37
Mientras salía de la ducha, logro verme en el espejo. No fue agradable.
Durante todo el tiempo que he estado en Dublín, con todos los horrores con los que me he encontrado, jamás había visto esta expresión en mi cara.
Parezco obsesionada. La obsesión está por toda mi cara.
Me siento obsesionada.
Vine aquí por venganza. Coloco las manos a ambos lados del lavabo y me acerco al espejo, estudiándome.
¿Quién está ahí, tras mi rostro? ¿Un rey que no se lo pensaría dos veces y mataría a una chica de catorce años a la que quiero? Quería. Ahora la odio. Llevó a mi hermana a un callejón, se la dio a unos monstruos que la masacraron.
Ni siquiera puedo pensar en cosas como el «¿por qué?». No parece importar. Lo hizo. «Res ipsa loquitur», como papá diría. La cosa habla por sí misma.
No tengo la energía emocional para secarme el pelo o ponerme maquillaje. Me visto y, como yendo a la deriva, voy abajo donde me tiro en el sofá en la zona para sentarse que hay atrás, mientras un trueno retumba en el cielo plomizo. El día está tan denso con la lluvia que parece que esté atardeciendo al mediodía. Estalla un relámpago.
He perdido tanto. Y he ganado tan poco.
Tenía a Dani en la columna de lo ganado.
Averiguar quién había matado a Alina ha hecho que su muerte parezca reciente otra vez. Me lo ha hecho todo tan visual. Me había dicho a mí misma que había muerto instantáneamente y que todo lo que le habían hecho había sido post mórtem. Ahora lo sabía mejor. Mientras la drenaban lentamente, ella estaba tendida, rascando una pista para mí en el pavimento. Me senté, torturándome con pensamientos de su tortura, como si eso sirviera para algo útil, además de para torturarme.
El pastel que había sobrado se mofaba de mí en la mesa del centro. Regalos sin abrir se tambaleaban cerca. Había hecho un pastel para la asesina de mi hermana. Había envuelto regalos. Le había pintado las uñas. Me había sentado y había visto películas con ella. ¿Qué especie de monstruo era yo? ¿Cómo había podido estar tan ciega? ¿Había indicios que no había notado? ¿Había tenido ella algún desliz? ¿Había revelado algún detalle sobre Alina que no debiera haber sabido pero al que yo no había prestado suficiente atención?
Dejé caer la cabeza en mis manos y la apreté, frotándome las sienes, tirándome del pelo.
¡Las páginas del diario!
—Tiene el diario de Alina —dije, incrédula. Las páginas del diario que habían aparecido durante un breve período de tiempo no habían tenido ningún sentido para mí. Nunca me dijeron nada y aparecieron en el momento más extraño. Como el día en que Dani me trajo el correo y encontré una en el montón. En un grueso sobre, de excelente calidad, exactamente del tipo que una corporación como la de Rowena debía usar.
¿Pero por qué me dio esas anotaciones? Casi todas eran sobre…
—Cuanto me quería Alina. —Las lágrimas me escocían los ojos.
Entonces sonó la campana de la puerta. Me levanté, medio en cuclillas, y esperé. ¿Quién estaba allí a esas horas del día?
Mis músculos se mantuvieron tensos, y mi estómago se apretó con anticipación. Me relajé de vuelta en el sofá.
Solamente respondía de ese modo frente a un hombre. Jericho Barrons.
Estaba perdida en el dolor y la furia y odiaba estar viva. Y todavía quería levantarme, hecha polvo como estaba, y mantener sexo con él aquí mismo, en el suelo de la tienda. ¿Era esa la suma total de mi existencia? No tenía la erudición del «pienso, luego existo». A cambio, yo tenía un «soy, luego quiero follarme a Jericho Barrons».
—Tenemos un pequeño desastre en el callejón de atrás, señorita Lane. —Su voz flotó entre las estanterías, precediéndole.
No era el tipo de desastre que me hubiera gustado. Deseaba tener a esos malditos unseelie vivos en ese momento para matarlos otra vez. ¿Cómo iba a hacer lo que se suponía que tenía que hacer?
Quizá solo tenía que llevarla a un callejón y dársela a algunos monstruos para que muriera. Sería difícil de atrapar, pero mi lago oscuro y cristalino se estaba moviendo, susurrándome, ofreciéndome todo tipo de ayuda, y sabía que tenía suficiente como para atrapar a la niña. Para hacer todo lo que quisiera. Había algo muy frío en mi interior. Siempre había estado. Ahora quería darle la bienvenida. Dejarle enfriar mi sangre y congelar mis emociones hasta que no quedara nada en mí que estuviera obsesionado porque ya no quedaría nada en mí.
—La lluvia lo limpiará.
—No me gustan los desastres en mi…
—Jericho. —Era súplica, lamento y bendición.
Dejó de hablar al instante. Apareció rodeando la última estantería y se me quedó mirando.
—Puedes decirlo de ese modo cuando quieras, Mac. Sobre todo si estás desnuda y yo estoy sobre ti. —Podía sentir su mirada sobre mí, buscando, intentando entender.
Ni yo me entendía a mí misma. La súplica era para que no se metiera conmigo en ese momento. El sarcasmo me desharía. El lamento había sido para compartir mi dolor, porque sabía que él entendía muy bien el dolor. La bendición era la parte que no podía explicar. Como si fuera sagrado para mí. Alcé la mirada hacia él. Había estado con mi presunta madre la noche que había abandonado la abadía, la noche que el Libro había escapado, y nunca me lo había dicho. ¿Cómo podía venerarlo? No tenía la energía para enfrentarme a él. Saber que Dani había matado a Alina me había dejado como si fuera un globo desinflado.
—¿Por qué estás sentada en la oscuridad? —dijo al final.
—Sé quién mató a Alina.
—Ah. —Esa sola palabra dijo más que la mayoría de la gente diría en párrafos enteros—. ¿Más allá de toda duda?
—Blanco y en botella.
Esperó. No preguntó. Y, de repente, entendí que no lo haría. Eso era parte de quién era. Barrons tenía sentimientos, y cuanto más fuertes eran esos sentimientos, menos hablaba, menos preguntas hacía. Incluso desde donde estaba podía sentir la tensión de su cuerpo mientras esperaba para ver si yo le podía contar algo más. Si no lo hacía, seguiría andando por la tienda y desaparecería tan silenciosamente como había aparecido.
Pero ¿y si hablaba? ¿Qué pasaría si le pedía que me hiciera el amor? No follarme duramente, sino hacerme el amor.
—Fue Dani.
Estuvo callado durante tanto tiempo que empecé a pensar que no me había oído. Entonces, dejó ir un largo y fatigado suspiro.
—Mac, lo siento.
Levanté la mirada hacia él.
—¿Qué hago? —Me horrorizó oír que mi voz se quebraba.
—¿Todavía no has hecho nada?
Sacudí la cabeza.
—¿Qué quieres hacer?
Me reí con amargura y estuve a punto de empezar a sollozar.
—Fingir que no lo he descubierto y seguir como si nada hubiera sucedido.
—Entonces eso es lo que tienes que hacer.
Eché la cabeza hacia atrás y lo miré incrédula.
—¿Qué? ¿Barrons, la gran mano de la venganza, me está diciendo que perdone y olvide? Tú nunca perdonas. Tú nunca dejas pasar una pelea.
—Me gusta luchar. A ti también, a veces. Pero en este caso, no lo parece.
—No es que yo no… Quiero decir que… es… Dios, ¡es tan complicado!
—La vida lo es. Imperfecta. Soberanamente jodida. ¿Qué sientes hacia ella?
—Yo la…
—Deja que lo exprese de otra manera: ¿Qué sentías hacia ella antes de saber que había matado a Alina?
—La quería —susurré.
—¿Crees que el amor simplemente se desvanece? ¿Que deja de existir cuando se vuelve demasiado doloroso o inconveniente, como si nunca lo hubieras sentido?
Lo miré. ¿Qué sabía Barrons del amor?
—Si simplemente pasara. Si simplemente se pudiera apagar. No es una llave. El amor es un maldito río con rápidos de nivel cinco. Solo un acto catastrófico de la naturaleza o una presa tiene alguna posibilidad de detenerlo, e incluso entonces, normalmente solo consigue desviarlo. Ambas medidas son extremas y cambian tanto el terreno que al final acabas preguntándote por qué te molestaste. No hay puntos de referencia para señalar tu posición cuando ya está hecho. El único modo de sobrevivir es idear nuevas maneras de planificar tu vida. La querías ayer, la quieres hoy. Ha hecho algo que te ha destrozado. La querrás mañana.
—¡Mató a mi hermana!
—¿Con malicia? ¿Resentimiento? ¿Por crueldad? ¿Deseo de poder?
—¿Cómo voy a saberlo?
—La quieres —dijo bruscamente—. Eso significa que la conoces. Cuando quieres a alguien, ves en su interior. Usa el corazón. ¿Dani es ese tipo de persona?
Jericho Barrons me estaba diciendo que usara el corazón. ¿La vida se podía volver más extraña?
—Piensa que quizás alguien le mandó que lo hiciera.
—¡Pues debería habérselo pensado mejor!
—Los humanos, en su infancia, tienden a ser niños.
—¿La estás excusando? —le dije con un gruñido.
—No hay excusa. Simplemente te estoy señalando lo que tú me quieres señalar a mí. ¿Cómo te ha tratado Dani desde el día en que os conocisteis?
Incluso me dolía decir las palabras.
—Como a una hermana mayor a la que admira.
—¿Te ha sido leal? ¿Se ha puesto de tu parte y en contra de otros?
Asentí. Incluso cuando pensaba que me había aliado con Darroc, ella se había mantenido a mi lado. Me había seguido al infierno.
—Debía saber que eras la hermana de Alina.
—Sí.
—Cada vez que venía a verte debía de hacerla sentir como enfrentarse al pelotón de ejecución.
Le dije que éramos como hermanas. «Las hermanas —le dije—se lo perdonan todo mutuamente.» Alcancé a ver su cara en el espejo después de decirlo, cuando no sabía que yo la estaba mirando. Su expresión era sombría, y ahora entendía el porqué. Porque debía de estar pensando: «Sí, claro. Mac me va a matar si se entera». Sin embargo, siguió viniendo. Cuando lo pensé, me sorprendió que no hubiera dado caza y matado a los unseelie, eliminando las pruebas incriminatorias de la faz de la tierra.
Estuvo en silencio durante un buen rato, entonces.
—¿En realidad mató a Alina? ¿Con sus manos? ¿Con un arma?
—¿Por qué lo preguntas?
—Todo tiene matices.
—¿Crees que hay algunas maneras de matar que son mejores que otras?
—Sé que lo son.
—¡La muerte es la muerte!
—Estoy de acuerdo. Pero matar no es siempre un asesinato.
—Creo que la llevó a un lugar donde sabía que la iban a matar.
—Ahora ya no suenas tan segura de que la matara.
Le expliqué lo que sucedió la noche anterior, lo que los unseelie habían dicho, cómo estaba el cuerpo de Alina, cómo Dani había desaparecido.
Asintió en acuerdo silencioso cuando terminé.
—Entonces, ¿qué hago?
—¿Me estás pidiendo consejo?
Me preparé para un comentario sarcástico.
—No me arranques la cabeza, ¿de acuerdo? He tenido una mala noche.
—No lo iba a hacer. —Se sentó en el suelo delante de mí con las piernas dobladas debajo del cuerpo y me miró a los ojos.
—Esto te ha afectado. Es peor que cualquiera de las otras cosas que te han pasado. Peor que ser pri-ya.
Me encogí de hombros.
—Tuve sexo sin parar, sin culpa, sin vergüenza. ¿Me tomas el pelo? Comparado con el resto de mi vida, eso fue diversión.
No dijo nada durante un buen rato. Entonces, añadió:
—Pero es algo que no querrías repetir en plena posesión de tus facultades.
—Fue… —Busqué las palabras para explicarlo.
Se quedó quieto, esperando.
—Como en Halloween. Cuando la gente se amotinó. La gente saquea. Hace locuras.
—Quieres decir que ser pri-ya fue como un apagón.
Asentí.
—Entonces, ¿qué hago?
—Te sacas la puta… —Enseñó los dientes en un gruñido silencioso y miró hacia otro lado. Cuando me volvió a mirar, su cara era una máscara fría de urbanidad—. Tienes que decidir con lo que puedes vivir. Y sin lo que no puedes vivir. Eso es lo que hay.
—¿Lo que quieres decir es si puedo vivir si la mato? ¿Si puedo soportarme a mí misma si no la mato?
—Lo que quiero decir es si puedes vivir sin ella. Si la matas, terminarás con su vida para siempre. Dani nunca volverá. A los catorce años, habrá muerto. Tenía sus oportunidades, la cagó y perdió. ¿Estás preparada para ser juez, jurado y verdugo?
Inspiré y dejé caer la cabeza, protegiéndome con el pelo como si me pudiera esconder detrás de él y no tuviera que volver a salir.
—Lo que quieres decir es que no me gustaré a mí misma.
—Creo que lo llevarías bien. Encuentras lugares donde poner las cosas. Sé cómo funcionas. Te he visto matar. Creo que O’Bannion y sus hombres fueron los más duros de superar para ti porque fueron tus primeros humanos, pero después de eso, le cogiste gusto con un poco de sangre fría. Pero con esta, tú decidirías matar. Con premeditación. Te hace respirar de otro modo. Para nadar en ese mar, tienes que tener agallas.
—No entiendo lo que me estás diciendo. ¿Me estás diciendo que la mate?
—Algunas acciones te cambian para bien. Otras para mal. Estate segura de cuál es y acéptala antes de hacer nada. La muerte, para Dani, es irrevocable.
—¿Tú la matarías?
Creo que le incomodó la pregunta, pero no sabía por qué.
Después de un silencio incómodo, dijo:
—Si eso es lo que quieres, sí. La mataré por ti.
—Eso no es lo que yo… no, no te estaba pidiendo que la mataras por mí. Te preguntaba qué harías tú si estuvieras en mi lugar.
—Estar en tu lugar es algo que está más allá de mi comprensión. Ha pasado demasiado tiempo.
—No me vas a decir qué hacer, ¿no? —Quería que lo hiciera. Yo no quería la responsabilidad de esto. Quería a alguien a quien culpar si no me gustaba como terminaba todo.
—Te respeto demasiado para hacerlo.
Casi me caí del sofá. Me retiré el pelo de la cara y lo miré, pero ya no estaba agachado delante de mí. Se había puesto de pie y se alejaba.
—¿Estamos manteniendo una conversación, o algo así?
—¿Acabas de pedirme consejo y me has escuchado con la mente abierta, o algo así? Si lo has hecho, entonces sí, yo lo llamaría conversación. Puedo ver cómo no lo reconoces, considerando que, normalmente, todo lo que obtengo de ti es acritud y hostilidad…
—¡Ay! Lo único que obtengo de ti es hostilidad y…
—Y allá vamos. Ella se levanta y se me eriza el vello del cuello. Maldita sea, siento cómo me salen los colmillos. ¿Sabes qué te digo, señorita Lane? —dijo con suavidad—. Cuando quieras tener una conversación conmigo, deja fuera de mi cueva el montón de problemas que tienes con querer follarme cada vez que me miras, entra y mira lo que encuentras. Puede que te guste.
Se dio la vuelta y empezó a moverse hacia la puerta de la parte trasera de la tienda.
—¡Espera! Todavía no sé qué hacer con Dani.
—Entonces, por ahora, esa es tu respuesta. —Se detuvo en la puerta y me miró—. ¿Durante cuánto tiempo más obrarás con disimulo?
—¿Quién utiliza palabras como «obrar con disimulo»?
Se apoyó en la puerta y cruzó los brazos.
—No esperaré mucho más. Esta es tu última oportunidad conmigo.
—No sé de qué me estás hablando. —¿Qué me estaba diciendo? ¿Se alejaría Barrons de mí? ¿De mí? Nunca se apartaba de mí. Él era el que siempre me mantenía con vida. Y siempre me quería. Había llegado a contar con esas cosas como contaba con el aire y la comida.
—Durante un apagón, la gente hace lo que siempre ha querido hacer pero que siempre ha reprimido, por miedo a las consecuencias. Preocupados de lo que los demás pensarán de ellos. Por miedo a lo que verán en sí mismos. O, simplemente, porque no están dispuestos a ser castigados por la sociedad que los gobierna. Ya no te importa lo que piensen los demás. Nadie te va a castigar. Lo que nos deja con la pregunta: ¿Por qué todavía me tienes miedo? ¿Todavía no has envuelto tu cabeza?
Me lo quedé mirando.
—Quiero la mujer que creo que eres. Pero cuanto más tiempo obras con disimulo, más pienso que cometí un error. Vi cosas en ti que no estaban allí.
Cerré los puños y me tragué una protesta. Hacía que me sintiera en conflicto. Quería gritar, «No cometiste ningún error. ¡Soy esa mujer!». Quería olvidar mis pérdidas correr hacia el demonio que poseía la mayor parte de mi alma.
—Había pureza en aquel sótano. Es el modo en el que vivo. Hubo un tiempo en el que creí que tú también lo hacías.
«Lo hacía —quería decir—. Lo hago».
—Algunas cosas son sagradas. Hasta que actúas como si no lo fueran. Entonces las pierdes.
La puerta se cerró en silencio.