«¿Te gustaría pasar un fin de semana en la costa?». Así es como se me trajo para acá. Pero no estamos sólo nosotros dos (también está Kim y su novio). Y tampoco es un verdadero fin de semana de fiesta, porque Red ha de actuar tres noches en Brighton. «Ocio activo», lo llama él. Sólo he visto al tal Tony una vez, y no es que precisamente sintonizásemos demasiado los cuatro, y aquí estamos de fin de semana como si fuésemos los mejores amigos. Están en la habitación contigua y se oyen crujir las camas, porque los tabiques son de papel de fumar. De modo que el viernes por la noche, estamos follando y los oímos a ellos follar también, y Red dice que eso lo pone nervioso y que lo hagamos en el suelo para que no nos oigan. Y lo hacemos. Yo a gatas, y él a montar. Al correrse, se le afloja el ojete y se le escapa un pedo de los que atufan. Nos quedamos los dos en el suelo, entrelazados y riendo como locos. El sábado por la mañana, durante el desayuno, compartimos mesa, Red y yo, Kim y Tony. No nos miramos ninguno a los ojos y apenas hablamos más que para decir «¿Me pasas la mantequilla, por favor?», y «Me parece que hoy hará buen tiempo», y todas esas bobadas. Luego Red trata de romper el hielo. «Las camas son un poco ruidosas, ¿verdad?». Kim esboza una de sus sonrisas y dice: «Por lo menos la nuestra no se tira pedos».
Es sábado por la noche (Redy Kim están en el escenario; yo y Tony estamos entre el público). Están ejecutando el número del cesto. He debido de verlo media docena de veces y sigo sin entrever el truco. El número consiste en lo siguiente: Kim está de pie en el interior de un cesto de mimbre, de unos sesenta centímetros de alto y el doble de ancho, y Red la cubre con un paño. Ella se sienta dentro del cesto, Red retira el paño y cubre el cesto con una tapa. Luego él atraviesa el cesto con espadas, una tras otra, hasta que parece imposible que no la atraviese a ella. Entonces Red retira las espadas, vuelve a colocar el paño encima del cesto y retira la tapa, se mete en el cesto y se sienta. Al volver a salir, el paño se eleva del cesto como un fantasma… Red lo retira y allí estaba Kim, sonriente. «Una trampilla», me susurra Tony al oído.
Y yo me digo que no, porque los he visto ensayar el número y no hay trampilla en el estudio del Port Mahon pues, de lo contrario, Kim habría aterrizado de culo en el bar de abajo. Se lo digo así a Tony, que entonces me pregunta: «¿Cómo lo hace entonces?».
Noto el roce de sus labios en mi oreja. Y entonces soy yo quien le susurro: «Es una muñeca hinchable. Todo lo que ha de hacer es desinflarla y volver a inflarla».
Tony dice que eso es una estupidez.
En el intermedio vamos los dos al bar. Tony es instructor en un gimnasio. Asesor de formación física, lo llama él. Me mira. Me sonríe y dice: «¿Crees que nos daría tiempo a ir al hotel y volver antes de que termine el espectáculo?».
No digo nada.
«No tendrían por qué enterarse», insiste.
Le dirijo mi mejor sonrisa y le contesto: «No lo tomes como algo personal, Tony, pero ¿por qué iba a querer follar con un mamón como tú?».