19

—¿Los metiste en una habitación de cristal? ¿No les podías dar un poco de intimidad?

Miré a mis padres a través de la pared. Aunque estaba cómodamente amueblada con alfombras, una cama, un sofá, una mesa pequeña y dos sillas, la habitación estaba hecha del mismo tipo de cristal que la oficina de Ryodan, pero al revés. Mamá y papá no podían ver lo que había fuera, pero todo el mundo podía ver lo que había dentro.

Miré a la izquierda. La ducha estaba en una especie de recinto; el lavabo, no.

—¿Saben que la gente les puede ver?

—Les permito vivir y tú pides privacidad. Esto no es por ti. O por ellos. Es un seguro para mí —dijo Ryodan.

Barrons se unió a nosotros.

—Le he dicho a Fade que traiga sábanas y cinta de embalar.

—¿Para qué? —Estaba horrorizada. ¿Iban a enrollar a mis padres con sábanas y a precintarlos con cinta de embalar?

—Pueden pegar las sábanas a las paredes.

—Vaya —dije—. Gracias —murmuré. Me quedé callada un momento, observándolos a través del cristal. Papá estaba sentado en el sofá, frente a mi madre, cogiéndola de las manos, hablándole dulcemente. Se le veía más robusto y atractivo que nunca, y las canas de más que poblaban su pelo le hacían parecer más distinguido. Mamá tenía esa mirada vidriosa que ponía siempre que no podía enfrentarse a algo, y sé que, probablemente, él le hablaba de cosas normales y cotidianas para mantenerla en una realidad a la que sí pudiera enfrentarse. No tenía duda alguna de que le estaba asegurando que todo iría bien, porque eso era lo que Jack Lane hacía: rebosaba seguridad, te hacía creer que podía cumplir cualquier cosa que hubiera prometido. Eso era lo que hacía de él tan buen abogado, un padre tan maravilloso. Ningún obstáculo parecía demasiado grande, ninguna amenaza daba demasiado miedo si papá estaba cerca—. Necesito hablar con ellos.

—No —dijo Ryodan.

—¿Por qué? —quiso saber Barrons.

Dudé. Nunca le había dicho a Barrons que había ido a Ashford con V’lane, o había reconocido que oí por casualidad una conversación entre mis padres en la que discutían las circunstancias de nuestra adopción, o que papá había mencionado una profecía sobre mí, una en la que supuestamente yo acababa condenando al mundo.

Nana O’Reilly, la mujer de noventa y siete años que Kat y yo visitamos en la casa junto al mar, había mencionado dos profecías: una que prometía esperanza, la otra avisaba de una catástrofe en la Tierra. Si realmente yo formaba parte de alguna de ellas, estaba destinada a cumplir la anterior. Quería saber más sobre la última para poder evitarla.

Quería los nombres de las personas con las que papá había hablado hacía muchos años cuando fue a Irlanda para indagar en el historial médico de Alina cuando estuvo enferma. Quería saber exactamente qué le habían dicho.

Pero no había ningún modo de preguntarle sobre todo eso delante de Barrons y Ryodan. Si se olían por un segundo que había una profecía en la que supuestamente yo condenaba al mundo, seguramente me encerrarían y tirarían la llave.

—Les echo de menos. Necesitan saber que estoy viva.

—Ya lo saben. Te he grabado mientras entrabas y Barrons les ha enseñado el vídeo. —Ryodan hizo una pausa—. Jack insistió en eso.

Miré a Ryodan, extrañada. ¿Eso que se dibujaba en su rostro era una sonrisa? Mi padre le caía bien. Se lo oí en la voz al llamarle Jack. Le respetaba. Eso me llenó de orgullo. Siempre he estado orgullosa de mi padre, pero cuando le gusta a alguien como Ryodan… Aunque no soportaba al dueño del Chester’s, me lo tomé como un cumplido.

—Lástima que no seas su hija de verdad. Viene de una estirpe fuerte.

Le lancé una mirada que había aprendido de Barrons.

—Pero nadie sabe exactamente de dónde vienes, ¿no, Mac?

—Mi madre biológica era Isla O’Connor, líder del Refugio de sidhe-seers —le informé con frialdad.

—¿De verdad? Porque investigué un poco cuando Barrons me dijo lo que había dicho la mujer O’Reilly y resulta que Isla solo tuvo una hija, no dos. Se llamaba Alina. Y está muerta.

—Obviamente no investigaste lo suficiente —repliqué. Pero de repente me sentí inquieta. Esa era la razón por la que Nana me había llamado Alina—. Debió de tenerme después. Nana no sabía nada del tema.

—Isla fue el único miembro del Refugio que sobrevivió la noche que el Sinsar Dubh fue liberado de su prisión.

—¿De dónde obtienes la información? —exigí saber.

—Y no hubo ningún «después» para ella.

—¿Cómo sabes eso? ¿Qué sabes de mi madre, Ryodan?

Ryodan miró a Barrons. La mirada que intercambiaron dijo muchas cosas, pero desafortunadamente no tenía ni idea de qué idioma estaban hablando.

Me quedé mirando a Barrons.

—¿Y te preguntas por qué no confío en ti? No me cuentas nada.

—Olvídalo. Yo me encargo de esto —le dijo Barrons a Ryodan.

—Te sugiero que lo hagas mejor.

—Y yo te sugiero que te jodan.

—No te dijo que el Libro la visitó la otra noche en el apartamento de Darroc. Lee su mente, recoge sus pensamientos.

—Creo que solo recoge los superficiales —dije rápidamente—. No todos.

—Mató a Darroc porque supo a través de ella que él conocía un atajo. Me pregunto qué más descubrió.

Barrons giró la cabeza rápidamente y se me quedó mirando.

«¿Y no me dijiste nada de esto?»

«¿Y tú no me dijiste nada de mi madre? ¿Qué sabes de ella? ¿Y de mí?»

Su oscura mirada insinuaba que mi descuido merecía un castigo.

La mía también.

Eso me fastidiaba. Barrons y yo éramos enemigos. Confundía mi cabeza y hería mi corazón. Lloré por él como si hubiera perdido a la única persona que me importaba y ahora aquí estábamos otra vez, volvíamos a ser adversarios. ¿Estábamos destinados a ser enemigos para siempre?

«Uno de los dos tendrá que confiar en el otro», le dije.

«Tú primero, señorita Lane.»

Ese era el problema. Ninguno de los dos iba a correr el riesgo. Tenía una larga lista de razones por las cuáles no debía, y eran importantes. Mi padre podría llevar el caso hasta la Corte Suprema, a mi favor. Barrons no me inspiraba confianza. Ni siquiera se molestaba en intentarlo.

«Cuando el infierno se congele, Barrons.»

«A eso voy, señorita Lane. A eso voy…»

Retiré la mirada a media frase, el equivalente ocular a hacerle un corte de mangas.

Ryodan nos estaba observando con dureza.

—Métete en tus asuntos —le avisé—. Esto es entre él y yo. Lo único que tienes que hacer es mantener a mis padres a salvo y…

—Es un poco difícil de hacer cuando eres materia peligrosa.

La puerta se abrió de golpe, y Lor y otros dos entraron. Desprendían tanta tensión que parecía que absorbían todo el oxígeno de la habitación.

Fade iba detrás de ellos, llevaba un montón de sábanas y un rollo de cinta de embalar.

—No te vas a creer quién acaba de entrar en el club —le dijo Lor a Ryodan—. Ordéname que cambie. Di la palabra.

Entrecerré los ojos. ¿Lor necesitaba el permiso de Ryodan o era por deferencia al club?

—El Sinsar Dubh, ¿no? —Ryodan le lanzó a Barrons una mirada punzante—. Porque leyó la mente de Mac y ahora sabe dónde encontrarnos.

—Eres un puto paranoico, Ryodan. ¿Por qué querría ni siquiera encontrarte? —le dije.

—Quizá —dijo uno de los otros hombres—, podríamos ayudarle a hacer un buen viaje. Ya sabes que nos gusta.

—¿No le has enseñado nada de estrategia? —le lanzó Ryodan a Barrons.

—No he tenido tiempo —dijo Barrons.

—Un seelie. Un puto príncipe —dijo Lor—. Tiene a unos doscientos seelie de más de una docena de castas diferentes esperando fuera. Amenazan con la guerra. Exigen que cierres el local y que dejes de alimentar a los unseelie.

Di un grito ahogado.

—¿V’lane?

—¡Le dijiste que viniera! —me acusó Ryodan.

—¿Lo conoce? —explotó Lor.

—Es su otro novio —dijo Ryodan.

—¿Además de Darroc? —preguntó uno de los otros hombres. Lor miró a Barrons fijamente.

—¿Cuándo entrarás en razón y encerrarás a esta puta para siempre?

El nivel de testosterona subía peligrosamente. De repente, me preocupé por si todos se transformaban en bestias. Me quedaría atrapada en medio de unos monstruos con garras y colmillos y cuernos. Ni por un minuto creí que la marca de Barrons me protegería de los otros cinco. Ni siquiera estaba segura de que funcionara con él.

—¿Crees que nos tenemos que preocupar del seelie? —preguntó Fade.

—¿De qué coño crees que nos tenemos que preocupar? —dijo Barrons con impaciencia.

Fade levantó el arma y disparó a Barrons media docena de veces antes de que nadie pudiera moverse.

—De mí.

 


Fiebre sombría
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