Aquí todas somos chicas, unas majas y otras no. Todavía tengo que ir al colegio. Creí que aquí enseñaban. Pero no. Y es un rollo, pero no me importa porque está Nicola y somos muy amigas. Algunos días nos escaqueamos y vamos al centro comercial, o a cualquier otro sitio, pero el personal de aquí siempre se entera y alguien (Dave o Jilly, por lo general) viene a tu dormitorio y te pide explicaciones. Eso es lo que quieren que hagas: hablar. Sin parar. Hablar y hablar. La semana pasada me tocó con Dave.
—Ayer faltaste a clase, Rosa. ¿Qué te parece eso a ti? —me preguntó.
—Me parece estupendo —contesté.
La tía Niamh no viene a verme. Ni siquiera me ha enviado una felicitación para mi cumpleaños. El mes pasado cumplí catorce y las únicas felicitaciones que he tenido han sido de Nicola y de Amy. Amy ha venido a verme un par de veces desde que me metió aquí. Dicen que confían en «colocarme» en otra familia adoptiva y yo pienso… ¡ah, vaya…! He recibido una carta de la tía. Dice que era una puta. Dice que he sido la desgracia del tío Michael y que arderé en el fuego eterno, igual que mi padre. Que el tío Michael no irá a la cárcel, que ni siquiera irá a juicio.
Muchas chicas de aquí se drogan. Un tal Luke viene hasta la verja trasera casi día sí y día no. Él lo llama «reparto de bocatas». Calculo que tiene unos veinte años. Dice que vivía en un hogar como éste desde los ocho años. A la mayoría de las chicas les huele mal. La primera vez que lo vi, estaba frente a la verja al volver yo del colegio. Me saludó y me dijo: ¿Eres nueva, verdad? Le contesté que sí y entonces me preguntó cómo me llamaba y se lo dije. Él me dijo que se llamaba Luke. Nos dimos la mano y eso me hizo reír porque no veo que nadie se dé la mano. Charlamos un poco. Es de Manchester, o de Liverpool, no me acuerdo, pero lleva aquí muchos años.
A veces subo a su coche. No vamos a ninguna parte. Nos quedamos donde lo tiene aparcado, frente a la casa, y fumamos. Marlboro. El Marlboro es el que más me gusta. Le digo que odio esta casa. Pero que no la odio tanto como vivir con mis tíos, pero la odio. Le cuento cosas, de todo. Le cuento lo del tío Michael. Luke no habla mucho; sólo se queda allí sentado escuchándome —de verdad, parece que me escucha—, asiente con la cabeza, fuma y mira a través del parabrisas. Y yo no paro de contarle cosas.