47

Isla inspiró, tiesa por el dolor, y cayó inerte en mis brazos, agarrándose a mi cuello.

—¿Cariño? —Unos ojos azules me miraban. Estaban en blanco y confundidos. Era Isla.

—¡Estúpida zorra! —Unos ojos azules me miraban. Fieros, inteligentes, iracundos y llenos de rabia. Era Rowena.

—¿Cómo has podido hacerme esto? —lloró Isla.

—¡Ojalá te hubiera matado esa noche en el pub! —De los labios de Rowena salía sangre mezclada con saliva.

—MacKayla, cariño, mi querida hija, ¿qué has hecho?

—¡Todo lo que ha pasado es culpa tuya! —espetó Rowena—. Malditos O’Connor, ¡solo nos habéis traído problemas y desgracias a todos los demás!

Notaba que le flaqueaban las piernas, pero se agarró a mis hombros y no cayó. Era una vieja muy fuerte.

Me estremecí. En ningún momento había hablado con Isla. Todo el rato había sido Rowena, que llevaba el Sinsar Dubh, poseída por él. Pero ahora se estaba muriendo, y la capacidad del Libro para mantener una ilusión convincente estaba muriendo con ella. Sufría transformaciones alternativas entre la ilusión de Isla y la realidad de Rowena.

—¿Mataste a mi hermana? —Sacudí a la vieja con tanta energía que le deshice el moño en el que había recogido su pelo.

—Dani mató a tu hermana. Y vosotras dos tan amiguitas. Vaya, imagino que ahora no piensas lo mismo de ella —cacareó.

Utilicé la voz. «¿Le ordenaste que lo hiciera?»

Se retorció, haciendo una mueca con la boca. No quería responderme. Quería que sufriera.

—¡Sí! —La palabra explotó en un siseo involuntario. Esperaba que le doliera.

«¿Usaste tu coerción mental para obligarla a hacerlo?»

Cerró con fuerza la mandíbula y sus ojos se convirtieron en dos rendijas. Repetí la pregunta, haciendo que retumbaran las ventanas del estudio con las varias olas del trueno de la coacción.

—¡Sí! Estaba en mi derecho. ¡Por eso me concedieron esos dones! Y la inteligencia para usarlos. Requiere la superposición de muchas órdenes sutiles, saber con exactitud dónde picar. Nadie más podría hacerlo. —Me miró con altanería, orgullosa de sí misma.

Hice una mueca y desvié la mirada, anonadada por el horror de sus palabras.

Ahí estaba por fin: la verdad sobre el asesinato de mi hermana. Por fin sabía qué le había pasado a Alina.

El día que descubrió que Darroc era lord Master, el mismo día que me llamó, llorando, y dejó un mensaje, fue el día que la asesinaron, aunque no por las razones que yo pensaba. Si no hubiera sido por Rowena, Alina habría seguido con vida ese día.

Yo habría conseguido un teléfono nuevo, la habría llamado al cabo de unos días y ella habría contestado. La vida habría seguido para las dos. Ella y Darroc probablemente habrían vuelto juntos, y quién sabe cómo habrían acabado las cosas. Su mensaje había sido confuso desde el principio, pero ella no tenía ni idea de que esta vieja mujer fuera su enemigo.

Esta zorra, esta tirana entrometida que creía que tenía derecho a utilizar sus «dones» para obligar a una niña a matar, había ordenado a Dani que llevara a Alina a un callejón oscuro para que la asesinaran allí mismo.

Me temblaban las manos. Quería matarla de la misma forma a ella.

¿Había especificado Rowena a Dani los monstruos que debía encontrar para dejar a Alina con ellos? ¿Había insistido en que Dani permaneciera hasta verla morir? ¿Había suplicado Alina? ¿Habían llorado las dos, sabiendo que estaba mal? A mí me habían obligado a querer sexo. A Dani la habían obligado a asesinar. A mi hermana. A los trece años. No podía imaginar lo que es verte matar a alguien a quien no quieres matar. ¿Conocía Dani a Alina? ¿Le caía bien? ¿Se había visto obligada a matarla de todas formas?

—Y también intenté matarte a ti en tu celda cuando eras una puta descerebrada, pero no hubo forma. Te rajé la garganta. Te asfixié. Te destripé. Te envenené. Pero tú volvías una vez tras otra. Al final, pinté sobre las defensas para hacer que te cogieran y te destruyeran.

—¿Tú pintaste sobre los… ibas a entregarme de nuevo al príncipe? —Estaba anonadada. Ella sí que había intentado matarme. No lo había soñado. Aparté ambos pensamientos de mi mente. Quería respuestas y, por su aspecto, no iba a durar mucho. La voz resonaba fuera de mí, reverberando en las paredes—. «¿Por qué mataste a Alina?»

—¿Estás loca? ¡Se alió con el enemigo! ¡Mis espías la siguieron hasta la casa de él y lo vieron con unseelie! Eso ya era razón suficiente. ¡Luego estaba la profecía! La habría matado nada más nacer si hubiera podido. Si hubiera sabido que aún seguía con vida, ¡le habría dado caza!

«¿Sabías quién era cuando la mataste? ¿Sabías que era la hija de Isla?»

—Pues claro que sí —gruñó—. Hice que Dani la atrajera hasta nosotras cuando mis chicas me dijeron que habían encontrado una sidhe-seer sin entrenar, igual que la envié a ti. Alina Lane, se hacía llamar, pero yo supe en cuanto la vi quién era. Isla, de arriba abajo, ¡tan claro como el agua! ¡Y mi Kayleigh muerta por culpa de su madre!

Quería estrangularla con mis propias manos, asfixiarla hasta que se quedara sin aire. Una vez tras otra.

«¿Sabías quién era yo cuando me viste esa primera noche?»

Una mirada de preocupación hizo que frunciera el ceño.

—Es imposible. No puede ser. Tú no habías nacido. ¡Hubiera sabido que Isla estaba embarazada! Las mujeres hablan y nunca hablaron de esto.

«¿Cómo escapó el Libro?», le pregunté.

Una pequeña luz apareció en su mirada.

—Tú crees que yo lo dejé escapar. No es cierto. ¡Yo hago el trabajo de los ángeles! Un ángel vino a verme y me avisó de que los conjuros que contenía se habían debilitado. Me rogó que entrara en la cámara prohibida y que reforzara las runas. Solo yo podía hacerlo. ¡Tenía que ser valiente! ¡Tenía que ser fuerte! Era ambas cosas. ¡Veo, sirvo y protejo! Siempre he estado ahí para mis niños.

Aguanté la respiración. El Libro seducía. Apostaría lo que fuera a que no había habido ningún ángel. La vieja encargada de proteger el mundo del Sinsar Dubh no había reforzado las runas. Las había erradicado.

—Hice lo que me indicó el ángel. ¡Fue tu madre la que lo dejó escapar!

«¿Qué pasó la noche en la que el Libro escapó? ¡Cuéntamelo todo!»

—Eres una abominación. La condena de todos nosotros. —La luz de sus ojos iba acompañada de una sonrisa astuta—. Moriré aquí, bien lo sé, pero no os daré a los que son como tú ningún descanso. Isla era una traidora y una puta, y tú eres igual que ella. —Me cogió la mano y empujó su cuerpo hacia el mango de la lanza, retorciéndose a medida que se la clavaba más—. ¡Ahhh! —gritó. Empezó a salirle sangre por la boca a borbotones.

Murió de repente, con la boca y los ojos abiertos de par en par.

Asqueada, la dejé caer y me separé de ella, mientras observaba cómo caía al suelo. El Sinsar Dubh golpeó el suelo también. Me aparté precipitadamente.

Detrás de mí, Barrons rugía. Miré por encima del hombro. Estaba dando golpes en una barrera invisible. Su mirada era salvaje y gritaba.

—No pasa nada —le dije—. Lo tengo bajo control. He visto a través de él. —Estaba temblando, sentía frío y calor, además de náuseas. Había sido todo tan real. Sentía como si hubiera matado a mi madre, aunque en mi interior sabía que no había sido así. Durante un breve espacio de tiempo, me creí las mentiras. Y mi corazón me dolía como si hubiera perdido a una familia que nunca tuve.

Miré hacia Rowena. Tenía los ojos clavados en el techo, pero su mirada estaba vacía. La boca le colgaba sin tensión alguna.

El Sinsar Dubh se encontraba entre nosotras, cerrado, en apariencia inerte, un enorme tomo negro con numerosos candados.

No tenía duda de que había elegido a Rowena por su conocimiento de las defensas, de forma que pudiera llevarlo a través de los conjuros protectores de Barrons, directo al corazón de nuestro mundo fuertemente protegido.

Pensé en lo que había pasado, aislando el momento en el que había empezado la ilusión. Desde el momento en el que salí del Espejo esta noche, nada había sido real.

Rowena y el Sinsar Dubh habían estado esperando para tenderme una emboscada en la librería en cuanto apareciera. Me había examinado a conciencia la mente, eligiendo los detalles que yo consideraría más convincentes.

Nunca llegué a salir del estudio, nunca seguí a Barrons a la zona de conversaciones trasera, ni me senté en el sofá, ni conocí a mi madre. El libro me había probado en numerosas ocasiones. Me conocía. Y había jugado conmigo como un virtuoso del violín, acariciando una cuerda tras otra.

La creación de un padre para mí había sido un golpe maestro. Había casado recuerdos con deseos, y me había dado lo que yo más quería: una familia, seguridad y libertad ante las decisiones agobiantes.

Todo ello para conseguir que entregara el amuleto, para convencerme de que pusiera en manos de Rowena la única cosa capaz de engañarnos a los dos.

Si lo hubiera hecho. Dios mío, si lo hubiera hecho… Nunca habría sabido a partir de ese momento qué era real y qué no lo era.

Había estado tan cerca de hacerlo, pero el Libro había cometido dos errores. Le había alimentado con un pensamiento sobre Barrons y el Libro lo había modificado al momento para hacer que coincidiera con mis expectativas. Luego le había alimentado con ese falso recuerdo, amplificándolo con el amuleto, y lo había reproducido justo tal cual ante mí.

No tenía dudas de que el Barrons real había estado alejado a la fuerza de mí durante todo el tiempo. El Barrons que había tenido a mi lado en la librería había sido una ilusión que el Libro había modificado de forma constante, según las reacciones que había ido recibiendo de mí.

«Casi te consigo», ronroneó.

—Casi solo cuenta en granadas de mano y herraduras. —Miré hacia el Sinsar Dubh, con su cubierta negra y los muchos y complicados candados. Pero algo no estaba bien. Nunca me había mirado a la cara.

Consulté mis recuerdos. Me acordé del día en que el rey unseelie lo había creado. Esto no era lo que él había hecho.

—Muéstrame qué es verdad —murmuré.

Cuando la verdadera forma del Sinsar Dubh me fue revelada, me sobresalté. Creado a partir del oro más fino y fragmentos de obsidiana, era realmente exquisito. Había reunido piedras carmesí de una de las galaxias a las que les gusta volar a los Cazadores, que contenían diminutas llamas que danzaban. Y aunque puse candados en mi Libro, arriba y abajo, eran muy decorativos y nunca pretendí que sirvieran como cierre de seguridad. Mi encriptación ya era suficiente protección.

O eso había pensado.

Había creado una obra preciosa. Había esperado que la belleza de su encuadernación compensara el horror de su contenido.

Sonreí con tristeza. Durante un breve lapso de tiempo, había creído que era la hija de Isla. No iba a caer esa breva. Era el rey unseelie. Y hacía mucho tiempo que ya era hora de que acabase mi lucha contra mi mitad oscura. Según la profecía, tal como la entendía yo, había triunfado sobre mi «monstruo interior». Había sido mi sed de ilusión lo que me había hecho perderme en una vida que nunca había tenido.

Cerré la mano con fuerza alrededor del amuleto. Resplandecía con luz negra azulada. Yo era épica. Era fuerte. Había creado este horror y lo destruiría. No sería derrotada.

«No quiero derrotarte, MacKayla. Quiero que vuelvas a casa.»

—Ya estoy en casa. En mi librería.

«Eso no es nada. Te mostraré maravillas más allá de lo que puedas imaginar. Tu cuerpo es fuerte. Tú me llevarás dentro y viviremos. Bailaremos. Follaremos. Nos divertiremos. Será grandioso. Haremos un K’Vruck del mundo.»

—No voy a llevarte dentro. Nunca.

«Estás hecha para mí y yo para ti. Té para dos y dos para un té.»

—Antes me suicidaré. —Si pensara que no me quedaba otra opción, lo haría.

«¿Y dejarías que ganara yo? ¿Tú morirías y yo me quedaría dirigiéndolo todo? Permíteme que te anime a hacerlo.»

—Eso no es lo que quieres, y lo sabes.

«¿Qué crees que quiero, dulce MacKayla?»

—Quieres que te perdone.

«No necesito tu absolución.»

—Quieres que te acepte de nuevo.

«Cielo, quiero entrar en ti de nuevo. Algo cálido y húmedo igual que el sexo que es cálido y húmedo.»

—Quieres ser el rey. Quieres que volvamos a ser el mal.

«El mal, el bien, crear, destruir. Mentes insignificantes. Cuevas insignificantes. El tiempo, MacKayla. El tiempo nos absuelve.»

—El tiempo no define la acción. El tiempo es imparcial; ni nos condena ni nos absuelve. La acción contiene intención, y la intención es donde está la definición.

«Me aburres con el derecho de los humanos.»

—Te ilumino con un derecho universal.

«¿Me condenas por tener intenciones malvadas?»

—Por supuesto.

«¿Soy un monstruo a tus ojos?»

—Por supuesto.

«¿Deberían… cómo lo dirías tú… abatirme?»

—Para eso estoy aquí.

«¿En qué te convierte entonces eso, MacKayla?»

—En un rey arrepentido. Me arranqué el mal del cuerpo, te encarcelé una vez antes y volveré a hacerlo.

«¡Qué graciosa!»

—Ríe todo lo que quieras.

«Estás convencida de que tú me fabricaste.»

—Sé que lo hice.

«Mi dulce MacKayla, eres una boba. Tú no me hiciste a mí. Yo te hice a ti.»

Un escalofrío me recorrió la espalda. Su voz rezumaba satisfacción y burla, como si estuviera observando cómo me dirigía directa a un choque de trenes y disfrutara de cada instante de esa visión. Entorné los ojos.

—No voy a entrar en la discusión sobre el huevo y la gallina. Tu maldad no hizo al rey. Yo era el rey, y me volví malvado. Recobré la cordura y me deshice de mi maldad en un libro. Se suponía que tú nunca ibas a vivir. Y mi plan es arreglarlo.

«Nada de huevos y gallinas. Una mujer humana. Y tú… un diminuto embrión.»

Abrí la boca para replicar, pero dudé.

De todas las mentiras que había inventado hasta la fecha, esta contenía un aro de verdad sorprendente. ¿Por qué?

«Lo que te he contado antes es verdad. Tomé a Isla para escapar de la abadía. Y ella estaba embarazada. No esperaba encontrarte dentro de ella. No sabía cómo los humanos se replicaban. Cuando la usé para matar a los demás humanos que habían osado intentar retenerme, a mí, encerrado en un espacio vacío de piedra fría para una eternidad nimia, ¿tienes idea del infierno que era? Allí estabas tú. Una maravilla. Vida todavía no formada en su cuerpo. Mía para que te tomara. Me maravilló tu belleza. Sin forma, sin escrúpulos, a salvo de las debilidades humanas. ¡Qué pesada tu raza y su obsesión por el pecado! Os encadenáis vosotros mismos a un poste en el que os fustigan porque teméis el cielo. Son esas cadenas, esos límites, lo que hacen que los cuerpos que tomo sean tan frágiles, que se rompan tan pronto cuando los poseo.»

«Pero tú eras diferente. Tú tenías hambre, dormías, soñabas, pero eras pura. No sabías nada del bien y el mal; estabas vacía. No me opusiste resistencia. Estabas abierta. Yo te llené. Anidé dentro de ti, me repliqué y dejé una parte allí. Eres mi hija. Mamaste de mis pechos, MacKayla. Yo era la leche de tu madre; yo te di las defensas contra el mundo. Ese día, antes de que tu cuerpo fuera capaz de vivir de forma independiente, antes de que tuvieras la oportunidad de hacer algo tan estúpido y pequeño como convertirte en una humana, te reclamé para mí. Yo te di a luz. No Isla.

—Estás mintiendo. Soy el rey —dije sin emoción alguna.

«¿Buscas la verdad? ¿Podrás aceptarla?»

No dije nada.

«La verdad está dentro de ti. Siempre ha estado ahí. Está en el único lugar al que te niegas a ir.»

Entorné los ojos. Tal vez me había estado felicitando a mí misma por acabar con mi monstruo interior demasiado pronto. «No hables con él, guapa», había dicho el chico de ojos soñadores hacía tiempo en el Chester’s, mucho antes de que hubiera conocido al dorcha temible. «Nunca hables con él.» Me preguntaba si se refería al Sinsar Dubh. Demasiado tarde. Estaba hundida hasta la cintura en arenas movedizas. Si luchaba, lo único que conseguiría sería hundirme más.

«Solo has tomado lo que yo ofrecía, lo que flotaba en la superficie. Sumérgete, MacKayla. Recorre el fondo de tu lago. Me encontrarás ahí abajo, brillando en toda mi gloria. Levanta mi tapa. Conoce la verdad de tu existencia. Si yo soy el mal, ambos somos el mal. Si hubiera que abatirme, también habría que abatirte a ti. No hay ninguna frase que puedas colgarme a mí y que no debas colgarte a ti también. No sirve de nada luchar contra mí. Tú eres yo. No un rey. Yo. Siempre lo has sido. Siempre lo serás. No puedes eviscerarme. Soy tu alma.

—Esas runas que encontré son mis dones sidhe-seer.

«¿De los muros de la prisión unseelie? El universo aborrece a los mentirosos aburridos. Extravagancia, MacKayla. Sé extravagante si quieres pasar una eternidad conmigo.»

—Es porque soy el rey. La buena parte de él. Tengo sus recuerdos para demostrarlo.

«Poseemos recuerdos de una parte de su existencia. Le fue imposible deshacerse de sus conocimientos sin imbuir mis páginas con la esencia del ser que las creó. Yo estuve vivo desde el momento en que acabó de redactar mis páginas. ¿Recuerdas algo de lo que pasó antes del día en que la reina negó al rey la inmortalidad de su concubina?»

Miré dentro de mí, buscando.

No había nada. Una amplia extensión vacía. Era como si la vida hubiera empezado ese día.

«Así fue. Fue el día que escribió su primer conjuro de creación, que llevó a cabo el primero de sus experimentos. Conocemos su vida a partir de ese día. No sabes nada de su existencia antes de ese momento. Y sabemos muy poco de su vida a partir de entonces, solo cuando yo le seguía y le veía. No eres el rey. Eres mi hija, MacKayla. Soy madre, padre, amante, todo. Es la hora de volver a casa.»

¿Era posible que me estuviera diciendo la verdad? ¿No era la concubina y tampoco era el rey? ¿No era más que una humana que había sido tocada por el mal antes de nacer?

«Más que tocada. Igual que el rey se vertió dentro de mí, yo estoy en ti. Tu cuerpo creció alrededor de mí como un árbol absorbe un clavo y ahora espera reunirse conmigo. Me echas de menos. Estás vacía sin mí. ¿No lo has sabido siempre? ¿No te sentías vacía y sabías que necesitabas algo más? Si yo soy malvado, también tú lo eres. Eso, mi dulce MacKayla, es tu monstruo interior. O no.»

—Si tú me has creado, ¿dónde has estado estos últimos veintitrés años?

«Esperando a que ese bebé recién nacido se hiciera fuerte antes de volver a unirnos.»

—Necesitabas que cambiara. Por eso intentaste matar a la gente que amaba.

«El dolor destila. Es una emoción clarificante.»

—La fastidiaste. Viniste demasiado pronto. Puedo hacer frente al dolor y no he cambiado.

«Levanta mi cubierta y abraza tus sueños. ¿Quieres que vuelva Alina? Solo hay que chasquear los dedos. ¿Isla y tu padre? Son tuyos. ¿Dani como una niña inocente y joven con un futuro brillante? Una palabra puede conseguirlo. ¿Quieres levantar los muros de nuevo? Lo haremos de inmediato. Los muros no son un obstáculo para nosotros. Podemos atravesarlos.»

—Sería todo una mentira.

«No sería una mentira, sería un camino diferente, igual de real. Acéptame y lo entenderás. ¿Quieres el conjuro para deshacer a su hijo? ¿Es eso lo que quieres? ¿La llave para liberar a Jericho Barrons del infierno eterno que supone ver sufrir a su hijo? Lleva mucho tiempo siendo torturado. ¿Es que no ha sido ya suficiente tiempo?

Contuve la respiración. De todas las cosas que podría decir, esa era la única que me tentaba.

«Sí conozco la piedad, MacKayla —dijo el Sinsar Dubh con dulzura—. La compasión no está fuera de mi alcance. La veo en ti. Aprendo. Evoluciono. Tal vez sí que tengas las buenas partes del rey dentro de ti al fin y al cabo. Tal vez tu humanidad me atemperará. Me harás más amable, más clemente. Yo te haré más fuerte y menos irrompible.»

Los recuerdos se abalanzaban sobre mi cabeza. Sabía que el Libro los estaba repasando, manipulándome. Había encontrado las imágenes que Barrons me había mostrado en el desierto del niño muriendo en nuestros brazos. Exageró lo que Barrons me había contado sobre sus enemigos. Casi me ahoga en imágenes de hombres bárbaros torturando y matando al niño una vez tras otra.

Más allá de esas imágenes, un padre recorría toda la eternidad en busca de una manera para liberar a su hijo y conseguir darle paz.

Y recuperarla él también.

«Él te lo ha dado todo y nunca te ha pedido nada a cambio. Hasta esto. Él morirá por ti una vez tras otra. Y lo único que quiere es que liberes a su hijo.»

No podía quitarle la razón en nada de lo que acababa de decir.

«Ábreme, MacKayla. Acéptame. Úsame para el bien, por amor. ¿Cómo podría algo que se da con amor ser malo? Tú misma lo has dicho: la intención es lo que define la acción.»

Y ahí estaba, en resumidas cuentas, la tentación máxima: coger el Libro, abrirlo, leerlo en busca del conjuro para que Barrons pudiera deshacer a su hijo, y todo ello lo haría por las razones correctas. Incluso Barrons había dicho que el mal no era un estado, sino una elección.

El rey unseelie no había estado seguro de poder retener el poder contenido en las páginas del Sinsar Dubh. ¿Cómo podía creer que yo sí lo conseguiría?

Lo miré, dudosa.

«La ironía es la definición perfecta —había dicho Barrons—. Una vez que lo poseyera, dejaría de querer lo que quiero ahora para poseerlo.»

Si lo cogía, incluso por las razones más piadosas de mi corazón, ¿me seguiría preocupando liberar al niño una vez abierta la tapa? ¿Me importarían Jack y Rainey, me importaría el mundo y me importaría incluso Barrons?

«Son unos miedos ridículos, mi dulce MacKayla. Tienes libre albedrío. Yo no soy más que un cincel. Tú eres la escultora. Úsame. Da forma a tu mundo. Sé una santa si lo deseas: planta flores, salva a niños y rescata animales heridos.»

¿Era así de sencillo? ¿Podía ser cierto?

Podía hacer que el mundo fuera perfecto.

«El mundo es imperfecto, Mac», casi podía oír a Barrons rugir.

Lo era. Realmente jodido. Lleno de injusticias que había que solucionar, gente mala y épocas duras. Podía hacer que todo el mundo fuera feliz.

«Tienes el amuleto. Con él, siempre tendrás control sobre mí. siempre serás más fuerte que yo. Yo no soy más que un libro. Tú estás viva».

No era más que un libro.

«Tómame, úsame. Es como siempre te ha dicho Barrons: lo que te define es cómo te comportas. Tú eres quien elige. Su hijo sufre. Hay tanto sufrimiento en el mundo. Puedes hacer que desaparezca por completo.»

Me quedé mirándolo, abriendo y cerrando los puños. Esto era lo más duro. El dolor. Él y su hijo padecían un sufrimiento infinito y seguiría siendo así día tras día, por toda la eternidad. A no ser que yo consiguiera el conjuro que le había prometido para deshacer al hijo.

«Yo tengo ese conjuro. Conseguiremos que su hijo descanse. Tú serás su salvadora. Lo liberaremos ahora, esta misma noche. Ábreme, MacKayla. Ábrete tú también. Yo no he tenido a nadie que me guíe. Tú me enseñarás.»

Me mordí el labio con el ceño fruncido. ¿Podía guiar al Sinsar Dubh? ¿Me daría mi humanidad el margen que necesitaba? Miré hacia mi interior, buscando en mi corazón, en mi alma. Lo que encontré hizo que cuadrara los hombros y pusiera recta la espalda.

—Puedo —dije—. Puedo cambiarte. Puedo hacer que seas mejor.

«Sí, sí, hazlo ya. Tómame, cógeme, ábreme —murmuró—. Te quiero, MacKayla. Quiéreme tú a mí.»

No pude esperar más. Cogí el Sinsar Dubh.

 


Fiebre sombría
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