Capítulo 16
—LA operación consiste en
retirar una pequeña pieza del cráneo —explicó Elena—, situada en la
zona en la que el vanax ha sufrido la mayor contusión. Aunque
calculo que la pieza extraída medirá unos dos centímetros y medio
de diámetro, es imposible saberlo con seguridad antes de que haya
comenzado el procedimiento. Cabe la posibilidad de que haya que
extirparle más.
La familia se encontraba reunida en torno a
una larga mesa que había en la habitación que Atreus usaba para las
convocatorias del Consejo. Allí estaban Kassandra, y también Fedra,
Andrew y Joanna. Le habían pedido a Royce que los acompañara.
Brianna estaba con Elena.
—¿La extirpación del hueso se realiza para
aligerar la presión que ejerce sobre el cerebro? —quiso saber
Andrew.
Elena asintió.
—De eso se trata. Sin embargo, Andrew; debo
hablaros con claridad. Como sabéis, el vanax sufrió una conmoción
cerebral que no implica necesariamente una fractura del cráneo,
aunque puede haberse dado. En este momento, no puedo decir lo
profunda que puede ser la fisura o hasta qué punto puede dificultar
la operación.
—Dicho de otro modo: ¿es posible que
comiences la operación y luego descubras que se complica?
—Sí, es posible. En ese caso podría ser
necesario extirpar una parte mayor del cráneo.
—No sobreviviría —comentó Fedra en voz
baja—, nadie podría.
—Se han dado casos, que constan en nuestros
registros médicos, de gente a quien se le ha extirpado zonas
craneales de considerable tamaño y que ha seguido con vida. Sin
embargo, no puedo aseguraros que se recuperen totalmente.
—¿Qué ocurre una vez que se retira el hueso?
—preguntó Kassandra.
—Hacemos todo lo posible para evitar
infecciones —contestó Elena— y le damos tiempo, con la esperanza de
que al disminuir la presión del cerebro, éste pueda recuperarse por
sí mismo. Si eso ocurre, el vanax recobrará la conciencia. Aunque
implica un periodo bastante largo de convalecencia, el hueso del
cráneo volverá a crecerle y, con el tiempo, la mayor parte de la
zona abierta, si no toda, quedará sanada.
—¿Y si la herida es tan profunda en el
cerebro que la disminución de la presión no ayuda? —preguntó de
nuevo Kassandra.
—Entonces, Atreidas, no se recuperará. En
ese caso, es probable que la operación acelere su muerte.
Andrew alargó el brazo y le tomó la mano a
Fedra. Luego, preguntó:
—¿De verdad, no hay otra alternativa?
Elena negó con la cabeza.
—Puede que algún día seamos capaces de ver
el interior del cerebro y comprender mejor lo que ocurre en él. Por
desgracia, todavía esconde grandes misterios. Podemos esperar, como
hemos hecho hasta ahora; ahora bien, el vanax está debilitándose.
Ni siquiera un hombre tan fuerte como él puede continuar en estado
inconsciente indefinidamente.
—¿Estás recomendando la operación? —quiso
saber Kassandra, que prefería ser clara en ese aspecto.
Elena, sin embargo, no podía darles una
respuesta tan definitiva.
—Estoy informándoos de que si se lleva a
cabo la operación, ha de ser muy pronto. Si esperamos mucho más,
las posibilidades de aplicar el procedimiento con verdaderas
esperanzas de un resultado positivo se habrán acabado, porque el
vanax se habrá debilitado tanto que no podrá soportarlo.
—¿Y si continuamos como hasta ahora?
—insistió Kassandra.
—Todavía existe la posibilidad de que el
vanax se recupere solo. He estado revisando algunos historiales
médicos y he encontrado que algunos de los pacientes se mantuvieron
inconscientes durante semanas y acabaron despertándose. Algunos de
ellos se recuperaron más o menos del todo. —Miró a todos los que
había en la mesa—. Después de unas cuantas semanas no hay
posibilidad de recuperación porque es imposible mantener al
paciente bien alimentado. Incluso ahora que estamos tratando de
darle al vanax agua y caldo muy pasado, no logramos que coma. Al
final, la falta de nutrientes acabará con su vida con tanta
seguridad como cualquier otra cosa.
—Si hubiera alguna forma de darle de
comer... —pensó Royce en alto.
—Se han probado varios métodos en el pasado
—explicó Elena—. Todos han derivado bien en problemas respiratorios
que llevan a la muerte, bien en infecciones que tienen el mismo
final. —Con voz pausada, concluyó—: Lo siento. Sé que las opciones
no son buenas. Si preferís limitaros a esperar, lo comprenderé. De
hecho, no puedo deciros cuál es la decisión acertada.
Todos se quedaron en silencio. En sus
rostros se revelaba la lucha interna que libraban entre el dolor y
la esperanza. Finalmente, Andrew habló:
—Creo que deberíamos preguntarnos qué es lo
que a Atreus le gustaría que hiciéramos.
—El nunca se ha retirado ante un reto
—comentó Fedra con una débil sonrisa—, ni siquiera cuando era un
niño. Siempre corría más allá, siempre ansioso por ver y por
hacer.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
Su esposo fue de inmediato hacia donde ella estaba y la recogió en
sus brazos.
Andrew continuó:
—Aunque creo que sé cuál sería la elección
de Atreus si pudiera hablar, esto va más allá de la decisión de una
familia. Kassandra, el pueblo te admira. Por ellos, ¿qué crees que
debería hacerse?
Si bien comprendía que debía ser así, ésa
era la pregunta que ella había esperado que no le hicieran. Al dar
un paso al frente como había hecho, había asumido todo tipo de
responsabilidades, incluida la de decidir el destino de su
hermano.
Aun así, respondió:
—No podemos tomar esta decisión por el bien
del pueblo. Por mucho que amen al vanax y dependan de su liderazgo,
al elegir sólo debemos tener en cuenta lo mejor para Atreus.
Miró a Royce:
—Si fueras él, ¿qué querrías?
Royce no dudó:
—Una oportunidad de vivir, por pequeña que
ésta fuera. Sé que se trata de una decisión difícil. No obstante,
salvo que cuentes con alguna razón para pensar que Atreus va a
recuperarse solo, puede ser que la operación sea la única
oportunidad real que tenga.
Todos miraron a Kassandra con una pregunta
muda en los ojos: ¿qué le había revelado su don, si es que le había
revelado algo?
Nunca se lo contaría. Al menos, eso podría
ahorrárselo. En lugar de responderles, habló así:
—La verdad es que creo que Atreus se
recuperará, a pesar de lo cual debemos hacer todo lo posible por
ayudarle.
Habló sustentada única y exclusivamente en
la esperanza. Todos los esfuerzos que había hecho por visualizar a
Atreus y lo que el destino le deparaba habían sido en vano. Nada
quedaba por hacer salvo rezar, rezar por que su elección fuera la
correcta, porque todas las que tomara lo fueran; por que fueran
buenas para Atreus, para Ákora, para Royce, para su familia y, al
menos de algún modo, para ella.
Se puso de pie. La tensión le atenazaba los
huesos y los músculos. Todo acabaría pronto, muy pronto.
—Elena —pidió—, por favor, prepárate para
realizar la operación.
El olor del azufre quemado impregnaba la
habitación que Elena había escogido. El aroma se colaba por las
ventanas y salía por los pasillos hasta alcanzar los rincones más
recónditos del palacio. Al reconocerlo, la gente dejaba de hacer lo
que tuviera entre manos y se quedaba callada. Muchas personas
bajaban la cabeza para orar.
Los espíritus malignos estaban siendo
expulsados del palacio, el lugar en que iba a realizarse la
operación. Así lo indicaba la tradición, y nadie tenía intención de
ponerlo en duda. Con todo, antes de ir a prepararse, Elena
comentó:
—Aunque no sé explicar por qué, cuando se
realiza una operación en un espacio que se ha purificado antes así,
los pacientes suelen presentar menos fiebres e infecciones en su
evolución posterior.
Mientras se quemaba el azufre, Elena se bañó
y se retiró para meditar a solas un rato. Mientras tanto, la
familia permaneció velando a Atreus. Entre ellos flotaba el
pensamiento de que aquélla podía ser la última vez que lo vieran
con vida.
Cuando todo estuvo listo, se trasladó a
Atreus, con cuidado, de la cama en la que yacía desde hacía más de
una semana hasta la habitación en que iban a operarlo. Era ya
pasado el mediodía. La luz penetraba por los ventanales que,
siguiendo las indicaciones de Elena, se habían cubierto con una
malla, pues no quería que la distrajera ningún mosquito que pudiera
entrar en el cuarto por casualidad.
Abajo, en el patio, la gente iba
reuniéndose. A pesar de que no se había producido ningún anuncio
oficial de lo que iba a ocurrir, se había corrido la voz. Los
sacerdotes y las sacerdotisas se movían entre la gente para ofrecer
consuelo. Más allá, la ciudad de Ilion reducía su ritmo hasta casi
detenerse. Tan silenciosa quedó que lo máximo que llegaba a oírse
era el piar de los pájaros que había en los árboles.
La familia acompañó a Atreus por el pasillo,
desde sus aposentos hasta la habitación purificada, aunque no
entraron en ella. Elena había pedido que lo hiciera el mínimo de
personas posible, pues eso preservaría el efecto que pudiera
producir el azufre quemado.
Una vez que Atreus estuvo dentro del cuarto,
Kassandra se vio sorprendida por la imperiosa necesidad de hacer
algo, cualquier cosa que evitara lo que iba a ocurrir. Y aunque
apretó los labios con fuerza, no pudo contener un leve
gemido.
Royce le pasó el brazo por la cintura.
—Creo que es mejor que esperemos en otro
sitio.
Kassandra, que no se fiaba de lo que pudiera
decir, se limitó a asentir. La operación tardaría en comenzar.
Elena les había explicado que primero examinaría a Atreus para
estar segura de que su estado no había empeorado hasta un nivel
peligroso. Luego, lavarían al vanax con mucho cuidado y lo
prepararían. Comenzarían una vez que hubieran realizado todos esos
pasos.
—¿Adónde te gustaría ir? —preguntó
Royce.
Kassandra movió la cabeza en un gesto
negativo.
—No sé... No muy lejos...
Por si la llamaban y debía acudir
rápidamente.
—Estoy seguro de que en un lugar tan grande
ha de existir algún sitio que sea especial para ti.
Kassandra dedicó un rato a pensar antes de
dar con la respuesta:
—Ven —habló por fin—, quiero enseñarte
algo.
Caminaron por el laberinto de pasillos que
se entretejían en el palacio, hasta que llegaron a una parte que a
Royce le pareció muy antigua. Aunque se encontraba en perfecto
estado de conservación, el suelo se inclinaba a ambos lados hacia
el centro, en la línea que tantos pies habían pisado durante
siglos.
Poco después, hallaron un par de puertas muy
amplias que se abrían a una cámara grande y de techos altos. En el
fondo, había un bloque de mármol de algo menos de metro y medio de
alto. Alguien lo había esculpido de modo que podían distinguirse
los rasgos de una mujer a punto de salir de la piedra.
—Este es el estudio de Atreus —explicó
Kassandra.
Señaló otras estatuas, algunas acabadas, y
otras apenas iniciadas, así como las mesas de trabajo en que había
dispuestas varias creaciones, algunas de cerámica, y otras, de
bronce.
—No creo que le importe que estemos aquí
—continuó—, y éste es el lugar en el que en este momento me siento
más cerca de él.
—Es fácil entender por qué —respondió Royce,
mientras miraba a su alrededor.
Al momento se dio cuenta de que se
encontraba contemplando realmente el interior del alma de un hombre
al que la mayoría veía como el vanax de Ákora. Atreus era eso, sí,
pero también era un artista muy bueno.
—¿De cuánto tiempo dispone realmente para
venir aquí? —preguntó Royce.
—No tanto como a él le gustaría. Aun así,
consigue robar unas cuantas horas de vez en cuando y a veces
incluso un día entero.
Asintió al mirar el pequeño camastro que
había en una esquina.
—En ocasiones duerme aquí, cuando trabaja
hasta que la extenuación puede con él.
Al examinar un pequeño estudio de un
corredor en cerámica, a Royce le pareció que tenía un aspecto tan
real que no le habría sorprendido que se hubiera puesto a correr
por encima de la mesa.
—¿Crees que siente no poder dedicarse sólo a
esto?
—Nunca ha dicho nada parecido, aunque sin
duda en algunos momentos se pregunta cómo habría sido su vida de no
haber resultado el elegido.
—¿No es lo que quería?
—No, no creo. Al ser el hijo mayor de la
familia y dado que nuestro abuelo era el vanax, la gente se
preguntaba si sería Atreus. Cuando llegó el momento, creo que le
habría encantado saber que era cualquier otro.
—¿Podría haber sucedido algo así? ¿Podría
haber aparecido alguien que dijera que creía ser el elegido?
—Claro, siempre que estuviera dispuesto a
someterse a la prueba de selección.
—Que, si no recuerdo mal, no quieres
comentar.
Kassandra sonrió como si se excusara.
—No pretendo ser misteriosa. La verdad es
que ni yo misma sé muy bien en qué consiste. Sólo el elegido conoce
lo que implica.
—Bien, y una vez que la prueba ha concluido,
¿está claro si quien se somete a ella es o no es el elegido?
—Bueno..., sí... Entre otras cosas..., sólo
el elegido puede sobrevivir a ella.
Royce asintió lentamente.
—Imaginaba que se trataría de algo así, si
no, ¿por qué Deilos no habría retado a Atreus para lograr
convertirse en el vanax cuando tuvo la oportunidad de
hacerlo?
—¡Cómo desearía que lo hubiera hecho! De
haber sido así, llevaría muerto mucho tiempo.
—Y eso nos habría ahorrado no pocos
problemas —añadió Royce.
Apenas había acabado de hablar, se dio
cuenta de que tenía más razón de la que había creído.
Empezó sencillamente: un sonido en la
distancia, no muy alarmante, sólo unas voces que subían de volumen.
Poco a poco, se oyó la profunda vibración que producían unos gongs,
muy parecida a las que Royce había oído en el funeral por quienes
habían fallecido en los Juegos, aunque esa vez era más fuerte y
ansiosa.
Kassandra palideció.
—¡Deprisa! ¡Algo ha ocurrido!
Salió corriendo de la habitación, y Royce la
siguió de cerca.
Antes de que pudieran llegar muy lejos,
olieron el fuego. El olor era parecido, si bien no igual, al del
azufre que se había quemado a instancias de Elena. Había algo común
en ellos, aunque éste era más espeso, más intenso, más letal.
Al llegar al extremo opuesto del pasillo,
descendieron a toda prisa un tramo de escaleras y salieron al patio
principal del palacio a tiempo de ver que unos hombres, organizados
en equipos, trataban de sofocar las llamas, que iban extendiéndose
con rapidez. En los lugares en que el fuego alcanzaba las paredes
exteriores del castillo, la piedra misma parecía inflamada.
Una fila de hombres había empezado a pasarse
cubos de agua que lanzaban sobre el fuego, aunque parecía que no
podían combatir las llamas, que se mostraban impermeables.
En el tumulto del esfuerzo por luchar contra
el incendio, Royce vio a Marcelus. Se colocó delante del
magistrado, que corría para situarse en la fila de los cubos de
agua.
—¿Qué ha pasado? —le gritó Royce por encima
del rugido de las llamas—. ¿Cómo ha comenzado?
—No lo sé —respondió Marcelus, que tosía
mientras respiraba a bocanadas en medio del humo—. Ya lo
averiguaremos cuando lo hayamos sofocado.
—El agua no funciona. ¿Qué tipo de fuego no
se sofoca con agua? —Cuando el magistrado lo miró con la cara
blanca, Royce lo cogió del hombro y lo sacudió—. ¡Vamos, piensa! ¡Y
míralo mientras piensas! Ese fuego no es normal.
De inmediato, Marcelus se tranquilizó. Miró
fijamente el fuego mientras su mirada se tornaba dura y
adusta.
—Tenéis razón. El agua no hace efecto.
—Enseguida elevó la voz y gritó a los hombres que había más cerca
de él—: ¡Deprisa, traed mantas! ¡Hay que apagar el fuego a
golpes!
Al darse cuenta de que tenía todo sentido,
los hombres obedecieron. Algunos corrieron hacia los establos, que
estaban vacíos porque en cuanto se había descubierto el incendio,
se había sacado a los caballos a la zona segura de los prados
situados detrás del palacio. Otros corrieron hacia dentro para
hacerse con toda manta, mantel y cualquier otro trozo de tela que
pudieran encontrar. Al cabo de unos minutos estaban de vuelta y
golpeaban ya el fuego con todas sus fuerzas.
Poco a poco, las llamas empezaron a
disminuir, hasta que, por fin, se apagaron. Aun así, todavía
quedaron lugares en que el fuego se prolongó por espacio de media
hora después de que se hubiera dado la primera voz de alarma.
Para entonces, en cualquier caso, la
atención ya se había desviado en otra dirección. Había un hombre
muerto, aunque no víctima del fuego, sino a causa de la flecha que
le había atravesado el cuello.
—Estoy seguro de que él es el hombre al que
vi tirar los botes —le dijo un chico a Kassandra cuando lo
condujeron ante ella para que relatara lo que había visto—. Los
llevaba colgando de una cuerda y tiró tres de ellos, uno después de
otro. Allí donde tocaban tierra aparecía el fuego al
instante.
Miró a Royce y al otro hombre que había
cerca.
—Ya sé que no tiene ningún sentido, pero eso
es lo que vi. Nadie encendió el fuego. Apareció cuando se
estrellaron los botes.
—¿Viste cuándo disparaban al hombre?
—preguntó Royce.
El chico negó con la cabeza.
—No, lord Hawk; para entonces todo lo que
veía era el fuego.
—Retirad el cuerpo —ordenó Kassandra— y
demos gracias porque nadie más esté herido. —Luego, miró al suelo
ennegrecido y las paredes del palacio dañadas por el calor del
fuego—. Podría haber sido mucho peor.
—Eso parece —comentó Royce, despacio. La
miró, luego raspó el suelo con el pie para ver cómo se deshacía y
contempló al hombre muerto que yacía apoyado en la pared.
—La flecha vino de allí.
Kassandra siguió la línea de su
mirada.
—Dada la posición del cadáver —continuó
Royce— y la dirección hacia la que apunta la flecha del cuello, la
dispararon desde arriba, desde aquella pared.
—Puede ser que algún guardia que estuviera
alerta viera lo que estaba haciendo —sugirió Kassandra.
Aunque Royce la miró con poco
convencimiento, no tuvo ocasión de comentar nada, pues en aquel
mismo instante se oyó un murmullo enfurecido entre los hombres que
movían el cadáver. La túnica del incendiario se había movido
ligeramente, de modo que había dejado a la vista un trozo de tela
amarilla.
Marcelus se acercó con celeridad y retiró lo
que acabó siendo una pancarta amarilla. Llevaba una sola palabra
escrita: «Helios.»
—¡Los rebeldes otra vez! —exclamó con
disgusto el magistrado—. ¡Maldición!, ¿es que su perfidia no tiene
fin? ¿A cuántos más pretenden tratar de matar y mutilar?
—Muy inteligente por su parte lo de
identificarse tan claramente —recalcó Royce.
—Con todos mis respetos, lord Hawk —contestó
Marcelus—, entiendo que no queráis llegar a una conclusión
equivocada; sin embargo, debéis admitir que las pruebas en contra
de los rebeldes son irrefutables, mientras que no hay nada que
demuestre que haya alguien más involucrado en esto.
Royce se encogió de hombros y volvió a mirar
a la pared.
—No lo sé, y no lo sabré hasta que no se dé
con el guardia que ha matado a este hombre. Que dé la cara y exija
el justo reconocimiento que merece por el gran servicio
prestado.
Marcelus se quedó perplejo.
—Claro que lo hará. Estoy seguro de que
podríamos encontrarlo ahora mismo si preguntáramos.
—¿De verdad lo crees? Yo no. De hecho, no
creo que exista ese guardia. —Royce señaló al hombre muerto—. Más
bien creo que quien mató a este tipo fue el mismo que lo envió al
concurrido patio del palacio donde sabía que sería visto y
capturado. Al contrario que en la explosión que se produjo en el
estadio, no hay forma de que este hombre acometiera lo que había
venido a hacer y luego escapara. Si lo hubiéramos atrapado con
vida, podría habernos dicho quién está detrás de todo esto. Por
desgracia, no puede porque ha sido convenientemente
asesinado.
—Aun así —insistió Marcelus—, la
pancarta...
—Tal vez signifique algo o nada. —Royce se
volvió hacia Kassandra y, en un brusco cambio de tema, le dijo—:
Atreidas, estoy seguro de que estás preocupada por el vanax. Quizá
podríamos ir dentro a preguntar cómo va la operación.
Antes de que Kassandra pudiera responder que
era probable que no se supiera nada hasta que Elena hubiera
terminado y que, de todos modos, creía que su deber era permanecer
donde estaba, Royce la tomó del brazo y se la llevó de allí. Daba
unas zancadas tan grandes que ella se veía obligada a correr un
poco para seguirle el ritmo.
—¿Adónde vas? —le preguntó—. Elena nos
mandará llamar cuando...
Royce dobló una esquina del palacio y se
detuvo bruscamente. No había nadie más por allí. Todo el mundo
estaba ya en el patio o había salido para combatir el fuego.
Estaban solos. Royce la volvió hacia sí para que lo mirara.
—¿Qué era eso?
—¿Qué era qué? ¿De qué hablas?
—Lo que fuera que había en los botes, lo que
fuera que ha causado un fuego que no podíamos apagar. ¿Qué
era?
Royce aún la agarraba del brazo, sin hacerle
daño, pero sin intención alguna de dejar que se marchara. Ella
desvió la mirada.
—Royce...
—Dímelo. Tengo que saber lo que tiene
Deilos.
No podía decírselo porque iría contra él sin
importarle el riesgo que tuviera que asumir. A Kassandra se le hizo
un doloroso nudo en la garganta.
—¿Por qué piensas que lo sé?
—Porque no has preguntado.
Una respuesta sencilla, un tremendo error.
De haber sido otra persona lo habría negado. Dadas las
circunstancias, Kassandra hizo un gesto de angustia ante su propia
torpeza.
—Tienes que comprender... No lo sabe casi
nadie.
—¿Saber qué?
—Ákora debe estar preparada para
defenderse.
—Nunca he dicho lo contrario. ¿Qué tiene que
ver la defensa de Ákora con todo esto?
—Hace dos años, cuando empezaron las
visiones de la invasión de Ákora, mis hermanos se dieron cuenta de
que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, éramos vulnerables.
—Lo sé. Alex obtuvo unos cañones de
fundiciones inglesas que el gobierno nunca tuvo intenciones de
venderle. Volvía con ellos cuando Joanna se coló como polizón para
venir a buscarme.
—Sí, nos hicimos con los cañones. Sin
embargo, no sólo buscamos la ayuda en el exterior. También
aprovechamos en profundidad todo nuestro conocimiento. Ya sabes
cómo es la biblioteca de aquí...
—Inmensa, casi inimaginable, un tesoro
escondido de miles de años de pensamiento y descubrimientos.
Kassandra asintió.
—¿Y qué lleva haciendo la gente durante
miles de años? Inventar formas cada vez más ingeniosas de luchar en
una guerra, algunas tan secretas que quedaron olvidadas hace muchos
años.
Royce pensó un momento... y otro. Kassandra
vio el instante en que Royce se dio cuenta porque los ojos se le
iluminaron horrorizados sin que pudiera dar crédito.
—¡Por Dios santo! ¡Habéis redescubierto el
fuego griego!
—Lo inventaron los griegos de Bizancio
—explicó Kassandra. De pronto se sintió exhausta—. Lo empleaban
para destruir a todo el que fuera contra ellos. Les permitió
mantener a salvo su imperio durante siglos.
Royce asintió lentamente.
—Y mantuvieron el invento tan en secreto que
se perdió... en todas partes, menos aquí. ¡Habéis redescubierto
cómo fabricarlo!
—Nunca tuvimos intención de usarlo, salvo
que fuera absolutamente necesario.
—Alguien lo ha usado, Atreidas. Alguien
acaba de usarlo para dejar algo muy claro. ¿Tienes idea de lo que
habría ocurrido si llega a haber más hombres, con más botes?
¿Cuántos más crees que habrían muerto fuera, en el patio? ¿Cuántos
seguirían aún gritando en su agonía?
—¡Basta ya! —le pidió Kassandra—. ¿Crees que
estás diciéndome algo que no sepa? El enemigo está atacando al
verdadero corazón de Ákora. No sólo al vanax, sino al mismo
espíritu que nos hace ser lo que somos. Es un enemigo que quiere
causarnos miedo, que nos miremos unos a otros con recelo, que nos
preguntemos en cada momento si el desastre está a punto de
producirse de nuevo. No hay pueblo que pueda soportar algo así y
vivir en paz.
Se miraron. Royce habló despacio.
—Salvo que aparezca un héroe. ¿No es eso lo
que dijo Melinos? Aparecerá alguien que prometa salvarlos,
restaurar todo para volver a dejarlo como era antes. Puede que a la
gente no le guste, puede incluso que hasta lo teman, y aun así,
antes o después, acabarán escuchándolo.
Kassandra tomó aire, deseosa como estaba de
calmarse.
—Creo que es posible que hayas descrito el
plan de Deilos.
—¿Cabe que se haya enterado de lo del fuego
griego?
—Es posible —admitió algo reacia—. Él era
miembro del Consejo. Puede que oyera o viera algo que no debía y
empleara su autoridad para saber más.
—¿Y la fórmula contiene azufre?
Kassandra dudó apenas un momento.
—Sí, contiene azufre. Y también el líquido
negro que surge a veces de la tierra en algunos lugares y... otras
cosas.
Royce no le preguntó cuáles. Ella tenía
claro que él en verdad no deseaba saberlo.
—Debemos volver a rastrear Deimos —dijo—, y
las islas pequeñas, también.
Royce aún la sujetaba, aunque con
delicadeza. La atrajo hacia sí, hasta que ella notó la calidez de
su aliento sobre la mejilla.
—Kassandra..., mira..., si Atreus...,
bueno..., si no lo consigue... Habrá otra prueba de selección,
¿verdad?
—Sí.
—¿Hay algún modo de que Deilos pueda fingir
someterse a la prueba y sobrevivir? ¿Podría convencer al pueblo de
que es el elegido, aunque no lo sea?
Kassandra respondió exagerando, si bien con
una sombra de duda.
—No, en absoluto.
Royce se apartó un poco para poder
mirarla.
—¿Por qué estás tan segura?
—Vi a Atreus después de someterse a la suya.
Había... marcas. Son inconfundibles.
—¿Y esas marcas las conoce cualquier hombre
o cualquier mujer de Ákora?
—No..., sólo las conocen unas pocas
personas..., las iniciadas en los misterios más profundos.
—¿Es Deilos uno de estos iniciados?
—No, claro que no. —La sola idea parecía
absurda—. Sólo lo son unos pocos, él ni siquiera da la talla.
—Ahora mismo, ¿cuánta gente hay en Ákora que
pueda saber si alguien que asegure ser el elegido lo es de
verdad?
—No lo sé con exactitud..., no muchos.
Kassandra se sintió invadida por el miedo al
caer en la cuenta de las implicaciones de lo que estaba
respondiendo. Eran tan pocas las personas que se interponían entre
un loco despiadado y el poder que codiciaba...
—Veinte quizá..., no más de treinta.
Con pesar, Royce le respondió:
—Sois más vulnerables de lo que
pensabais.
Desesperada, Kassandra negó con la cabeza y
trató de eliminar la terrible posibilidad que Royce acababa de
conjurar con la fría lógica y la razón.
—Jamás ha habido en la larga historia de
Ákora alguien que haya intentado convertirse en el vanax con
trampas.
—Entonces, habéis sido muy afortunados,
porque no es tan difícil deshacerse de veinte o treinta personas.
Ni siquiera hace falta matarlas. Basta con encerrarlas en algún
sitio. —Se le oscureció la mirada—. Y Deilos es muy bueno en
eso.
—Eso es impensable. Si fuera a ocurrir algo
así, supondría sin duda la destrucción de Ákora.
—Entonces, debemos intentar que no ocurra
—declaró Royce con gravedad—. De un modo u otro, Deilos debe
morir.
A Kassandra se le escapó una leve carcajada
que dejó a ambos perplejos.
—Hay algo irónico en todo eso —le explicó
cuando Royce la miró atónito—. Deilos ha tratado de matar a Atreus,
con toda probabilidad. Sin embargo, si Atreus pudiera, te diría que
Deilos no debería morir. Te diría que habría que atraparlo con
vida, y procurar, en la medida de lo posible, no poner a los demás
en peligro; que debería ser sometido a un juicio abierto y justo;
que deberían hacerse públicos los delitos que se le imputaran, y
que deberían procurársele todos los medios para que gozara de la
oportunidad de defenderse.
—Es loable —respondió Royce—, pero tienes
que darte cuenta de que si se tratara con la misma publicidad el
proceso mediante el que se selecciona al vanax, si hubiera más de
veinte o treinta personas que pudieran confirmar esa elección,
entonces sería imposible que alguien intentara robar el
cargo.
—¿Estás diciendo que los defensores de
Helios tienen razón? —le retó.
—No, si es cierto que son los responsables
de toda esta violencia. Ahora bien, si, como creo, están usándolos,
entonces sí, creo que tienen algo de razón.
Esperó a la reacción y a la rabia que pensó
que Kassandra expresaría. En su lugar, ella se limitó a
suspirar.
—Quizá sea cierto. Si te soy sincera, no lo
sé. Puede que Ákora deba cambiar en más aspectos de los que yo
pensaba. Ésa, en cualquier caso, es una cuestión que se habrá de
discutir en otro momento. —Entornó los ojos para mirar al cielo y
comprobar la distancia que había avanzado el sol desde el mediodía.
Luego, comentó—: Elena debe de haber empezado ya.
—Venga, volvamos. Al menos, podremos esperar
junto a Joanna y a tus padres.
Sin embargo, cuando entraron en palacio, no
encontraron al resto de la familia. Ni estaban reunidos en el
pasillo cercano a la habitación donde se practicaba la operación,
ni en ningún otro lugar en que buscaron.
—Quizá los hicieran salir por el fuego
—supuso Kassandra, al final—. Puede incluso que estén
buscándonos.
—A lo mejor... —empezó Royce, que se detuvo
en cuanto reconoció a su hermana, que corría hacia ellos.
—¡Aquí estáis! —exclamó—. He mandado a unos
sirvientes a buscaros, pero con toda la confusión del
patio...
Kassandra juntó las manos y las apretó con
fuerza.
—Atreus..., ¿está...?
—Sin cambios —explicó Joanna. Ante la mirada
de perplejidad de Kassandra, señaló un banco que había bajo una de
las ventanas que articulaban el pasillo—. Ven, siéntate.
—No, sólo dímelo. ¿Qué ha pasado?
Los hermanos intercambiaron una mirada. Con
tacto, Joanna explicó:
—Cuando se desató el fuego, Elena aún no
había empezado. Se retrasó para ver si había alguien herido que
necesitara ayuda. —Joanna volvió a mirar a su hermano, que se
acercó a Kassandra—. Cuando bajó a preguntar, tropezó y cayó por la
escalera.
—No..., no puede ser. La
necesitamos...
—Kassandra, Elena se ha roto el brazo. Se
pondrá bien, pero no puede ni plantearse operar.
«La verdad es que debería haberme sentado»,
pensó Kassandra tardíamente. A pesar de todas las posibilidades que
había imaginado y temido, algo así ni se le había pasado por la
cabeza.
—¿No hay nadie más? —preguntó Royce.
¿Lo había? ¿Había otra curandera a quien
pudiera confiarse la vida del vanax en una práctica tan delicada
como peligrosa?
—Hay un hombre mayor —explicó Joanna—. Es el
curandero que preparó a Elena; lo que ocurre es que tiene casi
ochenta años y no ha efectuado ninguna operación en la última
década, y mucho menos una tan complicada.
—¿Nadie más? —insistió Royce—. Seguro que
cuenta con sus propios pupilos.
—Claro que sí. El problema es que ninguno de
ellos ha realizado esta operación en pacientes vivos. Sólo han
practicado con cráneos de animales.
Fue Kassandra quien alcanzó la inevitable
conclusión.
—Entonces, no puede hacerse. Aunque
queramos, no se puede operar.
Joanna asintió.
—Puede que sea para bien. La operación
podría haberlo matado.
—Sí, aunque no hacer nada puede llevar a lo
mismo —completó Kassandra.
Estaba confusa. No había nada en sus
visiones que le hubiera advertido del ataque a Atreus ni, por
tanto, nada sobre lo que le deparaba el destino. Sabía tan poco al
respecto como cualquier otro mortal.
Y aun así, conservaba la esperanza.
Y con todo, mantenía una encomiable pizca de
humor.
—¿Sabes? —comentó mientras avanzaban por el
pasillo hacia la habitación de su hermano, la misma en la que el
propio Royce había reposado una vez—, al menos hay una posibilidad
de que Deilos le haya salvado la vida a Atreus.
—De ser cierto —respondió Royce con toda
naturalidad—, me encantará contárselo a Deilos antes de que
muera.
* * *