Capítulo 11

TAL como lo imaginé, Javi se quedó hasta tarde viendo televisión. Ni los golpes en la puerta, ni el zamarreo lograron despertarla, razón por lo cual un vaso de agua volvió a ser mi recurso para sacarla de la cama.

Era gracioso ver a mi amiga correr de lado a lado, como loca, en busca de sus cosas para el paseo, mientras yo, relajada, tomaba mi desayuno sobre la mesa del comedor, con uno de mis libros en la mano y con mi bolso preparado en la puerta.

Eran dos para las diez de la mañana cuando Ethan tocó a la puerta. Llevaba puesto un traje de baño hasta la rodilla, blanco con negro, unas sandalias y una polera blanca. Entretanto, yo vestía mi bikini calipso con negro, que estaba cubierto por un vestido azul marino que me llegaba hasta las rodillas, y unas lindas y delicadas sandalias negras.

—Buenos días, ¿están listas?

Confirmé con la cabeza y colgué mi bolso veraniego en mi hombro.

—Javi, ¡vamos! —grité en dirección a su dormitorio.

—Ya estoy casi lista. Salgan no más... ya voy.

Ethan fue manejando, Kely, la hermana, iba de copiloto, y Javi y yo íbamos atrás, escuchándolo a nuestra nueva vecina las historias de su vida y las sugerencias de las tiendas y lugares que teníamos que visitar sí o sí en Orlando. Kely era amorosa y muy, pero muy buena para conversar. Parecía que para todo tenía un consejo, una opinión o una advertencia. Pero inclusive aunque me cansaba el oído, la encontraba amorosa y muy gentil. Sonaba como una mami parlanchina, sabelotodo, que si bien físicamente no aparentaba rondar más de los treinta, su forma de ser la hacían representar por lo menos cinco años más. De hecho, me pareció un poco extraño que su hermano hubiese terminado cuidándola a ella, cuando, por lo menos a simple vista, demostraba ser madura, independiente y muy segura de sí misma.

Con aquel desplante y personalidad que brotaba de su alma, por lo menos yo no necesitaría la compañía de nadie para hacerme nuevos amigos, pensé, observando a Kely, escuchando atenta el resto de sus recomendaciones.

Ethan, por su parte, iba concentrado en el camino y en las llamadas que a cada cierto rato le hacían a su celular. Estaba segura de que él había sido el organizador del paseo. Lo escuché hablar con una tal Vicky, una Alicia y un tal... no recuerdo el nombre del amigo, pero sí con otro hombre, al que rogaba yo que fuera, ya que me hubiera muerto al llegar allá y darme cuenta de que planeó todo esto con puras mujeres.

Nos estacionamos junto a tres autos. En uno de ellos estaba la colorina que había visto el día anterior afuera de mi casa, apoyada en la maleta de su camioneta con el celular en la mano. Llevaba un short diminuto, como el que llevaba Javi, y la parte del bikini de arriba. Nos bajamos e Ethan y Kely la saludaron de un abrazo, mientras Javi y yo le dimos una corta sacudida de mano. Ella era Vicky Teems, según nos indicó Ethan, una más de las conquistas que tenía. Y eso último no fue necesario que nos lo dijera, pues ya había visto cómo le coqueteaba ella el día anterior. Y ahora, en frente a todos, le sonreía a Ethan con descaro e insinuación. Después de que llegó el resto de sus amigos, tres hombres y una mujer más, nos fuimos camino al sector donde arrendaríamos las canoas.

El lugar era absolutamente hermoso. El foco principal del sitio era una vertiente en forma circular como una piscina, con el agua cristalina en un tono azul verdoso. Estaba rodeado de enormes árboles verdes y variados arbustos de todos los tamaños. Una pequeña selva a sólo pasos de la cuidad.

Según los carteles que pude leer afuera de la oficina de arriendos, aparte de poder andar en canoa y nadar en ese centro de agua, podías pescar, hacer picnic, bucear, acampar, andar en bicicleta o salir a caminar por los caminos que tenían indicados. Un mundo de actividades en la naturaleza en un mismo lugar. Agradecí en ese instante haber ido. Al parecer, después de todo, iba a ser una linda experiencia remar en aquel entorno.

—Lindo ¿no? —me susurró Ethan al oído, y me sobresalté un poco al darme cuenta de que estaba pegado a mi lado.

Miré a mí alrededor y todos nuestros acompañantes habían desaparecido.

—Es muy hermoso, Ethan. ¿Dónde está el resto del grupo? —pregunté, mirando a nuestro alrededor.

—Pagando el arriendo.

—¡Oh! voy a ir a...

—Javi ya arrendó una canoa para dos. Pero si quieres puedes venir conmigo.

Recordaba perfectamente que me había ofrecido eso cuando me pidió que viniera, pero nunca pensé que su ofrecimiento fuera sincero. Si me quería ahí para que Javiera fuera, ya había logrado su objetivo y podía decirle a mi amiga que se subiera con él.

Quizás sabía de antemano que lo iba a rechazar y lo dijo por hacerse el caballero, pensé estudiando el rostro de Ethan en busca de aquella señal de seguridad y victoria, que logró disfrazar con éxito.

Tragué saliva, perturbada e interesada en su propuesta. Remar con mi amiga no iba a ser nada fácil. Ninguna de las dos tenía mucha práctica en ese tipo de actividades, sin embargo, no podía mostrarme atraída por la idea de andar con él como el resto de las niñas, y definitivamente no iba a dejar que mi amiga me dejara sola o con uno de los amigos de Ethan. Lo justo era que ella y yo anduviéramos juntas. Después de todo, no podía ser muy difícil andar en esas cosas.

Gran error, Javi y yo nos subimos a la misma canoa. Vicky, quien se hizo la débil e inexperta que no sabía remar, se subió sin vacilar a la canoa de Ethan mientras le sonría inocentemente. Alicia, en cambio, hizo pareja con uno de los otros hombres que había en el grupo, al igual que Kely. Y el otro amigo, el que llegó de los últimos, decidió quedarse solo en un kayak individual.

Bastó con un pequeño empujón dentro del agua para que me arrepintiera de no haber aceptado la invitación de Ethan de ir en su canoa. Javi remaba por su lado y yo por el mío. Avanzábamos para cualquier dirección menos hacia donde todos iban, e incluso muchas veces dábamos giros en círculo sin lograr ningún resultado positivo. Era vergonzoso ver cómo todos progresaban en su remo y sus técnicas, mientras mi amiga y yo nos continuábamos gritando para poder coordinarnos y remar hacia el lado correcto. Éramos un completo desastre.

Lentamente, y después de algunas clases improvisadas que nos brindó Ethan desde su canoa, las cuales Vicky miró con recelo, Javi y yo al fin pudimos tomar un ritmo decente. Aunque otro factor importante fue que la corriente de la vertiente iba de nuestro lado, de otro modo seguramente nos hubiese tomado el doble de tiempo y trabajo avanzar y poder apreciar lo bello del lugar junto al grupo.

Javi y yo remábamos con esfuerzo y vigor un par de veces, y luego ambas parábamos para descansar e introducir nuestras manos en el agua, disfrutando fascinadas del entorno rústico y exuberante del lugar. Estar rodeada de tanta naturaleza me causaba una mezcla de encanto y miedo al mismo tiempo, que hacía más intensa la sensación de frescura cuando mis manos rozaban el agua.

Según los expertos, la temperatura del agua era siempre la misma; 22˚ Celsius. Exquisita para mis manos y la punta de mis pies, no tanto para mi cuerpo temperado que de improvisto se tensó al divisar un poco más adelante un caimán. Estaba en una de las orillas observando todo a su alrededor, disfrutando de los rayos de sol y de las personas que pasaban por su lado que, rogaba yo, no los viera como almuerzo. Al llegar a su lado, a unos pocos metros de distancia, Vicky comenzó a poner caras y a aprovecharse de la situación. Hasta ese minuto ella y Ethan habían estado alejados por la posición de las bancas. Ella estaba sentada en la punta de la canoa, con la vista en dirección al sentido en que íbamos, e Ethan iba atrás remando casi todo el camino por los dos. La postura de Vicky por algún motivo me alegraba. La canoa de ellos muchas veces intencionalmente chocaba con la nuestra y eso hacía que Ethan y yo quedáramos uno al lado del otro, lo que me hacía disfrutar de lo que mis ojos quisieran examinar sin nada que me estorbara. Vicky en cambio quedaba con la cabeza mirando al frente, fija en la naturaleza y no en mi vecino como me imaginaba yo que ella quería. Las ramas que había en el camino y las arañas que estaban sobre ellas forzaban a Vicky mirar adelante para poder esquivarlas, de otra manera, cuando miraba atrás, no siempre alcanzaba a eludirlas y gritaba como loca, asustada de tener alguna sobre ella.

Al detenernos por unos minutos para ver el caimán que no tenía más de un metro y medio de largo, Vicky se levantó de su lugar. Lentamente se acercó hasta el asiento del medio de su canoa, y quedó con su rostro en dirección a Ethan. Luego le pidió el favor de que le sacara algunas fotos con su cámara, ya que ella había olvidado la suya.

Observándola disimuladamente, me pude dar cuenta de que ella le sonreía toda provocadora a la cámara, coqueteando con exageración para cada una de las fotos que Ethan le sacaba a petición de ella.

Viéndola poner caras y poses, como si saliera de un molde de revista, me dio la impresión de que aquella amiga de Ethan era una mujer engreída, pues, o bien posaba así para subir sus fotos a Facebook y enseñarle a todos sus amigos lo osada que era al estar cerca de aquel animal, o hacia eso para que Ethan pudiera apreciar lo que tenía frente a sus ojos, y que él extrañamente parecía no ver, y no me refiero al caimán.

Por fin entre sus risas y gritos por el movimiento que hacía su canoa al volver a su puesto, seguimos nuestro paseo por el agua.

Kely avisó que llevábamos la mitad de camino recorrido, cuando Ethan y sus amigos inmovilizaron sus remos bajo unos troncos grandes de árbol que daban directo sobre el río.

Javi y yo llegamos al rato, de las últimas, como había sido lo común durante todo el recorrido, y nos acorralamos entre dos ramas para ver lo que iban a hacer.

—Vamos a tirarnos. ¿Vienen? —preguntó uno de los amigos de Ethan que estaba sin polera, preparándose para bajarse de la canoa.

—¡Yo voy! —exclamó Javi.

Sus ojos se habían trasformado completamente. De un rostro agotado, había pasado a un rostro lleno de vida. Se quitó la ropa y quedó con su bikini rojo y, sin pensarlo dos veces, se subió al árbol.

—¿Vienes? —le preguntó Ethan a Vicky, quien lo observaba con ojos saltones, como atónita ante lo que iban a hacer.

—¡Están locos! Hay caimanes. Es peligroso. Ni loca me meto al agua. Ethan...—susurró, llamando su atención—. Quédate acá por favor —le adiviné decir a Vicky.

Haciendo caso omiso a la repentina cobardía de Vicky, Ethan se levantó su polera, lo que llamó inmediatamente toda mi atención, le guiñó el ojo a su compañera de remo, y se subió rápidamente al árbol en espera de que Javiera se tirase.

—¡Ya pues, Allison, ven! —exclamó mi amiga arriba del árbol lista para sumergirse.

—Quizás luego —mentí.

Tampoco me iba a tirar ahí, pero no quería lucir como Vicky. Mis razones eran otras. Suponía que con la bulla y con tanta gente dando vueltas por el sector, los caimanes no iban a rondar el lugar, pero el hecho de que hubiesen tantas plantitas y peces dando vueltas, más la temperatura del agua, no sumaban los puntos necesarios como para que me viera interesada en meterme. Quizás después lo haría en la zona permitida para nadar, después de haber tomado mucho sol y de estar casi que derritiéndome. Eso sonaba bien para mí.

Ethan, sus amigos y Javiera, que era toda una aventurera, se tiraron felices del árbol, uno tras del otro, salpicando agua para todas partes. Repitieron dos veces los saltos hasta que Kely les recordó a los nadadores que debíamos volver pronto a devolver las canoas. Una pena, ya que era un agrado observar el paisaje que tenía enfrente mío. El estómago plano de Ethan, su pelo mojado y su sonrisa cálida, se llevaban simplemente un diez en la escala de evaluación.

Acabado el show gratuito, los tres hombres volvieron rápidamente y sin ningún problema a sus canoas. En cambio Javiera apoyó sus brazos en el borde, se impulsó para subir y quedo ahí pegada, en el mismo lugar sin ningún éxito. Sólo logró mover la canoa al punto en que estuvo a punto de botarme.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Ethan mientras se secaba con su toalla, ya ubicado en su canoa.

—Tienes que impulsarte con fuerza. Es muy fácil —mencionó Vicky entre risitas, como si mi amiga no estuviera tratando de hacer eso.

—Sí sé cómo hacerlo, es sólo que no alcanzo a impulsarme con los pies. No toco fondo —respondió Javi, intentando por tercera vez remontarse a la canoa, con lo que movía de nuevo la canoa de lado a lado.

—¡Me vas a dar vueltas! —exclamé, agarrando el brazo de mi amiga para ayudarla.

Ethan de la nada apareció a nuestro lado y sujetó las piernas de Javiera hasta que mi amiga logró subirse de una manera bien poco elegante. Sus piernas quedaron abiertas, con el trasero parado y su cara incrustada en el suelo de la canoa.

—¡Ya está! —dijo Ethan, satisfecho, y luego volvió nadando a su canoa.

Javi le agradeció a nuestro atento vecino mientras se arreglaba rápidamente el pelo que había quedado en toda su cara, y su bikini que, por suerte, seguía cubriendo sus partes personales. Su sonrisa tiesa lo decía todo, de seguro había quedado avergonzada ante tal desastroso ascenso a bordo en frente de todos, en especial de esa tal Vicky.

Seguimos remando unos pocos metros más hasta que nuestra capitana Kely decidió que era buena hora para volver. Según mi reloj, todavía nos quedaba una hora de arriendo, así es que asumí que, si ya deseaba devolverse, era porque la corriente del agua, en sentido contrario, nos iba a hacer mucho más lento y difícil el trabajo.

Dicho y hecho, el regreso fue un verdadero martirio, avanzábamos unos metros, retrocedíamos varios. Javiera, que decía estar muerta de cansancio, para entonces ya casi no era de ninguna ayuda, y yo sola no era capaz de avanzar rápido ni bien coordinado. Todos iban lejos de nosotros. En un principio, Ethan y su hermana nos hicieron compañía, pero luego de un rato decidieron avanzar para poder devolver las canoas y explicarles a los propietarios la situación de su última canoa. Decisión sabia, ya que al ritmo que remábamos con Javi íbamos a llegar por lo menos media hora más tarde que el resto.

—Ya pues, rema, floja. Me duelen los brazos —le alegué a Javi que había dejado su remo apoyado a un lado de la canoa—. Estas loca si piensas que voy a seguir sola. También estoy cansada.

—Pero necesito descansar, Ali. Paremos un segundito. Voy a enterrar el remo acá —dijo y luego lo metió entre unas ramas, lo que nos ayudó a quedar inmovilizadas por un rato.

—¿Qué te parece esa tal Vicky Teems? —preguntó, volteándose lentamente para poder mirarme.

—Ah...

—Es una engreída, vanidosa ¿no crees? ¿Viste como mira a Ethan?, si pareciera que se lo va a comer con la mirada —agregó Javi, arrugando su nariz.

—Sí, también me di cuenta de que es un poco creída. Pero es linda, así es que sabe que se puede sobrar.

—¿De qué estás hablando? Nosotras somos lindas y no somos engreídas. No le voy a hacer la vida fácil a esa otra, no señor, si cree que se va a salir con la suya está muy equivocada. Ethan es demasiado tierno y lindo para ella. ¿Cierto, Allison?

Me encogí de hombros, haciéndome la indiferente. Aunque tuviera razón de que Vicky fuera una engreída y nosotras no, no iba a cambiar en nada mi situación. Si Ethan no estaba saliendo con ella, de seguro su otra opción era mi amiga que, al parecer, estaba pensando en jugársela por él. Como fuera, no eran noticias buenas para mí. No sabía qué era peor, si que mi estupendo vecino saliera con esa maniquí colorina o con Javiera, ya que de todos modos ambas eran mala opción para mi gusto. Y no porque mi amiga fuera mala elección, sino porque si Ethan salía con ella lo iba a tener que ver más de lo que ya lo vería siendo solamente mi vecino, y tendría que aguantar quién sabe qué, en mi propia casa.

—¿Por qué no mejor gastamos nuestras energías en remar en vez de chismear a la miss figurita? —sugerí, entre risas.

—¿Dónde están los hombres cuando se les necesita? ¡Necesito un novio ya! —protestó mi Javiera, retomando su remo.

Al fin, después de un arduo esfuerzo, llegamos al lugar en donde se dejaban los remos. Ethan y Logan, su amigo que había andado en el kayak, eran los únicos que nos estaban esperando. El resto se habían ido a tomar sol frente a la vertiente, en la zona habilitada para bañarse.

Una vez junto al resto, estiré mi toalla al lado de Javiera, y quedé al otro extremo de Ethan. Mientras menos lo tuviera en mi vista, mejor. Ya harto lo había observado y lo único que lograba era que me gustara más y más. Era atento, simpático y, para peor, terriblemente estupendo. Cualidades que, estaba segura, eran las que causaban que Ethan tuviera tantas amigas mujeres. Sentada, me saqué tímidamente mi vestido, me apliqué bloqueador, y después de intercambiar algunas palabras con Kely, me tendí sobre mi toalla a disfrutar del sol en todo mi cuerpo.

A lo lejos, escuché entre la realidad y un sueño, que todos se iban a dar un chapuzón al agua porque se estaban derritiendo. Invitación que rechacé, ya que disfrutaba en grande aquella sensación de calor. Además, no quería nadar entre Ethan y sus dos conquistas que, estaba segura, iban a jugar en el agua o quién sabe qué, con tal de llamar su atención. No, esa no era yo. En un rato iría, cuando volvieran o estuvieran a punto de eso.

No sé cuánto rato pasó, pero milagrosamente el sol me estaba asando.

Me levanté, decidida a ir a refrescarme y a hacer un poco de vida social con el grupo.

—¿Cómo está el agua? —pregunté, en forma generalizada, cuando estaba a punto de meter mis pies en ella.

—Está rica, pero yo ya me voy a salir, me dio frío —informó Vicky, mirando a Ethan. Supuse que esperando alguna reacción de su parte.

—Nosotras vamos contigo, también me está dando frío —dijo Kely, acompañada de Alicia.

—¿Vienen? —preguntó una vez más Vicky al resto.

—Yo me quedo un rato —comunicó Javi, mirándome.

—Yo voy también —contestó Ethan.

Al escuchar eso, sentí una pequeña decepción. Por algún instante pensé que se iba a quedar un rato, pero enseguida me di cuenta de que era estúpido creer que se fuera a quedar ahí por mí. Le sonreí y, haciéndome la valiente, me metí sin vacilar bajo el agua en dirección a donde estaba la salida del agua de la vertiente.

Los amigos de Ethan, cada cierto rato, se sumergían en el hoyo de dónde provenía toda el agua, mientras Javi y yo tratábamos de mantener el equilibrio sobre las piedras resbaladizas que había alrededor, para poder ver por sobre el agua lo que hacían ellos. El problema era que, a pesar de que me había puesto mis lentes de contacto, existía una gran posibilidad de que si metía la cabeza y abría los ojos bajo el agua, mis lentes se me salieran y los perdiera. Así es que, aunque se veía súper entretenido meterse junto al resto, me mantuve ahí mirando con la cabeza fuera del agua, mientras todos trataban de sumergirse.

—¿Quieres usar esto? —preguntó Ethan, mientras sostenía en su mano dos mascaras de buceo.

—Pensé que habías salido —repliqué, confundida.

—Solamente fui a buscar esto para que pudiéramos ver bajo el agua. ¿Javiera?

—Oh no, muchas gracias —señaló afable Javi, con un gesto con su mano—. Puedes usarlo tú.

—Gracias, Ethan —dije, aceptando el de color blanco. Luego me acomodé la máscara sobre los ojos con la ayuda de Javiera y de Ethan para no caerme, ya que entre las piedras resbaladizas y la presión del agua que salía, era increíble cómo te tiraba la corriente hacia atrás.

—¿Por qué no te pones el otro, Javi? ¿No quieres bajar a ver qué hay? —susurré, tratando de entusiasmarla a que fuera conmigo.

—No, gracias, esos lentes tienen muy poco estilo —me miró, sacudiendo su cabeza de lado a lado—. Pero a ti te quedan muy bien —añadió, enseñándome todos sus dientes.

—¿Lista? —preguntó Ethan una vez que se puso su máscara y luego me tomó de la mano.

—Yo me voy a salir un rato, ya me dio frío —dijo Javiera y luego nadó en dirección a la salida, aún con una sonrisa en sus labios.

Una sensación de culpa golpeó nuevamente mi estómago. Ethan me tenía de la mano y Javi se estaba yendo. ¿Por qué me pasaba esto a mí? ¿Por qué no salía Ethan tras ella? Mi intención no era ésa. Yo nada más quería...

—Tienes que respirar varias veces con la boca abierta para que puedas ampliar tus pulmones y así durar más.

Lo solté de la mano con la intención de ajustarme los lentes de agua, aunque estaban bien ubicados, y comencé a respirar como me sugirió. Casi al segundo me comencé a ir hacia atrás.

—¡Te tengo! —exclamó Ethan, cerrándome un ojo y volvió a tomar mi mano.

Ese guiño me recordó que era un coqueto. De seguro ésa era una de sus técnicas de seducción.

Estoy haciendo esto porque quiero ver qué hay abajo, no porque eres extremadamente guapo. No caeré en tus redes como todas. Le advertí, en mi mente.

—Me estoy comenzando a marear, Ethan.

—Genial, eso es normal —me explicó mientras terminaba de acomodar sus lentes, con una mano.

Ya lo sé, quise decirle. Estoy hiperventilando. En vez de eso, me mordí la lengua para no sonar pesada.

—A la cuenta de tres, Allison. Uno, dos, tres.

De su mano y gracias a su impulso, me llevó hacia abajo. El hoyo era como una larga grieta. En un inicio, sentí una fuerte presión que nos tiraba hacia atrás, pero Ethan se movió a un lado y, de la nada, la corriente desapareció de nuestro camino. Al llegar abajo, no muy profundo, divisé, horizontalmente a nosotros, un hoyo completamente negro. En un principio, no pude ver absolutamente nada. Mis ojos no acostumbrados a aquella repentina oscuridad perdieron toda visibilidad de lo que había en frente, lo que me causó miedo y ganas de salir de ahí en ese instante, sin embargo, Ethan me miró tranquilo y con su mano libre, me indicó que me sostuviera de las piedras para no salir disparada para arriba. Sin tener muy claro el porqué, le hice caso, a pesar del susto que tenía al estar ahí en lo oscuro. Una inesperada e inexplicable confianza en Ethan, de un segundo a otro, había pasado a ser más fuerte que las ganas de salir de ahí. De a poco, mis ojos se acostumbraron y pude ver a Ethan meterse al hoyo, gateando. Examinaba las piedras, como si buscara algo en ellas.

La verdad es que podría haberme quedado horas ahí observándolo, pero el aire se me estaba acabando. Necesitaba respirar. Ethan me dio otra mirada y con mi pulgar le indiqué que necesitaba subir. Se acercó a mí de inmediato y, de la mano, lentamente me llevó devuelta a la superficie.

—¿Qué te pareció?

Su rostro irradiaba felicidad.

—Muy entretenido. Eso sí, no pensé que fuera tan oscuro.

—Sí, ¿no? es emocionante estar ahí. Qué pena que no vimos ningún pez. A veces hay algunos dando vueltas.

—De seguro, el poco oxigeno los mantiene alejados.

—Tienes razón.

Miré a mí alrededor y vi a Javiera con los pies metidos en el agua, envuelta en su toalla viéndonos desde afuera a Ethan y a mí.

—Ya me dio un poco de frío —mentí—. Mejor me voy a salir.

No era el frío lo que me obligaba a salir del agua, era la culpa por estar ahí nuevamente con Ethan en lugar de mi amiga.

—Está bien, vamos, de todas maneras yo creo que todos deben querer irse a la casa a comer. Vas a ir ¿cierto?

La verdad era que estaba muerta de hambre y no me hacía ninguna gracia llegar a cocinarme algo cuando ellos tendrían unas ricas hamburguesas asadas.

—Voy a ir un rato, tengo mucho que estudiar.

—¡Genial!

—¿Qué es tan genial si se puede saber? —preguntó Javi, a la salida de la vertiente junto a nosotros, dándole una mirada cargada de curiosidad a Ethan.

—La grieta es genial. ¿Cierto, Ethan? —le pregunté, tratando de desviar el tema.

—Deberías haber venido con nosotros, Javiera, te hubiese encantado —musitó Ethan, sacándose los lentes, quedando con la máscara marcada en su rostro. Supuse que yo la tendría marcada igual que él.

Nada sexy, pensé. Pero qué importaba, después de todo, mi vecino me había visto en peores momentos.