Capítulo 10
REFRESCADA, peinada y con el desayuno, fui con mis cuadernos nuevos bajo el brazo, a despertar a Javi por tercera y última vez. Debía irme a mis clases; pero, antes de marcharme me acerqué a su dormitorio con un vaso de agua en mis manos, dispuesta a lograr mi objetivo de despertarla. Golpeé la puerta y le grité a Javi que me iba, que si no se levantaba en ese segundo no llegaría a la hora a su primera clase. La única respuesta que recibí fue un gruñido perezoso, como el de un cachorro adormilado. Miré el vaso, vi mi reloj. Me tenía que ir ya. El bus pasaba cada treinta minutos. No podía seguir luchando, tratando de despertar a mi amiga, pero tampoco era capaz de marcharme dejándola dormida, pues estaba segura de que después me iba a retar a mí por ser desconsiderada con ella.
—Tú lo quisiste —le dije, arrojándole un chorro pequeño de agua en la cara que, por suerte, la hizo reaccionar.
—¿Qué pasó? ¿por qué estoy mojada? —refunfuñó asustada, secándose la cara con la sábana.
—¡Al fin! Ya me tengo que ir. Nos vemos pronto. Que te vaya bien —grité desde el living.
Abría la puerta y escuché un grito de Javiera:
—¡Es muy tarde!
Cerré la puerta con llave y prácticamente que corrí al paradero que se encontraba a ocho largas cuadras de la casa. Un buzo y unas zapatillas hubiesen sido mejor vestimenta para la caminata a paso rápido que estaba dando, pero ni loca me iba a vestir así para mi primera clase. Quizás, cuando hubiese entrado más en confianza con mi profesor y mis compañeros, vestiría ropa más deportiva, pero, por el momento, unos pescadores, chalas, una polera de manga corta y un chaleco en mi cartera eran mejor para la ocasión.
Cuando llegué a la sexta cuadra de mi trayecto, eché de menos un auto. Con él podría avanzar esas extensas y rectangulares avenidas en un abrir y cerrar de ojos, pero en cambio, estaba caminando a paso ágil, sintiendo una gota de transpiración en mi frente, tratando de no tener que correr para llegar a tiempo al paradero de horario establecido.
Los niños que esperaban el bus escolar y los adultos que paseaban con sus perros eran los únicos peatones del lugar, el resto, todos pasaban en autos con un café o el celular en sus manos. La gran mayoría tenía autos grandes que eran ocupados exclusivamente por el conductor. Distraída entre las nuevas calles y el sector, llegué al fin a la parada del autobús. Había sólo una persona más, que vestía un uniforme de médico o enfermero. Me senté a su lado y, a los dos segundos, pasó el bus.
Me bajé en mi destino, acompañada de otros cinco alumnos, no muchos para ser un barrio universitario. Cualquiera podría pensar que estaría lleno de estudiantes, pero la verdad era que al parecer eran pocos los que no tenían auto como yo. Me acomodé los cuadernos y mis lentes, y caminé a paso moderando hasta el edificio de la facultad de física.
Mi primera clase fue densa y larga, completamente distinta a las de mi escuela. El profesor se presentó en dos minutos y comenzó a pasar su materia. Parecía que iba casi contra el tiempo. Mucho que aprender y poco tiempo, repetía, cada cierto rato, mientras anotaba algunos datos y formulas en el pizarrón.
Me era difícil llevar el ritmo de las clases en general, y estaba segura de que no era la única con el problema, ya que, en varias ocasiones, los profesores tuvieron que repetir lo que habían ya dicho, para que la alumna que no había escuchado bien o que no había tomado todos los apuntes que necesitaba, se pusiera al día. Anotaban la información, y en pocos minutos la borraban para agregar una nueva, así era bien difícil seguir el hilo y había que poner mucha atención y escribir rápido.
Los días pasaron volando. Me pasé la gran mayoría del tiempo en laboratorios, con mis nuevos compañeros, en donde hacíamos diversos experimentos. En general, eran todos simpáticos. Algunos muy sociables y otros más introvertidos como yo, con esos usualmente me juntaba cuando teníamos que hacer algún ensayo en grupo. Disfrutaba enormemente de cada día en la universidad. Me levantaba temprano, feliz de tener otro nuevo día de búsqueda por las leyes fundamentales de la naturaleza. Entender el movimiento de los cuerpos, el comportamiento de la luz y de la radiación, el sonido, la electricidad y el magnetismo, entre otras materias, me fascinaba. El estar envuelta en ese entorno era el complemento perfecto que me animaba a seguir adelante. Así veía también que las clases de Javi eran el complemento ideal para ella. Llegábamos cada una de nuestras universidades a la casa con la lengua llena de noticias del día. Por mi parte, le contaba en forma trivial sobre mis experimentos y ella, en forma extensa y detallada, me contaba lo que habían hecho con sus nuevos compañeros. Al parecer, la mayoría entregados a la vida como ella. Les gustaban las fiestas, las reuniones después de clases en el bar y los paseos a los museos.
El lunes Javi llegó tarde por que se había quedado con sus compañeros tomando unas cervezas, el martes regresó temprano, el miércoles se fue a un museo con su grupo de nuevos amigos que había formado y el jueves no supe qué hizo.
Pero ya era viernes, último día de la semana estudiantil. Mi reloj marcaba las cuatro de la tarde y, cargada con una bolsa llena de frasquitos de vidrios, caminaba de vuelta del paradero, a la casa. Recorrido que con lluvia era un caos. Dos días tuve la mala suerte de agarrarme una tormenta. La primera vez, quedé completamente empapada de pies a cabeza, pero por suerte ya iba de vuelta a la casa. La segunda, en cambio, resulté con la cabeza seca gracias al paraguas que metí en mi cartera, cuento distinto con los pies y pantalones, que me quedaron totalmente mojados. Ése es el problema con Florida. No solamente llueve como en todo el mundo, algunas veces llueve ultra fuerte, otras con mucho viento, y otras incluso de lado. Por fortuna, esa tarde el clima estaba seco y, según el pronóstico del tiempo, no volvería a llover hasta la próxima semana, predicción que podía variar sin ningún problema.
Con mis cuadernos, libros, la bolsa en que llevaba mis frascos, y mi bolso que cargaba, mis dedos estaban cansados y con un tono rojo, añorando por la liberación del peso.
Saludé a una de las hijas de mi vecina, que después de cinco días consecutivos de pasar por enfrente de su hogar, conseguí conocerla a ella y su perrito. Y luego, hice lo mismo con Ethan que me sorprendió con su presencia en el balcón de su casa. Durante toda la semana no lo había visto. Su recuerdo había pasado a ser como un fantasma, borroso. Su ausencia en mi mente y en mis labios, al no haber pronunciado de nuevo su nombre, había sido suficiente para olvidarme de él. Ni Javi ni yo habíamos vuelto a hablar de lo sucedido. Cada una estuvo envuelta en su nuevo ambiente.
—Allison, ¿cómo has estado? —preguntó Ethan, levantándose de la silla en la que estaba y acercándose decididamente a mí.
—Muy bien gracias ¿y tú?
—Bien también, esperando ansioso nuestra excursión de mañana.
Apoyé la bolsa en el suelo y apreté los ojos. Se me había olvidado por completo el paseo en canoa.
—El paseo... ¿dónde es? ¿Wikawa?
—Wekiwa Springs. Te puedo dar la dirección si quieres, pero estaba pensando en que podríamos irnos juntos. Javiera me dijo que no le importaba manejar, pero para qué ir en dos autos si podemos ir en uno. La idea es salir de acá a las diez de la mañana.
¿Javiera habló con él? ¿Cuándo? ¿Por qué no supe?
—¿Quieres que Javi se despierte un sábado a las nueve de la mañana para que esté lista a las diez? —me reí. Si supiera que ni durante la semana para ir a sus clases, mi amiga se levanta temprano.
—Es que si vamos muy tarde, nos va a dar mucho calor. Es mejor ir temprano a remar, además, así después tenemos tiempo de sobra para bañarnos y refrescarnos.
—Está bien, voy a decirle tus planes a Javiera, pero no te prometo nada —dije, retomando mis bolsas, tratando de terminar nuestra conversación.
El estar frente a él me hacía sentir incómoda. Recordar que me vio vomitando, que me desvistió y que luego durmió conmigo me disgustaba profundamente.
—¿Entonces las paso a buscar a las diez? —preguntó Ethan entusiasmado, mientras acomodaba sus manos en los bolsillos del pantalón.
Confirmé con la cabeza.
—¡Genial!
Entré a la casa con la sensación de tener la mirada fija de Ethan en mi espalda. Cerré la puerta e ingresé a mi dormitorio a dejar la bolsa y mis cuadernos. Estaba sola, como era de costumbre a esa hora. Javi había quedado en llegar a más tardar a la cinco, con la intensión de que cocináramos una cena juntas y celebráramos nuestra primera semana universitaria. Bajé el termostato del aire acondicionado, para que cuando llegara mi amiga, no se volviera loca por el calor. Y yo me abrigué con un chaleco para soportar el frío que surgiría por la salida del aire.
Una vez lavada y estilada la lechuga, comencé a preparar una ensalada surtida y a descongelar un pollo en el microondas para hacerlo al horno con mostaza.
Mientras las cuatro presas del pollo daban vueltas en el microondas, me asomé por la ventana para chequear si había algún rastro de mi amiga que, para ese entonces, llevaba diez minutos de retraso. Nada, al único que distinguí fue a Ethan parado junto a una niña de unos veinte tres años, y a un joven apoyado en una camioneta, conversando alegremente. Me alejé del ventanal y, a los pocos segundos, sin darme cuenta, estuve de nuevo adherida al vidrio. El sol daba directo donde estaba yo, así es que sabía que quien estuviera afuera no me podría ver, a menos que estuviera muy cerca de mí. Ethan lucía contento, relajado y confiado. Su cabello estaba perfectamente ubicado en su lugar, a pesar de que el viento movía constantemente el cabello de una mujer que se encontraba a su lado. Ella tenía el cabello rojo, largo y aleonado y noté que jugaba con sus mechones de pelo al viento que cubrían parte de su rostro, como si estuviera modelando para una revista de moda o algo por el estilo. Sabía perfectamente cómo acomodarse y moverse para que su cabello siguiera luciendo perfecto, a pesar del inquieto aire.
Un puchero molesto se formó en mis labios.
El auto de Javiera apareció y me acordé de que estaba asomada en la ventana para esperarla a ella, no para espiar a mi vecino y a sus amigos.
El pitito del microonda sonó y de un salto me alejé del ventanal.
Saqué la fuente de vidrio que teníamos, puse el pollo en ella, le apliqué aliños, y mucha mostaza. Encendí el horno convencional para que comenzara a calentarse y comencé a preparar la mesa en espera a que Javi entrara en cualquier momento. Estiré el mantel y no conseguí aguantar más. Quería saber si Javi se había bajado ya del auto y si es que venía entrando o si bien se había quedado a hacer vida social con Ethan. No era que me importara, era solo que tenía hambre y no quería cocinar sola. Agarré los tenedores y cuchillos y, con ellos en la mano, me volví a asomar por la ventana. En aquella oportunidad no vi ni a Javi ni tampoco a Ethan. ¿Dónde están? Me metí a la cocina a ver si por la ventana chica lograba ver algo. La abrí lentamente y con dificultad hacia arriba, tratando de escuchar algo proveniente de afuera, en cambio, escuché de repente la puerta principal.
—Claro que sí. Pasa.
Era Javiera, sonriente, invitando a entrar a Ethan en la casa.
—¡Llegaste! —exclamé mientras cerraba disimuladamente la ventana que estaba oculta tras los estantes de la cocina.
Me acerqué a la mesa y acomodé los servicios que aún llevaba en mi mano.
—Al parecer tengo buen olfato. Siempre llego a la hora de comida —sonrió Ethan caminando en dirección al comedor.
—Hola, amiga.
Javi me dio un abrazo corto y se dirigió a su dormitorio.
—¿Qué estas preparando? —gritó desde su cuarto.
—Iba a hacer un pollo.
—Mmm, ¡que rico! —expresó Ethan, reclinando su cuerpo sobre la mesa—. No te preocupes que nada más vengo a buscar un pulpo y me voy. Mis amigos quieren llevar sus canoas, pero sus cuerdas se les rompieron. Les dije que yo tenía un pulpo que podían usar para amarrar todo, pero mi hermana se lo prestó a un amigo sin decirme nada, y bueno, ya que vi pasar a Javiera le pregunté a ella si por casualidad tenía uno y me dijo que sí.
No sé qué me sonó más raro, si el hecho de que me diera explicaciones, o el hecho de que mi amiga tuvieran un pulpo. El pulpo es una correa elástica que sirve para atar equipaje. ¿Qué haría Javiera con uno de ésos? Ésas son cosas de hombres, ellos guardan todo tipo de artículos para los autos, las mujeres no. ¿De dónde lo sacó?
—Acá está. Sabía que lo había bajado del auto —anunció mi amiga, con una larga correa morada en sus manos.
—¡Genial! Muchas gracias. A penas me lo devuelvan, te lo entrego.
—No te preocupes, no es algo que use muy seguido —Javi le sonrió, amable.
—Mañana a las nueve te tienes que levantar. Ethan nos pasará a buscar a las diez —dije, acusando a mi vecino de sus planes, arrancando a la cocina, dejando a Ethan convencer a mi amiga de que hiciera ese esfuerzo.
Javi se quedó callada, con los ojos apartados de Ethan por un segundo.
—Es que si vamos muy tarde nos va a dar mucho calor —agregó Ethan, en un tono más parecido a disculpa, que a la aclaración, seguramente, por la expresión de mi amiga al escuchar la hora. Levantarse a las nueve un día sábado sería una tortura para ella.
—Claro que sí, entiendo —asintió Javiera, fingiendo estar de acuerdo con aquel horario.
La conocía perfectamente bien como para creerme ese papel de aventurera matinal. Por dentro de seguro se estaba quejando por tener que levantarse tan temprano, pero por algún motivo se guardó su lamento de niña chica y aceptó.
La forma en que Javi lo miraba era intrigante. Como si quisiera averiguar algo de Ethan, no sé si un misterio, su mente, o simplemente su cuerpo. Pero definitivamente era una mirada fija e intensa, sin timidez como la mía. Las pocas veces que estaba con él a solas, sentía que aparecía una pelusa de la nada en mis ojos que me hacía pestañar más seguido de lo normal, y si no era eso, era el interés en la pared o en algo más.
—Voy a poner el pollo en el horno —dije, al darme cuenta de que estaba tocando el violín entre ellos dos.
Me agaché y metí la fuente de vidrio al horno y, si no hubiese sido porque el horno estaba caliente, me hubiera metido yo también para desaparecer de ahí.
—Acuérdense de que, después del paseo, vamos a hacer unas hamburguesas en mi casa. Los hombres nos encargaremos de la carne, las vienesas, el pan, las cervezas, los quesos y los aliños. ¡Ah! y mi hermana va a preparar un surtido de frutas para las sanas. El resto, como las ensaladas, estarán ausentes... A menos que las mujeres lo lleven —sonrió inocente.
Me quedé callada. No recordaba que hubiese mencionado su segundo plan. De todas maneras, tenía mucho que repasar y ninguna gana de ir al paseo ése, ni menos, juntarnos en la tarde en su casa con sus amigos.
—Claro que sí, Allison y yo llevaremos tomates y lechuga. ¿Cierto, Ali?
—Ah... no creo que vaya, pero de todas maneras puedes contar con los tomates y la lechuga.
Javiera acomodó sus manos en las caderas y me observó como si yo estuviera chiflada al rehusar la invitación. Luego miró a Ethan, pero no pude ver si le murmuró algo o si le hizo un gesto con su rostro sin embargo, noté que Ethan le sonrió devuelta con silenciosa complicidad.
Una vez que Ethan se marchó, Javi preparó un arroz que era una de las pocas cosas que sabía cocinar, y luego nos sentamos en la mesa a disfrutar de una rica, hogareña y sana comida, como solía ser en casa con mis padres.
Los nuevos compañeros de Javiera fueron el tema central de la mesa. Encontré raro que en ningún momento mencionara a nuestro nuevo vecino, ni que tampoco mencionara que había hablado con él durante la semana. No entendía qué tramaba. ¿Por qué era tan simpática y cordial con Ethan si después ni siquiera hablaba acerca de él? De todas maneras, lo que fuera que estuviera pensando o sintiendo por él no me importaba. Ya le había dicho que no me gustaba Ethan, por lo que ambos eran libres de hacer lo que quisieran, cuando quisieran, y no tenían por qué informarme de nada. Pero Javi siempre me contaba todo, y el hecho de que no me estuviera chachareando sobre el vecino me era... cómo explicarlo... extraño, sí eso, nada más, simplemente me hacía sentir una pequeña inquietud.
Javi lavó la loza y yo la sequé y la guardé. Después, vimos una película tiradas frente al televisor, riéndonos, disfrutando libremente y recordando viejos tiempos.
Luego de dos horas, los créditos de la película comenzaron a aparecer, y yo, lánguida, con sueño y un poco de frío, me levanté a lavarme los dientes y me fui a acostar en mi cama. Javiera, entre tanto, se quedó viendo un capítulo de How I Met Your Mother, a pesar de que le insistí que si no se dormía pronto estaría muerta de sueño al día siguiente.