Capítulo 7
MIENTRAS estaba detrás de la puerta, con mis manos en ella y sintiendo lo agitado que estaba mi corazón, agaché la cabeza, confundida por mis sentimientos y por lo que me provocaba Ethan. No podía gustarme, mi amiga lo había visto primero, bueno técnicamente yo lo había visto primero, pero ella había dicho lo lindo que era y había dado el primer paso. Además, de seguro no era tan bueno como parecía, incluso lo delataban sus amigas y, por otro lado, había ido a la cena por Javiera, no por mí. Debía dar vuelta la página y seguir como si nada hubiera pasado. Mis estudios eran mi prioridad. El hecho de que tuviera un vecino ultra guapo, tierno y preocupado con su hermana, no iba a cambiar mi punto de vista con respecto a los hombres ni a mis planes de preocuparme de los pretendientes que tuviera mi amiga. Ésa era mi función en mi nuevo hogar: estudiar y cuidar de mi amiga.
Respiré profundamente, me arreglé el cabello que caía sobre mis hombros, y me dirigí a la cocina a tomar un vaso de agua. La copa de vino de Javiera, casi intacta seguía ahí. Sin titubear, me tomé al seco lo que quedaba.
¿Cómo iba a enfrentar a mi amiga? Era obvio que me iba a preguntar mi opinión por nuestro nuevo vecino. ¿Y qué le iba a decir? ¿Creo que también me gusta? ¿No me gusta este hombre para ti porque en realidad lo quiero para mí? ¿Qué tipo de amiga sería si no le ayudara a conquistar a ese joven que, al parecer, era un buen partido? Aunque, si era sincera, podría omitir algunas cosas y enfocarme en otras sin tener que opinar mucho, omitir no es mentir. Quizás si hablaba de hechos concretos, como que todavía no sabíamos muy bien quién era y que, al parecer, tiene muchas amigas, podría tratar de convencerla y de convencerme de que lo mejor para las dos era olvidarnos del vecino y orientarnos en nuestras carreras. Además, sería bueno sugerirle a Javi que se fijara mejor en sus nuevos compañeros de instituto, pues de seguro habría alguno interesante que llamaría su atención.
Apagué las luces de la cocina, levanté los zapatos rojos que había dejado en el suelo y me dirigí a ver a mi amiga, a quien imaginaba viendo televisión.
Toqué a su puerta despacio, sin la intención de despertarla en caso de que ya estuviera durmiendo. Mal que mal no la había escuchado salir de su dormitorio, así es que en una de ésas de verdad estaba adolorida y cansada y se había quedado dormida.
—¿Javi?
Estaba despierta, encima de su cama, aún arreglada, viendo una película.
—Pensé que estabas durmiendo.
—¿Estás loca? Te estaba esperando. Qué tipo más guapo ¿no?
Levanté mis hombros, haciéndome la indiferente.
—Vamos... ¿no vas a decir que Ethan está buenísimo? No me puedes ocultar que te gustó. Vi cómo lo mirabas e incluso es más, vi como él te miraba a ti.
Me quedé congelada sin saber qué decir. ¿Estaría sentida? Nunca tuve el propósito de mirarlo con una segunda intención.
—Es buenmozo, no lo puedo negar.
—¡Lo sabía! Te gustó.
—Nada que ver, no inventes cosas que no son. Creo que Ethan es perfecto para ti. De hecho me pidió que te avisara que te invitó a ir a andar en canoa el próximo fin de semana. Tendrás que ir a su casa para avisarle si vas o no. Aunque me adelanté un poco y le dije que lo más probable era que irías con él.
Javi me miró extrañada, como si el hecho de que un hombre lindo la invitara a salir fuera algo nuevo para ella, cuando en realidad era lo que siempre pasaba.
—Pero pensé que...
—¡Sabes! ya que tengo tu vestido puesto, me gustaría que saliéramos a dar una vuelta. ¿Por qué no me llevas a tomar algo? Después de todo, me merezco una invitación a alguna parte. Cociné, ordené, eché a lavar y...
—Tomaste más de la cuenta —terminó de decir Javi. Luego se puso de pie y me ayudó a ponerme nuevamente sus zapatos rojos.
—Quiero salir, siempre me alegas porque no salgo... bueno, ahora quiero salir. ¿Vienes conmigo o me vas a hacer manejar en mi estado de felicidad?, porque borracha no estoy.
—Eso es lo que crees tú —le escuché mascullar.
Javi agarró su bolso de mano, una chaqueta que supuse era para mí, y me tomó del brazo. Agradecí que lo hiciera, porque de apoco sentía cómo se me hacía más complicado mantener el equilibrio con esos tacos agujas.
—Está bien, Allison. Vamos a celebrar nuestra llegada a nuestro nuevo hogar. Mal que mal, ayer me dejaste con las ganas.
Nos subimos a su auto y llegamos a un bar llamado WD Sport Bar. Estaba completamente lleno, tenía el aire saturado en el centro y había un poco más de aire fresco a los costados. Alrededor del bar había varios jóvenes, muchos de ellos con camisetas azules y con sus cervezas en la mano gritando y alentando a los jugadores de Magic, el equipo de basquetbol de Orlando. Javi y yo pasamos alrededor de un grupo de jóvenes que nos quedaron mirando. Seguramente admirando a mi amiga, mis zapatos y aquel corto y exhibidor vestido que llevaba puesto.
—¿Crees que estemos bien acá o prefieres ir a sentarnos afuera?
—Acá está bien —dije, tomando una silla ubicada junto a una pequeña mesa, al lado del ventanal, cerca de una de las puertas de salida.
Necesitaba bulla para distraer lo más posible mi mente y para evitar hablar mucho. No quería retomar el tema de nuestro vecino, así es que mientras estuviéramos rodeadas de hombres, estaría sana y salva. Alguien se acercaría a saludar a Javi. Estaba noventa y cinco por ciento segura.
—¿Quieres una limonada o quizás un café? Podemos conseguir eso enfrente —apuntó Javi con su dedo hacia el Mc Donald’s.
Subí una de mis cejas y me reí.
—Oye, estoy bien, estoy un poquito mareadita, pero nada más.
Luego de un par de cervezas cada una y de conversar de lo odioso que se ponían los hombres con los partidos, en especial con el fútbol americano, sentí que ya era hora de irnos. Mi cabeza daba vueltas, con suerte mantenía los ojos abiertos, y el vestido cada vez lo sentía más apretado e incómodo. No me reconocía a mí misma. Era otra persona. Javiera me hablaba como papagayo y poco o nada le entendía entre la bulla del lugar y el trago que estaba haciendo estragos en mi cuerpo. Tal vez el nuevo aire orlandeño me estaba afectado. Por supuesto eso era una excusa. Mi amiga me debería haber obligado a meterme en la cama, pensaba yo mientras me rascaba los ojos por debajo de mis lentes.
Estaba tratando de poner mis ideas en orden para decirle a Javi que ya era hora de irnos porque no me estaba sintiendo muy bien, cuando un par de jóvenes se acercaron a la mesa para invitarnos unos tragos que Javiera no rehusó, a pesar de que abrí los ojos lo más que pude para darle a entender que me quería ir.
Cuando éramos más pequeñas, abrirle los ojos siempre funcionaba. Habíamos practicado el lenguaje corporal mucho a lo largo de nuestra amistad. Si nuestros padres nos retaban por algo o nos pillaban en alguna mentira, bastaba con que una diera solamente una mirada a la otra o le hiciera algún gesto con el cuerpo para que supiera cómo tenía que responder. Era algo fácil y súper útil. Algo que sencillamente no estaba ocurriendo últimamente. Al parecer habíamos perdido la práctica y ni ella ni yo sabíamos ya descifrar nuestros gestos.
Uno de los jóvenes sacó dos sillas de una mesa que estaba al lado de la nuestra y las ubicó junto a nosotras. Recuerdo que uno era moreno y el otro era oriental. Javi pareció interesada en el moreno, y el chinito o japonés parecía interesado en mí, ya que se sentó a centímetros de mi silla. Me quise parar, pero mi cuerpo no me dejó. La poca costumbre y la poca tolerancia al trago me pasaron la cuenta. Mi cuerpo se sentía pesado y lánguido.
—Qué suerte la nuestra de que estén solas —dijo el hombre junto a mí.
Está bien, me dije, eso lo escuché y no me gustó nada. No sabía qué intenciones tendrían esos caballeros, si es que así se les podía llamar, pero no tenía el deseo de quedarme ahí a averiguarlo, menos cuando me costaba hacer responder a mi cuerpo como correspondía. No me interesaba coquetear, ni conocer a nadie más. Recién llevábamos unos pocos días en Orlando y ya los hombres estaban por todos lados gracias a mi amiga. Me sentía sofocada y abrumada. Mi tarea era cuidar de ella, y en ese estado no estaba siendo capaz de siquiera cuidarme a mí misma.
—Javi, nos tenemos que ir —le grité, para que me escuchara entre el bullicio—. No me siento bien.
Mi amiga lucía feliz y tranquila, conversando con el chico moreno, pero yo no estaba ni cerca de sentirme así. El chinito o lo que fuera no paraba de mirarme las piernas y el busto, y no tenía las fuerzas ni las ganas de hacer un escándalo. Únicamente me quería ir de ahí.
—¿Quieres salir a tomar un poco de aire? —me preguntó Javi, con ojos tristes.
Me quedé callada, tratando de que le entrara un poco de aire a mis pulmones. Javi me miró con cara de súplica. Por lo menos esa mirada sí la podía traducir. Mi amiga se puso de pie y me hizo a un lado, después de pedirles a los jóvenes que estaban con nosotras que nos disculparan por un momento, para poder hablarme.
—Si te sientes muy mal te puedo llevar a la casa, pero si no es para tanto, me harías un enorme favor si sales un rato a tomar el aire fresco, que sé que te haría bien. Y yo en diez minutos salgo detrás de ti. Es que Mario estudia arte y... ¿viste lo lindo que es? —terminó de decir, emocionada.
Sinceramente no le encontré nada de interesante, pero en gustos no hay nada escrito.
—No te preocupes por mí. Estoy bien —musité y esbocé algo parecido a una sonrisa. Estaré afuera.
Javi me besó en la mejilla y salí con dificultad del bar, sin despedirme de los allegados. Cuando llegué a fuera, sentí un golpe de aire fresco en la cara. Mis ojos estaban fijos hacia al frente. Me hice a un lado de la entrada y busqué un sitio en donde no hubiera tanta gente. Llegué a la esquina del bar donde estaba mucho más silencioso y más oscuro. Desde aquella ubicación alcanzaba a ver a las personas, pero no podía escuchar en detalle lo que decían. Me senté en la baranda que daba hacía la vereda. De seguro me veía como una borracha de mala clase, pero no me importó. No aguantaba los zapatos y, si seguía en pie, lo más seguro era que me caería.
De repente, de la nada, me vino un revoltijo estomacal que supe que no era ningún buen indicio. Mi estómago quería liberarse del licor. ¡Oh, no! Me levanté nuevamente, tratando de respirar profundamente una y otra vez para evitar un bochorno mayor. Tenía que llegar a buscar a mi amiga para rogarle que nos fuéramos en ese minuto.
Estaba a pocos metros de la entrada, rodeada de gente, cuando sentí la devolución de líquido correr por mi garganta. A paso rápido me di la vuelta, empujé a una niña que estaba en mi camino y, dirigiendo mi boca hacia la calle, devolví gran parte de la cena y de los tragos tomados aquella noche.
Escuchaba los gestos de la gente de asco y reproche. Pero no podía hacer nada al respecto, mi cuerpo necesitaba una liberación.
Me sentía totalmente avergonzada y humillada, mientras trataba de limpiarme con los pañuelos desechables que, por suerte, llevaba conmigo. Cuando ya estuve un poco mejor, escuché a alguien llamar mi nombre.
—Allison, ¿estás bien?
Seguí con la cabeza baja sin mirar a los lados. De seguro le hablaban a otra Allison que no estuviera vomitando. Además, no conocía a nadie en Orlando.
—¡Allison!
Sentí cómo alguien recogió mi pelo con cuidado. Era Ethan. ¿Qué hacia el ahí? ¿No que tenía un compromiso? Mi rostro era de decepción y pena. Había hecho un show de primera. Recién llegada a Orlando y ya tenía una historia para contar. Lo peor de todo era que ésta era la segunda vez que me pasaba esto en la vida. La primera vez había sido cuando tenía dieciséis años. Javi y yo habíamos decidido emborracharnos para saber qué se sentía y desde entonces me prometí que nunca más en la vida me pasaría. Promesa que fue rota esa noche.
—Déjame llevarte a tu casa ¿Estás sola?
—Estoy con Javiera, pero ella está ocupada adentro.
—Voy a decirle que te voy a llevar.
—Bueno, pero... por favor no le digas lo que pasó. Simplemente avísale que me encontré contigo y que me vas a llevar ¿sí?
—Por supuesto, no te preocupes. Vuelvo enseguida.