Capítulo 2
IGNORANDO la exageración de Javi y el susto que por un minuto me dio al verla tan espantada, abrí la puerta y me instalé en la maletera, esperando a que la abriera y a que ella se bajara para ayudarme a cargar y trasladar a la casa, las bolsas que llevábamos.
Pasaron cinco segundos y nada. Golpeé suavemente el auto para llamar su atención, y escuché un balbuceo por la ventana.
—Ven apúrate —le percibí decir.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué no te bajas?
—Es que no puedo —se tapó su rostro con las manos.
—¿De qué estás hablando?
Javiera me indicó con los dedos en dirección a donde estaba nuestro vecino o visitante.
—Es que ese tipo está buenísimo y mírame como ando. No me puede ver así. ¿Por qué no me traes los pantalones que... mmm? ¿Dónde los deje? —se preguntó ella misma—. Ah sí, creo que están en mi maleta lila. Tráeme mis jeans ajustado, ésos que te mostré en tu casa.
Arrugué el ceño. No creía lo que mis oídos acababan de escuchar. Me quedé ahí esperando otra explicación. ¿Qué tipo de tontera era ésa?
—Ya pues, anda y aprovecha de bajar unas bolsas —me ordenó, dándome un golpe suave en mis manos que estaban apoyadas en su ventana, después de haber sacado de su bolso de mano, su espejo y el encrespador de pestañas.
Aturdida y recelosa por la situación, le obedecí. Me cargaba que algunas veces mi amiga se pusiera mandona y ridícula, pero porque la quiero mucho, no dije nada e hice lo que me mandó. Saqué algunas bolsas del auto y, sin mirar al vecino, caminé derecho a abrir la puerta de la casa. Dejé las bolsas a un lado y fui en busca de los pantalones pitillo que tenía que encontrar. Entre medio del desastre que Javi tenía en su dormitorio, saqué con éxito los jeans. Volví a salir, arreglándome mis lentes y ojeando disimuladamente hacia el frente. Por un breve segundo, me topé con la mirada del vecino, quien rápidamente devolvió su sonrisa a la niña que lo acompañaba. Tuve que reconocer que el joven era bastante buen-mozo, y que había algo en él que encandilaba.
—Ya, acá tienes —espeté, una vez que llegué al auto nuevamente.
Javiera me los recibió apurada y, cubierta por el protector de vidrio para el sol, se enterró en el auto a cambiarse incómodamente los pantalones. Sacudí la cabeza al mismo tiempo que una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios, al observar lo divertida que se veía tratando de cambiarse en el auto sin ser vista.
—¡Ya, estoy lista! ¿Cómo me veo?
—Linda, como siempre —sonreí.
—Genial, échate esto en una de las bolsas y bajo enseguida.
Agarré más bolsas y nuevamente salí sola en dirección a la casa. Esta vez, con la intención de quedarme adentro y echarme en el sofá hasta que Javiera se dignase a llegar con algo en sus manos.
Al poco rato llegó ella apoyándose en la puerta toda coqueta, con unos zapatos rojos con un taco enorme, que llamaron inmediatamente mi atención. No le había visto esos zapatos, pero supuse que los tenía escondidos bajo el asiento para ser ocupados en circunstancias como ésas, que estaba segura no había sido la primera. Echada de espalda en el sofá, sentí como aumentaba el calor en mi cuerpo de rabia al dejar de mirar el taco aguja de sus zapatos y darme cuenta de que sus manos estaban vacías.
—Muchas gracias, no tenías que molestarte —replicó Javi, mirando hacia afuera, reubicando su pelo a un lado.
—No es nada —escuché la voz de un hombre acercándose.
Como con un resorte en mi trasero, salté del sofá con la intención de ocultarme en mi habitación. Muy tarde, nuestro vecino se asomaba a la casa y no se me ocurrió nada mejor que meterme a la cocina estilo americano, que estaba a pasos de la puerta, con vista al living comedor.
—¿Así es que ustedes son las nuevas arrendatarias? —preguntó el mismo chico del supermercado con una voz varonil y seductora, mientras cargaba el resto de las bolsas que quedaban en el auto.
Enseñando sus brazos fuertes y armónicamente marcados, apoyó suavemente las bolsas sobre el sofá, donde hacía poco había estado yo desplomada.
—Sí, mi mejor amiga Allison y yo somos las nuevas arrendatarias —confirmó Javi con sus mejillas rosadas como una muñeca de porcelana—. ¿Cuál es tu nombre?
—Ethan Scott.
—¡Ay, me encanta ese nombre! Como el de la serie de Lost. Allison, ven te quiero presentar a nuestro nuevo gentil vecino Ethan.
Limpiándome sutilmente la garganta y tragando rápidamente, como escondiendo una posible tos, me acerqué con una sonrisa nerviosa. Le estreché su mano e Ethan, enseñándome sus bellos dientes, me sonrío y saludó. “Sí es sexy, pero de seguro un fresco” se quejó mi subconsciente que interrumpió el bello momento.
—Mucho gusto, Allison.
Algo aturdida con su presencia y su olor que perfumaba el ambiente, me arreglé los lentes y volví a la cocina a ordenar las cosas que recién habíamos comprado.
—¿Y así que vives aquí? —preguntó Javi, quien, estaba segura, trataría de sacarle la mayor cantidad de información en pocos segundos.
—Sí, vivo con mi hermana.
Al escuchar eso y sin entender por qué, sentí un gran alivio. Abrí las bolsas y comencé a sacar de ellas todas las cosas que iban en el mueble de al frente para evitar tener que darles la espalda.
—¡Qué bueno! —exclamó Javiera, quien de seguro estaba saltando de alegría por dentro al saber que su vecina no era su novia—. ¿Y qué haces? ¡Ay qué rota yo!, no te he ofrecido nada —se interrumpió ella misma del largo cuestionario que, me temía, tendría en mente—. ¿Una cerveza? Allison, ¿tenemos una cerveza para nuestro nuevo vecino?
—Sí —respondí espontáneamente dirigiéndome al refrigerador.
Saqué la botella y un vaso largo, mientras Javi se acomodaba en el sofá con Ethan, cruzando sus piernas para quedar cabalmente en dirección a él.
—¿En qué estábamos...?
—Déjame ayudarte —la interrumpió Ethan, levantándose del sillón y dirigiéndose a donde me encontraba yo, luchando con la tapa.
—Está muy apretada —me disculpé.
—No te preocupes, yo la abro.
El teléfono celular que Ethan tenía en el bolsillo del pantalón sonó inesperadamente. Abrió rápidamente una de las botellas y respondió a la llamada, quedándose a mi lado.
—Disculpa. Un segundo —dijo, mientras elevaba su dedo índice.
Me di la vuelta y le dejé la otra botella, que era para Javi sin destapar, concentrándome en las cosas que aún tenía encima del mesón sin guardar, pero sin poder dejar de tomar atención a la conversación que estaba teniendo.
—No creo que pueda el lunes Mariela, tengo un compromiso.
El tono de voz de Ethan sonaba serio. Su presencia por algún motivo me ponía nerviosa. Y no entendía por qué. Esas escenas las había vivido miles de veces. Llegaba el niño bonito y se fijaba en mi amiga, mientras yo era completamente invisible para ellos. Y no creía que ésta fuera a ser la excepción, menos tratándose de un tipo tan atractivo.
Pareciera que, de un segundo a otro, mis manos se hubiesen llenado con mantequilla porque, mientras Ethan seguía hablando, dos veces lo interrumpí con cosas que se me resbalaron de ellas.
—Bueno, te veo en un rato entonces —ratificó Ethan, guardando su celular y recogiendo la cerveza que había abierto, para luego volver al living en donde lo esperaba Javiera—. Muchas gracias por la cerveza. Me tengo que ir, pero fue un gusto conocerlas —dijo con un tono de voz un tanto emocionado, como si su nuevo panorama o lo que le hubiese salido gracias a esa llamada fuera muy interesante.
—Pero no hemos podido conversar nada. ¿Por qué no pasas mañana para que nos conozcamos un poco más? Estaba pensando en cocinar sushi. Si quieres podrías pasar a cenar con nosotras —lo invitó Javi en un tono relajado y casual, casi como si el menú que estaba mencionando fuera algo que normalmente preparara.
Al instante paré de guardar los últimos tarros en la despensa y le dirigí a mi amiga una mirada de reproche, que por supuesto no me devolvió. ¡Hacer sushi!, ¿está loca? Toma horas preparar eso. Esperaba que estuviera pensando en comprarlo hecho y hacerse pasar por chef, porque no estaba en mis planes cocinar sushi para nadie, menos para un desconocido. Me arreglé la garganta con la esperanza de que Javi se dignara a mirarme para darle una señal de desaprobación, pero lo único que logré fue que nuestro vecino me sonriera agradecido.
—¡Me encantaría! Me encanta el sushi. Yo traigo un vino.
—¡Genial!, nos vemos entonces mañana. Ya sabes donde vivo. Quiero decir vivimos —se corrigió Javi, mirándome emocionada.
—Sí, ya sé dónde viven —dijo divertido Ethan, guiñándole el ojo a mi amiga que por poco quedó derretida en el suelo.
Terminé de guardar las bolsas vacías en el mueble que estaba debajo del lavaplatos y saqué una de las latas en conserva. No quería cocinar. Estaba cansada y con sueño. Desde que habíamos llegado, no había hecho más que bajar cajas, ordenar, ir de compras y guardar la comida. Y no estaba dispuesta a preparar algo mientras mi amiga coqueteaba con el nuevo vecino, sin antes siquiera saber realmente quién era ni qué hacía. Salí de la cocina, con la sensación de que estaba más enojada y cansada de lo que realmente debería estar. Dispuesta a encerrarme en mi dormitorio, caminé a mi alcoba para dejar a los tortolos despedirse en privado.
—¿Dónde vas? —me preguntó Javi, sorprendiéndome de que hubiese recordado que todavía estaba presente.
—Voy a comer algo y a acostarme. Ya estoy cansada.
—Pero Ali, pensé que íbamos a cocinar algo y a cenar juntas. Acabamos de llegar.
Escuché que me llamó Ali y mis ojos se achicaron de inmediato en señal de interrogación. Javiera suele llamarme así cuando sabe que ha hecho algo malo o cuando espera que le haga un gran favor. No me hizo ninguna gracia que me nombrase así, pues se me vinieron varias ideas a la cabeza de lo que podría ser que quería, entre ellas, tener que cocinar sushi. En su vida Javi había cocinado sushi, al menos no que yo supiera.
—Bueno, mejor las dejo. Yo me tengo que ir —Ethan elevó su cerveza, dirigiéndose a la puerta. Me dio una mirada rápida, la que fue devuelta por mi parte con un levantamiento corto de rostro.
Al rato, cuando ya estaba en mi alcoba a punto de acabar la sopa de verduras que elegí, Javi llamó a mi puerta.
—¿Ya terminaste?
Le dejé ver lo que me quedaba, inclinando el tarro casi vacío.
—Estaba rica —saboreé la última cucharada que me quedaba.
Javi salió de la habitación, gritando que volvía enseguida, dándome la oportunidad de agarrar uno de los libros de física que había comprado hace pocos días atrás.
—Toma, mira lo que te traje —anunció volviendo a entrar a mi dormitorio, con dos pocillos en sus manos.
—¡Tutifruiti!
O algo parecido a eso, ya que contenía únicamente la mezcla de plátano y durazno.
—¡Gracias, Javi!
Me senté en la cama, apoyando mi espalda en el respaldo, y Javi tomó asiento en los pies de ésta. Presentía que era el inicio de una larga charla.
—Está rico ¿no? —preguntó con voz emocionada, como esperando a que le alabara su trabajo.
—Sí, está rico. ¿Pero y tú no vas a comer? Me refiero a alguna sopa o algo más que sólo fruta.
—Después. Quiero terminar de ordenar mi habitación y luego, si me da hambre, como algo más.
Estuve a punto de insistirle que debería comer algo antes y alimentarse bien, cuando me di cuenta de que no estaba ahí para ser su madre. Ella es adulta y sabe lo que hace, me decía mi interior. Aunque a veces tuviera mis dudas. Por algún motivo nuestra relación siempre ha sido así. Ella es la traviesa, algunas veces inmadura, y yo la seria que pone orden a las cosas. Supongo que desde la muerte de sus padres, parte de mí se sintió responsable por ella y por lo que le pasara, lo que me hizo tomar el rol de la adulta cuando incluso era una niña como ella. De hecho, mi madre muchas veces me decía que fuera un poco más loca y osada en la vida, pues la vida era una sola. Consejo que por más que algunas veces sonaba tentador, me negaba a tomar. Prefería ocupar mí tiempo en estudio o trabajo, en vez de desperdiciar mi vida con hombres y fiestas. Mi estilo de vida no coincidía con el de Javi, pero mi amiga me respetaba. No como muchas compañeras que, por no querer yo salir con chicos o salir de compras cuando todas lo hacían, se alejaron de mí. Javi era distinta, me aceptaba y me quería tanto como yo la quería a ella, a pesar de sus locuras y su forma de ser que muchas veces desbordaba de lo normal o lo clásico. Ella era entregada a la vida, aventurera, tomaba lo que se le presentara por delante. Mientras yo... se podría decir que algunas veces era la aburrida o conservadora.
Mi vida ha sido atrapada por la física y los experimentos más que por el mundo terrenal. Escapando de los hombres que si bien nos llevan al sueño de una melodía hermosa envuelta en perfumes de palabras románticas, finalmente nos despiertan con un estruendo de mentirillas. Lo que pasé hasta mi cabecita pide pausa para no recordar. El primer chico con el que tuve relaciones y que me pareció tierno e inteligente no midió su bocota para contarles a sus amigos lo que pasó entre nosotros. Esto no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Decir que era una conquista más en su larga lista de mujeres, me humilló y me hizo sentir como una tonta, pues realmente pensé que ese chico era distinto al resto. El gran problema es que desde entonces mis experiencias no han sido mejores que esa. Luego de superar aquella vergüenza, salí con Pablo y luego con Gabriel tratando de dejar mi pasado atrás, intentando volver a confiar en los hombres, pero una y otra vez me decepcionaban. Ambos sin conocerse entre ellos, resultaron ser igualitos, tiernos, seductores y que compartían una típica sicopatología de la raza masculina. Hombres que no saben amar, en otras palabras, unos mujeriegos. En especial, Gabriel, con quien tuve un final desastroso y doloroso. Después de haber caído en sus encantos y sus palabras románticas, resultó ser otro fresco más en mi lista. Mientras estábamos saliendo y me decía lo mucho que me quería, un día pille en su celular, varias fotos recientes de él besándose con otras chicas, algunas de ellas vestidas sólo con ropa interior. Esta situación carcomió mi corazón y no hizo más que confirmarme que el estudio y el trabajo te pueden brindar mucho más en la vida que los hombres, y razón por lo cual mis puertas al sexo opuesto fueron cerradas bajo un candado que no he vuelto a abrir. No por lo menos para algo serio. Los hombres son un peligro. Te hechizan y luego te destruyen el corazón. Me tardé en asimilar la lección, pero la aprendí.
Terminamos de comer el prostre en silencio.
Javi raspó su pocillo con su cuchara.
—¿Y?
—Estaba muy rico, gracias —elogié su tutifruti, asumiendo a que esperaba que dijera eso.
—Sí ¿no? Está buenísimo.
Me pareció que no hablábamos de lo mismo.
—Mañana iré yo de compras para traer todo lo que necesitemos para hacer el sushi —dijo en un tono nervioso—. ¿Me vas a ayudar, amigui? —parpadeó rápidamente, con una sonrisa amplia que dejó al descubierto todos sus dientes.
—Pensé que tú sabías hacer sushi. Como le dijiste eso a nuestro nuevo vecino...
Aunque ya había decidido que la iba a ayudar, me divertía dándole un pequeño momento de angustia. Mal que mal, no debiera haber hecho planes sin antes consultarme.
—Sé cómo cortarlos una vez que están hechos. ¿Sabías que recomiendan mojar el cuchillo cada vez que se cortan para que no se pegue el nori o el queso filadelfia? Son técnicas que he aprendido.
—¿Y qué más sabes? —pregunté, burlona.
—Que a ti te quedan deliciosos y que juntas podemos hacer una exquisita cena para los tres. Yo te voy a ayudar en todo. Porfa. Dime que me vas a ayudar. ¿No vistes cómo es Ethan?
—Claro que lo vi. Lo trajiste a la casa y ahora tenemos que hacer una cena para él.
—¿Eso significa que me vas ayudar?
Me encogí de hombros, y recibí un fuerte abrazo de parte de mi amiga quien se levantó de un brinco a dejar los pocillos a la cocina.
Me levanté de la cama y la seguí.
—Javi no te hagas muchas ilusiones todavía. Me refiero a que todavía no sabemos quién es o qué hace, ni menos si es que está soltero. Recuerda que en el supermercado estaba con dos niñas.
—Eso no es problema. Mientras no esté casado o muerto no hay problema —presumió con voz divertida, agarrándome del brazo.
Javi se sacó sus elegantes tacos, volviendo a mi altura y poniendo cara de alivio.
De pronto recordé que al día siguiente tendríamos una jornada bien ajetreada. Por un lado recibiríamos los muebles, luego tendríamos que ir al mall, como quedamos, camino a Orlando, para que Javi me acompañara a comprar mi computador y, además, tendríamos que ir de nuevo al supermercado para comprar el resto de los ingredientes que necesitaríamos para la cena. Y yo que pensé que tendría un fin de semana completamente relajado. Con estos nuevos planes, asumí que no me quedaría otra que dejar mi tour por los alrededores de la universidad para más adelante. Al fin y al cabo, tiempo tendría. Me esperaban varios años en el mismo lugar.
—Acuérdate que mañana vamos a comprar mi computador y que llegan los muebles.
—Sí, ya sé, no se me ha olvidado —confirmó Javi, pensativa.
—Escuché que hay un centro de tiendas cerca de mi U. Quizás podamos ir a ver allá o podemos buscar un Best Buy.
—Me parece buena idea, y quizás podríamos aprovechar de comprarnos algún vestido o una blusa bonita para la cena—sonrió—. Voy a ir a ordenar mi ropa ahora para dejar todo listo para mañana.
Javi se encerró en su dormitorio y yo, después de lavar los pocillos y de lavarme los dientes, me fui al mío. Observé a mi alrededor y respiré profundamente. Saqué el pijama que estaba perfectamente doblado y guardado en mi clóset, me lo puse y me dejé caer bajo las sabanas, una frazada, mi cobertor lila con diseños de flores en la cabecera y mi poncho de lana que lo tiré a mis pies. Casi enseguida mis ojos, agotados por el sueño, se cerraron, llevándome a un sueño en el que mi nuevo vecino y yo estábamos caminando por los patios de mi universidad, disfrutando del paisaje y del aire fresco. Su vestimenta era completamente distinta. En vez de llevar jeans gastados con una polera negra ajustada y unas sandalias de cuero viejas, vestía un pantalón de género, con unos zapatos negros y una camisa polo que para mi gusto lo hacían verse mucho mejor, quizás porque parecía ser alguien más serio y reservado. Por algún motivo no logré ver su rostro, pero sabía que era él. Podía ver su pelo y distinguir su mano que iba colgando al lado de la mía, e incluso pude sentir el roce de sus dedos que me transmitió un choque eléctrico. Una brisa me provocó un escalofrío y sentí que me agarraban la mano. Desperté confundida, por poco entumida.
—¿Allison estás bien? Te escuché hacer unos ruidos y entré a verte. ¿Estabas soñando?
—Eso creo —me refregué los ojos, tratando de comprender lo que acababa de pasar—. ¿Me puedes pasar el poncho? está heladísimo acá.
Después de que Javi me abrigó, me volví a acomodar en la almohada y cerré los ojos, temerosa de volver a soñar con Ethan. Traté de poner mi mente en blanco, pero la sonrisa de mi vecino y sus manos con las venas suavemente marcadas interrumpían mi mente. Agarré mi almohada y me cubrí la cabeza con ella. Intenté no darle mayor importancia a mi confuso sueño, y traté de pensar en mi nueva universidad y en el auto que compraría pronto, hasta que por fin logré dormirme nuevamente.