Capítulo 22
TEMPRANO esa mañana, oí minuciosamente a Javiera dando vueltas por la casa. No sabía qué estaba haciendo, pero la cama estaba demasiado placentera como para tener la fuerza y las ganas de salir de ahí a averiguar los motivos que la tenían tan temprano afuera de su lecho. Al escuchar cerrar la puerta con llave, supe que Javi había salido. No me avisó, adónde iba ni si pensaba volver pronto. Me estiré un rato en la cama, le di un fuerte abrazo a mis almohadas y me puse de pie. Me esperaba un día muy ocupado y ya era hora de ponerme en marcha.
Por horas me quedé encerrada en mi dormitorio en compañía de un tazón de café y unas galletas de soda.
Atareada y perdida en mis quehaceres, no tuve noción del tiempo. No supe, sino hasta tarde, que las horas habían volado más rápido de lo que hubiese querido. Según el reloj, marcaban las cuatro de la tarde y yo aún no me duchaba ni me vestía ni menos había cocinado para la cena que le había prometido a mi novio.
Ethan llegaría pronto y yo vestía el pantalón deportivo que me puse por debajo del pijama largo, con un tomate en la cabeza, armado con cero glamour.
Por primera vez desde que vivía ahí, dejé mi dormitorio hecho un desastre. Si quería alcanzar a preparar la comida a tiempo, no podía ponerme a ordenar aquel desastre. Lo único que hice fue estirar mis sábanas y el cubrecama rápidamente hacia arriba y nada más. El resto quedó tal cual, todo desordenado, mi mesa quedó llena de frascos, mis libros tirados en el suelo, mi regla y mis calculadoras en la silla, y los químicos que estaba utilizando para hacer unos pequeños experimentos, esparcidos entre la mesa y mi velador. Después de todo, aquel cuarto no solamente era mi dormitorio, también se había trasformado en mi laboratorio, mi lugar de trabajo y, hace poco, en mi nido de amor. Muchas cosas en un espacio pequeño.
Como el paso de una estrella fugaz, me duché, me arreglé con un vestido nuevo que compré en la semana, y luego me apropié de la cocina. Quería que aquella noche fuera especial, romántica y divinamente exquisita.
Cuando terminé de sacar la carne del horno, de poner la mesa y de encender las velas, sonó la puerta. La cena estaba lista, así como milagrosamente lo estaba yo también.
Ethan traía su pelo engominado, vestía un jeans oscuro y la camisa que habíamos elegido juntos, pero esta vez con dos de sus primeros botones de arriba desabrochados. Nuestras miradas reflejaron un feliz y radiante saludo. Ambos nos habíamos dado el tiempo de emperifollarnos para la cena, y era un placer a la vista poder apreciar eso. Nos dimos un beso y mis manos se estiraron casi sin pensarlo para recibir aquellas hermosas rosas rojas que Ethan llevaba con él.
Con su delicado regalo apoyado en mi brazo derecho, le hice un gesto para que me siguiera a la cocina.
Debido a los zapatos que le pedí a Javiera que me prestara, caminé a paso lento, tratando de mantener la espalda recta sin ladearme ni caerme hacia los lados. No quería que Ethan notara mi engorrosa caminata con aquellos tacos, pero se me hacía difícil la situación cuando tenía tan poca práctica con ellos. Según Javi, a los hombres les encanta ver a las mujeres con aquellos incómodos calzados. Así que, a pesar de que recordaba que Ethan me había mencionado que no los debería usar porque dañaban los pies, creí que para ocasiones especiales, como aquella noche, valía la pena lucir aquellos molestos tacos a cambio de verme un poco más sexy que con sandalias de suela plana.
Chequeé si el puré ya estaba listo, con la nariz de Ethan casi que metida en la olla.
—Todo huele muy rico. ¿Qué ves ahí? —preguntó asomándose a la otra olla que comencé a abrir.
Con la cuchara me serví un poco de la crema de champiñones. Después de verificar que todavía necesitaba calentarla un poco más, se me hizo irresistible la tentación de ensuciarle la nariz con aquella suave y cremosa salsa, a aquel copuchento y encantador hombre.
Ethan me alegó con una sonrisa en sus labios y luego se limpió con un dedo que se echó de inmediato a la boca.
Cuando la salda estuvo lista nos sentamos a la mesa decorada con velas y rosas rojas.
El ambiente, la comida y la compañía estaban de lo mejor. Estaba agradecida de que Javiera tuviera que haber salido a trabajar con sus amigas para poder tener ese tiempo a solas con Ethan. Según mi abuela, a los hombres se les enamora por el estómago y, si eso era cierto, mi novio quedaría rendido a mis pies. La cocina siempre ha sido uno de mis fuertes y, por las ganas y el entusiasmo con que comía Ethan, me pude dar cuenta, sin necesidad de escucharlo, de que le había gustado mi elección y preparación de ingredientes.
Sus palabras y las mías no fueron muchas durante la cena. Sentía que nuestras ganas por llegar luego al postre eran gigantescas. Sus ojos intensos sobre los míos me tenían agitada internamente. Su mirada y aquellos labios enfrente, sin ser tocados, me recordaban involuntariamente a aquella noche en la playa en la que no pude evitar mantenerlos a distancia y había terminado acechándolos. Esa velada que desde entonces no habíamos vuelto a repetir.
—Mmm... estuvo delicioso —expresó Ethan después de limpiarse su boca con la servilleta.
—Me alegra que te haya gustado —le dije, contenta, mientras me ponía de pie para retirar los aliños de la mesa.
—Y me quedo corto con decirte que te ves hermosa, Allison —manifestó Ethan, al echarme un travieso y divertido vistazo de pies a cabeza mientras me seguía con los platos sucios a la cocina.
—Qué bueno que te haya gustado... me refiero a la comida. Ojala estés listo para el postre —musité, volteándome con una sonrisa, y luego le di un beso corto en sus labios—. Tenemos helado de guinda con chocolate —sonreí un poco inquieta, entretanto me sacaba los lentes por unos segundos, y me volteaba para limpiarlos con una servilleta de género, cosa de ocultarle un poco a Ethan mi cara de nerviosismo.
Antes de vestirme con aquel ajustado vestido que llevaba puesto, había dudado si ponérmelo o no. Quería verme bonita, pero no estaba segura de si sería lo suficientemente coqueto como para dejar a Ethan con la boca abierta, sin sentirme incomoda en él. Finalmente, opté por ponérmelo igual y, por cómo me miraba mi novio, al parecer había logrado mi objetivo de llamar su atención. Hace días que no había pasado nada entre nosotros. Le había pedido que fuéramos más lento con lo nuestro e Ethan, a pesar de que no se vio muy entusiasmado en el minuto, aceptó llevar las cosas con más calma. Pero, ahora, en mi opinión, tanto él como yo ya habíamos tenido tiempo suficiente de tranquilidad. Mi cuerpo ya me pedía a gritos que me acercara a él, y sus labios parecían reclamar con urgencia los míos, pues después del beso corto que le había dado, Ethan, quiso continuar. Después de que me volteara para mirarlo, me sacó los lentes con cuidado, los dejó sobre la mesa de la cocina y, con su mano en mi espalda, me acercó a su cuerpo, para darme un beso largo y apasionado.
Una ráfaga de pasión y arrebato nos llevó, de estar parados en la cocina besándonos, a mi dormitorio, al cual llegamos a tropezones y pequeños empujones. Sus manos y las mías, alborotadas por sacarnos la ropa, trabajaron eufóricamente en aquella operación. Mis zapatos fueron los primeros que volaron y quedaron tirados en la cocina. Luego mi vestido, que me demoré en ponerme gracias al cierre largo que tenía en la espalda, fue arrancado con rapidez y facilidad gracias a la eficaz ayuda de Ethan. Su ropa también voló con urgencia. Cuando íbamos llegando a mi habitación, tiré con exigencia y acierto su camisa hacia arriba, dejándolo rápidamente con su torso desnudo.
Abrimos la puerta de mi dormitorio y, haciéndonos espacio para poder caminar entre ese desastre que había dejado, nos dejamos caer sobre mi cama. Ethan vestido con su pantalón y yo con mi ropa interior.
Mi corazón agitado retumbaba tanto, que por poco creí que se me iba a escapar. Me sentía como en el cielo. Sus manos osadas acariciaron suavemente mi espalda, que quedó sin obstáculos luego de que Ethan con un fácil clic en mi sostén, la dejara en libertad.
Inquieta por la molestia que de repente me hizo sentir mi sostén que quedó atrapado en mis hombros, recogí mis brazos para sacar las tiras y dejar que mi pecho quedara libre del género que se interponía entre nosotros. Su cuerpo tibio tenía la temperatura perfecta para mantener el mío al desnudo con el aire acondicionado prendido y el ventilador del techo andando. Sus besos recorriendo y explorando mi oreja, luego mi cuello, mis hombros, mi estómago y finalmente mis pechos, me tenían en un limbo. Estaba al borde de llegar a la cima sin siquiera estar en ella. Era maravillosa la sensación. Cerré mis ojos y sólo los abría cada cierto rato para chequear que era real lo que vivía y no un sueño, y dejé que sus besos estudiaran mi cuerpo.
Con la respiración acelerada, decidí tomar un rato el control de la situación. Nos volteamos y esa vez quedé yo arriba. Ethan me miró profundamente a los ojos y luego fue bajando su vista para explorar mi cuerpo, formándosele una deliciosa sonrisa en sus llamativos labios. Era tan sexy. Lo besé en su boca, después en sus duros pectorales y luego, con una mirada pícara, me senté sobre su muslo y le fui lentamente bajando el cierre de su pantalón. Junto a Ethan sentía que la tranquilidad y la osadía que había en mi interior se liberaban inexplicablemente. En nuestra intimidad, la Allison tranquila, seria y responsable parecía desaparecer. En vez de eso, me transformaba en una juguetona y traviesa. Alguien quien, hasta entonces, ni siquiera yo sabía que existía.
Tiré lentamente su pantalón hacia atrás, y me detuve en sus calcetines para sacárselos antes que el jeans, no hay nada peor que un hombre desnudo pero con calcetines puestos. Cuando ambos quedamos semidesnudos, me levanté de la cama en busca del helado. Tenía ganas de comer el postre, pero más ganas me dieron de comerlo con Ethan y, quizás, en él.
De regreso, Ethan estaba sentado en la cama, con su espalda apoyada en el respaldo.
—¿Quieres helado? —le pregunté, con un tono picarón.
Ethan abrió los ojos de par en par, y, de un tirón por la cintura, me acercó, sonriente, hacia él.
Más tarde, abrazada de mi novio, con mi cabeza apoyada sobre su hombro, pensaba en lo contenta y enamorada que me sentía. Al estar juntos, bajo el mismo techo y envueltos en mi cama, sentía una sensación de armonía y de tranquilidad que me decía que estar con Ethan era lo más acertado y agradable que me había pasado en la vida.
No recordaba haberme sentido así con ninguno de mis ex. Lo que sentía al estar con Ethan, al conversar con él, al besarlo e incluso al mirarlo, era algo que no podía describir muy bien. El estar a su lado me daba una sensación de plenitud en mi vida. Lo único que necesitaba para completar mi existencia, se había trasformado, sin quererlo ni desearlo, en mi querido Ethan Scott.
A la mañana siguiente, después de despertar inmensamente feliz, me fui temprano a la universidad de Javiera., tal como había quedado con Javi el día anterior y, de nuevo, en la mañana cuando Javi nos encontró a mí y a Ethan metidos en mi cama. Por suerte, nos encontró después de... Javiera llegó sigilosa, igual como se había marchado esa mañana y, por lo tanto, no la escuchamos cuando estuvo junto a la puerta. Abrió la puerta, miró, se rió y la cerró. Desde afuera me pidió que no llegara muy tarde a su exhibición, petición que no le discutí con tal de que se alejara pronto de mi dormitorio y me diera tiempo para despedirme de mi novio.
Cuando por fin llegué a la exhibición, Javi estaba en una de las esquinas de la feria, hablando con una de sus compañeras y con un chico con una rasta larga en el pelo al estilo Bob Marley, al que le sonreía afectuosamente.
Cuando Javi vio que me iba acercando a ellos, la saludé a la distancia con la mano. Su compañera me saludó de vuelta y luego se alejó para hablar con una señora que la llamaba de lejos.
—¡Qué bueno que llegaste! —exclamó mi amiga.
Le di una sonrisa corta y luego observé a aquel joven que me miraba con cara de estar preguntándose qué era lo yo veía con desaprobación entre él y mi amiga.
—Allison, te presento a Mateo, novio de Lucí —dijo, mientras me indicaba rápidamente con el dedo quién era su novia. Javi se rió entre dientes, sacudiendo su cabeza, como si supiera a qué se había debido mi reacción. Cuando entendí la situación, mi rostro se relajó. Era el novio de una compañera y no otro nuevo y anticipado pretendiente de Javiera.
—Un gusto —dije, con la mejor de mis sonrisas—. ¿Cómo les ha ido? —pregunté, tratando de sonar tranquila y normal e intentando que su amigo olvidara aquella mirada incriminadora que le había dado hace pocos segundos atrás.
—Muy bien. Ven, te quiero mostrar las esculturas. Nos disculpas, Mateo, ya venimos —le informó Javi a su amigo, con quien también me disculpé amablemente, para que no creyera que yo era la pesada y loca amiga de Javi.
Con peculiar interés examiné cada uno de los trabajos, en especial los de mi amiga y los de Lucí, que, me di cuenta, tenía sus ojos puestos sobre mí. Con el rabillo de su ojo izquierdo, me miraba desconfiada, abrazada posesivamente a su novio, casi como si yo hubiera tenido la intención de quitárselo o algo por el estilo.
Después de felicitar el increíble trabajo que mi amiga había realizado con aquella madera que se había transformado en una extraña, pero bella escultura abstracta, la acompañé hasta un banco de cemento, en el que nos sentamos. En tanto, Lucí y otras dos compañeras se quedaron en el puesto para cuidar sus trabajos y sus pertenencias.
Mientras caminábamos hacia el banco, pensaba en las preguntas que mi amiga seguramente quería hacerme, ahora que no estábamos con Ethan presente. De seguro deseaba saber los detalles de la noche anterior y no podía esperarse a llegar a la casa para ponerse al día. Sospechaba que me iba a interrogar, y del sólo pensarlo sentí que mis mejillas comenzaban a llenarse de un intenso calor y color. Hablar por teléfono al respecto era distinto, más fácil y menos penoso. Escuchaba la voz de Javi, sus gritos y risas, pero no veía sus expresiones. En cambio ahora, iba a poder leer cada detalle de su rostro, ver sus posturas y sobre todo apreciaría aquella mirada diablilla y maliciosa, que sabía iba a poner cuando le contara lo de anoche.
Tomamos asiento y Javiera me pasó una bolsa que cargaba en sus manos, sobre mis piernas.
—Es un regalo para ti.
La miré confundida. No era mi cumpleaños ni mi santo.
—Ya, míralo. Pero no sé si lo quieras sacar de la bolsa —agregó.
Cuando saqué los papeles de mantequilla rosados que cubrían la mercancía, quedé con la boca abierta. Estaba hermoso, un sostén color lila azulado, con encajes a los costados negros, que le hacían juego a una braga hecha de un calado delicado y fino, con un corte pequeño en la parte trasera. La tela era suave al tacto y el conjunto era muy sensual a la vista.
—Muchas gracias, Javi, está súper lindo y sexy. De seguro Ethan va a estar muy contento —la abracé—. ¿Dónde lo compraste y por qué?
Javi me contó que después de que se dio cuenta de que Vicky era mi gran y única preocupación, decidió hacer algo al respecto, como lo había prometido hacía semanas atrás. Dijo que iba a tomar cartas en el asunto y sintió que era buena hora de cumplir su palabra para echarme una ayudita. El sábado en la mañana, antes de ir a juntarse con sus amigas, decidió que una visita aclaratoria sería lo mejor que podía hacer por mí. Javi recordó que Ethan le contó que Vicky trabajaba en Winter Park, en una tienda de lencería, y no se le ocurrió nada mejor que salir a buscar la tienda, hasta dar con ella. Al encontrar el lugar, al principio otra chica quiso atenderla, pero Javi le explicó que prefería que Vicky la atendiera porque se conocían y eran amigas. Definición que Vicky no había parecido creer, sin embargo, accedió de todas maneras a atenderla a ella.
Según Javiera, Vicky se mostró atenta y gentil cuando la vio, pero una vez que se enteró de cuál era el real motivo de su visita y el destino final de aquella ropa que quería comprar, su actitud había dado un giro de ciento ochenta grados. Conforme a lo que mi amiga me contó, la tuvo un buen rato trabajando en busca de una de las tenidas más sexys que hubiera en la tienda, para mí, la feliz novia de Ethan Scott y mejor amiga de Javiera Foster. Javi me contó que había repetido mil veces que yo era la novia de Ethan Scott para dejarle bien claro que nuestro vecino ya no estaba soltero, y que pobre de ella que no supiera cuál era el límite entre amistad y algo más. En forma indirecta, además Javi le informó a Vicky que, en caso de que alguien quisiera interponerse entre Scott y yo, ella sería la primera en sacar las garras y defender nuestra relación.
Para cuando Javiera terminó de contarme su hazaña, mi boca estaba seca de angustia. No estaba muy segura de si agradecerle o de si rogar por que las cosas no quedaran complicadas entre ella, Ethan, Kely y yo. Ignoraba qué tan exagerada había sido Javi al contarle que Ethan y yo estábamos felices juntos, pero fuera como fuera, no estaba segura de que hubiese sido una muy buena idea ir a visitar a Vicky con esas intenciones. Ethan ya me había mostrado que no tenía interés en ella y, para mí, con eso me bastaba. Aunque no podía negar que, después de saber que Vicky estaba cien por ciento informada de lo de Ethan y yo, sentía que existía otro plus de tranquilidad al tener el respaldo de mi amiga, y esperaba el respeto o por lo menos la prudencia de Vicky de no coquetearle más a mi novio. Empecé a cruzar mis dedos, deseando que la charla de Javiera hubiera sido todo lo necesario para dejarle claro a la amiga de Kely que lo de Ethan y yo iba en serio y, por supuesto, para que no hubiese quedado ningún resentimiento de Vicky conmigo o mi amiga.
—Oye, pero Vicky no se enojó ni nada ¿no? ¿Quedó todo bien? —pregunté, preocupada.
—La verdad es que no tiene de qué enojarse, porque yo nada más fui a comprar una ropa y a contar para quién era, como muchas otras clientas lo deben hacer. Y en ningún momento le dije nada sobre ella. Fue una conversación generalizada —elevó su hombro poniendo cara de inocente—. Lo que sí te puedo decir es que, después de verla atendiendo, me cae más mal de lo que me caía antes. Su cara de indiferencia y de engreída me llegó a hacer hervir de rabia. Pero por lo menos debo decir que me desquité haciéndola sacar un montón de ropa sexy y recalcándole que era para ti e Ethan. En fin, ojalá lo disfrutes, ¿o debiera decir... que lo disfrute nuestro vecino? —se rió guiñándome un ojo, toda pícara—. Cuando quieras me voy a tomar algo afuera para dejarte a solas con tu novio —me empujó del hombro, manteniendo una amplia sonrisa.