Capítulo 13

LOS días en la universidad pasaban demasiado rápido para mi gusto. De repente, era lunes y, casi en un cerrar de ojos, ya era viernes nuevamente. Entre mis estudios y mis nuevas obligaciones con Javi como dueñas de casa, el trascurso de la semana parecía ser efímero. El problema con eso era que viernes significaba cena con Ethan, lo que podía implicar pasar la vergüenza del año, dependiendo de los secretos expuestos a mi vecino. Cada mañana, durante aquella fugaz semana, mi cabeza había estado llena de dudas y preguntas. Me levantaba pensando en las cosas que le podría haber dicho a mi vecino y en su verdadero motivo para invitarme a salir, y florecía un mundo de posibilidades. Era como si repentinamente mi vida estuviera llena de secretos, muchos de ellos terriblemente penosos, que rogaba no se me hubieran escapado en frente de Ethan.

Por otro lado, seguía sin entender muy bien el verdadero motivo de su invitación a cenar. Al contrario, lo único que era lógico era lo loca que había sido en aceptar aquella ridícula idea. Cada vez que me miraba al espejo en las mañanas, me reiteraba una y otra vez lo tonta que era al pensar que me estaba invitando con una segunda intención. Mis lentes y mis pantalones sueltos y cómodos me decían que era imposible que un hombre como mi vecino se fijara en mí, teniendo a Javiera como competencia, y en especial a esta tal Vicky que era evidente que estaba enamorada hasta las patas de Ethan. Javi, por ejemplo, se arreglaba todos los días como si fuera por poco que a una fiesta, en vez de a la universidad. Nunca le faltaba el maquillaje, y siempre se veía estupenda. No como yo, que usaba los cosméticos sólo en contadas ocasiones, y que no ponía ni un poco de atención en la ropa. Tampoco era que me vistiera mal, pero definitivamente prefería poleras más sueltas que apretadas, vestidos más largos que cortos. Prefería los jeans rectos a los ajustados y para qué mencionar los lentes, que sabía que para muchos hombres podía ser una contrariedad. Mi estilo era algo así como al natural y relajado, estilo que lograba elogios de algunos hombres que decían que me encontraban linda y eso me hacía sentir cómoda.

Me repetía una y otra vez que el estilo modelo pinturita era mejor para un hombre como él. Me insistía una y otra vez que Ethan no era para mí y que no podía hacerme ninguna ilusión con él. Su invitación tendría que tener un motivo. No te engañes, me reiteraba una y otra vez. En especial cuando durante la semana me lo topaba afuera de su casa y me saludaba cordialmente, ya que, a pesar de que sus labios y su sonrisa sexy resaltaban en su rostro, haciendo mis rodillas castañear, mi subconsciente me gritaba fuerte y agudo que aquella boca era destino de alguien más, cualquiera menos yo.

Mi última clase había terminado hace veinte minutos, sin embargo, mi trasero no se quería mover del asiento. Era seguro y tranquilo estar ahí, sin más riesgos más que dejar todo aceitoso y dejar cochina la sala con el experimento que tenía en mis manos, pero nada grave. Eso era mucho mejor y quizás más seguro que salir a encontrarme con Ethan, que para entonces estaría afuera, esperándome.

Finalmente, entre debatir si quedarme ahí hasta que mi vecino se aburriera de esperarme y se fuera, o salir a encontrarme con él, a regañadientes me levanté para ir a enfrentar mis miedos.

Salí del edificio y divisé a Ethan a pocos metros de la entrada. Estaba parado con su celular en las manos.

—Hola, ¿llevas mucho rato esperando?

—No mucho, pero pensé que te habían dejado castigada o algo así —bromeó, guardando su celular en el bolsillo del pantalón.

Me dio un beso en la mejilla que respondí torpemente.

—Lo siento, es que estaba haciendo un experimento con unos compañeros y nos tomó un poco más de tiempo del que pensaba.

—No hay problema, ¿tienes hambre?

—No mucha.

La verdad era que mi apetito, por algún motivo, había desaparecido de un segundo a otro.

—¿Te animas entonces a acompañarme a buscar una camisa al mall? Está al lado del restorán donde vamos a ir. A menos, claro, que prefieras ir a comer primero —su mirada era tierna. Podía notar que estaba tratando de ser gentil y complaciente conmigo.

—Vamos al mall primero, si quieres. Por mí está bien.

Con un gesto con su mano, me invitó a que lo acompañara hasta su auto.

En medio de los alumnos, éramos simplemente otra pareja más de amigos o compañeros, imagen que en poco rato sabría si seguiríamos proyectando o no después de saber lo que él sabía.

Manejó tranquilo, como si tuviéramos toda la tarde y toda la noche por delante, a pesar de que mis planes eran comer y acostarme temprano, con la intención de poder dar vuelta la página con ese asunto que me llevaba intrigada toda la semana. Mi rostro apuntaba hacia la ventana de mi lado y estaba escuchando atentamente a Ethan contarme de los lugares por los que íbamos pasando. Nos tomó un poco más de media hora llegar al Mall Millenia. Nos bajamos del estacionamiento y caminamos juntos hacia Macy’s, hasta el sector de hombres. Al principio, lo seguí pensando que iba a sacar alguna prenda determinada, algo que ya había seleccionado y que solamente iba a recoger, pero después de unos segundos me di cuenta de que estaba recién eligiendo la camisa.

—¿Qué te parece esta? —preguntó, con una camisa gris en sus manos.

Con aquel rostro y cuerpo, cualquier cosa le quedaría perfecto, pero no iba a decirle eso, en vez de aquel piropo, en silencio, le di mi aprobación con un levantamiento de un hombro y una corta sacudida de cabeza.

—Pero ¿te gusta? —preguntó, intrigado.

Que importaba si me gustaba o no, lo cierto era que aparentemente buscaba algo especial para usarla con alguna de sus conquistas.

—Me gusta más ésa —le indiqué con la mano y luego tomé una camisa de color morado, que pensé no sería de su estilo.

Según lo que había notado, el negro y los colores oscuros, a parte del blanco, eran sus tonos preferidos. Ethan sacó una de las camisas que le había enseñado y se la puso encima. Su rostro expresaba inseguridad, probablemente mi gusto no era el de él. Buscó su talla y luego caminó en dirección a la caja.

—¿Te la vas a llevar? —pregunté, confundida por su decisión.

—Sí, crees que me va a quedar bien ¿no?

—Sí, pero ¿y no te la vas a probar antes? ¿cómo sabes que te va a quedar bien?

No podía creer que había sido tan rápida y fácil su compra, y menos que hubiera escuchado mi sugerencia.

—Conozco esta marca y sé mi talla. Sé que me va a quedar bien, el color era lo único que me tenía inseguro. Si tú crees que este color me quedará bien, te creo.

La camisa sí era bonita, por lo menos para mi gusto. Estaba segura de que con cualquier pantalón negro o gris oscuro quedaría perfecta en él. Tal vez porque vi a algún modelo en alguna de las revistas que compra Javiera, usando algo parecido. De ahí debo haber sacado la idea.

Luego de que Ethan me agradeciera por haberlo acompañado a comprar la camisa, terminó de pagar y caminamos en dirección a la salida del mall. No había sido exactamente una ida a buscar, como había mencionado anteriormente, pero por lo rápido que había elegido y comprado su nueva camisa, fue semejante a eso. Nada que ver a como cuando iba de compras con Javiera, que se demoraba horas en elegir y comprar algo para ella. Fue un agrado haber salido a comprar con un hombre. Era casi como yo, que voy directo al grano y voy y me compro justo lo que necesito. La única diferencia era que yo sí me probaba las prendas, y siempre me decidía mucho más rápido que mi querida amiga. El acordarme de Javiera me hizo pensar que mi salida con Ethan era nada más que algo así como un asunto de negocios, nada romántico.

De la tienda hasta el restorán, Ethan me preguntó sobre mi universidad y los ramos y compañeros que tenía, con lo que inició una plática interesante que por primera vez fluyó tranquilamente entre nosotros. Era como si mi vecino no se esforzara por entretenerme, simplemente lo hacía. Su entusiasmo en querer saber más de mi nueva experiencia universitaria fue sumamente agradable, pues ni siquiera había compartido con Javiera esas historias.

Ethan se mostraba relajado y cautivado por mis relatos, como si realmente estuviera pasando un buen momento conmigo, y eso me hacía sentir cómoda y feliz de estar en su compañía.

Entramos al restorán, riéndonos de un compañero mío con el cual había dejado un desastre en uno de mis experimentos. Anécdota que no le había contado a nadie hasta ese minuto.

Al poco rato, la anfitriona, que nos miraba con una sonrisa forzada, nos invitó a seguirla a la mesa que Ethan había reservado. Nos sentamos al lado de un ventanal. El lugar era muy lindo. Las luces estaban tenues, demasiado bajas para mi gusto. Cada mesa tenía una pequeña vela encendida que le daba un tono más romántico al ambiente.

La mesera que llegó en menos de un minuto a la mesa, nos dio la bienvenida, a Ethan con una sonrisa radiante y a mí con una sonrisa corta y fría. No podía creer que este hombre causara eso en las mujeres. ¿Que acaso tenía un imán?

Ethan ordenó un vino y yo un jugo natural. Me hubiese gustado acompañarlo con algo más fuerte, pero de seguro me pedirían mi identificación y hubiese sido penoso mostrarle que no tenía la edad suficiente para beber licor legalmente. Ambos chequeamos nuestro menú y ordenamos.

Cuando la mesera volvió a nuestra mesa con nuestros platos, mis dedos jugaban con mi vaso. Estaba nerviosa y no sabía cómo comenzar la conversación ni terminar aquella farsa romántica que flotaba en el lugar. Con mis preguntas en la lengua y la paciencia para no explotar con ellas a los pocos segundos de habernos sentados a cenar, comimos y conversamos un poco acerca de su negocio. Si me olvidaba del tema pendiente que teníamos, en mis momentos de debilidad, diría que prácticamente estaba gozando de la compañía de Ethan.

Como fui manteniendo la calma y postergando inconscientemente el inicio de mis preguntas, la velada empezó a pasar muy rápido y me sentía de verdad cómoda de estar ahí. Todo iba bien y placentero hasta que un incómodo momento de silencio me volvió a la realidad y logré encontrar el valor de llevar a cabo mi interrogatorio, que era, a la postre, la razón de aquella cena.

—Bueno, Ethan, ¿me vas a decir ahora qué fue lo que te dije aquella noche?

El rostro de Ethan se tensó por un segundo, escaneó mi rostro y luego arrugó el ceño como si lo que fuese que tuviera en mente le molestara. ¿Qué le dije?

—Antes, necesito que me respondas una cosa. ¿Aún crees que soy un descarado? —dejó su tenedor a un lado y apoyó sus brazos sobre la mesa.

El calor en mi rostro se elevó en dos segundos. ¿Por qué le diría eso? ¿Me estaría tomando el pelo?

—¿Te dije eso? —pregunté, abriendo de par en par los ojos, y tragando lo que me quedaba en la boca.

—Para partir, entiendo que tu novio no fue lo que esperabas, pero no nos puedes meter a todos en la misma bolsa. ¿Sí me entiendes?

Mi boca estaba seca y mi mente atenta.

—Allison, aquella noche, mientras ibas en mi auto, fuiste balbuceando varias cosas. ¿De verdad no te acuerdas? No sé ni entiendo por qué, pero parecías molesta conmigo.

—Ethan, no recuerdo nada, por favor dime de una vez por todas qué te dije —le respondí molesta por no acordarme de esas cosas que decía que le había dicho.

—Cuando íbamos en mi auto, entre que estabas dormida y borra... algo tomada. Me dijiste que yo era igual que un tal Gabriel, que sólo tenía una finalidad... que no entendí entre tu balbuceo cuál era, y que no podías confiar en mí. Allison, no sé qué fue lo que te pasó en el pasado ni por qué crees que no podrías confiar en mí, pero sea lo que sea, no quiero que te sientas así conmigo. Menos cuando recién nos estamos conociendo. No entiendo muy bien por qué, pero desde que te escuché alegar con esa rabia que sientes, no he podido dejar de pensar en tus palabras.

Sus manos pasaron por su cabello hacia atrás hasta que ambas descansaron en su cuello y me miró fijo e intensamente a los ojos.

¿Qué esperaba que le dijera? Mis labios estaban pegados. ¿Esperaba una disculpa? Mantuve mi vista fija en sus labios, sintiendo cómo mi corazón estaba agitado ante la situación. ¿Por qué le importaba lo que pensaba de él? ¿Por qué se tomó el tiempo de querer decirme esto?

—Ethan, estaba borracha, no sabía lo que decía. No tendrías que haber escuchado nada de eso. Yo...

—¿Es verdad que estuviste con un cretino que te rompió el corazón?

¡Uf! ojalá hubiese sido sólo uno, pensé rápidamente.

—Sí, pero eso fue hace tiempo y yo...

—Entonces el resto es verdad también —dijo, en tono firme.

—No, bueno, quizás en parte —no sé por qué le revelé eso, pero se ve que se lo dije.

Ethan me miró perturbado. ¿Qué estaba haciendo?

—Allison, no entiendo por qué me juzgas sin antes conocerme.

¿Que lo juzgo? Hay que ser ciega para no ver lo fresco que es. Igual a mi ex Gabriel, del cual me enamoré creyendo que era distinto a los demás, pero luego me di cuenta de que su generosidad, atención y cariño tenían nada más que un fin.

—Tienes razón, Ethan —susurré, tratando de finalizar nuestra conversación.

Tenía razón de verdad, no debía meter a todos los hombres en la misma bolsa, y no lo hacía. Había salido con algunos jóvenes después de mis terribles experiencias. Pero con Ethan era distinto. A lo mejor haberlo conocido en un supermercado, rodeando de dos niñas que le coqueteaban, me había alarmado, creyendo en que él era eso, un Don Juan que buscaba divertirse y pasarlo bien con las mujeres y en realidad era distinto.

La mesera se acercó a preguntar si estaba todo en orden e Ethan, con una sonrisa de oreja a oreja, le guiñó el ojo, confirmándole.

—¿Sabes qué?, la verdad es que no, creo que sé muy bien qué tipo de hombre eres, y si dije todo eso, es porque lo creo. Los borrachos no mienten. ¿Habías escuchado eso?

La mesera que se había quedado ahí parada al lado de nuestra mesa por un segundo, pensando en que yo le iba a decir algo, se retiró, mordiéndose los labios y sabiendo que se había metido en una discusión entre Ethan y yo. Era un fresco y un seductor sin remedio, y no me importaba lo que pensara él ni la mesera ni nadie.

—Allison, ¿cómo me puedes decir eso? ¿Qué he hecho yo?

—No importa, Ethan. Al fin y al cabo, no importa.

—¡Pues claro que me importa! —exclamó, tomándome de las manos que estaban afirmando mi vaso.

Sus ojos fijos en los míos me provocaron un nudo en el estómago. Sus labios, húmedos con el vino parecían llamarme.

—¡Sabes, Ethan! lamento haberte dicho esas cosas cuando tú estabas tratando de ser una buena persona conmigo. Sinceramente agradezco tu ayuda, pues no me sentía nada de bien. Pero me gustaría que dejáramos este tema ahí, y si no hay nada más que me quieras decir, me gustaría volver a mi casa. Javiera se debe estar preguntando por mí y...

—Como quieras.

Sus dedos gruesos y largos me soltaron y de inmediato fijó la mirada en su pantalón, en busca de su billetera.

Mi respiración estaba agitada, y no estaba segura de si era por la pequeña discusión que acababa de tener con el hombre más lindo que conocía o si bien era porque sus manos habían tomados las mías y eso se había sentido extremadamente bien. Todo era muy confuso. Necesitaba volver a casa y olvidarme de todo esto, de Ethan, de mi borrachera y de estas pocas horas que estuve con él que se sintieron las mejores que había tenido en años con algún hombre. No podía soñar con una persona así que era tierno, preocupado y terriblemente coqueto. No era lo que tenía en mente. Mi carrera era lo único que debía estar preocupándome, no mi vecino que lucía un rostro decepcionado.

Camino a mi casa, el escenario fue totalmente diferente. Ethan iba callado, concentrado en la carretera y en sus pensamientos, mientras yo pensaba en lo que estaría pensando él. No creía haber sido injusta con mi reacción, pero por algún motivo no me sentía bien ni en paz como esperaba estarlo una vez finalizado el tema.

Una llamada telefónica a la cual no contestó fue lo único que interrumpió el silencio del auto, aparte de la radio que me vi esforzada a preguntar si la podía prender para evitar sentirme tan incómoda en ese pequeño espacio.

Ethan estacionó su auto afuera de su casa y me bajé rápidamente de él.

—Gracias por la cena. Era muy rico el lugar —musité respetuosamente una vez que ambos estuvimos fuera del auto.

Ethan cerró su puerta y se acercó a mi lado.

—Gracias a ti por haber aceptado mi invitación.

Le enseñé una sonrisa endeble.

—No digamos que me diste mucha opción —añadí honestamente, manteniendo la sonrisa que llevaba en mis labios.

—Tienes razón, Allison. Pero no tienes razón en lo que dijiste aquel día que te traje a tu casa, y vas a ver que...

—¡Ethan! ¡Al fin!, te estábamos esperando. Hola, Allison.

—Hola —saludé a Vicky, quien de la nada apareció apoyada en la puerta de la casa de Ethan, luciendo un vestido corto y unos tacos enormes.

—Hola, Vicky, dame un segundo, voy enseguida —dijo Ethan, sutilmente.

—Ya pues, hombre, apúrate —gritó otra chica que se asomó por dos segundo a la puerta, que estaba segura tenía varias copas de sobra en el cuerpo.

Me arreglé los lentes y mientras me volteaba para irme a mi casa, le dije buenas noches a Ethan.

—¡Allison! —me llamó Ethan.

Volteé una vez más, tratando de dibujar una sonrisa en mis labios.

—Ya vas a conocerme bien...

—Buenas noches, Ethan.

Ingresé a mi casa sintiendo una pena enorme. Por un instante, creí que a Ethan en verdad le importaba lo que pensara de él, que en realidad era un hombre serio, que quizás, aunque fuera sólo un poco, en lo profundo de su corazón, yo le gustaba, o algo parecido a eso. Pero después de verlo guiñarle el ojo a la camarera y ver como sus amigas esperaban por él, me costaba creer que Ethan de verdad fuera distinto a mis ex novios.

Javi no estaba en el living ni en la cocina. Entré a mi alcoba a dejar mis cosas y luego entré al baño a lavarme las manos y la cara. Salí, me paré afuera de la puerta del dormitorio de mi amiga, respirando profundamente y poniendo mis ideas en orden para contarle a Javi acerca de lo que recién me había pasado. No quería mantener secretos con ella y lo mejor era contarle todo lo ocurrido para borrar cualquier idea errónea en mi amiga. Sabía que podía ser ambiguo para ella el hecho de que Ethan y yo hayamos disfrutado de la incursión en la grieta, y que después me haya invitado a salir, pero era nada más que eso, una suerte de confusión. De seguro Ethan quería aclarar el hecho de que una mujer no estuviera detrás de él como el resto. Un inmaduro y arrogante. Era obvio que en ese minuto estaría abrazado de sus amigas que gritaban y esperaban por él en su casa. Cretino. Agarré la manilla de la puerta del dormitorio de mi amiga, cuando sentí la puerta de la entrada de la casa abrirse lentamente. El corazón se me detuvo. ¿Quién podía ser? Me di media vuelta, entré a mi dormitorio, agarré un libro grueso, y luego me acerqué al living, aterrada, en puntillas, tratando de no meter bulla, rogando que no fuera un ladrón. Asomé mis ojos por la esquina de la pared con el libro en mis manos dispuesta a pegarle a quien estuviera ahí.

—¡Allison!

—¡Ay! casi me matas del susto —vociferé, con el corazón en la mano.

Era Javiera que estaba en la cocina y no la había visto.

—Pensé que estabas en tu cuarto, Javi.

—¿Y qué hacías con ese libro en tus manos? ¿Pensabas dejarle un chichón a alguien? —se burló de mí.

—Algo así, pensé que estaban entrando a robar y agarré esto que fue lo que primero tuve a mano.

—Para la otra agarra una lámpara o un cuchillo —puso cara de suspenso—. Creo que te puede ir mejor con eso —se largó a reír.

Parecía que Javi venía llegando de muy buen humor.

—¿Dónde andabas? —pregunté, dejando el libro en la mesa, y luego tomé asiento en el sofá.

—No me lo vas a creer —gritó, Javiera dejándose caer en el sofá junto a mí.

Me contó que Logan le había mandado un mensaje a su celular, contándole que llegarían nuevos menajes desde África a su tienda y que harían una pequeña charla con respecto a ellos, para educar a su personal sobre el origen y el significado de los nuevos muebles, en caso de que ella quisiera ir. Me dijo Javi que, al principio, había pensado que era una invitación nada más que por gentileza de él, porque sabía que Javiera estudiaba arte y que le podía interesar asistir, pero luego Logan la había llamado para invitarla a cenar después de la exposición. Mientras me contaba los hechos, descubrí aquella expresión radiante que la acusaba de que ya se había entusiasmado con otro hombre, pero tampoco me llamaba mucho la atención, pues así era mi amiga. Libre como las aves, enamorada de la vida, las aventuras y los hombres.

Me contó que habían cenado cerca de donde estuve yo con Ethan, pero por suerte no en el mismo lugar. Que se lo habían conversado todo, que habían hablado de cuadros y esculturas de fierro y de mil cosas más. Era soltero y, según su autodefinición, un poco tímido. Descripción poco peculiar en los gustos de mi amiga, pero que en una de ésas, era eso lo que necesitaba en su vida. Un cable a tierra, alguien más tranquilo, introvertido, y alguien que disfrutara de su mundo del arte como ella.

Terminó de contarme toda su historia y luego me preguntó por la mía. No sabía cómo empezar, si disculpándome o acusándola de que todo había sido su culpa por haber invitado al vecino a nuestra casa. Decidí comenzar por confirmar que a mi amiga ya no le gustaba Ethan. Parecía entusiasmada con Logan, pero necesitaba ratificar que estuviera lo suficientemente interesada en este nuevo muchacho, como para haberse olvidado de Ethan. Su respuesta por suerte fue muy clara. Encontraba estupendo a nuestro vecino, pero Logan le parecía mucho más encantador y entretenido. Mi cuerpo se relajó enormemente al oír eso. El peso de la culpa y el miedo que llevaba conmigo por la acumulación de cosas que inexplicablemente me pasaban con mi vecino se fueron al suelo, desparramándose y dejándome libre para que todos aquellos sentimientos que me surgían cuando Ethan estaba a mi lado fluyeran en vez de tener que borrarlos de mi mente y de mi corazón por completo.

Ethan, de alguna manera, había dejado un recuerdo en mí después de haber dormido juntos en la misma cama. Su preocupación y sus encantos, por más que luchaba contra ellos, habían llegado a mi corazón y, la verdad, no los quería ahí, ni a él ni a sus encantos, pero sabía que no iba a ser fácil borrar a Ethan de mi mente.

Javiera me miraba impaciente, esperando a que le contara de mis andanzas.

—¿No estás cansada? Si quieres, te cuento otro día —dije, tratando de darle poca importancia a lo que yo había hecho.

Javi elevó una de sus cejas y se acomodó en el sofá.

—Nop, nada de sueño. Quiero saber qué me tienes que contar. Te conozco. Hay algo que no me has dicho. Estas nerviosa, Allison. No paras de mover las piernas. ¡Ya para!, quédate quieta —detuvo mi rodilla que temblaba.

Tenía razón. ¿Por dónde empezar? No estaba muy segura de la reacción que tendría mi amiga con las cosas que me habían pasado con Ethan.

—Ya pues, te estoy esperando. ¿Qué hiciste hoy? ¿Qué es lo que me tienes que contar?

Comencé por el final, que había llegado a su casa y que había mujeres esperando a Ethan, y luego seguí con la invitación a cenar. Al principio, no profundicé mucho en los detalles, me fui despacio por las piedras, como dicen, tanteando el terreno. Ante cada detalle que le contaba, le leía el rostro, intentando descifrar no sólo las palabras que mi amiga me decía, si no que su actitud y sus gestos para saber si, en verdad, sus comentarios eran sinceros. Años de amistad te daban esa ventaja. Al principio, Javi estaba seria, concentradísima en mis relatos que eran sobre cómo Ethan me había convencido de ir a cenar con él, hasta que llegamos al restorán. De apoco, Javiera abría más y más los ojos y se movía inquieta en el sofá. Por suerte no era un perrito pug, ya que, con lo exagerada que era y con la mirada que me daba y los movimientos que ejercía, ya veía que se le terminarían saliendo los ojos, como le pasó al perro de mi vecino, años atrás.

Terminé de narrarle mis extraños sucesos, repitiéndole mi última y más insignificante parte: que había llegado a la casa y que iba a entrar a su puerta a contarle todo, cuando escuché la puerta de la entrada y pensé que era un ladrón, cuando mi amiga saltó del sofá, en dirección a la cocina.

—¡Lo sabía! —gritó con una sonrisa de oreja a oreja, sacando dos vasos del estante.

—¿Sabías qué Javi?

Me paré camino a la cocina.

—Que Ethan cayó rendido a tus pies el día que te vio con el vestido negro. Si esas miraditas, tus clases de sushi, durmieron juntos, te llevó a cenar. Está loco por ti.

—¿Tú crees? —pregunté, inconscientemente más entusiasmada de lo que debía, ¿podría ser cierto que yo le gustara? Después de todo, también lo había pensado algunas veces, pero era tan lindo, y yo, bueno tan no de su estilo. Quizás el vestido negro, que por cierto no era mío, lo había confundido, qué sé yo.

—Esto va a ser genial. Imagínate, tú e Ethan casados, y yo con Logan. Los cuatro mosqueteros. Es perfecto. Un final feliz como en los cuentos de hadas.

—Sí, sería genial, pero hay un problema.

—¿Cuál? Yo no veo ninguno.

—Lo sé, ése es tu problema, amiga. Ethan en este minuto está en su casa con Vicky y quien sabe cuántas mujeres más. Es un mujeriego y todo un galán, y la verdad es que no creo que Ethan sea para mi. No me gusta —dije en voz alta, para ver si en una de esas, aquella frase sonaba más real a como sonaba en mi interior.

Me callé y Javiera se volvió a largar a reír, tambaleándose y haciendo chocar nuestros vasos.

—Eso no te lo crees ni tú. Si cada vez que ves a nuestro estupendo, atractivo, apetitoso, guapo...mmm que más, si coqueto, pero muy buen vecino, te brillan los ojitos. No te preocupes que a Vicky me la dejas a mí. Tu tarea será enamorar a nuestro vecino hasta que de rodillas te pida ser tu novia y se olvide de la existencia del resto de las mujeres en el mundo.

—¿Te escuchaste?

—Sí, que buenas ideas tengo ¿no? —levantó sus dos pulgares de las manos.

—No precisamente.

—¡Oye! —hizo una mueca con sus labios—. Se perfectamente como conquistar a los hombres, y con eso te voy a ayudar. Ya verás que Ethan tendrá ojos solo para ti. Mi problema es que una vez conquistados yo no sé cómo mantenerlos —forjó un puchero—. Pero eso será tu trabajo, que estoy segura sabrás como hacerlo. Respecto a la primera parte. No te preocupes que será pan comido —guiñó el ojo.