44

La noche llega bien demarcada y violeta.

A Dancer le habría gustado esta idea. Es un poeta, muy bueno con las palabras. El otro día escribió una cosa sobre relojes asesinos porque nos joden, nos mantienen estancados en el pasado y nos impiden vivir el día. Solía tener esa historia en el pasado sobre mis espaldas todo el puto tiempo, pero ahora ella lo sabe, y yo digo, bien, me he quitado un peso de encima.

Me muevo, incómoda, mientras observo hacia abajo la entrada de la librería. Hay una limusina en la puerta. Llegó hace horas, pero no se ha movido desde entonces. No pude ver quién salió de ella. Alguien ha cambiado el cartel. Creo que debe de haber sido Mac, y me hace gracia, aunque ya no río desde el estómago como antes. Ahora me trago la risa.

No es que ella no vaya a intentar matarme.

Y yo no voy a morir, así que… Ahí estamos.

Supongo que alguien acabará picando.

He estado vigilando este sitio de vez en cuando desde hace días. He estado vigilando a los vigilantes. Todo el mundo está nervioso. Están a punto de arrancarse las cabezas unos a otros.

El Libro se volvió tarumba el otro día. Convirtió a un tipo en un suicida con bomba, le hizo entrar directo en el Chester’s. Un montón de gente murió intentando sacarlo de allí, salieron volando por los aires cuando él explotó. Están paranoicos con la abadía. Creen que va a ser la siguiente. Nadie puede encontrar a esa cosa porque Mac no está.

Tampoco está Barrons.

Sin ellos, estamos estancados. No hay nadie que pueda sentir el Libro hasta que no está encima de nosotros. Dancer cree que un día explotará como una bomba nuclear y acabará con todos nosotros. Dice que tenemos que acabar con él cuanto antes.

Observo, con las rodillas en alto y los brazos sujetándome, colgada de una torre de agua. Nadie mira aquí arriba.

He estado desconectada. Ro no me deja acercarme a la acción. Kat y Jo me mantienen informada. No saben que maté a Alina. Mac no lo sabe, porque acabo de descubrirlo, pero hay una tercera profecía. Algo sobre imágenes que se reflejan e hijos e hijas y monstruos dentro que son monstruos fuera. Jo no había acabado todavía con la traducción, pero estaba realmente preocupada. Parece que cuanto más tiempo pase el Libro suelto, peor es el panorama.

Oí a Ry-O decirle a ese tipo de pelo blanco con los ojos raros que Mac tiene que morir. Pero no antes de conseguir contener al Libro. Le jodió mucho que entrara en su club e intentara volarlo por los aires. No se juega con Ry-O.

Tiene a unos tipos en lo alto de la librería. Se mueven raro.

Jo está esperando en un tejado unos edificios más allá, con Kat y su grupito de amiguitas de sidhe-ovejitas. «Beeeee», digo entre dientes. Están observando con unos prismáticos. Nunca miran hacia aquí. Solo ven lo que esperan ver. Lo que ella les dice que vean. Gilipollas. Sacad las cabezas, pienso. Oled la mierda de oveja.

Las cosas que sé.

Los escoceses están en lo alto de un edificio de cinco plantas en la Zona Oscura. También tienen prismáticos.

Estos ojos míos no necesitan ayuda para ver. Estoy a tope de fuerzas, a tope de energía, a tope de todo. Lo veo todo, lo oigo todo y lo controlo todo, todo el tiempo.

Huelo a V’lane. Especias en el viento. No sé dónde está. Pero está cerca.

Hace cinco días que han desaparecido Mac y Barrons. Desde la noche en la que intentaron atrapar el Libro.

Ry-O le echa la culpa de todo a Mac. Primero, estaba contento de que Mac hubiera desaparecido. Dijo que no la necesitábamos, que no la quería. Pero recuperó la cordura cuando el Libro entró avasallando en el Chester’s. Sabes, él estaba allí cuando el Libro hizo su pequeña visita llevando un corsé de dinamita, y no hay nada que le guste más a Ry-O que su viejo culo. ¡Puaj! Es una imagen que no me apetecía nada imaginarme.

Ry-O culpa a los druidas. Dice que deben de haberse equivocado con los cánticos.

Los escoceses culpan a Ry-O. Dicen que el mal no puede atrapar al mal.

Ry-O se ríe y mientras tanto pregunta qué carajo son ellos.

V’lane está puteado con todos. Dice que somos una pandilla de ineptos, insignificantes mortales.

Se me escapa una risita. Vaya si tiene razón. Suspiro, ensoñadora. Creo que a V’lane le pongo. Quiero preguntarle a Mac lo que ella…

Cojo una barrita energética que llevo encima, la abro y empiezo a comerla, con el ceño fruncido. ¿En qué estaba pensando? Como si fuera a volver a preguntarle algo a Mac. Debería haber cazado a esos cabrones que mataron a Alina. Me debería haber librado de ellos. Ella nunca lo habría sabido. Sonrío, pensando en matarlos. Frunzo el ceño pensando por qué no lo hice.

—¿Tienes muchas dudas, niña?

Una voz que suena como cuchillos. Me quedo paralizada e intento descongelar la imagen, pero el jodido me ha cogido por el brazo y no me suelta.

—Suéltame —escupo con la boca llena de chocolate y cacahuetes, mientras pienso: «¿Quién usa palabras como esas?». Pero sí sé quién es, y me preocupa tanto como el Libro—. Ry-O —digo con un punto de colegueo.

Sonríe como me imagino que sonríe la Muerte, todo colmillos y ojos fríos que nunca han contenido un gramo de…

Tomo aire sin saber por qué y, en lugar de tragar, me atraganto con los cacahuetes. Se me cierra la garganta, no puedo respirar y empiezo a golpearme el pecho.

¿Es que se ha vestido para el carnaval? Todavía no ha llegado.

Veo que darme golpes en el esternón no va a ayudarme y lo sé. Necesito la maniobra Heimlich, pero no puedo hacérmela a mí misma a no ser que me suelte y pueda golpearme yo misma contra la repisa. Utilizo la súper fuerza para liberar el brazo, prácticamente lo saco de su sitio.

Él todavía me tiene. No va a ir a ninguna parte.

Me agarra de la muñeca con largos dedos y me estudia. Observa cómo me ahogo. Jodido cabrón. Empieza a faltarme el aire, se me ponen los ojos en blanco. ¡Me estoy muriendo! Joder, tío, esto no mola nada.

Voy a morir en una torre de agua, atragantada con una puta barrita energética. Me caeré y quedaré espachurrada contra el hormigón del suelo. Todo el mundo va a verlo.

¡Mega O’Malley espachurrada como un vulgar sapo!

Ni de coña.

Justo cuando empiezo a perder la cabeza, me da un puñetazo en la espalda y escupo el trozo que se me había atragantado. No puedo respirar durante unos segundos. Luego doy bocanadas de aire. El aire nunca me ha parecido tan delicioso.

Él sonríe. Sus dientes son normales. Lo observo. ¿Me ha engañado mi propia mente? He estado viendo demasiadas películas.

—Tengo un trabajo para ti.

—Ni de coña —digo al instante. Paso de unirme a su peña. Tengo la sensación de que luego no se puede salir. Acabas allí dentro. Y empiezas a caer hasta llegar al fondo. No voy a caer tan bajo. Ya tengo mis propios problemas.

—No te lo he pedido, niña.

—No trabajo para nadie que me llame niña.

—Suéltala.

Convierto toda mi cara en una mueca.

—¿Quién ha enviado las invitaciones para la fiesta de mi torre de agua? —Estoy cabreada. ¿Por qué no puedo disfrutar de un poco de intimidad?

Uno de los Keltar se desliza entre las sombras. Solo lo he visto de lejos. No tengo ni idea de cómo alguno de ellos se ha acercado tanto sin que me diera cuenta. Estoy impresionada. Tengo súper sentidos y ellos se han acercado sigilosamente sin que los notara.

El escocés se pone a reír, pero ya no parece un escocés. Parece una especie de… silbo y sacudo la cabeza con empatía. Se está convirtiendo en el príncipe unseelie.

Se olvidan de mí. Están ocupados entre ellos. Ry-O se cruza de brazos. El escocés hace lo mismo.

Aprovecho la ocasión. Paso de quedarme por ahí para averiguar cuál es el trabajo que Ry-O quería proponerme. Nunca lo querré saber. Y si un tipo que se ha vuelto oscuro cree que va a conseguir la redención jugando al ángel vengador por mí, tengo algo que decirle: no quiero que lo haga.

Mi billete al infierno ya ha sido picado, las maletas están a bordo y la chimenea de vapor está sonando.

No me importa. Cómo saber exactamente dónde estoy.

Me piro.

No existe la noche. No existe el día. No existe el tiempo.

Nos perdemos uno en el otro.

Algo me pasa ahí abajo bajo tierra. Vuelvo a nacer. Me siento en paz por primera vez en la vida. Ya no soy bipolar. No me oculto nada a mí misma.

Tener miedo te debilita. Elegiré siempre la verdad por delante del miedo.

Soy el rey unseelie. Soy el rey unseelie.

Lo repito una vez tras otra en mi mente.

Lo acepto.

No sé cómo ni por qué, y es posible que nunca lo sepa, pero al menos ahora he mirado a la cara a la parte más oscura de mi ser.

En realidad, era la única explicación posible desde el principio.

De alguna manera, casi llega a ser divertido. Todo el tiempo he estado tan preocupada por quién podría ser toda la gente que me rodeaba y yo era el más malo de todos.

El lago oscuro y vidrioso que tengo es él. Yo. Nosotros. Por eso siempre me dio pavor. De alguna manera, me las arreglé para dividir mi psique y dejar una parte de lado. Las partes de mí que no nacieron hace veintitrés años, si es que nací.

No puedo imaginar ninguna situación posible que explique cómo llegué a ser lo que soy. Pero la verdad de mi memoria es indiscutible.

Sí que estuve en ese laboratorio, hace casi un millón de años. Sí que creé las reliquias y sí que amé a la concubina y di a luz a los unseelie. Todo eso hice yo.

Tal vez por eso Barrons y yo somos irresistibles para el otro. Ambos tenemos nuestros monstruos.

—¿De verdad crees que el mal es una elección? —pregunto.

—Todo lo es. Cada momento. Cada día.

—No me acosté con Darroc. Pero lo habría hecho.

—Es irrelevante. —Se mueve dentro de mí—. Ahora estoy yo aquí.

—Pensaba seducirle para conseguir el Libro. Luego iba a deshacer este mundo y a sustituirlo por otro para poder recuperarte.

Se queda quieto. No veo su cara. Está detrás de mí. En parte por eso puedo decirlo. No creo que pudiera decírselo a la cara y verme reflejada en su mirada.

No iba a deshacer el mundo por mi hermana. A ella llevaba toda la vida queriéndola. Y a él hace solo unos meses que lo conozco.

—Podría haber sido un poco exagerado para tu primer intento en el campo de la creación —dice al final. Está intentando no reír. Le digo que habría condenado a la humanidad por él y él va e intenta no ponerse a reír.

—No habría sido mi primer intento. Soy una profesional. Estabas equivocado. Sí que soy el rey unseelie —le digo.

Empieza a moverse de nuevo. Al cabo de un rato, me coge y me da un beso.

—Eres Mac —dice—. Yo soy Jericho. Y nada más es importante. Nunca lo será. Existes en un lugar que está más allá de cualquier norma para mí. ¿Lo entiendes?

Lo entiendo.

Jericho Barrons acaba de decirme que me quiere.

—¿Cuál era tu plan? —pregunto mucho después—. Cuando consiguiéramos encerrar el Libro, ¿cómo ibas a conseguir el conjuro que querías?

—Los unseelie nunca han bebido del caldero. Todos ellos conocen la Primera Lengua. Hice algunos tratos, puse las cosas en marcha.

Sacudo la cabeza, frunciendo el ceño. A veces, me pierdo las cosas más obvias.

—Pero ahora te tengo.

—Podré leerlo. —Era escalofriante. Ahora al menos sabía por qué tenía una reacción negativa tan fuerte frente al Sinsar Dubh. Todos mis pecados estaban atrapados entre esas tapas. Y esa maldita cosa no desaparecía. Yo intentaba huir de la culpabilidad, y mi culpabilidad había tenido el valor de adquirir vida propia e ir detrás de mí.

Entendía por qué me acosaba. Cuando fue consciente (una mente sin pies, sin alas, sin ningún modo de transporte y sin nada más en toda su existencia como él, excepto yo, que obviamente lo despreciaba), debe de haberme odiado. Y como era yo, también me amaba. El Libro que yo había escrito se había obsesionado conmigo. Quería hacerme daño, no matarme.

Porque quería mi atención.

Tantas cosas tenían sentido ahora que había aceptado que era el rey.

Me preguntaba por qué siempre me había costado tanto entrar y salir de los Espejos. La maldición de Cruce, que en realidad había sido creada por el otro príncipe unseelie, me había sentido e intentaba mantenerme fuera. Por supuesto, era capaz de orientarme en la fortaleza negra y en el infierno unseelie. Había sido mi hogar. Cada paso había sido instintivo porque había caminado por esos lugares helados millones de veces, había saludado a las montañas, lamentándome por el cruel confinamiento de mis hijos e hijas. Entendía por qué las memorias de la concubina se habían materializado ante mis ojos, pero las del rey se habían deslizado de alguna manera en mi cerebro. Ahora sabía por qué había sido capaz de ordenar que se abrieran las puertas de la fortaleza del rey.

Es posible que fuera el rey, pero al menos era el rey bueno. Prefería considerarme el rey seelie porque había erradicado todo mi mal interior. El maniaco obsesionado que había hecho experimentos con todo y en todas partes para conseguir su propósito estaba ahí fuera en forma de Libro, no dentro de mí, y eso no me reconfortaba bastante. Había elegido librarme de mi parte mala (había tomado una decisión, como había dicho Barrons) y, desde entonces, había estado intentando destruir esas partes más negras de mí.

Barrons hablaba. Había olvidado que estábamos hablando.

—Cuento contigo para poder leerlo. Hace que todo sea más sencillo. Solo tenemos que pensar en cómo capturarlo con las tres piedras y sin druidas. Antes muerto que permitir que esos gilipollas vuelvan a acercarse al Libro.

Bajé la mirada para observar la cadena de oro y plata con la piedra engarzada en un marco dorado. ¿Necesitaba siquiera las piedras o a los druidas para atrapar mi Libro o era el amuleto lo que había estado persiguiendo sin parar? Estaba claro que yo encajaba en las categorías de «habitado» o «poseído». Era el rey de los fae dentro de un cuerpo humano de mujer.

Me pregunté cómo había perdido la concubina el amuleto. ¿Quién se lo había arrebatado? ¿Quién me había traicionado? ¿La había secuestrado alguien, habían fingido su muerte y luego la habían arrastrado hasta la corte seelie mientras yo me volvía loco por la pena y pasaba el tiempo intentando despojarme de mis pecados?

Ella nunca se lo habría quitado de forma voluntaria, aunque aquí estaba, en el mundo de los humanos. Si alguien hubiera ido por ella, ¿lo habría desmontado antes de permitir que cayera en las manos equivocadas, esperando pacientemente a recibir pistas, aprovechando las oportunidades si un día los astros se alineaban y yo acababa por recordar y nos escaparíamos los dos sin importar lo que nos hubieran hecho y estaríamos juntos de nuevo? Qué pena que yo no quisiera estar con ella.

Ella siempre había odiado las ilusiones. Cuando plantó los jardines y los añadió a la Mansión Blanca, lo había hecho a la vieja usanza. La corte faery regresaría a la nada si los fae que cuidaban de ella no conseguían mantenerla. La Mansión Blanca había sido modelada de forma diferente y soportaría la prueba del tiempo con o sin ella, aparte de cualquiera.

¿Cómo se había convertido en la reina seelie? ¿Quién la había secuestrado, enterrado bajo una tumba de hielo y dejado que sufriera una muerte lenta en el infierno unseelie? ¿Qué juegos estaban jugando, cuál era el programa que querían cumplir? Yo conocía la paciencia que otorga la inmortalidad. ¿Quién de entre los fae había estado apostando su tiempo, esperando el momento perfecto, el día en que cobrarse el premio por fin?

El momento temporal tendría que ser perfecto.

Todas las princesas seelie y unseelie tendrían que estar muertas y la reina asesinada en el momento preciso (no podían quedar aspirantes al trono matriarcal) una vez que quienquiera que fuera se hubiera fusionado o hubiera adquirido todo el conocimiento del Libro.

Todo el poder de la reina seelie y el rey unseelie quedaría depositado en un mismo recipiente.

Me estremecí. No podía permitirse que pasara eso. Nadie y con ningún medio podría parar a cualquiera con tanto poder. Sería invencible, incontrolable, imposible de matar. En una palabra: sería Dios. O Satán, con la ventaja de tener la corte en casa. Estaríamos todos condenados.

¿Creían que yo estaba muerta? ¿Desaparecida? ¿Apática? ¿Pensarían que me limitaría a observar y permitiría que eso pasara? ¿Era este enemigo desconocido responsable de la situación en la que me encontraba en la actualidad: humana y confusa?

Mi poder y la magia de la reina. ¿Quién estaba detrás? ¿Uno de los príncipes oscuros?

Quizás había sido Darroc desde el principio, y el Libro había ideado ese plan como la uva que había sido su cabeza. Tal vez Darroc solo se había estado aprovechando de la sagacidad de alguien, yendo a rebufo, por decirlo de alguna manera, de un adversario más inteligente y peligroso.

Sacudí la cabeza. La magia no habría ido a él, y él lo habría sabido. No bastaba con comer fae. El sucesor de la magia fae tenía que ser fae.

La concubina se había despertado y había dicho que un príncipe fae al que no había visto nunca la había sepultado.

Según V’lane, él había llevado a Cruce a la reina de los seelie original (la zorra) y ella lo había matado delante de mis ojos.

¿Tenía yo ese recuerdo?

Miré hacia dentro para buscarlo.

Me sujeté la cabeza mientras las imágenes aparecían de golpe. Cruce no había muerto de forma fácil ni agradable. Estaba enfurecido y vociferaba, fue feo al final. Negó ser el culpable, negó haberme traicionado ante la reina. Me sentí avergonzada por su muerte.

Pero ¿quién había falseado la muerte de mi concubina?

¿Cómo me habían engañado?

Engañado.

¿Cuál era la clave?

«Solamente caerá por su propio diseño», decía la profecía.

Limitado por su forma, ¿cuál era el diseño del Libro? ¿Cómo se movía por ahí y conseguía sus fines?

Su moneda era la ilusión. Engañaba a la gente para que vieran lo que él quería que vieran.

¿Era por eso que el dorcha temible (que probablemente era uno de mis mejores amigos si tuviera tiempo para elegir entre todos mis recuerdos) me hubiera dado la carta del tarot, señalándome el camino hacia el amuleto?

El amuleto podía engañarme incluso a mí.

Yo era lo real, el rey que había creado el Libro.

Y tenía un amuleto capaz de crear ilusiones que podían engañarnos.

Era sencillo. En un concurso de voluntad, sería el vencedor sin duda.

Me sentía casi mareada por la emoción. Mis deducciones tenían toda la lógica del mundo. Todas las flechas señalaban hacia el norte. Sabía lo que había que hacer. Hoy, podía acabar con el Libro de una vez por todas. No enterrarlo para dejarlo «dormido con un ojo abierto», como decía la primera profecía, sino derrotar al monstruo. Destruirlo.

Eso sí, después de haber conseguido un conjuro de deshacer para Barrons. Qué ironía: había entregado todos mis conjuros a un Libro para librarme de ellos y ahora necesitaba que me devolviera uno.

Una vez que lo tuviera, encontraría al traidor, lo mataría, volvería a poner a la concubina como reina seelie (porque estaba claro que yo no la quería, y ella tampoco recordaba nada de cualquier forma), donde se haría lo suficientemente fuerte para volver a reinar. Me alejaría, dejando a los fae con sus tonterías.

Volvería a Dublín y me convertiría en Mac a secas.

No podía esperar a que eso pasara.

—Creo que sé lo que hacer, Jericho.

—¿Qué querrías si fueras el Libro y eso fuera el rey? —Barrons preguntó más tarde.

—Pensaba que no creías que yo fuera el rey.

—No importa lo que yo crea. El Libro parece creerlo.

—K’Vruck también lo cree —le recordé. Luego estaba el chico de ojos soñadores. Cuando le pregunté si yo era el rey unseelie, me respondió: «No más que yo». ¿Era él parte de mí?

—Deja para luego las crisis de identidad. Ahora céntrate.

—Creo que quiere ser aceptado, absuelto. Como el hijo pródigo y eso. Quiere que vuelva a hacerlo parte de mí, que diga que estaba equivocada y que volvamos a ser uno de nuevo.

—Es lo mismo que creo yo.

—Estoy un poco preocupada por la parte que dice que cuando el monstruo interior sea derrotado, también será derrotado el monstruo exterior. ¿Qué monstruo interior?

—No lo sé.

—Tú siempre lo sabes todo.

—Esta vez, no. Es tu monstruo. Nadie puede conocer al monstruo de otra persona, no lo suficiente para enjaularlo. Solo tú puedes hacerlo.

—Prueba a ver —le pedí.

Sonrió ligeramente. Le parece divertido cuando le contesto con las mismas palabras que usa él.

—Si eres el rey unseelie, y fíjate en que he utilizado la conjunción si porque todavía no estoy convencido de ello, podríamos pensar que sientes debilidad por el mal. Cuando consigas el Sinsar Dubh, es imaginable que te sentirías tentada a hacer lo que él quiere. En lugar de intentar encerrarlo bajo llave en algún lugar, podrías decidir renunciar a tu forma humana y recuperar tu gloria pasada, además de recuperar todos los conjuros que dejaste y convertirte de nuevo en el rey unseelie.

Nunca. Pero he aprendido a no decir nunca.

—¿Qué pasa si lo soy?

—Yo estaré allí, convenciéndote para que no lo hagas. Pero no creo que seas el rey.

¿Qué otra explicación posible había? Tal como decía mi padre, la explicación más sencilla es probablemente la correcta. Además, mi propia lógica me indicaba lo mismo. Pero con Barrons allí para controlarme y con mi determinación de vivir una vida humana normal, podía hacerlo. Sabía que podía. Lo que quería estaba aquí, en el mundo de los humanos. No en una prisión de hielo con una pálida mujer, atrapado para siempre en la política de la corte.

—Me preocupa más qué pudiera ser tu monstruo interior si no eres el rey. ¿Alguna idea?

Sacudí la cabeza. Era irrelevante. Es posible que le costara aceptar lo que yo era, pero él no sabía todo lo que yo sabía, y no había tiempo para explicaciones. Cada día, cada hora que el Sinsar Dubh siguiera suelto, recorriendo las calles de Dublín, moriría más gente. No me hacía ilusiones sobre por qué no paraba de ir al Chester’s. Quería arrebatarme a mis padres. Quería despojarme de todo lo que me importaba, dejándome a solas con él. Como si pudiera obligarme a preocuparme por él. Como si pudiera obligarme a recibir con los brazos abiertos su oscuridad y convertirnos en uno solo de nuevo. Ahora creía que Ryodan había tenido razón desde el principio: el Libro había intentado darme la vuelta. El Libro pensaba que si me arrebataba las suficientes cosas, si conseguía enfadarme y hacerme el daño suficiente, ya no me importaría el mundo y solo desearía tener poder. Entonces aparecería en el preciso momento y diría: «Aquí estoy, tómame, utiliza mi poder para hacer lo que quieras».

Respiré profundamente. Ese era exactamente el estado mental en el que me encontraba cuando pensaba que Barrons estaba muerto. Quería atrapar el Libro y estaba preparada para cogerlo y fusionarme con él y luego deshacer el mundo. Estaba convencida de que podía controlarlo.

Pero ahora estaba en guardia. Había experimentado ese dolor. Además, tenía el atajo de Darroc en las manos. Tenía la clave para controlarlo. No iba a cambiar porque Barrons estaba vivo. Mis padres estaban bien. Ni siquiera me sentiría tentada a hacerlo.

De repente sentí impaciencia por acabar de una vez con todo eso. Antes de que algo pudiera salir mal.

—Tengo que estar seguro de que puedes usar el amuleto.

—¿Cómo?

—Engáñame —dijo en un tono neutro—. Y convénceme de ello.

Apreté el puño con el amuleto dentro y cerré los ojos. Mucho tiempo antes, en la gruta de Mallucé, no había estado dispuesto a trabajar para mí. Había querido algo, había estado esperando algo que yo pensaba que era un diezmo, como si yo tuviera que derramar sangre por él o algo así.

Ahora sabía que era mucho más sencillo que todo eso. Había resplandecido con un brillo negro azulado por la misma razón que las piedras, porque me reconocía.

El problema era que yo no me había reconocido a mí misma.

Hasta ahora.

«Soy tu rey. Me perteneces. Me obedecerás en todo lo que te ordene.»

Pronuncié estas palabras con gran placer, mientras brillaba en mi puño con un resplandor mayor que el que había mostrado para Darroc.

Miré alrededor de la habitación. Recordaba el sótano en el que había sido pri-ya. Nunca olvidaría los detalles.

Lo recreé ahora para nosotros, hasta el último detalle: fotografías de Alina y yo, sábanas de seda color carmesí, una ducha en la esquina, un árbol de navidad con luces parpadeantes y esposas forradas de pelo sobre la cama. Durante un tiempo, había sido el lugar más feliz y sencillo que había conocido.

—No es exactamente un incentivo para sacarme de aquí.

—Tenemos que salvar el mundo —le recordé.

Se acercó a mí.

—El mundo puede esperar. Yo no.

 


Fiebre sombría
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