CATORCE

CATORCE

Genevieve no podía dormir. Sólo se sentía viva de verdad por la noche.

Vestida con camisón, se paseaba por el dormitorio y escuchaba los sonidos de la noche. En la tormenta había criaturas que la llamaban.

Su habitación era modesta. No tenía espejos.

Sobre la repisa de la chimenea había un retrato de Flaminea, su padre. Se había parecido mucho a Flaminea, su melliza, pero había sido tan disoluto como ella era puritana.

El destello de un rayo iluminó la cara de su padre e hizo que sus ojos relumbraran con una luz azul. Lo habían pintado de pie en la ladera de la montaña, con la silueta de Udolpho al fondo y rodeado de altos árboles. A veces la gente imaginaba ver cosas que se movían entre los árboles del cuadro, seres de ojos brillantes y afiladas garras.

Su padre había sido cazador, compañero de aquel famoso devoto de la caza, el conde Rudiger von Unheimlich. Murió de una caída durante una cacería de jabalíes. Había estado obsesionado con la caza peligrosa, e incluso se sabía que había salido tras criaturas que poseían una inteligencia casi humana como los hombres lobo, los goblins y las apariciones. No era de extrañar que hubiese muerto.

Genevieve no podía recordarlo. Tenía el rostro de los Udolpho, pero lo mismo sucedía con todos los que conocía.

Destellaron más rayos. Miró el retrato y vio que ahora era un paisaje. Allí estaban los árboles, la ladera de la montaña y la silueta de la casa; pero su padre había desaparecido.

Era algo que ya había sucedido antes.