Capítulo 3

FELIZ y satisfecha, Javi y yo salimos de la tienda con la caja que contenía mi nuevo computador. Lo llevaba abrazado como si fuese un tesoro. No sólo porque me salió bastante caro, sino porque además el procesador y el programa que acababa de comprar me ayudarían muchísimo con mis proyectos.

La gente a nuestro alrededor caminaba a dos por hora, como si anduvieran sobre una tortuga en vez de pies. La gran mayoría iba vestida de ropa ligera y colorida, tal como vestíamos Javi y yo. Ella, con una polera roja ajustada con tiras, cubierta por una blusa floreada transparente y un pantalón blanco. Y yo, con un vestido veraniego que llegaba hasta mis pies, cubierta por un chaleco corto y delgado. Eran las doce del día y, según el itinerario, era hora de volver para recibir el resto de los muebles.

Entramos al auto rápidamente, con la suerte de haber arrancado justo a tiempo de una repentina lluvia.

Una vez estacionadas afuera de la casa, nos quedamos adentro del auto, esperando que lo que había comenzó como una suave llovizna, y que se había transformado en una tormenta, se suavizara un poco para no quedar completamente empapadas en la caminata a la puerta. Javi, que había perdido la costumbre con respecto a este tipo de clima, lucía fascinada, viendo por la ventana cómo el agua revotaba del capó. El viento soplaba fuerte y la corriente del agua escurría rápidamente por los desagües, evitando que se creara una piscina a la salida de nuestro hogar. Me acomodé en el asiento para esperar tranquilamente a que pasaran las nubes grises, y bajé disimuladamente un poco más el aire acondicionado, que constantemente Javi y yo lo regulábamos de fuerte a bajo, sin llegar a ningún consenso.

—No creo que esto sea bueno. Creo que tendremos que bajarnos. Quién sabe cuánto demore en pasar esta tormenta —balbuceó Javi preocupada, mirando hacia el cielo en busca de un pedacito de cielo azul, que por el momento parecía imposible de ver.

—Ya va a parar. No creo que dure mucho. Mi celular dice que hoy habrá lluvias intermitentes.

Pasó un minuto según el reloj del iPhone que tenía en mis manos, cuando Javi enderezó su asiento inquieta.

—Tengo que hacer pipi y ver llover no me está ayudando mucho. Voy a bajar y voy a correr a la casa. ¿Vienes conmigo?

Miré por la ventana y hallé un espacio blanco en el cielo que me brindó esperanzas de que pronto fuera a parar la lluvia, o por lo menos a disminuir la intensidad.

—Espera un rato más, ya va a parar. Está lloviendo muy fuerte, vas a quedar empapada si te bajas ahora.

—No puedo, me voy a hacer acá. Tengo que correr. ¿Vienes o no? —preguntó moviendo su trasero de un lado a otro.

—No, voy a esperar unos minutitos más.

No quería dejar mi computador en el auto solo, y no iba a bajar con él con esa lluvia.

Javi salió desesperada del auto, se dio la vuelta por detrás, y cuando estaba por llegar a la puerta, se resbaló con el pasto y el barro que se acumuló a un costado del camino de la entrada. Sin poder evitarlo, se cayó y quedó derrumbada en el piso. Inmediatamente la miré asustada y conteniendo la risa que por un segundo se me escapó sin querer. Javi me dio una ojeada avergonzada, haciéndome un gesto con su pulgar hacia arriba.

Abrí unos centímetros la ventana.

—¿Estás bien? —le grité, tratando de contener la risa.

—Sí, ya me hago —gritó y desapareció de mi vista para entrar a la casa.

No pude evitar repetir la caída en mi mente en cámara lenta, lo que me provocó una profunda carcajada. Parecía un tallarín cocido tratando de ponerse en pie.

Al poco rato le mandé un mensaje de texto a su celular para que me diera una actualización de su estado físico. A los segundos sonó mi celular con un mensaje de Javi “Me duele la pierna y está algo hinchada”.

La lluvia, si bien todavía no cesaba, estaba mucho más suave, por lo que decidí que era momento de bajar y ver a mi amiga. Saqué mi nueva compra de la maletera y caminé tranquila en dirección a la casa, teniendo sumo cuidado de no resbalarme.

Javi se hallaba en el baño, en calzones, midiéndose en su pierna el tamaño de su nuevo y feo moretón.

—¿Crees que se note mucho si le pongo base? —inquirió mi amiga al verme junto a ella.

—Creo que ayudará un poco, pero no sé si evite que se vea una mancha, eso se ve feo —arrugué la nariz—. Va a tomar un tiempo en desaparecer. Por suerte es sólo un moretón. ¿Te duele mucho la pierna?

—Un poco, pero eso no me aflige, lo que me complica es que ahora no podré usar el vestido negro que tenía pensado lucir esta noche. Ahora no sé qué ponerme...

Su mirada revelaba malestar y angustia, como si la situación por la que pasaba fuese realmente terrible.

—Pero te puedes poner otra cosa. Con todo te ves bien, además es una comida en la casa, no una cena de gala —la sermoneé, arrepintiéndome de inmediato de haber agregado lo último.

Javi se marchó a su dormitorio sin responderme. La seguí y observé. Abrió su clóset y comenzó a ver qué ponerse entre la diversidad de ropa que tenía. Express, Guess, Aeropostale y por supuesto Victoria´s Secret entre otros, remarcaban y sobresalían de su ajustado clóset, marcando su juvenil pero refinado gusto y estilo. Me quedé un rato junto a ella, sin saber qué decir. No entendía por qué tanta complicación por una cena en la casa con un tipo de quien con suerte sabíamos que era nuestro vecino y que al parecer las mujeres le llovían. Pero siempre ha sido lo mismo, muchas veces el esfuerzo por verse estupenda y perfecta es lo que, según mi punto de vista, alejaba a los hombres que la seguían. Ya que a pesar de que el sexo opuesto siempre la rodeaba, estaba sola. Javiera estaba rodeada de muchos amigos, uno de ellos incluso con ventaja, pero en el fondo estaba soltera como yo, a diferencia de que para mí no era gran cosa el tema, de hecho yo no suelo hacer ningún esfuerzo, como ella, por conseguir conocer a nadie. Y, dados los hechos, al parecer ni ella ni yo utilizábamos el método correcto de conquista, ya que ambas seguíamos tan solas como el dedo de al medio.

Sacudí mi cabeza sin entender muy bien los motivos del gran dilema que sufría mi amiga, y me marché de su alcoba, dejándola sola, para que se sobrepusiera y se diera cuenta de que un moretón no era el fin del mundo. Caminé a la cocina en busca de algo para almorzar y decidí preparar una ensalada surtida, acompañada de un par de hot dogs. Cuando estaba a punto de terminar de preparar mi plato escuché a Javi meterse al baño y echar a correr el agua de la ducha.

Estaba ubicando mi plato y el de Javi en una bandeja, cuando oí tocar a la puerta. Le eché un vistazo al reloj del microondas que marcaba la hora cercana a la entrega de los muebles.

Enseguida fui a abrir.

—Hola, vecina ¿cómo estás?

—¡Ethan! Ah qué sorpresa...

No recordaba que Javiera hubiese dicho que lo invitaba al almuerzo. No podía estar tan loca, estaba casi cien por ciento segura de que lo esperábamos para la cena. No entendía qué estaba haciendo en mi puerta ni menos sabía qué decir cuando ya lo tenía a pocos centímetros de mí, vistiendo una polera sin mangas, que dejaba al descubierto sus fuertes brazos con un perfecto bronceado, y su cabello todo mojado.

—¡Qué manera de llover! ¿No? —dijo, abriendo sus ojos ampliamente, y dejándome apreciar su color muy similar al de los míos.

—Sí, está lloviendo fuerte... de nuevo —dije al percatarme de que la lluvia había retomado fuerza y que tenía a mi vecino refugiándose bajo el pequeño techo de la entrada—. ¿Quieres pasar?

No estaba segura de querer dejarlo entrar; pero, dado que llovía fuerte, no me quedó otra que ser cordial e invitarlo a ingresar a la casa.

—Gracias —sonrió amigablemente.

Se limpió las zapatillas en la alfombra de la entrada que estaba segura, Javi no había elegido porque tenía flores descoloridas por todos lados, un patrón tan antiguo y pasado de moda como los que usa mi abuela. De seguro los antiguos arrendatarios la dejaron. Pobre alfombra... tan fea que nadie la quiere. Mantuve la puerta sostenida hasta que Ethan la cerró por mí.

—Allison, ¿cierto?

—Sí —confirmé mientras me dirigía a la cocina en busca de mi plato. No creí que Ethan estuviera ahí por mí, por lo que continué con mis actividades: saqué un tenedor y un cuchillo, y le ofrecí algo de tomar mientras esperaba a que Javiera saliera del baño.

—Estoy bien, muchas gracias. Únicamente venía a confirmar la invitación y preguntar a qué hora debo estar acá.

Agarré una servilleta, un vaso de agua, y luego de salir de la cocina lo apoyé en la mesa del comedor en tanto Ethan me seguía con la mirada, como si realmente estuviera esperando la respuesta para marcharse, sin intención alguna de esperar a mi amiga.

—No se... ah... supongo que a las siete está bien —lo miré a los ojos.

Mala idea, sus ojos me provocaron un tipo de atracción o quizás un embrujo. Debe ser la conformación de sus ojos, tiene una mirada muy penetrante. Es eso, me aclaró mi subconsciente, el cual claramente trataba de encontrar el motivo justo de lo que su presencia me causaba.

—¡Genial!, te gusta el vino blanco ¿no? ¿O mejor traigo uno rojo también? —preguntó mientras pasaba sus manos por su cabello mojado quedando más despeinado de lo que estaba.

—Blanco está perfecto. A Javiera y a mí nos gusta el blanco con sushi —mencioné a Javi para asegurarme de que Ethan sabía y recordaba el nombre de mi amiga, en caso de que fuese ése el problema del porqué aún no me pregunta por ella.

—Blanco entonces, a las siete de la tarde. ¿Quieren que traiga algo más?, ¿quizás el postre?

¡Postre! Si no lo hubiese mencionado lo más seguro es que no habría habido postre para la cena. Ni por un minuto se me pasó por la cabeza tener algo para después del sushi. Me llamaba la atención lo atento que se mostraba Ethan. Debe ser su forma de conquista, me decía a mí misma. De seguro, en la noche, planeaba llegar a la hora adecuada, con el perfecto vino y un postre como si a él se le hubiese ocurrido. Bueno y era así, pero... no creía que se mostrara tan atento sin querer algo a cambio.

—Si quieres puedes traer algo dulce —acepté con la intención de no hacerle más fácil la situación y, que ahora aparte de elegir un buen vino, tuviera que elegir un postre.

—¡Perfecto, cuenta con ello! —exclamó con un tono alegre y satisfecho—. No te molesto más, veo que tienes tu almuerzo servido y yo... voy a ir a almorzar también.

Se me arrancó una mueca de mis labios como si por un segundo una pena me invadiera. ¿A quién quería engañar? Lo más probable es que se prepararía un sándwich de mantequilla de maní con mermelada o quizás un malteado proteico para mantener su cuerpo. Si a eso le llama almuerzo, pues entonces le creía.

—Está bien, nos vemos más tarde entonces —añadí, sacándome los lentes para limpiarlos un poco y aprovechar de arreglarme un mechón travieso de mi pelo detrás de mí oído.

Ethan me volvió a mirar. Demasiado intenso para mi gusto. Abrí bien los ojos mientras me acomodaba los lentes de vuelta, con una sonrisa tonta, sin saber que más hacer en esa situación, hasta que me salvó la campana. Alguien tocaba a la puerta nuevamente.

—Gracias... por la invitación —dijo mi vecino aún enfrente mío.

Volvieron a tocar la puerta y Javi me gritó desde el baño para que fuera a atender. Me corrí hacia un lado para ir a abrir y Ethan me siguió.

—Nos vemos más tarde entonces —repliqué, abriendo la puerta para que Ethan se marchara y para ver quién tocaba con esa brusquedad.

Había dos jóvenes parados sobre la alfombra fea, uno de ellos bien moreno y el otro extremadamente blanco, como si viniera llegando de la Antártica. Definitivamente no debe ser de Florida.

—¿Señorita Foster? Traemos los muebles —musitó el moreno, con una planilla blanca en sus manos.

—Ella está adentro. Pero pueden entrar las cosas si quieren.

Ethan, con una ceja elevada y sus brazos cruzados, observó a los dos hombres marcharse del lado de la puerta, en busca de los muebles que traían en el camión estacionado al frente de la casa, y se despidió de mí con una sonrisa.

Cuando Javi salió del baño, vestida con ropa limpia y con una toalla envuelta en el pelo, le conté sobre la visita de Ethan y acerca de los jóvenes que pronto volvieron a entrar cargando uno de los sillones.