Capítulo 8

ABRÍ mis ojos y examiné a mi alrededor. Me encontraba en mi dormitorio, sobre mi cama, acostada de guata, en completa oscuridad gracias a las persianas y cortinas de ancho grosor que cubrían la luz del ventanal de mi dormitorio. Estiré mi mano y me arrastré unos centímetros para alcanzar mis lentes y el celular del velador. De pronto, mi cabeza me recordó que había tomado más de la cuenta el día anterior. Miré mi teléfono para ver la hora. Marcaba las nueve de la mañana y tenía un mensaje de Javiera de la noche anterior que decía:

“Me voy a una fiesta con Mario, cualquier cosa me llamas. Te quiero. Mañana te cuento todo”.

Supuse que ese tal Mario era el joven que se había sentado junto a nosotras en el bar, el amigo de ese fresco cuyo nombre ni siquiera recordaba. Volteé mi cabeza para el otro lado de mi cama y, con el borde de mi ojo derecho, me pareció ver una camisa blanca. Me giré en ciento ochenta grados, quedé de espalda apoyada sobre los codos, en mi cama. Mis ojos por poco se me salieron del lugar. Reconocí esa camisa en un segundo. Era de Ethan y estaba en mi dormitorio, apoyada sobre la silla de mi escritorio y, en el suelo, sus zapatos y calcetines. ¿Qué pasó anoche? ¿Tuve sexo con Ethan? Mis manos se me fueron a la boca, para contener el grito. No sabía dónde estaba él en ese minuto ni qué había pasado, pero hallé su ropa a metros de mi cama en vez de estar puesta sobre él. Lo último que recordaba era haberme subido a su auto. ¿Me había desmayado? ¿Me violó? ¿Lo violé? ¿Lo habré disfrutado? ¿Qué voy a hacer? ¿Dónde está Javiera? Me va a matar mi amiga, si es que, después de enterarse de que dormí con Ethan, aún me considera su amiga. Tomé asiento, mientras respiraba agitadamente y con una migraña espantosa. Llevaba puesto mi pijama y no tenía sostenes, pero sí calzones. Mi cerebro no funcionaba bien. Recordaba la cena, la ida al bar, el bochorno de mi vida y la inesperada aparición de mi vecino junto a mí en el momento menos sexy de mi vida. Ésa era el último recuerdo que guardaba. Me iba a levantar de la cama, cuando sentí los pasos de alguien que venía a mi pieza. Como una niña, me tapé con las sabanas hasta el cuello, dejando al descubierto mi rostro. Mi pelo era un desastre, lo sentía. Rápidamente agarré mi elástico para el pelo que tenía sobre el velador y me limpié los ojos, en caso de que tuviera alguna legaña, y me volví a cubrir. Abrieron la puerta y mi corazón se aceleró a mil.

—¡Buenos días! ¿Te desperté?

Mi boca estaba pegada. No me salió ni siquiera un suspiro.

—¿Dormiste bien? —preguntó tiernamente Ethan, acercándose a la cama con una taza en sus manos—. Estaba haciéndome un café. Pensé que seguirías durmiendo. Tómate el mío si quieres. Vengo en seguida con otro para mí.

Reaccioné y estiré la mano y recibí la taza que estaba caliente. Ethan salió nuevamente del dormitorio, vestido solamente con su pantalón, dejando descaradamente sus fabulosos pectorales al descubierto. Me paré de la cama torpemente, afirmándome la cabeza que me dolía como si alguien me hubiese pegado con un martillo. Abrí mi clóset y saqué un par de jeans. Me metí la parte de arriba del pijama en el pantalón y luego me puse un poleron con cierre encima.

—¡Guau! qué rápido te vestiste —dijo Ethan mientras entraba a mi cuarto con otro tazón en sus manos—. ¿Todo bien?

Su rostro lucía limpio, fresco y con una pequeña barba.

—Allison, ¿te comieron la lengua los ratones? No me has dicho nada. ¿Quieres que me vaya?

—Perdón ah... gracias por el café.

No discernía por dónde empezar. Había miles de preguntas en mi mente y no sabía cuál de todas era la más importante.

—Ethan ¿tú y yo?...

Ethan sonrió coquetamente y levantó una de sus cejas, sin ayudarme a terminar mi pregunta que estaba segura comprendía cuál era.

—Ethan ¿pasó algo anoche?

Mis mejillas tomaron en un segundo un calor intenso y no era precisamente por el café.

—¿Te refieres a si tuvimos sexo?

Mi garganta tragó con dificultad el sorbo de café como si en ella tuviera la palabra sexo enredada. Confirmé con un movimiento lento de cabeza, pero con el mentón en alto, tratando de mantener la poca dignidad que me quedaba.

—No, no pasó nada. Sólo dormimos juntos.

Abrí mis ojos nuevamente, impactada de todas formas por el hecho de haber estado en la misma cama con él.

—Yo sobre la frazada y tú debajo de ellas. Hacía un calor espantoso. No entiendo cómo puedes dormir tan abrigada con un clima como éste. Me pediste que me quedara. ¿No lo recuerdas? —arrugó el ceño.

—No, lamentablemente no recuerdo mucho. No suelo tomar y ayer al parecer me pasé de la raya —revelé, abochornada.

Era espantosa la sensación de no saber qué le dije ni por qué le había pedido que se quedara, si es que eso era cierto. No me sonaba para nada a mí; pero, después de todo, la noche anterior había sido otra Allison, con vestido apretado, rodeada de hombres y con trago en el cuerpo. Abrí las cortinas y por reflejo mis ojos se cerraron ante la luz. De todas maneras, era hora de despedir a mi vecino. Ya suficiente había tenido con acarrearme a mi casa y ponerme el pijama. ¡Me había desvestido él!

Ethan se sentó sobre la silla y apoyó su café sobre mi escritorio y comenzó a ponerse los calcetines y los zapatos de vuelta. Podría haber partido por la camisa, para ayudarme un poco a despistarme de su figura, me decía a mí misma, mientras pensaba cómo hacerle la siguiente pregunta. Me aferré al tazón en mis manos y, escondiendo mi rostro un poco en él, le pregunté: ¿Tú me desvestiste o fue Javiera?

—Yo te saqué la ropa. Te hubiese dejado tus sostenes, pero créeme que no hubiese sido muy agradable ni para ti ni para mí.

Lo miré enojada, esforzándome por no darle una cachetada en ese segundo.

—Me refiero a que estaban llenos de vómito. Creí que era mejor sacarte todo.

Estaba totalmente confundida. Le pegaba por fresco o lo abrazaba por tierno y preocupado.

—Perdón por lo de anoche. No era yo. No suelo...

Estaba tan abochornada.

—No te preocupes, no tienes nada de qué avergonzarte. Nada —recalcó, elevando la fisura de sus labios, lo que me provocó un bochorno mayor—. A todo esto, sexy pijama.

De golpe me estiré el poleron hacia abajo, para cubrir el pedacito de franela que me quedó al descubierto. De sexy no tenía nada, era largo y ancho. Comodísimo, pero nada sexy. Trágame tierra, pensé. No podía haber sido todo peor.

—Bueno, me tengo que ir. Te veo el próximo fin de semana entonces.

Dije que no con la cabeza.

—Quedaste en ir a Wekiwa Springs.

—Gracias por la invitación pero no creo que vaya. La fiesta de mi universidad ¿recuerdas?

—Sí, pero también recuerdo que me dijiste que no te gustaban las fiestas y que ni loca ibas a ir.

Me rasqué la cabeza y puse mis dedos índice y el pulgar sobre mi nariz, debajo mis cejas, y admití que era cierto. Al parecer, la noche anterior había dicho más de lo necesario.

—Va a ser divertido. Puedes ir conmigo en la canoa. Hay de a dos. No tienes que remar si no quieres.

—Veré si puedo ir. Gracias —dije, tratando de ser cordial, aunque por dentro lo único que quería era que desapareciera de mi vista, para esconderme en mis sabanas y no salir nunca más de ahí.

Ethan se cerró la camisa lentamente y se puso de pie.

—Creo que me debes una. Después de todo, te salvé anoche, e incluso me quedé a cuidarte. Sólo te pido que vayas con Javiera, nada más.

¡Ah! era eso entonces, pensé, quiere que vaya para que Javi vaya también. Debe creer que porque somos unidas, si yo no voy, ella tampoco. Pues está totalmente equivocado, soy yo la que siempre la necesita en ocasiones como la de anoche, no ella. Javi es independiente y segura de sí misma. Perfectamente podría ir sola.

—Está bien, supongo que tienes razón. Voy a ir si con eso saldamos la cuenta y olvidas lo que pasó —negocié, tratando de llegar a un pacto que me librara de deberle favores en un futuro.

—Difícil olvidar la noche que pasamos juntos. Fue nuestra primera noche —sonrió, divertido.

Me dio un beso en la mejilla y volteó para salir. ¿Por qué dijo eso?

—Ethan gracias por todo... supongo —murmuré lo último—. Me duele la cabeza y me voy a recostar otro rato, pero... ¿te molestaría si después, quizás durante la semana, te preguntara alguna otras cosas sobre anoche que me gustaría aclarar?

Necesitaba averiguar qué más le había dicho en ese estado. Era cierto eso de que no quería ir a la fiesta de mi universidad y tal vez, y solo tal vez, le podría haber mencionado que me atraía. Declaración que debía aclararle y negarle en caso de que se me hubiese escapado aquel comentario.

—Claro que no me molestaría, puedo responder a lo que quieras, cuando quieras. Ya sabes donde vivo. Nos vemos entonces.

—Gracias, te dejo en la puerta.

Ethan salió y cerré la puerta fatigada y agobiada con tantas cosas pasando en tan poco tiempo.

Partí al baño en busca de alguna aspirina o algún otro medicamente para el dolor de cabeza. Para mi absoluta decepción, no había nada. La repisa estaba llena de cremas, toallas de limpieza para el cutis, maquillaje y perfumes de mi amiga, pero no había ningún medicamento. Mi madre hubiese tenido una caja de numerosos remedios para mí. Algunos vencidos, otros sueltos, sin caja ni nombre, pero sin duda con una gran variedad. Me acordé cuando una vez llegué a mi casa enferma del estómago y mi madre me dio gotitas para los ojos en vez de para la guata. Suerte que no hubo efectos secundarios. De hecho, la única secuela fue un dolor de estómago más intenso del que tenía en un principio, gracias al ataque de risas que tuvimos una vez que me di cuenta del error que había cometido, que por suerte no me mató. Extrañaba a mi madre. Una sopita caliente con sus cuidados en la cama era justo lo que necesitaba y no tendría. Me lavé la cara, me mojé el cuello y caminé en puntillas para no despertar a Javi, y me encerré nuevamente en mi dormitorio.

La segunda vez que desperté fue mucho más placentera, estaba sola en mi dormitorio y con un leve malestar en la cabeza. Llevaba puesto mis jeans, lo que en un segundo me hizo volver a la realidad. Ethan y yo habíamos dormido juntos, me había visto desnuda, bueno semi-desnuda, y Javiera no tenía ni idea de aquello.

Por poco gateé al baño para que Javi, quien escuché en la cocina, no me viera. Necesitaba tiempo para ordenar mis ideas y saber cómo explicarle a mi amiga que Ethan y yo habíamos pasado la noche juntos. Encendí la llave de la ducha y me enjaboné una y otra vez. Estaba a punto de que me ardiera la piel de tanto que me la exfoliaba con mi esponja, pero la culpa y la pena no me dejaban salir de ahí.

—Oye, se te va a enfriar la comida —chilló Javi desde el otro lado de la puerta—. Apúrate —y golpeó la puerta suavemente.

El momento de la verdad llegaría tarde o temprano. Apagué el agua, me sequé con mi toalla blanca y, me vestí con un buzo de gimnasia y una polera deportiva. No porque quisiera ir a ejercitar, sino que en caso de que tuviera que salir arrancando de Javi, si es que quisiera darme una paliza como cuando éramos niñas. Más vale prevenir que curar, decía mi padre, y eso estaba haciendo, previniendo el golpe. Me até bien fuerte el nudo de mis zapatillas y, con el pelo estilando, me acerqué a la cocina.

—¡Buenos días! —me saludó Javi, fresca como una lechuga desde el sofá. Hice una pizza.

—Gracias —dije, con un hilo de voz.

En otra circunstancia me hubiese burlado de ella, por haberme dicho que hizo una pizza cuando en realidad lo que hizo fue calentar una que habíamos comprado en caja.

—Perdón por no haberte traído anoche, Ali. Me siento tan mal.

O no, no, no. No te disculpes de nada, me decía al escucharla. Si no después, no voy a terminar nunca de disculparme contigo. Que sintiera un poquito de culpa me ayudaba a equilibrar un poco la rabia que tendría conmigo.

—No te preocupes, Javi. Sé que lo estabas pasando bien.

Esto sería como sicología inversa. Quizás fue su culpa que yo durmiera con Ethan. Si Javi me hubiese traído a casa, nada de lo que pasó, hubiese pasado. Existía la posibilidad de que Javi se sintiera culpable por haber dejado a Ehan conmigo a solas. Aunque, pensándolo bien, de seguro ella nunca pensó que nuestro vecino iba a volver a encontrarme en la noche y que me salvaría y que sería tan considerado conmigo.

—Sí, pero de todas maneras me debiera haber devuelto contigo. Ni siquiera conocía a ese tipo y tú eres mi amiga de toda la vida. Fue feo de mi parte. Sentémonos en la mesa, antes de que la pizza quede como palo de dura. Ya lleva un rato fuera del horno.

Javi se levantó del sofá y yo la seguí como un perro castigado, con la cabeza agachada y la cola entre las piernas. Mi amiga estaba detrás de nuestro vecino y yo... No pude aguantar más. Debía sacarme mi secreto del pecho.

—Javi, anoche Ethan y yo...

—Se vinieron juntos —me interrumpió—. Menos mal. Con otro que tengo que hablar. Que amable él de haberte traído ¿no?

Quizás no fue así, pero estaba casi segura de haber escuchado un tono de picardía y alegría en ese comentario, seguramente provocado por mi imaginación que trabajaba para escuchar lo que quería escuchar: que Javi estuviera feliz de aquello. Cuando, en realidad, cuando supiera la verdad, quizás lo que tendría sería pena, decepción y rabia.

—Sí, muy amable —repetí, enterrando la vista en la pizza de salame.

No tenía apetito, pero tampoco quería explicarle a Javi a qué se debía ese peculiar síntoma en mí. Javi parecía feliz, emocionada, animada y no quería arruinarle ese ánimo. Habría otro momento para explicarle lo que había pasado. E incluso pensé que era mejor dejar la noticia para la tarde. De esa manera podríamos disfrutar del domingo sin tener que pelear ni estar evitándonos en una casa tan pequeña. Lo mejor sería esperar a la noche, así, si acumulaba mucha rabia, podría descargarla un poco en mí y el resto en su almohada. Al día siguiente tendría más tiempo también de poder perdonarme. Estaríamos todo el día separadas por las nuevas clases y con la mente en otra. Lo mejor era esperar. Además aún quería saber más detalles de lo que realmente había pasado anoche, en especial quería saber qué fue lo que le dije a Ethan mientras estuve bajo los efectos del alcohol.

—Oye, ¿y qué tal ese Mario? —pregunté, dado que había recordado el nombre del joven que habíamos conocido la noche anterior, gracias al mensaje de texto que mi amiga me había mandado al celular.

Javi le dio un mordisco a su pizza y se tomó un minuto para contestar.

—Simpático. Está estudiando en mi instituto y está en segundo año. Dice que hay profesores súper estrictos y otros bien relajados. Me contó que el profesor de cerámica, escultura y dibujo, es el más estricto de todos y que lo voy a reconocer sin siquiera escuchar su nombre en su introducción. Según él, sus compañeras no se pierden ninguna clase con ese profe, ya que se parece mucho a Jesse Spencer. Imagínate la suerte que tengo —se rio.

La observé mientras trataba de buscar en mis registros mentales el nombre Jesse, pero nada.

—¿No sabes quién es Jesse? Has visto la serie House ¿no?

—La ubico.

—Bueno, el médico buen mozo que trabaja con el doctor protagonista de la serie. El jovencito rubio, rico.

Un rayo de luz divina me iluminó.

—¡Sí sé quién es! —grité emocionada—. ¡Lo ubico!

Javi se rio de mí por la emoción que tuve al reconocer a alguien de la tele sin necesidad de que Javi me lo tuviera que mostrar por internet, como solía hacerlo cuando necesitaba que supiera de quién me estaba hablando.

—El será mi profesor y yo su mejor alumna —me guiñó coqueta el ojo y yo sacudí la cabeza.

—Bueno y ¿qué te gustaría hacer hoy? Podríamos ir a ver autos si quieres. Estoy segura de que Ethan podría ayudarnos a....

—¡No quiero ir con Ethan! —chillé, asustada de que fuera a hablar con él—. Quiero estar con mi amiga. ¿Podemos tener esta tarde exclusivamente para chicas?

—Por supuesto, pero podríamos preguntarle a Ethan si sabe dónde podemos ir a buscar autos.

—No es necesario. Ya sé dónde podemos ir.

Javiera dio un salto con su rostro hacia atrás, extrañada de que yo tuviera semejante información.

—Vi en internet un par de sitios a los que podríamos ir si quieres —aclaré, antes de que Javi me comenzara a interrogar—. Dame unos minutos y vamos.