Capítulo 12

 

—LA princesa Kassandra no está aquí, señor —le informó una sirvienta.
Era una mujer delgada y de mediana edad, con el pelo oscuro y de trazos canosos, que llevaba peinado en trenzas que se enroscaba alrededor de la cabeza. Al hablar, se había mostrado muy seria.
—Saida... Te llamas Saida, ¿verdad?
—Sí, lord Hawk —confirmó, halagada.
—Tenía entendido que la princesa quería retirarse para dormir esta noche.
—Puede que así fuera, pero acaba de salir de su habitación hace apenas unos minutos. Si corréis, aún podréis alcanzarla —le dijo al mismo tiempo que le indicaba el pasillo que descendía y unía los aposentos privados de la familia real con una entrada del tamaño de un hombre—. Por aquí, señor.
Royce avanzó con rapidez hasta dar con una escalera en curva que partía de un muro interior del palacio. Los peldaños descendían hasta un rellano en el que se veía una pequeña puerta de madera. Royce la abrió y vio ante él un camino que llevaba a la ciudad. Ni vio a Kassandra ni logró comprender por qué razón la princesa habría salido por allí. La escalera continuaba bajando, así que Royce cerró la puerta y la siguió después de coger uno de los candiles que había colgados cerca de donde estaba.
Se acordó de las enormes catacumbas que albergaban la biblioteca e imaginó que aparecería en un lugar similar. Sin embargo, la escalera se dirigía a un sitio mucho más profundo. La temperatura descendió con rapidez, y Royce reconoció un olor penetrante... No provenía del mar, sino de los manantiales subterráneos de agua mineral, muy parecidos a los que había conocido en la ciudad inglesa de Bath hacía varios años.
Al final, los peldaños se terminaron y se encontró en una gran cámara. Elevó el candil y observó que las paredes que había a su alrededor estaban horadadas y que los nichos contenían varios cientos de estatuas; la mayoría eran de tamaño real y representaban a hombres y a mujeres. Las tallas eran tan precisas que le dio la sensación de que estaba mirando a personas que habían existido de verdad.
Más allá de la sala de las estatuas se erigía un arco enorme. Una vez que lo hubo atravesado, Royce se dio cuenta de que se había acabado el suelo de baldosas y de que caminaba sobre tierra fría y húmeda en el interior de una gruta inmensa. Había lámparas dispuestas en soportes a lo largo de toda la pared. Alguien había encendido algunas de ellas, las suficientes como para permitir ver la estancia, una cámara tan amplia como el interior de cualquier catedral europea. En el techo descubrió unos conos muy finos que le parecieron estalactitas, y que brillaban en tonos blancos, rosas y verdes. Del suelo también crecían estalagmitas de similar aspecto, que formaban un pasillo que llevaba a un profundo borde de roca situado al final de la cámara.
Allí se encontraba Kassandra. Iba vestida de blanco roto; el pelo, del color del ébano, le caía en ondas desordenadas sobre la espalda. Como cada vez que le ocurría al verla, a Royce se le tensó el cuerpo de arriba abajo. Trató de ignorar aquella sensación y, en parte, lo ayudó la tremenda curiosidad que sentía por el lugar en que se encontraba.
Kassandra se concentraba en el saliente de piedra. Royce avanzó y procuró no hacer ruido al pisar, consciente de que se estaba entrometiendo en aquel momento de intimidad que le pertenecía a ella. Aunque no quería molestarla, se sentía arrastrado hacia ella. Había algo que brillaba a la luz de las lámparas... Era algo rojo.
Royce respiró profundamente para tratar de asumir lo que veían sus ojos. ¿Un... rubí? No, no podía ser, y sin embargo, lo parecía. Un inmenso rubí sobresalía de la roca y brillaba como si contuviera los mismísimos fuegos de la tierra en sus entrañas.
Kassandra tenía los ojos cerrados, y las manos, apenas apoyadas en la piedra preciosa. Aunque parecía que su rostro estaba sereno, cuando Royce la miró con más atención, comprobó que empezaba a temblar y que perdía el equilibrio.
En aquel mismo instante, Royce corrió hacia ella para sostenerla. Con cuidado, la recostó en el suelo frente al saliente rocoso y se arrodilló a su lado. Todos los pensamientos que pudiera tener quedaron en un segundo plano. Sólo importaba que ella estuviera bien.
—Kassandra..., ¿qué ocurre?
Kassandra no respondió enseguida, sino que, inmóvil como estaba, se limitó a quedarse allí en los brazos de Royce. Tenía la piel helada, a una temperatura inferior aún a la de la propia cueva. Abrió los ojos y miró a Royce sin verlo.
—Kassandra.
Royce la llamó con voz grave y apremiante. Luego se inclinó y la protegió con su cuerpo de cualquier peligro mientras trataba de proporcionarle calor.
—¿Royce...?
—¡A Dios gracias! ¿Qué te ha pasado?
—Estaba... buscando visiones. —La mirada se le aclaró un poco más—. ¿Qué haces aquí?
—Estaba buscándote. Pensé que querías descansar.
—Quería, pero no he podido.
El cansancio y el miedo le provocaron un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo con tanta intensidad que hasta Royce lo notó y la atrajo más hacia sí.
—¿Qué sitio es éste?
—Un templo —respondió despacio. Hablaba quedo y la voz se le notaba ligeramente afónica. Tosió y comenzó de nuevo en un tono más fuerte—. Un templo antiguo de cuando Ákora era joven. Algunas personas se refugiaron aquí cuando se produjo la erupción del volcán. Fueron de las pocas que sobrevivieron.
—Claro, debemos de estar a mucha profundidad.
—Sí, a mucha profundidad. —Kassandra se incorporó para sentarse y miró a Royce—. ¿Estás seguro de que deberías estar aquí?
—¿Por qué? ¿Acaso está prohibido?
—No, no es eso, aunque hay muy poca gente que baje aquí. Pensaba más bien en lo que me contó Joanna..., que no podías dormir entre cuatro paredes. —Enseguida, antes de que él pudiera replicar, continuó—: Es impresionante que te hayas recuperado tan bien, aunque debes de notar todavía algún efecto...
Royce hizo una mueca y respondió con sinceridad.
—Es cierto que me costó. No obstante, estaba dispuesto a superarlo y lo he logrado. Además, nada de eso importa ahora. ¿Me has dicho que has venido para buscar una visión?
Kassandra asintió mientras miraba el rubí.
—No sé por qué, la piedra preciosa me ayuda.
—Eso no es un rubí de verdad, ¿no? Si lo fuera, sería el de mayor tamaño que se ha encontrado jamás.
—Pues lo es, aunque pueda no parecerlo por su tamaño. Se han hallado otros similares en estas cuevas, aunque de dimensiones más reducidas. —Kassandra movió la mano para señalar lo que parecían unos túneles que salían de la cueva—. También hay diamantes y en mayor cantidad que los rubíes. Los hemos usado para comprar lo que necesitamos del mundo exterior.
Royce agitó la cabeza sin poder dar crédito y se dio cuenta de que, si echaba la vista atrás, debería haberse planteado de dónde provenía la riqueza de Ákora. Sin embargo, como se empleaba de modo tan restringido, nunca se le había ocurrido. No dudó de que aquella forma de usarlo fuera consciente.
—No me extraña que Ákora haya procurado proteger sus secretos del resto del mundo. Los hombres querrían venir aquí aunque sólo fuera por las piedras preciosas.
—Eso es lo que pensamos hace mucho tiempo.
Royce se levantó y cargó con Kassandra, a la que seguía apretando contra sí.
—¿Has dado con la visión que buscabas?
Royce se preocupó al ver que a Kassandra se le quedaron los ojos en blanco un momento, aunque la princesa se recuperó enseguida.
—He venido, en realidad, para intentar comprender por qué no vi lo que iba a ocurrirle a Atreus. Sigo sin saber la respuesta, aunque ahora sé que todo va a complicarse aún más.
—¿Por qué?
Kassandra mantenía los ojos bien abiertos, aunque repletos de sombras.
—Hay tantos caminos que surgen unos de otros, como si fueran las ramas de un árbol enorme. Es difícil saber cuál es el que recorremos y mucho más comprender hacia dónde nos llevará.
Royce la abrazó con más fuerza. Odiaba la idea de que ella hubiera estado sola en aquella cueva, luchando con ese don que era a la vez su maldición. Y odiaba más aún pensar que se adentrara en un espacio más allá de la realidad en que se encontraban, y que tratara de recorrer caminos que llegaban a unos futuros que podían no existir. ¿Cuán fácil resultaría perderse en lugares así? ¿Y si no encontraba el camino de vuelta?
—¿No podías haber esperado a estar más descansada? —le preguntó con más brusquedad de la que pretendía.
—A lo mejor sí, pero he aprendido que debo intentarlo cuando el momento parece el adecuado. En cualquier caso, has dicho que tenías que decirme algo.
Aunque Royce se dio cuenta de que Kassandra estaba intentando desviar la conversación, no opuso resistencia. No había por qué sobrecargarla con el peso de sus propios miedos y preocupaciones. Y, además, no le daría ninguna respuesta más allá de la que hacía referencia a las imposiciones del deber y, la verdad, no le apetecía volver a oír algo así.
Le explicó con brevedad lo que Marcelus le había comentado. Kassandra escuchaba y asentía.
—La pólvora que se fabrica para el ejército está muy controlada. Se almacena en las armerías reales. Ahora bien, por lo que me dices, no parece que resulte muy difícil que una persona la produzca ilegalmente.
—La verdad es que cualquiera podría haber ido a las islas a recoger los cristales de azufre. En cualquier caso, no puedo evitar pensar en Deilos.
—Su familia gestiona la isla de Deimos casi desde cuando no era más que un montón de cenizas quemadas que emergían del mar Interior. Imagino que por eso pensó que sería seguro encerrarte allí. Después de su desaparición, sin embargo, tanto la isla como el resto de sus posesiones han pasado a manos del vanax.
—Aun así, Deilos la conoce muy bien.
—Sí —reconoció Kassandra. Se quedó pensativa un momento y añadió—: Le pediré a Marcelus que mande allí a algunos hombres para que investiguen. Con suerte, si Deilos ha estado actuando en la isla, encontrarán pruebas que lo demuestren.
—El interior de la isla está repleto de cuevas. Un hombre podría esconderse allí durante años sin que lo encontraran.
—Es verdad. Aun con todo, merece la pena el esfuerzo.
Se separaron un poco el uno del otro. Aunque no había nada que los retuviera en la cueva, Royce deseaba quedarse. Encima de ellos, el mundo se entrometería como siempre hacía. Allí estaban solos, aunque sólo fuera un rato.
—Parece un sitio impresionante —comentó en alusión a la cueva.
Kassandra contestó enseguida, tan rápidamente que Royce no pudo evitar preguntarse si ella habría pensado lo mismo.
—Lo es. ¿Te gustaría ver más?
Le hizo saber hasta qué punto le gustaría y sonrió cuando ella lo cogió de la mano.

 

 

 

Caminaron para adentrarse aún más en la cueva, más allá del saliente rocoso y el rubí que seguía brillando, más allá del círculo de luz que desprendían las lámparas que Kassandra había encendido. Guiados por el candil que llevaba Royce, avanzaron por el túnel natural que había excavado en la roca, hasta que aparecieron en un lugar donde iluminar el camino se hizo innecesario.
—Aquí hay pequeñas criaturas que producen luz —explicó Kassandra—. Alex me ha dejado observarlas con el microscopio.
—¿Dónde estamos? —preguntó Royce mientras miraba a su alrededor.
Vio que había agua cerca de ellos y algo que parecía una especie de... playa, pese a que se encontraban a mucha profundidad. También se fijó en que la temperatura había subido considerablemente.
—No lo sé muy bien —reconoció Kassandra—, aunque parece que esto debía de formar parte de Ákora antes de la erupción. A pesar de que la zona en que estamos también sobrevivió, es obvio que sufrió grandes modificaciones. Las partes que había en la superficie quedaron enterradas y parece que ésta era una de esas extensiones de fuera.
—¿Es... un... templo? —preguntó Royce, que contemplaba un pequeño edificio que desprendía una luz verdosa de aspecto inquietante. Había una columnata que soportaba el frontón.
—Sí. Creemos que debía de usarse para ofrecer oraciones por quienes se aventuraban en alta mar. Parece que por aquí debió de haber una ensenada que llevaba al océano y que quedó cubierta. Todo lo que resta de ella es un manantial de agua mineral que proviene de las profundidades de la tierra.
—¿Es eso lo que explica el olor... y la fuente de calor?
Kassandra asintió y se arrodilló junto al agua.
—Es potable, aunque sabe un poco salada. Creemos que este riachuelo contribuyó a que los supervivientes pudieran permanecer bajo tierra hasta que lo peor de los ríos de lava y las explosiones hubo pasado.
—Este lugar es increíble —admiró Royce mientras lo observaba todo—. Siento como si me hubiera trasladado a un tiempo pasado.
—Así es como me siento yo cada vez que vengo. Intuyo que este templo no era uno más de los que debió de haber, sino que tenía que ser importante para quienes vivían allí, y por eso buscaron refugio en él.
—¿Hay alguna estatua dentro? ¿Algo que pueda haber representado a sus dioses o diosas?
Kassandra dudó un instante; acaso fuera su imaginación. Volvió a cogerlo de la mano y le dijo:
—No exactamente, pero déjame enseñarte lo que hay en el interior.
Juntos, entraron en el templo. El aire estaba muy quieto y olía a antiguo. Royce no encontró otra forma de definirlo. Se preguntó qué vería y pensó que estaba preparado para casi todo, a pesar de lo cual, se sorprendió.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Un rostro —contestó Kassandra—. No sabemos si pertenece a un hombre o a una mujer; podría ser que a ambos. Aunque lo esculpieron en la roca hace tanto tiempo que los rasgos se han difuminado mucho, aún puede distinguirse.
Y era cierto. Royce lo veía, igual que veía cómo la corriente de agua acariciaba la piedra y cómo el musgo crecía en cada grieta. Parecía como si el rostro apareciera y desapareciera de la tierra.
—El agua que mana de aquí está considerada de gran valor —explicó Kassandra—. Todavía hoy la llevamos en aguamaniles a los templos para que la empleen en las bendiciones.
Kassandra miró a Royce de nuevo, «algo nerviosa», pensó él, aunque, como había ocurrido la vez anterior, la impresión desapareció enseguida. Se inclinó, hizo un cuenco con las manos, recogió un poco de aquella agua luminosa y se la bebió.
El líquido le resbaló por la garganta, frío, cristalino e increíblemente puro. Bebió un poco más y sintió que iba relajándose, poco a poco, de modo casi imperceptible al principio, pero de forma más evidente a cada momento.
—¿Por qué no la pruebas? —le sugirió mientras se retiraba para que pudiera hacerlo.
Cuando Royce se agachó para recoger el agua con la mano, Kassandra casi se lanzó a detenerlo, aunque se contuvo en el último momento. Él era un hombre fuerte y seguiría siendo una decisión suya. El agua no era más que un... estímulo.
Desde tiempo inmemorial, los esposos y esposas de Ákora habían bebido en su noche de bodas de una copa que contenía agua recogida en el templo enterrado. Años después, las ancianas parejas lo recordaban con orgullo mientras disfrutaban del sol y compartían miradas secretas de tierna pasión.
Por supuesto, era posible que el agua no tuviera nada que ver con aquello y que no fuera más que una leyenda. Kassandra quería creer que así era, pues de aquel modo aliviaba su conciencia, aunque el calor que emanaba de su cuerpo le hizo dudarlo.
Miró fijamente a Royce mientras éste bebía y observó el movimiento de la garganta al tragar. Era un hombre tan guapo, de formas tan perfectas tanto en su mente como en su cuerpo... El recuerdo de Royce en el campo de los Juegos inundó sus sueños: sobre el caballo y apenas cubierto por la falda, con aquellos músculos poderosos que se tensaron cuando lanzó la jabalina...
Desde entonces, había vivido una pesadilla. Atreus..., el peligro en que estaba Ákora..., su propia muerte como precio para salvar a su familia y a su hogar..., todo parecía acercarse a ella tanto que no podía respirar, hasta el instante en que abandonó aquella lucha inútil y desesperada por obtener una visión para ver en aquel rostro amado, el de Royce, el futuro que deseaba con todo su corazón.
Un futuro que era, con toda probabilidad, imposible.
Si aquello era cierto, ¿era entonces tan terrible robar un poco de felicidad al fugaz presente?
Volvió a hacer un cuenco con las manos, recogió el agua que brillaba y bebió de nuevo. Royce hizo lo mismo. Ella tenía razón; nunca había probado un agua que saciara la sed como aquélla.
Después de beber, Royce respiró profundamente y sintió que los pulmones se le llenaban de la fragancia mezclada de limones y jazmín, un perfume que ya conocía porque ella lo llevaba en la piel.
Aquella piel suave como el satén. ¿Estaría fría al tacto como hacía un momento, o estaría cálida ahora que se encontraban en la cuna de la tierra?
Tenía que saberlo.
Le pasó los dedos por la curva del pómulo muy lentamente... Kassandra bajó los párpados con aquellas pestañas tan largas, tan suaves... Volvió a levantarlos, y Royce se vio reflejado en unos ojos que no comprendían.
—Royce...
—¡Chhh...! —le dijo mientras la atraía hacia sí.
En sus brazos, Kassandra parecía delgada y fuerte. Ella amoldó su cuerpo al de él y abrió los labios para recibir el potente impulso de aquella lengua que la saboreaba. Aunque Royce quería ir despacio, y sabía que debía ir despacio, vio que el esfuerzo resultaba inútil.
Llevaba tanto tiempo esperando... No sólo semanas, sino, según le pareció, vidas enteras..., un tiempo sin principio ni final que se prolongaba en la eternidad hasta llegar a aquel momento.
¿Sería él el único que sentía que había ido acercándose a aquel instante desde aquella neblinosa mañana londinense en que la había visto por primera vez?
Kassandra tenía las manos en la camisa de Royce y se la quitaba.
La sorpresa recorrió todo su cuerpo. Royce no había esperado nada igual. La habían educado con mucho cuidado, era virgen, por eso había pensado que debía ir despacio —que el cielo se apiadara de él—, siempre consciente de su inocencia. Sin embargo, aquella pasión parecía estar a la altura de la que él mismo sentía. Kassandra era como fuego en sus brazos, en sus manos, en sus sueños.
—¡Dios mío —dijo ella, que jadeaba con suavidad—, te deseo tanto!
En algún lugar de la tierra debía de haber algún hombre que pudiera escuchar aquellas palabras teniendo a una mujer hermosa en sus brazos y no actuar. Desde luego, el pobre tipo debía de ser un eunuco, algo que no era precisamente el caso de Royce.
Gimió aliviado, dio gracias a todas las deidades que consideraron que estaban hechos el uno para el otro, y recostó a Kassandra con cuidado en el suelo. En lo más profundo de su mente sabía que lo que estaba haciendo era trascendental. Aquello estaba muy lejos de ser un encuentro casual con una mujer. Él lo comprendía y lo aceptaba. De hecho, la intensidad de los sentimientos que tenía hacia ella transformaba el placer en algo mucho más grande.
Le retiró el sedoso tejido que le cubría los hombros y dejó que le resbalara por los brazos hasta descubrirle la curva de sus pechos. Royce iba observando la suave palidez de aquella piel en contraste con el bronceado de su mano, una mano que sintió temblar ligeramente. No le sorprendió, dada la fuerza del deseo que rugía en su interior.
—Eres el hombre más hermoso... —empezó Kassandra mientras le metía las manos por debajo de la camisa y le acariciaba los músculos duros y planos del pecho.
Royce dio un grito ahogado y trató de detenerla.
—Me gustaría que esto durara un poco...
Kassandra lo miró a los ojos.
—Lleva durando semanas..., en Londres, en el barco, aquí. ¿Cuánto tiempo más crees que deberíamos aguantar?
—Sí, es verdad, pero es... tu primera vez... Hay que ir despacio.
Kassandra se rió y notó el calor de su propio aliento en la garganta. Royce ardió de pasión cuando ella le rozó con la lengua el lóbulo de la oreja.
—¿Con cuántas vírgenes te has acostado, lord Hawk, que te han hecho un experto en asuntos de tal índole?
—Con ninguna... Deja de hacer eso... No, no pares... No podré aguantar mucho más...
—No tienes por qué —le dijo ella mientras se retiraba para ponerse de pie en aquella playa dorada escondida en el corazón de la tierra.
Sin apartar la mirada, Kassandra se desanudó el fino cordón que llevaba en la cintura y lo dejó caer.
Royce necesitaba de verdad respirar y en cualquier momento se acordaría de cómo hacerlo. Sin embargo, lo único que pudo hacer entonces fue observar cómo Kassandra dejaba que el vestido le resbalara por aquellos pechos altos y redondeados y por la fina cintura hasta quedarse detenido en la dulce curva de las caderas.
Sin querer, le vino a la mente que era una virgen quien lo seducía. Lo absurdo de aquella situación lo empapó de una ternura que sólo aumentó cuando vio a Kassandra titubear un poco y bajar los ojos en un repentino ataque de timidez.
En aquel momento, ya había ganado la dura batalla que él estaba librando por recuperar el control de sí mismo. De pronto, ya nada importaba salvo aquella mujer valiente, honesta y tentadora que había delante de él.
Royce alargó el brazo y atrajo a Kassandra de nuevo hacia el suelo, a su lado.
—Eres —le confesó con sinceridad— lo más impresionante que me ha ocurrido jamás.
—¿Cómo es posible? —susurró Kassandra, apoyada como estaba sobre su pecho—. Has viajado por todo el mundo.
—Es verdad, lo que significa que eres realmente impresionante.
Kassandra se rió, con algo de timidez de nuevo, pero encantada. Royce aprovechó la ocasión para que se volviera de modo que quedara debajo de él. El cabello se le quedó tirante e hizo un gesto de dolor, hasta que Royce se lo retiró con cuidado, al mismo tiempo que disfrutaba de aquellos mechones oscuros y sedosos que le resbalaban entre los dedos, con los que acto seguido empezó a trazar círculos sobre los pechos de Kassandra, que luego acarició mientras observaba cómo se endurecían.
Y apenas la había tocado.
Aquella mujer era en verdad impresionante, exquisitamente receptiva y, sobre todo, honesta. Esa habría sido la palabra con que la hubiese descrito si hubiera tenido que elegir una, a pesar de todo lo hermosa, inteligente y misteriosa que también era. No podía imaginarla traicionando nada que amara, como tampoco podría hacerlo él. El honor y todo lo que implicaba era el terreno común que pisaban.
Además, claro estaba, de la intensa pasión que ambos sentían.
Royce le tomó la cara entre las manos y la besó repetidas veces. Le acarició con los labios la delicada curva del pómulo, y la mandíbula; se entretuvo en el cuello, donde notó el pulso vital de Kassandra, y volvió una y otra vez a los labios, que perfiló con la lengua antes de deslizaría en la boca para besarla con ímpetu. Se vio recompensado por el suave gemido que ella dejó escapar antes de arquearse en sus brazos. Jugaron con las lenguas mientras los cuerpos se tensaban atraídos como estaban el uno hacia el otro. Aún capaz de actuar con mesura, Royce colocó el muslo entre los de Kassandra y notó la húmeda calidez que brotaba de ella.
Kassandra temblaba sin poder evitarlo. Por mucho que se acercara a él y que lo tocara, nada parecía poder apagar el fuego que la abrasaba por dentro. El placer llegaba en oleadas una y otra vez, pero no le bastaba.
No desconocía lo que había de ocurrir. Las mujeres mayores hablaban sin recato alguno y con sensatez sobre la fuerza de la pasión. Conocía bien lo que un hombre y una mujer podían encontrar juntos..., O, al menos, ella creía que lo conocía.
Aquello..., aquello era mucho más de lo que había imaginado.
Royce volvió a tocarla, como si hubiera comprendido a la perfección lo que ella necesitaba. Kassandra dio un grito ahogado y clavó las manos en los hombros de él.
—Royce...
—A mi manera —respondió en lo que pareció más bien un rugido—. Maldita sea, lo haremos a mi manera.
Y aquello significaba que Kassandra iba a ser dulcemente torturada y sometida a las caricias más ardientes, hasta que su excitación se volviera tan intensa que no pudiera soportar más, es decir, hasta que aquel hombre sorprendentemente contenido decidiera que estaba preparada para él.
En lo que le quedaba de conciencia, Kassandra se dio cuenta de que Royce contaba con unos atributos de gran tamaño. Él debía de haberlo tenido en cuenta y por eso había tenido tanto cuidado; por eso y porque para ella, además, era la primera vez y...
Kassandra dejó escapar un grito, aunque no de dolor, sino de puro y profundo placer, un sonido que pasó por encima del pequeño templo enterrado bajo la tierra hasta alcanzar las bóvedas de la cueva y el cielo mismo.

 

 

 

Mucho después, abrazados por la cintura, atravesaron la cueva y ascendieron por los peldaños de piedra. Al ver a Royce colgar el candil en su sitio, Kassandra tuvo la vaga sensación de que había transcurrido más tiempo del que pensaba. No se veía luz alguna por la rendija de la puerta que daba al exterior. En las horas que habían pasado abajo, el día había acabado para dar paso a la noche.
Atreus.
Juntos, se dirigieron a sus aposentos. Fedra y Andrew continuaban allí, como también lo hacía Elena. La curandera tenía aspecto cansado, aunque parecía aliviada.
—Señora, el vanax ha abierto los ojos un momento hará una hora más o menos. Y aunque no ha hablado, el gesto constituye un signo de esperanza.
—Va a vivir —aseguró Brianna, que apareció de entre las sombras. Estaba pálida, si bien hablaba con convicción—: Estoy segura de ello.
—¿Y los demás? —se interesó Kassandra, animada por aquel embriagador sentimiento de esperanza.
—Están mejorando —informó Elena.
Kassandra tomó aliento e inspiró el dulce aroma de la noche akorana.
—Cuando todo esto haya pasado —anunció—, dedicaremos un día a dar gracias. No, varios días. Lo festejaremos y cantaremos. Recogeremos flores del campo y con ellas adornaremos Ilion. Llevaremos guirnaldas y beberemos vino.
—Cuando todo esto haya pasado, cuando se haya puesto a los responsables en manos de la justicia —intervino Royce con calma.
—Sí, claro —rectificó Kassandra, que se apartó de la cama de su hermano para mirar al hombre que acababa de transportarla hasta dimensiones desconocidas—. Cuando se haya hecho justicia. Cuando se hayan restablecido la paz y la seguridad. Cuando Ákora esté a salvo.
—Que así sea —musitó Fedra antes de abrazar a su hija.
Con su madre en sus brazos, a Kassandra le vino un punzante recuerdo de sí misma de niña, cuando era Fedra quien la consolaba a ella. Fedra había sido una madre constante y responsable, una amiga buena y leal, y siempre había sabido qué hacer y qué decir.
Fedra era quien en aquel momento necesitaba consuelo.
—Así será —le aseguró Kassandra.
Entonces, se sintió mucho mayor que apenas unas horas antes, como si los años se hubieran adelantado para romper con la infancia que hasta aquel instante no había creído tan arraigada en su interior. Algo entristecida, dejó que se marchara, consciente de que había llegado la hora de avanzar.
Andrew dio un paso al frente, su padre, pero también un marido, profundamente amado y amante. Tomó a Fedra en sus brazos y, por encima del hombro de su esposa, se dirigió a Kassandra:
—Creo que necesitas descansar.
—Es cierto —corroboró Royce, que se adelantó también—. Elena, manda recado si ocurre algo nuevo.
La curandera asintió.
—Como queráis, lord Hawk —respondió Elena con una cariñosa sonrisa y unos ojos que habían comprendido.
—Estoy bien —insistió Kassandra cuando Royce la acompañó hasta el pasillo.
Sin embargo, ya no tenía fuerzas y lo supo enseguida. Quería dejarse llevar por él, al menos en aquel momento.
—¿Cuándo ha sido la última vez que has comido? —le preguntó Royce.
Antes de que pudiera contestar, ya habían entrado en sus aposentos. Él tomó el mazo que había junto a un pequeño gong de metal batido y lo hizo sonar.
—¿Comer? No lo sé...
—Yo me ocupo. ¡Ah! Saida...
La sirvienta apareció de la nada.
—Lord Hawk —saludó al mismo tiempo que se inclinaba—, princesa —y dejó escapar una leve sonrisa.
—Comida, trae comida, Saida; lo que sea que no lleve mucho tiempo preparar.
—Estás volviéndote un poco mandón —lo reprendió Kassandra una vez que se hubieron quedado solos de nuevo.
—Siempre lo he sido —respondió con una sonrisa que hizo que a Kassandra se le encogiera el corazón—. Es que no te habías fijado. ¿Dónde está el baño?
—¿El baño? —repitió, intrigada.
¿Por qué estaba él pensando en un baño?
—El baño. En Ákora contáis con los mejores sistemas de fontanería. Lo del barco me pareció impresionante, pero lo que he visto aquí lo supera con creces.
—Me alegro de que así lo creas...
—El baño... Aquí está.
Royce entró en una habitación espaciosa y la contempló con expresión de aprobación.
—Muy bonito. ¿De qué están hechas las tuberías?
Kassandra fue tras él.
—De cobre..., supongo. Llevan siglos fabricándolas con cobre, aunque mucho antes las hacían de cerámica.
—Eso es lo que me gusta de Ákora —dijo mientras giraba las llaves de la inmensa bañera de azulejos, de modo que el agua empezó a brotar de los grifos en forma de cisnes—. Mucha historia. En Inglaterra, si retrocedemos más de unos cientos de años, nos perdemos; falta mucha información. Aquí no, aquí lo conserváis todo a salvo.
—Lo intentamos...
—Claro que sí. Quítate la ropa.
—¿Cómo?
—Ya me has oído: quítate la ropa. ¿Esto es algún tipo de aceite de baño?
Kassandra miró el frasco de cristal que sostenía y asintió lentamente.
—Sí, es madreselva..., creo.
Royce hizo una mueca.
—Bien, puedo soportarlo, imagino, al menos en tu piel.
Y empezó a quitarse los pantalones sueltos que hacía poco acababa de volverse a poner.
—En mi opinión...
—Venga, de eso no tenéis las mujeres.
Royce rió al oírla emitir un grito de indignación.
—Ya lo he dicho antes y volveré a decirlo: es muy fácil tomarte el pelo. Ahora, venga, métete en la bañera.
Iba a negarse, pero verlo desnudo la distrajo lo suficiente como para que la siguiente vez que notó algo ya estuviera en ese mismo estado y disfrutara de un baño caliente y oloroso.
—Eres un hombre terrible —lo regañó sin mucho ímpetu.
Terriblemente hermoso bajo la luz de las lámparas que retaban a la noche. Terriblemente tentador cuando lo miraba, arrastrada por el recuerdo de lo que había ocurrido entre ellos. Aun resonaba en su interior el eco del placer que él le había revelado.
—Lo soy —reconoció mientras sonreía.
Se frotó las manos con el jabón y luego restregó el cuerpo de Kassandra, que se rindió ante la imposibilidad de pensar y decidió disfrutar de los cuidados que Royce le proporcionaba. A él parecía gustarle aquella docilidad, tanto que ella se sintió obligada a poner las cosas en su sitio para equilibrar sus posiciones. Cuando hubo terminado, Royce dio un grito ahogado.
—¿Cómo es que sabes tantas cosas? —le preguntó.
—Soy inocente, pero no ignorante —le contestó antes de levantarse y salir chorreando de la bañera.
Para su sorpresa, las rodillas la sostuvieron. Cogió una toalla, se la pasó a Royce, y tomó otra para sí. Consciente de que él estaba mirándola, empezó a secarse... muy lentamente...
—No es justo —le susurró Royce al mismo tiempo que se levantaba para seguirla.

 

 

 

Saida les trajo comida: rebanadas calientes de pan recién hecho y endulzadas con miel, finísimas lonchas de jamón, queso fuerte, un vino de color rubí oscuro y unas diminutas peras de dulcísimo sabor que se lamieron en los labios mutuamente.
Comieron en la cama delante del enorme ventanal, que les mostraba, abierto de par en par como estaba, la profundidad de la noche. Se oía el canto de los grillos y, a lo lejos, un búho ulular. La luna los miraba entre trazas de nubes.
La satisfacción de un apetito llevó inevitablemente a saciar otro, algo que llevó mucho tiempo. Cuando la luna ya se había ocultado, Kassandra se despertó y murmuró contra la cálida piel de Royce:
—Me siento culpable.
Kassandra, que había creído que estaba dormido, sintió que la abrazaba con fuerza enseguida.
—Por todo los santos, ¿por qué?
—Atreus..., los demás..., todo lo que ha ocurrido en Ákora..., y yo aquí estoy, más feliz de lo que he sido en toda mi vida.
Royce suspiró un poco y posó los labios sobre la frente de Kassandra.
—¿Y crees que eso está mal?
—No —dijo primero, sin mucha convicción, antes de repetir con más brío—: no, no lo creo. Es sólo que me siento así ahora, en este momento, y habrá de bastarme.
Royce dijo algo más, pero ella ya estaba envuelta en la aterciopelada oscuridad del sueño y no lo oyó, como tampoco notó que él tiraba de las mantas para cubrirlos a ambos, que la abrazaba con fuerza y que se quedaba despierto y pensativo durante el resto de la noche.
* * *