Capítulo 7
¡MALDITO fuera aquel hombre!
Estaba en el jardín y conversaba con Alex. No obstante, para ser
fiel a la verdad, daba la impresión de que acababa de llegar en
aquel momento. Parecía que estaba bien aunque era de los que
escondían las heridas. Kassandra estaba bastante segura de que
Royce tenía un moratón en la frente.
—¿Qué te ha ocurrido? —le preguntó antes de
detenerse por completo delante de él.
—¡Ah! Hola, Kassandra —saludó Royce con una
sonrisa—. ¿Qué te ha dado para que estés corriendo por ahí?
—¿Que qué me ha dado...? —De todas las
preguntas estúpidas... ¿Es que no le entraba en su minúsculo
cerebro de hombre que ella pudiera estar preocupada por él?—. Nada
—le espetó con brusquedad—, nada en absoluto. Buenas noches, lord
Hawkforte.
Ya se había dado la vuelta para irse cuando
Royce la cogió del brazo. Entre risas, la atrajo hacia sí.
—Tranquila, fierecilla. ¡Madre mía, qué
divertido es tomarte el pelo! ¿Sigues bien?
—¿Seguir? Claro que sí. ¿Cómo te has hecho
ese moratón?
—¿Moratón? ¡Ah! ¿Esto? Me dieron con un
ladrillo, o eso creo. No es nada.
—Ya imagino que no, dado el grosor de tu
mollera.
—Te diré, Alex, que ella tiene todo lo que
me habían dicho de las akoranas —comentó con una sonrisa—: «Los
guerreros mandan, las mujeres sirven.» Ahora veo lo bien que
funciona.
—Yo nunca he dicho que funcionara —protestó
Alex—. Es más bien un objetivo, un ideal, si quieres.
Kassandra les lanzó a ambos una mirada de
enfado.
—Me encanta ver cómo os divertís mientras
Londres se quema.
—Londres no está quemándose —rebatió Royce
en un tono más serio—. Sí, hay hogueras encendidas y mucha gente
bailando a su alrededor. Han asaltado las tabernas y se han puesto
a beber sin pagar, y por el momento, eso parece tenerlos
satisfechos.
—¿Has podido saber algo más, Royce?
—inquirió Alex.
—El nombre del asesino es John Bellingham.
Se sentía agraviado de algún modo por el gobierno, nada especial.
En cualquier caso, trató de obtener ayuda de Perceval y, por
supuesto, no lo logró. Parece que decidió que vivir no merecía la
pena; ahora bien, quiso matar primero al primer ministro. Lo
curioso es que está profundamente preocupado por Perceval y espera
no haberlo herido.
—Bueno, pero has dicho que el hombre quería
acabar con la vida del primer ministro —le recordó Kassandra.
—Y es cierto. El problema es que no acaba de
darse cuenta de que aquel Perceval y Perceval el primer ministro
son la misma persona. Cuando matas el símbolo odiado, matas también
al ser humano.
—Está loco —sentenció Alex sin darle más
vueltas.
—Eso me temo —coincidió Royce—, aunque no sé
si eso va a ayudarle en algo. Estará balanceándose de todos modos
en menos de dos semanas.
—¿Tú matarías a un hombre que está
claramente trastornado? —quiso saber Kassandra.
—Yo no —se defendió Royce con sequedad—,
pero si en este país no se trata muy bien que digamos a un rey
loco, tampoco cabe esperar mucho más en el caso de un asesino
loco.
Alex asintió con gravedad.
—Te agradecería que te quedaras aquí esta
noche. Los hombres están haciendo un buen trabajo, pero otro par de
ojos nunca están de más, sólo por si las cosas se ponen peor.
—Claro, me quedaré. Es mucho mejor estar
aquí que en Carlton House, y si me voy a casa, no hay duda de que
me hará llamar. —Royce movió la cabeza como muestra de disgusto
antes de continuar—. Prinny querrá que todo el mundo forme
alrededor de su lecho y lo escuche mientras él se lamenta del
comportamiento de la chusma y vaticina nuestra muerte en la
guillotina.
—Ese hombre necesita de verdad empezar a
controlarse —comentó Alex.
—Dado que vas a quedarte —insistió Kassandra
con forzada paciencia—, podrías dejar que Elena le echara un
vistazo a ese moratón.
—No veo por qué —respondió Royce, quien,
ante la mirada de exasperación de su interlocutora, volvió a
sonreír—, aunque no diría que no a una taza de té.
Kassandra cogió una de las que había en una
de las bandejas cercanas y se la entregó con brusquedad.
—Toma, aquí tienes tu maldito té.
—Niños, portaos bien —les dijo Alex antes de
retirarse para ir a ver a sus hombres.
La mañana siguiente llegó, pero el ambiente
general siguió tenso durante unos cuantos días. Como no podía ser
de otro modo, Royce fue convocado a Carlton House, como también le
ocurrió a Alex. Ambos volvieron de allí frustrados y
abatidos.
—Han enterrado a Perceval en un acto privado
—contó Royce cuando estaban todos reunidos en la sala de pintura—.
Las autoridades temían que se produjeran revueltas si se organizaba
un funeral de Estado. A Bellingham lo cuelgan mañana.
—Puede ser que las cosas se calmen después
de eso —sugirió Joanna.
—Quizá —respondió su esposo mientras se
encogía de hombros.
—He estado pensando —continuó Joanna— que
con todo este jaleo, Amelia y yo podríamos ir a Boswick o a
Hawkforte, a donde sea. Kassandra puede venirse con nosotras. En
cualquiera de los dos casas se está fenomenal en esta época del año
y nos vendría bien cambiar de aires, sobre todo..., en fin, dadas
las circunstancias.
Kassandra miró enseguida a su hermano. Sabía
muy bien que aquello suponía una importante concesión por parte de
Joanna, que se había negado rotundamente a abandonar Londres porque
su esposo no podía acompañarla. Proponer hacerlo en aquel momento
significaba que era muy consciente de lo inestable y peligroso que
seguiría estando el panorama.
Aun así, Alex no pareció ansioso por aceptar
la propuesta. De hecho, no respondió directamente a la sugerencia,
sino que señaló la pila de sobres que se amontonaban en la bandeja
de plata situada en la mesa que había delante de ellos.
—Veo que has recibido otra carta de ese tal
Byron.
—En realidad, es para Kassandra —corrigió
Joanna, que había fruncido el ceño ligeramente, sin duda extrañada
ante aquel cambio de tema.
—¿Te escribe con frecuencia? —se interesó
Royce.
—Lo ha hecho dos o tres veces —explicó
Kassandra mientras negaba con la cabeza—; no le he prestado mucha
atención.
—¿Y qué es lo que quiere?
—Nada, creo, por lo que puedo ver. Son sólo
cartas simpáticas en las que cuenta cosas.
—No entiendo por qué tiene que
escribirte.
—Se siente fascinado por Ákora. Eso es lo
que me dijo cuando me conoció en la mansión Melbourne —comentó
mientras cogía la misiva más reciente—. En realidad, da la
sensación de que se siente solo. No hay mucha vida social ahora
mismo con todo lo que está ocurriendo.
—¿Le has contestado?
—La verdad es que no, no lo he hecho, aunque
no veo que sea de tu incumbencia.
Royce se sonrojó.
—Es sólo que no creo que sea una buena idea
que te relaciones con él.
—No me relaciono con él.
—Bien, vale entonces.
Ambos se sentaron y se quedaron mirándose el
uno al otro, hasta que Joanna se aclaró la garganta.
—Qué bien que el asunto haya quedado
zanjado. Decidme: ¿creéis que vais a ser capaces de quedaros aquí
juntos durante un cuarto de hora sin encontrar algo sobre lo que
discutir?
—No... —empezó Kassandra, hasta que cayó en
la cuenta de que Joanna tenía razón, y se calló.
Era cierto; siempre que ella y Royce estaban
juntos parecían saltar chispas. Por una parte, ella suponía que
debía de ser por la tensión que los rodeaba a todos; sin embargo,
por otra, sabía bien que aquello lo originaba el deseo insatisfecho
de ambos.
—Lo siento —se corrigió—. Por nada del mundo
querría abusar de tu hospitalidad siendo una invitada
malhumorada.
—Ni yo —corroboró Royce, de inmediato.
—Bien —respondió Joanna—. Eso me parece
penitencia suficiente. Ahora quizá alguno de vosotros, caballeros,
uno o los dos —dijo, y Royce y Alex se tensaron un poco—, querrá
explicarme por qué tras mi sugerencia de trasladarme al campo no he
oído una ovación fruto del alivio masculino.
Le tocaba a Alex responder a aquello. Dudó
apenas un momento antes de contestar.
—Todo va bien tanto en Hawkforte como en
Boswick.
Joanna reaccionó abriendo mucho los
ojos.
—Me alegra saberlo, sobre todo porque no me
había planteado que fuera de otro modo.
—Aun así —continuó Alex— están produciéndose
cada vez más altercados fuera de Londres, y los caminos ya no son
seguros.
—Ya..., claro... Bueno, pues podríamos
navegar hasta Hawkforte y evitar así los caminos. Ya lo hemos hecho
muchas veces. O podríamos... —Se hizo el silencio cuando Joanna
clavó la mirada en su marido. Por fin, habló—: Has pensado en
alguna otra cosa...
—No estoy dispuesto a hablar de esto
ahora.
Kassandra apenas consiguió disimular su
sorpresa e instintivamente miró a Royce. Él lo sabía. Se le veía en
aquellas sombras doradas y frías de los ojos que encontraron los de
Kassandra directamente. Él sabía de qué se trataba y estaba de
acuerdo.
—Me voy arriba —dijo Joanna, que estaba a
punto de echarse a llorar, algo nada propio de ella.
—Cariño —la llamó Alex al mismo tiempo que
se ponía de pie.
Joanna se lo impidió levantando la
mano.
—No, no te preocupes. Es sólo que creo que
debo subir; ha sido un día muy cansado.
Cuando Alex se movió de nuevo para ayudarla,
ella negó con la cabeza enérgicamente.
—No, quédate ahí. En realidad, me apetece
estar sola un rato.
Y se retiró con Amelia en brazos. Alex se
quedó de pie mientras se marchaban, y luego dejó escapar algunas
maldiciones, inaudibles para el resto.
Royce se levantó también y le sirvió un
brandy a Alex.
—Se le pasará. Es una mujer fuerte.
Alex aceptó la bebida, pero dio apenas unos
sorbos antes de apartarla. Con un esfuerzo que se hizo visible,
logró centrarse de nuevo en el asunto que les ocupaba.
—Royce sabe lo de tu don —le dijo a
Kassandra. Aunque no era una pregunta, ella asintió igualmente—.
Pues entonces creo que debería saber el resto.
Al no percibir objeción alguna por parte de
su hermana, Alex comenzó:
—El año pasado, Kassandra visualizó la
invasión británica de Ákora. Por eso, sabíamos lo de la amenaza y
pudimos reaccionar para impedirla.
Royce le lanzó una mirada fugaz que no
encerraba sorpresa alguna.
—Eso es lo que deduje cuando Kassandra me
contó lo que puede hacer.
—Bien —continuó Alex—; entonces comprenderás
que tras la muerte de Deilos todos nos sintiéramos aliviados cuando
se detuvieron las visiones en que se producía una invasión.
—Sí, claro...
—Por desgracia, han comenzado de
nuevo.
Esa vez, Royce sí se quedó perplejo.
—No me habías contado nada de esto.
—Yo mismo lo he sabido hace nada. —Luego, se
dirigió a su hermana—: Creíamos que, si era cierto que había un
plan británico para invadir Ákora, sería Spencer Perceval quien
estaría detrás de todo. Además de que resultaba coherente con las
políticas generales que estaba aplicando, su posición como primer
ministro era la mejor para actuar, aunque negara albergar tales
intenciones ante el mismísimo príncipe regente.
—Me hago cargo de todo eso, pero...
—respondió Kassandra.
—¿Ha cambiado algo con la muerte de
Perceval? —preguntó Alex—. ¿Sigue existiendo la amenaza de una
invasión?
Kassandra lo miró, sorprendida. No se le
había ocurrido pensar en eso. En su fuero interno siempre había
asociado la invasión con Deilos, que tenía que estar muerto, aunque
a lo mejor no lo estaba. Había dedicado muy poco tiempo a pensar en
el papel que desempeñaba Perceval en todo aquello, si alguna vez lo
había considerado. Ahora bien, si había desempeñado un papel
significativo... y ahora estaba muerto..., cabía la posibilidad, si
bien pequeña, de que todo hubiera cambiado.
—No lo sé. No he tenido visiones desde que
abandoné Ákora.
—Bueno, no importa.
Entonces, se dio cuenta de que su hermano no
le pediría nada. Consciente, como él era, de que la búsqueda de los
senderos del futuro podía ser dolorosa y agotadora, a Alex nunca se
le ocurriría ni proponer que lo intentara. Tampoco esperaría ella a
que él se lo sugiriera.
—Si me disculpáis —se excusó antes de
levantarse.
Los dos hombres se pusieron de pie también.
Su hermano la miró con preocupación.
—Kassandra, no pretenderás...
—Te preocupas demasiado —le contestó
mientras le colocaba la mano en el brazo.
Una vez fuera, en la sala, Kassandra se
detuvo un momento para escuchar los sonidos de la casa. A aquella
hora, era probable que Elena estuviera en el jardín, y Brianna, en
la biblioteca. El servicio estaría abajo. Mulridge... nunca se
sabía dónde podía encontrarse, aunque como parecía estar mucho a
solas, salvo cuando atendía a Joanna y a Amelia, no importaba
mucho.
La propia Joanna se había retirado a su
habitación con Amelia, lo que significaba que el cuarto del bebé
estaría vacío. Amelia no dormía allí todavía, porque sus padres
preferían tenerla cerca hasta que hubieran pasado sus primeros
meses de vida. Con todo, a veces la llevaban a ver la habitación.
Era cálida y quedaba moteada por la luz del sol; en las paredes
había colgados divertidos murales y estaba repleta de juguetes que
esperaban a la joven señorita, así como a los días aún por llegar
que estaban marcados con una promesa de felicidad.
Muy lentamente, Kassandra subió por la
escalera. Si bien nunca había tratado de visualizar nada en aquel
ambiente, ahora se sentía llamada a hacerlo. En cuanto entró en el
cuarto se detuvo para mirar a su alrededor. El suelo estaba gastado
en las zonas donde habían jugado generaciones anteriores de niños
de la familia Boswick, incluida la de su propio padre y de Alex.
Los ventanales estaban abiertos y permitían la entrada de las
fragancias que provenían del jardín. Respiró profundamente mientras
se dejaba invadir por una sensación de paz.
El niño autómata de Royce estaba colocado en
un rincón y la miraba con solemnidad. La casita de juguete donde
Amelia reuniría algún día a sus amiguitos estaba adosada a una de
las alargadas paredes. Y el caballito esperaba con paciencia en lo
que sería el jardín de entrada.
Aguardaba el futuro que había de llegar
hasta convertirse en presente, un futuro entre otros muchos
posibles. Uno entre todos los retorcidos y ramificados senderos que
Kassandra veía diluirse en la eternidad.
Volvió a tomar aliento y dejó que los ojos
se le cerraran despacio. Apoyaba las manos en los pies de la cama
que Amelia ocuparía algún día. Allí, en aquella estancia, en aquel
futuro desconocido, el bebé que en ese momento dormía en el piso
inferior entre los brazos de su madre sería una niña...
Una niña pequeña que sonreía, con el cabello
del tono de la miel y los ojos chispeantes...
Palmas,
palmitas...
La voz aguda y cantarina de una niña... muy
pequeña...
Se ha caído todo...
William, ¡dame eso!
El niño autómata... se
ha roto
¡Qué habitación tan
bonita! ¿El cuarto de la niña, dices?
Demasiado hacia el futuro, la visión se
había ido demasiado hacia el futuro... Empezó a resollar. La
tensión se le acumuló sin piedad alguna bajo los ojos. Más
reciente...
Y lejos, lejos del cuarto de la niña, de la
casa, de la ciudad... Ákora..., su hogar...
Kassandra la vio, entonces, como si no la
hubiera abandonado nunca: el mar azul, la costa curvilínea de las
islas, los limoneros en flor... Ilion, la gloriosa Ilion reluciente
a la luz del sol...
Y el rojo...
La mente rehusaba continuar, se negaba, se
retiraba.
La serpiente roja se deslizaba por los
senderos, ascendía desde las costas, aún más arriba, trepaba
inexorablemente, ondeaban banderas, los hombres con casacas rojas
marchaban al ritmo de los tambores, los cañones rugían... El humo
negro se elevaba en remolinos como un demonio, como si estuviera
vivo, y al disiparse, revelaba los cuerpos tendidos, destrozados e
inmóviles...
Se le agarrotó la garganta. Kassandra no
podía respirar. Esquivaba los muertos, uno tras otro, al avanzar.
No debía mirar... No debía mirar sus rostros... porque los
reconocería. Atreus, Alex, sus queridos hermanos, muertos. Sus
primos y tíos, todos los hombres de su familia, y muchos, tantos,
más... muertos... Niños, mujeres, niñas..., que luchaban hasta las
últimas consecuencias por la tierra que amaban. Muertos.
Muertas.
«¡Noooo!»
La imagen cambió de pronto y precipitó a
Kassandra, a una velocidad de vértigo, por otro sendero, otra
posibilidad. Visualizó la brillante ciudad de Ilion en paz. Captó
imágenes de su familia viva, sana y salva. Se vio a sí misma...
Subía una colina que llevaba a un lugar que conocía... Vio a un
hombre aparecer como si saliera de las entrañas mismas de la
tierra. ¡Deilos! Estaba vivo y le dedicaba una sonrisa maliciosa.
Deilos... iba hacia ella y llevaba la muerte en los ojos, pero ella
estaba preparada, sabía lo que tenía que hacer. Por Ákora, por todo
lo que amaba, por el futuro que debía ser costara lo que costara.
Sintió en la mano el frío de la empuñadura de la espada, sintió el
poder en su interior mientras la clavaba en el hombre que quería
destruir todo lo que más quería. Sintió, también, el dolor cuando
él le devolvió la estocada, su último acto; miró hacia abajo y vio
que brotaba sangre, su sangre, la sangre de la vida, el precio
pagado para que Ákora se mantuviera a salvo.
La visión la liberó. Kassandra cayó a una
gran distancia, sollozó; cayó, y cayó, y cayó...
Y alguien la sujetó... Se encontró sostenida
por unos brazos fuertes, apoyada en un pecho duro, acunada en un
abrazo y envuelta en el presente, donde...
—¡Por Dios santo! ¿Cómo ha podido permitir
que hagas algo así?
Royce.
Se sintió invadida por una sensación de
alivio. Estaba a salvo, protegida, no tenía que temer, ni que
luchar, ni que hacer nada, excepto aferrarse a ese hombre con todas
sus fuerzas mientras él se sentaba para llevarlos a ambos al suelo.
Royce le acarició el cabello con infinita ternura en tanto la
arrullaba con palabras de aliento, deseoso de que Kassandra
volviera a él.
La respiración fue estabilizándosele a
medida que se le despejaba la mente. Lentamente, entornó los ojos y
lo miró:
—Estoy bien, de verdad.
La voz sonó muy lejana, incluso para sus
propios oídos. Porque no pareció tranquilizarse. Royce.
—Alex no tendría que haberte dejado...
—Lo he decidido yo, no él. Tenía que
saberlo.
—Perceval...
Aunque se le hizo un nudo en la garganta al
intentar hablar, Kassandra logró empezar.
—Su muerte no cambia nada, al menos en lo
que respecta a Ákora.
Aunque Royce se mantuvo callado, la abrazó
con más fuerza. Kassandra se sentó despacio. Miró el cuarto de la
niña y dijo:
—Me pregunto por qué nunca se me ha ocurrido
que un lugar tan dedicado a los niños y a todo lo que representan
sería un buen sitio para buscar visiones del futuro que
habitarán.
Royce la atrajo más hacia sí y apoyó la
barbilla en la cabeza de Kassandra.
—Estabas llorando.
Kassandra asintió, mientras, aún necesitada
de aquella fuerza que le daba, se mantenía agarrada a los brazos de
Royce.
—No se puede permitir que ocurra lo que he
visto. Hay que evitarlo cueste lo que cueste. —Luego, levantó la
cabeza y se encontró con la mirada de Royce—. No hay precio que sea
demasiado alto.
—Sólo es un futuro posible —le recordó
Royce.
Por suerte, Kassandra no le explicó
nada.
—Sí, sólo uno posible. Ayúdame a
levantarme.
Aunque Royce así lo hizo, no la soltó.
—Quieres contárselo a Alex —dijo con
dureza.
—No te enfades con él, esto no ha sido culpa
suya.
—¿Siempre es así? ¿Tan doloroso y
aterrador?...
—No, no siempre. A veces es delicado e
incluso agradable. —Desesperada por disipar el enfado de Royce,
esbozó una leve sonrisa y continuó—: Por ejemplo, vi a Amelia hace
meses, cuando me enteré del embarazo. ¡Va a tener a sus padres muy
entretenidos!
Royce se relajó un poco.
—Yo he pensado lo mismo. Tenemos una
prolongada historia de mujeres que saben bien lo que quieren.
—Pues ésta será otra de ellas. —Kassandra se
enderezó, saboreó la proximidad del cuerpo de Royce y deseó que
pudiera durar para siempre—. ¿Amas Hawkforte?
—Soy parte de ese lugar —respondió con
sencillez—. No sé qué significa eso exactamente, pero de algún modo
parece que haya estado allí incluso antes de nacer y que siempre
estará conmigo.
—Creo que hay sólo unos cuantos lugares como
ése en la tierra.
—¿Es Ákora uno de ellos... para ti?
—Supongo que sí, de algún modo.
No podía decirle más, no podía hablarle del
extraño anhelo que sentía por otro lugar, otro hogar situado entre
el sueño y la memoria.
Royce la miraba, y la preocupación se dejaba
traslucir en sus ojos.
—Kassandra..., ¿sabes por qué Alex no quiere
que Joanna vaya a Boswick o a Hawkforte?
Kassandra asintió, contenta de poder hablar
con sinceridad sobre cualquier cosa con aquel hombre.
—Pretende que vaya a Ákora. Se trata de una
decisión difícil, pero puedo entenderla. La amenaza en Ákora forma
parte del futuro. El peligro en Inglaterra es real ahora
mismo.
—Si ya no hubiera amenaza alguna contra
Ákora, él podría ir con ellas.
Kassandra volvió a asentir.
—Sí, aunque dadas las circunstancias, no
puede ser. Habrá que formar un nuevo gobierno, ¿no? Alex tendrá que
quedarse aquí y hacer todo lo que pueda para salvaguardar los
intereses de Ákora. —En voz baja, añadió—: Será muy duro para
ellos. No se han separado desde que se casaron, y ahora además está
Amelia. Es una pena, y resulta tan inoportuno...
Con delicadeza, Royce le preguntó:
—¿Eres consciente de que no sólo es Joanna
quien debe irse?
Kassandra dejó escapar un profundo
suspiro.
—De alguna manera pensaba que, después de
haber esperado tanto para venir aquí, tendría más tiempo una vez
que llegara.
Royce le apretó la cintura con
cuidado.
—Volverás.
«No», pensó ella, no volvería. No si su
visión era cierta, y rara vez no lo eran. La cabeza le daba vueltas
sólo de pensarlo. Movida por el instinto, se refugió en la
protección que proporciona la normalidad.
—Al menos, todavía me quedan unos días.
Quizá sea el momento de hacer otra excursión a Gunter's, si las
calles están lo suficientemente tranquilas.
—Como si tengo que traerte la tienda hasta
aquí; te prometo que no te irás de Inglaterra sin llevarte todos
los toffees que puedas
transportar.
—En realidad, prefiero los caramelos de
limón.
—Pues caramelos de limón, entonces
—respondió Royce.
Juntos, descendieron por la escalera.
—Las instrucciones de Atreus son muy claras
—dijo Alex.
Habían transcurrido varios días. Bellingham
ya estaba muerto y enterrado, y Londres se había sumido en una
especie de estupor sombrío que sólo animaba la ansiedad por saber
quién formaría el nuevo gobierno. Los whigs esperaban obtener otra
oportunidad, mientras que los tories peleaban por mantenerse en el
poder. Y George el Gordo continuaba en la cama.
—Kassandra debe volver a Ákora en el barco
que ha traído este mensaje. No puede ni posponerse ni
discutirse.
—¿Debería molestarme que hayas supuesto que
discutiría la clara orden del vanax? —preguntó Kassandra,
tranquila.
Estaba demasiado cansada como para emitir la
más mínima objeción. No lograba conciliar el sueño, lo que cual no
estaba tan mal, dado que cuando dormía no veía más que imágenes
sanguinolentas.
—Sólo si quieres hacerme creer que no lo
habrías hecho si las circunstancias no se hubieran agravado tanto
—respondió Alex en un tono afectuoso a la hermana que, de modo
inesperado, no estaba dándole problemas.
—Estoy resignada —contestó Kassandra.
En realidad, no lo estaba, a pesar de lo
cual, prefería esconder la angustia que afligía su corazón. Era
bueno que se alejara de Royce en aquel momento. Sus sentimientos
hacia él suponían un peligro, pues la tentaban a salirse del camino
del deber.
—Pues yo no, en absoluto —intervino
Joanna.
Estaba de pie, junto a la ventana desde la
que había estado mirando el jardín, ensimismada en sus propios
pensamientos, aunque en ese momento, en cambio, prestaba atención a
su esposo.
—Y no fingiré otra cosa. Los Hawkforte han
estado a salvo en Hawkforte durante novecientos años. No veo por
qué no puedo ir allí.
—¿Tengo que recordarte —preguntó Alex con
frialdad— que ahora eres una Atreidas, igual que tu hija?
—No —replicó Joanna—, no hace falta que me
lo recuerdes. —Dejó escapar un profundo suspiro—. Al menos ya he
dicho cómo me siento, lo sabes bien, y ahora no queda mucho tiempo.
Yo no lo gastaría en asperezas.
Al momento, Alex se puso en pie y la tomó en
sus brazos. Joanna apoyó la cabeza en el amplio pecho de su esposo.
Royce y Kassandra intercambiaron una mirada. Como si fueran una
misma persona, se levantaron al mismo tiempo y salieron
sigilosamente de la habitación para dejar que la pareja disfrutara
de su momento de intimidad.
Una vez fuera, en el jardín, Royce
comentó:
—El matrimonio ha ablandado a mi hermana. En
otro tiempo no se habría rendido tan pronto.
—Lo ama, y amar es saber renunciar. Aunque
lograra de alguna manera convencer a Alex, seguiría perdiendo
porque sabría que él no era feliz y que estaba preocupado. A sus
ojos, no sería una victoria.
—Haces que estar enamorado suene a estar
atrapado —comentó con ironía.
Kassandra, en cambio, revistió la respuesta
de seriedad.
—Es que es cierto. El amor es como una
dulcísima trampa, sin duda alguna, pero una trampa igualmente.
Cuando llega el amor, la libertad se acaba.
Royce se detuvo bajo la agradecida sombra de
un antiguo sauce y miró a Kassandra.
—Me sorprendes. Pensé que todas las mujeres
admiraban el amor.
—Creo que todas las mujeres, como todos los
hombres, disfrutan de la idea de ser amados —respondió
cándidamente—. Después de todo, confiere un cierto poder. Estar
enamorado es algo muy distinto.
—¿Has estado enamorada alguna vez?
¿Lo había estado? ¿Lo estaba? ¿O simplemente se encontraba a punto de
estarlo?
—Yo amo a mi familia.
Royce esbozó una leve sonrisa. La luz del
sol se filtraba entre las delicadas ramas del árbol, perfilando sus
pestañas, la rectitud de su nariz, sus labios sorprendentes,
sensuales, carnosos.
Aquellos labios... Aquel beso...
—Debería volver adentro —se excusó.
—Y yo debería, y debo, volver a Carlton
House.
Kassandra no tardó en compadecerse de
él.
—¿El príncipe regente otra vez?
—Otra vez y siempre —respondió, algo
compungido—. Por algún motivo, me cree el hombre capaz de conciliar
a los whigs y a los tories.
—Eso es una tontería. La única persona que
puede hacer algo así, en el caso de que sea posible, es el propio
príncipe regente.
—No es fácil liderar desde el fondo de una
botella, ya sea de brandy o de láudano.
Acto seguido, Royce se despidió, tan cortés
como siempre, y Kassandra se quedó en el jardín un poco más, hasta
que estuvo segura de que sus más íntimos deseos eran invisibles a
los ojos del resto. Entonces, regresó a la casa y se dispuso a dar
comienzo a los preparativos para volver a Ákora.
Se llevó con ella una hoja del sauce que
arrancó de donde Royce había estado, bañado por la luz de aquel día
que ya se desvanecía rápidamente en el pasado.
No la detuvo el hecho de que se sintiera un
poco tonta al hacerlo. Cogió la hoja igualmente, y más tarde, ya en
su habitación, la colocó con cuidado entre las páginas de la obra
de la señorita Jane Austen, Sentido y
sensibilidad, un mundo en el que el amor existía de verdad y
todo funcionaba como debía.
* * *