30

Ese era el motivo por el que yo había gritado. Para mí había sido un momento muy duro pensar que quizá yo era la concubina.

Sin embargo, cuando fijé la mirada en el ataúd y la reconocí de la Mansión Blanca tardé muy poco en procesar la información: si la concubina yacía en el ataúd y yo podía pasar a través de los Espejos Plateados del rey, tenía un serio problema.

El grito había sido instintivo: era pura negación que me salía de dentro y que se abría camino hasta mi garganta y más allá de mis labios.

Si ella era la concubina y yo también podía viajar a través de los Espejos solamente había otra… persona —y estaba usando ese término muy a la ligera— que yo pudiera ser.

—Y no se trataba de la concubina, eso es seguro —murmuré mientras entraba por el Espejo Plateado y chocaba contra la pared. Esperaba que opusiera resistencia como cualquier otro espejo, pero este (el primero que se creó) no llevaba la maldición de Cruce. Di la vuelta en el último momento, acunándola en mis brazos, absorbiendo el embate del impacto en un hombro. Nada tenía sentido.

—¿Mac, qué estás haciendo? —rugió Christian, corriendo hacia el espejo.

—¡No lo toques! —grité—. ¡Te matará!

No quería que pensara ni por un instante que no lo haría y quisiera atravesarlo. Había matado a Barrons. No tenía duda de que destruiría a Christian y él no tenía un comodín de esos que te libran de la muerte, como Barrons. Al menos no que yo supiera. Pero como acababa de descubrir, no sabía mucho de nada, así que tal vez él sí tenía una baraja entera de esos comodines. Tal vez todos la tenían salvo yo. A pesar de eso, no contaba con ello. Lo necesitaba. Más que nunca, lo necesitaba para contener al Sinsar Dubh y él era uno de los cinco necesarios para hacerlo. Ahora entendí por qué jugaba conmigo.

Se detuvo a escasos centímetros del espejo y me miró con atención a través de él.

—¿Por qué no la ha matado? Al final sabré la verdad —advirtió.

La ajusté bien entre mis brazos, le recogí el pelo y me la colgué al hombro de manera que no arrastrara por el suelo y me hiciera tropezar. Volví la mirada hacia atrás a través del espejo y le miré.

—Porque ella es la concubina. Por eso he gritado. La he reconocido al instante.

—Pero pensaba que tú eras la conc… —Me echó un rápido vistazo—. Pero tú lo has atravesado… Eso significaría… ¿Mac?

Me encogí de hombros. No se me ocurría nada que decirle.

—¿Cómo sabes que es la concubina? —quiso saber.

—Los rescoldos de los recuerdos del rey y la concubina impregnan aún estos pasillos. Es difícil no perderse en ellos. Pero imagino que no lo pasarás tan mal como yo, viendo que no estás tan… implicado —dije amargamente—. No dudo que la verás mientras no estoy. —Seguía sin mirarla. Me resultaba demasiado desconcertante. Era terriblemente ligera, delicada y estaba muy, muy fría—. Volveré tan pronto como pueda.

Nos miramos fijamente.

—No me lo creo —dijo él.

—Tiene demasiado sentido para no ser cierto. No hay registro de mi nacimiento, Christian. El Libro… me persigue. He oído que siempre lo ha hecho.

—No me lo trago.

—Pues dame tú otra explicación.

—Tal vez las leyendas se equivoquen. Tal vez muchas personas pueden cruzar los Espejos Plateados. Quizá todo sea una fanfarronada para impedir que la gente lo intente.

Me dio un vuelco el corazón cuando él dio un paso al frente.

—¡No, no lo hagas! Christian, escúchame. No puedo decirte quién, pero sé que puedes captar la verdad en mis palabras. Ya he visto al Espejo Plateado matar a alguien antes.

Él levantó la cabeza y luego asintió.

—Sí, chica. Sé que dices la verdad, pero ¿por qué no puedes decirme quién?

—No me compete a mí contar ese secreto.

—Algún día me lo dirás.

No le contesté a eso.

—Sigo sin creérmelo.

—Encuéntrame una alternativa. Cualquiera. Me la creeré a pies juntillas.

—Tal vez tú seas… no sé… Tal vez tú seas su hija de alguna manera —dijo.

—¿Setecientos mil años más tarde? —Ya lo había pensado pero luego lo descarté. No solo no concordaba con mi intuición—. No explica todas las cosas que sé, que siento y recuerdo, o por qué el Libro juega conmigo —añadí. No podía explicar cómo lo sabía, pero yo no era la progenie del rey unseelie y su concubina. Mis sentimientos eran muchísimo más personales. Mucho más sexuales y posesivos. No eran para nada los sentimientos de un niño, sino los de un amante.

Él se encogió de hombros.

—Me quedaré aquí. Pero no tardes.

—Prométeme que no intentarás cruzar, Christian.

—Te lo prometo, Mac. Pero date prisa. Cuanto más tiempo paso aquí, más noto que estoy… cambiando.

Asentí. En cuanto me di la vuelta con la reina/concubina/mujer para la que aparentemente había destruido mundos, no pude evitar preguntarme dónde estaban mis otras partes.

 


Fiebre sombría
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