellos eran hombres de Arturo en la lucha antiterrorista, pero en sus horas libres pasaban por delincuentes comunes. Le colocaron una bomba lapa debajo de su coche y le echaron la culpa a ETA. Les bastó con manipular unas cuantas pruebas para dar credibilidad a la versión terrorista.

—No tienen escapatoria. La impunidad les ha llevado a cometer muchos errores y Pellón nos lo ha entregado en bandeja, Enrique.

—De acuerdo. No te lo discuto, pero nos quedaremos en los Amedo y Domínguez de turno. Arturo, el cerebro de todo lo sucedido desde la muerte de Pascual, se irá de rositas.

—Espera que entre en escena el juez Camacho y veremos.

—Sabes que soy un gran defensor de Camacho, pero no olvides que una cosa es el lenguaje periodístico y otra el lenguaje judicial. Todas las pruebas que obran en tu poder no valen como prueba judicial si el magistrado no las verifica. Y puedo asegurarte que no contará con la colaboración del Ministerio del Interior ni del gobierno para ahondar en la verdad de los hechos. ¿Quién me demuestra que el sello de los GAL que te ha dejado Pellón es el auténtico? ¿Dónde podemos encontrar la prueba irrefutable que lo confirme? ¿Quién tiene la potestad para certificar al juez que todas esas micro fichas proceden de los archivos del CESID? Juan, tienes una gran historia periodística pero nuestro compromiso es el de meter a toda esa gentuza entre rejas. ¿Crees que disponemos de munición suficiente? Con su jugada, Arturo te ha neutralizado las huellas dactilares de la casa de Amparo, todos los cabos sueltos referentes a la muerte de Pellón, el secuestro de Pascual… No vamos a encontrar un testigo que declare a favor nuestro ni del juez. Incluso tu Ronco se va a acojonar. Estamos jodidos. Ya verás como desaparece. Una vez más, Arturo me ha ganado la partida. Sabía que Stefano era una bomba andante y lo eliminó. No sabemos cómo, pero desde luego no fue como lo presentan. Además, nadie moverá un hilo ni por Stefano ni por Gómez Villalobos. La percepción general es que eran dos hijos de puta y están donde deberían haber ido hace muchos años.

Las palabras del comisario Herrera brotaban con amargura. Pronto se dio cuenta de que tras su desolación no se escondía un sentimiento de venganza, sino de frustración por la ausencia de justicia. Tampoco le guardaba rencor a Victoria. Todo lo contrario, sentía una honda tristeza porque presumía que a ella también la habían asesinado. En una noche de cuchillos largos, Arturo había eliminado a tres testigos perjudiciales. Había roto los hilos conductores que lo vinculaban con los años de oprobio y terror. Había logrado que el rostro de Jano se orientara más hacia el presente y el futuro que hacia el pasado.

En cambio, el periodista de El Universal mantenía un espíritu mucho más optimista.

—Enrique, desconozco el valor que quiera dar el juez Camacho a mis informaciones, pero te aseguro que pienso crujirlos a todos. Tengo munición suficiente para elaborar una gran historia. Sólo la carta de Pellón a Amparo provocará que a la opinión pública se le retuerzan las tripas. Tengo ya en mi mesa el informe caligráfico encargado al perito Martín. Es resolutivo: una vez comparada la letra de la máquina de escribir con la que Pellón escribió la misiva y la que Leticia nos ha facilitado de su padre, se puede concluir que la carta a la anciana la escribió Pellón. Arturo tendrá algo que decir, ya que en aquella época era el jefe de la Agrupación de Operaciones Especiales. Leticia no lo ve así, pero, al menos, tendrá que soportar los focos de las cámaras de televisión en la escalinata de la Audiencia Nacional.

—No dudo de la repercusión de tus reportajes, pero nos falta un Amedo o un Roldan que escupa hacia arriba. Nadie del equipo de Arturo va a derrumbarse. En un par de semanas se producirá una desbandada. Disolverá su equipo, al que premiará con suculentos destinos en embajadas lo más apartadas posible de España: Johannesburgo, Pekín, Bogotá… Una fórmula efectiva para premiar su silencio. Nadie del gobierno discutirá sus decisiones. En este país, el número dos del CESID es un poder fáctico. No lo olvides.

—Tengo que dejarte. Mi diré sigue insistiendo. Querrá que prepare la primera entrega para mañana. Lo publicado por la competencia lo habrá enrabietado. Seguimos en contacto. Te llamaré esta tarde para tenerte informado. Mañana pienso pasarme por la Audiencia Nacional.