El bar de la esquina de Pijlsteeg. Soplando. Hace… No sé. Horas. No sé cuántas horas han pasado desde el último chute y Nik la ha emprendido conmigo. Por mi propio bien, me dice. Ya. Igual que joder. Dice que me hará un «pannekoeken con marihuana» para animarme. Para joder. Se encoge de hombros y dice que si quiero matarme es mi problema, pero que él no va a ayudarme. Wim. ¿Qué dice Wim? No sé qué de una foto. Quiere hacernos una foto a mí y a Nik. Bueno. De acuerdo. Haz lo que te dé la gana.
—De mi perfil bueno, ¿eh? —le digo.
Wim me mira, como si tuviera la cabeza trastocada y le resultase complicadísimo. Nik me pasa un brazo por los hombros, me acerca la cabeza y levantamos nuestras cervezas. Brindamos. Wim no se aclara con la cámara. Y pienso que hacía sólo unas horas, Dios mío, aquella mano —la mano de Wim— la tenía yo metida en el culo hasta la muñeca.
Hace la foto. Digo que voy al lavabo. Renata tendría que acompañarme, pero Nik va a hacerles ahora una foto a ella y a Wim y, además, todos están demasiado colocados para que les importe.
Estoy aquí sentada tratando de mear y me siento… me siento como una mierda. Como una mierda. Miro el reloj. Al cabo de media hora estaremos de vuelta en el 37. Un grupo de ejecutivos americanos —numeritos en grupo y luego solos—, de modo que no me darán otro chute hasta que terminemos, y puede tardar horas. A lo mejor hasta las tres o las cuatro de la mañana. Llevo aquí demasiado tiempo. Me acerco a la pila del lavabo, me doy unos chapotones al lado de una mujer que se está lavando las manos. Me incorporo y la veo en el espejo, mirándome. Con demasiada insistencia. Como si quisiera ligar conmigo, aunque no tiene pinta, me parece a mí. Es alta, morena, bonita. Unos años mayor que yo. No recuerdo haberla visto en el bar, pero debía de estar. Me sonríe. De modo que sí, quiere ligar. Pero me pregunta si estoy bien.
No le contesto. Me acerco al secamanos. Ella se acerca también. Mira hacia la puerta. Parece asustada. Me lavo las manos y la cara. Y entonces me mete una cosa en el bolsillo de atrás del pantalón.
—No hago bollitos gratis —le digo.
—Pues… bueno. Si te va esa gente, no me llames —replica asintiendo con la cabeza.
De cerca se nota que lleva peluca. Lleva una mierda de peluca.
—Sí, bueno, te llamaré.
Me toca el hombro. Pero no dice nada; sólo me lo aprieta ligeramente y vuelve al bar. Saco el papel del bolsillo y lo desdoblo. Pienso que a lo mejor es una papelina, pero no. Es una nota: LENA, y un número de teléfono. La miro un minuto. Luego, la estrujo y la tiro a la papelera. Cuando ya estoy a punto de salir, me detengo, doy media vuelta y rebusco en la papelera como si la papelera fuese a decidir por mí. De un momento a otro, entrará Renata a preguntarme qué coño hago tanto rato aquí dentro. Tardo en encontrar la nota. La aliso un poco y la doblo formando un cuadradito. Me la meto bajo mi anillo más grande y holgado, de tal manera que ahora queda muy fijo y no se ve el papel, pero lo noto, apretado contra mi piel.