DOCE
DOCE
Habían regresado a la Falla de Khorne y se encontraban al otro lado, desde donde había caído Sylvana.
Para Doremus, aquél sería un lugar encantado a partir de entonces.
Durante el día era más extraño de lo que había sido por la noche. La cascada resplandecía, y en el agua podían verse toda clase de colores y luces.
Bakhus estaba a cuatro patas y olfateaba el suelo. Se le había alargado la columna vertebral que ahora le tensaba la casaca, y sus orejas se habían aguzado y giraban hacia atrás sobre su cráneo.
Era algo que parecía natural, ya que incluso Doretnus sentía la llamada del bosque.
Continuaba viendo cosas, y oyéndolas.
Los árboles susurraban, y el torrente de la cascada era un parloteo siseante que le hablaba, le cantaba una música extraña. Resultaba cautivador.
Tuvo ganas de sentarse y concentrarse en escuchar. Si prestaba atención durante el tiempo suficiente, estaba seguro de poder entender lo que estaban diciéndole.
Era debido a la sangre de unicornio que tenía dentro.
Bakhus se sentó, bufando y babeando. Luego dio un salto y se adentré en el bosque. Doremus debería seguirlo, pero sentía que una lasitud se apoderaba de él, y los susurros lo retenían.
Bakhus se alejaba.
Doremus siguió al guía por el ruido. Bakhus estaba ladrando como un sabueso.
Esa noche querría dormir en la caseta de Karl y Franz y dejar a la sanguijuela sola en la cama.
Encontró a Bakhus al borde de un calvero, señalando el camino. El muchacho se recostó contra un árbol para recobrar el aliento.
Algo se movía entre los árboles, algo que tenía una piel de color blanco plateado que destellaba.
Doremus no tenía ninguna flecha preparada.
Le dio una patada a Bakhus para enviarlo hacia la derecha, con la esperanza de distraer la atención de la yegua. Si cargaba contra el guía, tendría una línea de tiro perfecta. Podría herirla en el cuello, en un ojo o en la cruz. Luego podría usar el cuchillo para rematarla, en caso de que fuera necesario.
Prefería que fuese una muerte limpia, ya que eso haría sentir orgulloso a su padre.
La yegua se detuvo y alzó la cabeza para escuchar. Doremus conoció la verdadera afinidad entre el cazador y su presa, y comprendió lo qué pensaba el animal.
Sospechaba que había una trampa pero estaba calculando las probabilidades que tenía. ¿Se sentiría lo bastante segura para cargar a pesar de todo?
Bakhus ladró y la yegua se lanzó hacia él.
El unicornio salió galopando del bosque e irrumpió, más grande a la luz del día de lo que Doremus había imaginado la noche anterior, en el claro. Doremus salió de detrás del árbol y avanzó unos cuantos pasos al tiempo que levantaba la flecha…
El suelo se estremeció con el golpeteo de los cascos del unicornio; luego el retumbar aumentó y se oyó un agudo alarido de la tierra.
El suelo estaba hundiéndose.
Doremus disparó, pero su flecha salió demasiado alta, saltó por encima de los ojos del unicornio y rebotó contra su cuerno al apartarla ella a un lado, ya perdido el impulso del proyectil.
La tierra se inclinó como una piedra que se ladeara, y Doremus resbaló por ella. El unicornio también perdió pie y relinchó una sarta de juramentos del bosque.
Doremus perdió el arco y se sujetó al ondulante suelo, izándose fuera del hundimiento.
La yegua, más pesada que él provista de cascos en lugar de dedos, pateó enérgicamente pero siguió hundiéndose.
Al volver la cabeza, Doremus vio que la cabeza del unicornio se agitaba blandiendo el cuerno, mientras caía hacia el abandonado túnel de enanos abierto debajo de ella.
La había perdido.