7
—¿Por qué colgaste un Espejo plateado en Dublín en una de las alas blancas, si sabes que la Casa se reorganiza sola? ¿Por qué no lo colocaste en algún lugar más estable y de más fácil acceso? —Sigo con mis preguntas mientras andamos.
Ese sentimiento bipolar de mis días de instituto ha vuelto con fuerza. Él es todo lo que desprecio. El impulso de matarlo es tan intenso que tengo que mantener mis manos en los bolsillos, con los puños apretados.
Él es también la persona que intimó con mi hermana durante los últimos meses de su vida, el único que puede responder a todas aquellas preguntas que nadie más puede, y el único que realmente puede acortar la cantidad de tiempo que tengo que dedicar a este desecho de realidad.
«¿Cogiste su diario? ¿Conoció a Rowena o a alguna de los sidhe-seers? ¿Te explicó algo sobre la profecía? ¿Por qué la mataste? ¿Era feliz? Por favor, dime que era feliz antes de morir.»
—Ninguna de las habitaciones de la Mansión Blanca está jamás completamente oscura, ni siquiera aquellas donde cae la noche. Cometí un error la primera vez que abrí un Espejo plateado. Lo provocó el lugar en el que lo colgué. Una criatura que creí bien encarcelada, una que ni siquiera pretendí liberar de la cárcel unseelie, escapó.
—¿Qué criatura? —quiero saber. Este hombre que parece sacado de un anuncio de Versace que anda y habla como un humano, no lo es. Es peor que alguien poseído por un gripper, uno de esos unseelie, delicados y bellos, que pueden meterse en la piel de una persona y ocupar su lugar. Él es fae en un cuerpo que jamás debería haber sido suyo. Es un asesino a sangre fría, responsable de masacrar miles de millones de humanos, cientos de miles de ellos en Dublín en una sola noche, sin pensarlo dos veces. Si existía una criatura en el gélido infierno unseelie que él nunca tuvo la intención de dejar suelto, quiero saber por qué, exactamente qué es y cómo puedo matarlo. Si a él le preocupa, a mí me aterroriza.
—Mira por dónde pisas, MacKayla.
Lo miro. No me va a responder. Presionarlo solo me haría parecer débil.
Hemos retomado la búsqueda. No está dispuesto a dejarme sola. No tengo prisa por estar sola otra vez. Sigo algo tocada por lo que me sucedió en el ala negra. Estaba absorta en mis recuerdos, y si Darroc no me hubiera arrastrado fuera, jamás habría escapado de allí.
Perseguir a Barrons, quizá no debí querer escapar. Recuerdo los huesos del Salón de Todos los Días. Pienso en la playa de Faery, donde estaba con Alina. Si entonces hubiera escogido quedarme con ella, ¿habría muerto al final de comer comida sin sustancia, de beber agua que no era más real que mi hermana?
¡Maldito Faery con sus ilusiones mortales!
Aparto de mi mente los recuerdos del sexo con el rey, con Barrons. Me distraigo con el odio hacia el hombre que mató a mi hermana.
«¿Era Alina feliz?» Vuelvo a tenerlo en la punta de la lengua.
—Mucho —me responde, y me doy cuenta de que no solo lo he dicho en voz alta, sino que parece que estaba esperando que se lo preguntara.
Me horroriza haber sido tan débil. Le he ofrecido a mi enemigo la oportunidad de mentirme.
—¡Mierda!
—Eres imposible. —El desdén se refleja en su bello rostro—. No se parecía en nada a ti. Era abierta. Su corazón no estaba sellado detrás de muros.
—¿Y eso de qué le sirvió? Está muerta.
Sigo mi camino, ofendida, a través de un pasillo de color amarillo brillante. Las ventanas abiertas muestran el tipo de día de verano que siempre nos gustó a Alina y a mí. ¡No puedo escapar de su fantasma! Aligero el paso.
Nos apresuramos a través de un vestíbulo verde menta, después a través de uno de color añil con puertas acristaladas que muestran una noche turbulenta y tormentosa, antes de girar en un camino de color rosa pálido, y allí está por fin: una impresionante entrada en forma de arco que da paso a un vestíbulo de mármol blanco. Más allá de la elegante entrada, unas ventanas se abren a un deslumbrante día de invierno, con árboles recubiertos de hielo que brillan como diamantes a la luz del sol.
Un sentimiento de paz me embriaga. He estado aquí en mis sueños. Me encantaba esta ala.
«Una vez, hace mucho tiempo en su propio mundo, los días soleados de primavera eran sus favoritos, pero ahora los días soleados de invierno le gustan mucho más. Es la metáfora perfecta para su amor.
La luz del sol sobre el hielo.
Ella le da calor a su hielo. Él enfría su fiebre».
—Me dijiste que Alina te llamó —dice Darroc a mí espalda—. Dijiste que lloraba al teléfono, que se estaba escondiendo de mí. ¿Hizo esa llamada el día que murió?
Me sobresalta, sacándome de mi ensoñación y, sin pensarlo, asiento.
—¿Qué te dijo exactamente?
Le echo una mirada por encima del hombro que dice, «¿De veras crees que te voy a decir eso?». Si alguien va a responder preguntas sobre ella, va a ser él respondiendo a las mías. Entro en el pasillo de mármol blanco.
Me sigue.
—Lo único que consigues al persistir en tu estúpida y errónea creencia de que yo maté a Alina es garantizar que jamás encontrarás a su verdadero asesino. Los humanos tenéis un animal que me recuerda a ti. El avestruz.
—No tengo la cabeza enterrada en la arena.
—No, la tienes enterrada en el culo —me dice bruscamente.
Me doy la vuelta hacia él.
Nos miramos y sus palabras me hacen pensar. ¿Soy una avestruz? ¿Me estoy negando a mí misma la oportunidad de vengar a mi hermana, porque estoy estancada en un bucle del que me niego a salir? ¿Voy a dejar que el verdadero asesino de mi hermana escape, solo porque no puedo ver más allá de mis ideas preconcebidas? Barrons ya me advirtió desde el principio que no asumiera tan despreocupadamente que Darroc era el asesino.
Se me tensa un músculo en la mandíbula. Cada vez que recuerdo algo sobre Barrons, odio más a Darroc por arrebatármelo. Pero recuerdo por qué estoy aquí y por qué no lo he matado todavía.
Para alcanzar mi objetivo necesito ciertas respuestas.
Lo observo con curiosidad. Posee las respuestas que yo quiero.
Y en el momento en que tenga el Libro en mis manos y cambie cosas, jamás tendré otra oportunidad para preguntar. Él se habrá ido. Le habré matado. Mi única oportunidad es aquí y ahora.
—Me dijo que iba a intentar regresar a casa pero tenía miedo de que tú no le dejaras abandonar el país. Me dijo que yo tenía que encontrar el Sinsar Dubh. Entonces pareció aterrorizada y dijo que tú te acercabas.
—¿Yo? ¿Te dijo mi nombre? ¿Te dijo «Darroc se acerca»?
—No hizo falta. Lo que me había explicado antes lo dejó bien claro.
—¿Y eso qué era? ¿Qué me incriminó tan definitivamente?
Todavía tengo su mensaje en la memoria. A veces sueño con él, palabra por palabra.
—Dijo: «Creí que me estaba ayudando, pero, joder, ¡no puedo creer que fuera tan estúpida! ¡Creí que le amaba y él es uno de ellos, Mac!». ¿Quién más podría ser? Sigues insistiendo en que ella te amaba. ¿Había alguien más con quien ella se relacionara y creyera que…?
—¡No! Yo era el único. Nunca habría buscado a otro. Se lo di todo.
—Entonces entiendes por qué creo que tú la mataste.
—No lo entiendo y yo no lo hice. ¡Tu débil lógica humana tiene agujeros más grandes que Cazadores!
—¿Quién más podía ser? ¿A quién más le tenía miedo?
Se da la vuelta y se acerca a una de las ventanas, donde se queda de pie mirando el resplandeciente día de invierno.
Árboles cubiertos de hielo brillan como si llevaran un baño de diamantes. Montones de nieve en polvo resplandecen a la luz del sol. Parece como si la escena desprendiera luz propia, como la concubina.
Pero dentro de mí solo hay oscuridad. Y noto cómo crece.
—¿Estás segura de que el día en que tuviste esta conversación con ella fue el día en que murió?
No fue una conversación, pero no se lo pienso decir.
—Aunque la policía no encontró su cuerpo hasta pasados dos días, estimaron que el momento de la muerte fue, más o menos, unas dos horas después de llamarme. La forense de Ashford dijo que cabía la posibilidad de que hubiera muerto, como mucho, entre ocho y diez horas después de hacer la llamada. Me dijo que era difícil estimar la hora exacta de la muerte debido al modo en que su cuerpo había sido atacado. —Me niego a decir «mordisqueado».
Todavía mirando a través de la ventana, dándome la espalda, me dice:
—La mañana después de dejarla, me siguió a la casa en LaRuhe.
Contengo la respiración. Estas son las palabras que he estado esperando oír desde el día en que identifiqué el cadáver de mi hermana. Saber qué fue lo que hizo el último día de su vida. Adónde fue. Cómo pudo llegar a un final tan amargo.
—¿Lo sabías? —quiero saber.
—Me alimento de unseelie.
Lo sabía. Por supuesto que lo sabía. La carne unseelie agudiza todos los sentidos, el oído, la vista, el gusto, el tacto. Es lo que la hace tan adictiva, y la súper fuerza es la guinda del pastel. Te sientes viva, increíblemente viva. Todo es más intenso.
—Habíamos estado toda la noche en la cama, follando…
—¡Eso ahórratelo, joder! —protesto.
—Crees que no sé lo que eso significa. Alina solía decirlo. Demasiada información. Te molesta saber de la pasión que tu hermana y yo compartimos.
—Me pone enferma.
Cuando se da la vuelta, su mirada es gélida.
—La hice feliz.
—No la mantuviste a salvo. Incluso si tú no la mataste, murió estando a tu cargo.
Se estremece casi imperceptiblemente.
Entonces pienso: «Genial, realmente genial, ha conseguido imitar esa emoción realmente bien».
—Pensé que estaba preparada. Creí que lo que sentía por mí sería capaz de ganar una de vuestras estúpidas batallas de moralidad humana. Me equivoqué.
—Así que te siguió. ¿Se enfrentó a ti?
Sacude la cabeza.
—Me vio a través de las ventanas en LaRuhe…
—Están tintadas de negro.
—Entonces no lo estaban. Eso lo hice más tarde. Vio mi encuentro con mi guardia unseelie y oyó nuestra conversación sobre la liberación de la Corte Oscura. Oyó que me llamaban lord Master. Cuando se fue mi guardia y estuve solo, esperé a ver qué iba a hacer, si iba a entrar, si iba a darnos una oportunidad. No lo hizo. Huyó y yo la seguí a cierta distancia. Pasó horas deambulando alrededor de Temple Bar, llorando bajo la lluvia. Esperé, le di espacio, tiempo para aclarar sus pensamientos. Los humanos no piensan tan rápido como los fae. Es increíble como tu especie ha podido apañárselas para…
—Ahórrame tus opiniones condescendientes y yo te ahorraré las mías —le interrumpo cabreada. No estoy de humor para escuchar cómo condena a mi raza. Su raza ya ha hecho eso. Miles de millones de muertos. Y todo por su insignificante guerra de poder.
Inclina la cabeza con autoridad.
—Más tarde, ese mismo día, fui a su apartamento. La encontré en su habitación, trepando por la ventana, en la salida de incendios.
—¿Lo ves? Tenía miedo de ti.
—Estaba aterrorizada y eso me puso furioso. No le había dado ningún motivo para tenerme miedo. La entré a rastras. Peleamos. Le dije que era humana, estúpida y diminuta. Me llamó «monstruo». Dijo que la había engañado y que todo era mentira. No lo era. Lo fue al principio, pero entonces ya no lo era. Podría haberla hecho mi reina. Se lo dije. Y que todavía podía hacerla mi reina. Pero no quería escucharme. Ni siquiera quería mirarme. Al final, me fui. Pero no la maté, MacKayla. Al igual que tú, no sé quién lo hizo.
—¿Quién destrozó su apartamento?
—Te he dicho que nos peleamos. Nuestra ira fue tan intensa como nuestra lujuria.
—¿Cogiste su diario?
—Fui a por él en cuanto supe que estaba muerta. No estaba allí. Cogí su álbum de fotos. Fue entonces, al encontrar su agenda, cuando descubrí que su «amigo» Mac era, en realidad, su hermana. Me mintió. Yo no era el único que jugaba a dos bandas. He vivido entre los tuyos suficiente tiempo como para saber que esto significa que, desde el principio, sabía que había algo en mí que no era lo que parecía. Pero me quería de todas formas. Creo que si no la hubieran matado, habría vuelto conmigo, me hubiera escogido por propia voluntad.
«Sí —pienso—, habría vuelto contigo. Con un arma en la mano, tal como haré yo.»
—Necesitaba saber si compartías sus talentos únicos. Si no hubieras llegado a Dublín cuando lo hiciste, hubiera hecho que te trajeran ante mí.
Asimilo eso y me pongo furiosa. Es realmente importante para mí saber el momento exacto en que mi vida empezó a ir mal. Sobre todo ahora.
Ese momento está mucho más atrás en el tiempo de lo que me pensaba.
En el momento en que Alina se fue a Dublín, ya no hubo esperanza de que mi vida terminara de ninguna otra manera. Los acontecimientos que me habían atrapado se habían puesto en marcha entonces. Habría emprendido el mismo camino, pero lo habría hecho a través de una puerta diferente. Si no hubiera desobedecido a mis padres y hubiera huido a Irlanda para investigar el asesinato de Alina, ¿habría enviado él a los Cazadores a buscarme? ¿A los príncipes? ¿Quizás habría enviado a las Sombras para devorar mi ciudad y hacerme salir?
De una forma u otra, habría terminado aquí, con él, en medio de este lío.
—Por tu hermana, me resistí a hacerte daño.
Estas palabras me dejan atónita, más que nada de lo que ha dicho hasta ahora. Me quedo de pie, medio atontada, mientras sus palabras resuenan en mi cabeza, dando rienda suelta a pensamientos contradictorios, y desterrándolos a un lugar donde ya no creen oposición. Sin previo aviso, mis convicciones cambian y se colocan en una nueva posición. Me sorprende dónde terminan, pero se han movido con tal lógica y simplicidad, que no puedo negar su veracidad.
A Darroc le importaba Alina.
Le creo.
Para mi propia satisfacción, siempre había habido algo que no había sido capaz de explicar: me preguntaba por qué Darroc no estuvo más agresivo, más rudo conmigo desde el principio. No tenía ningún sentido para mí. En sus esfuerzos por secuestrarme se había mostrado casi apático y me había ofrecido repetidamente la opción de ir con él por voluntad propia. ¿Qué tipo de villano destruye-mundos hacía eso? En realidad, no era lo que esperaba del asesino de mi hermana. Mallucé había sido mucho más mortífero, mucho más despiadado. De los dos, había estado mucho más aterrorizada del aspirante a vampiro que conocí al llegar.
La navaja de Occam; la explicación más simple que alberga todas las variables es seguramente la verdadera. Darroc se había resistido a hacerme daño por Alina. Se había contenido porque le importaba mi hermana.
Solamente me quedaba por descubrir cuánto le importaba y cuánto podría usar ese sentimiento contra él.
—Mi deferencia minó mis esfuerzos, y los Cazadores empezaron a cuestionarse mi convicción.
—Así que hiciste que me violaran y me convirtieran en priya —le digo con amargura. Qué rápido había pasado de la deferencia al asesinato, ya que convertirme en priya era casi equivalente a matarme. Hasta que Barrons me rescató, nadie antes se había escapado de la condición de esclavo del sexo fae. Morían por ello.
—Necesitaba afianzar mi posición. Y te perdí antes de tener la oportunidad de usarte.
—¿Quién era el cuarto, Darroc? ¿Por qué no me lo dices sin más? —Se había quedado allí, mirando mientras los príncipes unseelie me destruían. Me había visto desnuda en el suelo, indefensa, llorando. Me calmo imaginando las diferentes maneras en que podré matarlo cuando llegue el momento.
—Ya te lo he dicho, MacKayla, no había un cuarto. El último príncipe de la Corte de las Sombras creado por el rey fue el primer príncipe oscuro en morir. Cruce murió en la antigua batalla entre el rey y la reina. Algunos dicen que fue la mismísima reina quien lo mató.
—¿Cruce era el cuarto príncipe unseelie? —exclamo.
Él asiente. Entonces, frunce el ceño y añade:
—Si un cuarto ser estaba en la iglesia, ni mis príncipes ni yo fuimos capaces de verlo.
Parece tan inquieto como yo por esa idea.
—Te ofrecí repetidamente una alianza. Necesito el Libro. Tú puedes rastrearlo. Algunos creen que puedes acorralarlo. Otros creen que tú eres la cuarta piedra.
Me estremezco. Últimamente hay poco de lo que estoy segura, pero sobre esto apuesto todo lo que tengo.
—Yo no soy una piedra. —Estaba bastante segura de que V’lane tenía la cuarta y última.
—Las cosas fae cambian. Se convierten en otras cosas.
—La gente no cambia —me mofo—. Mírame. ¡No me han tallado de los acantilados del infierno unseelie! ¡Nací de una mujer humana!
—¿Sabes eso con seguridad? ¿Mis fuentes dicen que tú y Alina fuisteis adoptadas?
No digo nada, y me pregunto quiénes serán sus fuentes.
Se ríe.
—Nadie sabe lo que en realidad hizo el rey después de volverse loco. Quizás hizo que una de las piedras fuera diferente, para esconderla mejor.
—¡Las piedras no se convierten en personas!
—Eso es lo que el Sinsar Dubh está tratando de hacer.
Entrecierro los ojos. ¿Tenía Ryodan razón? ¿Esto es de lo que iba todo, el Libro haciéndose corpóreo, tomando la forma de un ser con percepciones? Era interesante que tanto él como Darroc pensaran esto, tal vez como si hubieran discutido sobre ello mientras urdían otros planes, ¡planes para matar a Barrons y quitarlo de en medio! Después de todo, fue Barrons quien me sacó de mi estado pri-ya, en el que podrían haberme usado con facilidad. Todo un coñazo para ellos.
—Pero las personas a las que controla siguen suicidándose —le replico.
—Porque el Libro no ha encontrado a nadie suficientemente fuerte para soportar la fusión.
—¿Qué quieres decir con «soportar la fusión»? ¿Me estás diciendo que la persona correcta podría coger el Sinsar Dubh sin suicidarse?
—Y controlarlo —dice con satisfacción.
Tomo aire bruscamente. Esta es la primera noticia que tengo de algo así. Y suena tan seguro de sí mismo, tan convincente.
—¿Usarlo en lugar de ser usado?
Asiente.
No me lo puedo creer.
—¿Solamente cogerlo y abrirlo? ¿Sin daño, sin trampa?
—Lo absorbes. Todo el poder.
—¿Cómo? ¿Quién es esta persona correcta? —exijo saber—. ¿Era yo? ¿Por eso podía rastrearlo? ¿Por eso todo el mundo iba detrás de mí?
Me sonríe de forma burlona.
—Ay, humano insignificante, qué delirios de grandeza que padeces. No, MacKayla. Nunca has sido tú.
—¿Entonces quién?
—Yo soy el elegido.
Lo miro fijamente. ¿Es él? Lo miro de arriba abajo. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué es lo que sabe él que no sepa yo y que Barrons tampoco supiera?
—¿Qué es lo que tienes que te hace tan especial?
Se ríe y me mira como queriendo decir: «¿Realmente crees que te voy a decir eso?».
—Pero ya te lo he dicho todo. He respondido a tus preguntas.
—Preguntas triviales.
Entrecierro los ojos.
—Si sabes cómo fusionarte con él, ¿por qué insististe para que llevara las piedras al túnel cuando tuviste a mis padres cautivos?
—Se dice que las piedras lo pueden inmovilizar. No he tenido demasiado éxito acercándome a él. Si no puedo estar cerca de él por mí mismo, puede que necesite usarlas. Necesito que tú lo rastrees y que las piedras lo acorralen, yo puedo hacer el resto.
—¿Es porque comes unseelie? ¿Por eso puedes hacerlo? —Puedo trocear, cortar en lonchas y devorar como cualquiera de ellos. Mirad como se atiborra Mac.
—Poco probable.
—¿Es algo que eres? ¿Algo que hiciste? ¿Algo que sabes cómo hacer? —Oigo la desesperación en mi voz y eso me horroriza. Quizá sepa cómo eludir la total absurdidad de obtener la cuarta piedra de V’lane, reunir a los cinco druidas (Barrons parecía muy seguro de que uno de ellos era Christian, quien sigue perdido en los Espejos), descifrar la profecía y llevar a cabo algún tipo de complicada ceremonia. ¡Quiero saber qué es! Si hay algún tipo de atajo, alguna posibilidad de que pueda alcanzar mi objetivo en cuestión de horas o días en lugar de intentar vivir durante agonizantes semanas o incluso meses, ¡lo quiero! Cuanto menos tiempo tenga que pasar en esta realidad infernal, mejor.
—Mírate, MacKayla, toda sonrojada y brillante, salivando ante la idea de fusionarte con el Libro. —Las motas doradas de sus ojos vuelven a brillar.
Conocía esa mirada en la cara de cualquier hombre.
—Tan semejante a Alina, —murmura— y tan diferente a ella.
Es una diferencia que solo él parece apreciar.
—¿Y qué hay de ti? ¿Por qué serás capaz tú de fusionarte con él? —quiero saber—. ¡Dímelo!
—Encuentra el Libro, MacKayla, y te lo mostraré.
Cuando finalmente dimos con la sala del Espejo plateado, es tal como Darroc la había descrito: sin muebles, salvo un espejo, de metro y medio por tres metros.
Parece como si el espejo hubiera sido insertado perfectamente en el material del que estaban hechas las paredes de la Casa.
Pero mi mente no está por el Espejo en absoluto. Todavía me estoy recuperando de lo que Darroc me ha dicho.
Otra pieza del rompecabezas que me ha estado dando problemas finalmente encaja. Su determinación por conseguir el Libro me ha dejado perpleja, incluso cuando ninguno de los dos sabía cómo tocarlo, moverlo, acorralarlo, hacer cualquier puta cosa con él. Sin ser controlados, sin volvernos malvados, muriendo al final, después de haber sido forzados a matar a todo el mundo a nuestro alrededor.
Juntamente con las preguntas sobre por qué Darroc no había sido más rudo, me preguntaba por qué le había estado dando caza si jamás habría sido capaz de usarlo, cuando incluso Barrons y yo habíamos tenido que admitir que perseguir la cosa era inútil.
Sin embargo, Darroc nunca se había rendido. Sus unseelie seguían registrando Dublín buscándolo incesantemente. Todo el tiempo que estuve tambaleándome en la oscuridad, intentando descubrir a las cuatro, y a los cinco, y la profecía, Darroc había seguido un camino mucho más fácil.
Conocía un modo de fusionarse con el Sinsar Dubh, ¡y controlarlo!
No tengo ninguna duda de que Darroc dice la verdad. No tengo ni idea de cómo o de dónde obtiene su información, pero, sin ningún lugar a dudas, conoce un modo de usar el Sinsar Dubh sin ser corrompido.
¡Necesito esos conocimientos!
Lo observo con los ojos entrecerrados. Ya no tengo ninguna prisa por matarlo. De hecho, a estas alturas, mataría por proteger al cabrón.
Redefino mi misión mentalmente. No necesito la profecía, las piedras ni a los Druidas. Tampoco necesitaré aliarme con V’lane en el futuro.
Solo necesito una cosa: descubrir el secreto de Darroc.
Una vez que lo conozca, puedo acorralar el Libro por mí misma. No tengo problemas para acercarme a él. Le gusta jugar conmigo.
Me es difícil contener la agitación, y mis manos tiemblan. Intentar cumplir las absurdas condiciones de la profecía me habría llevado toda la eternidad. Podría lograr llevar a cabo mi nuevo plan en cuestión de días, y traer un final rápido a mi dolor.
—¿Por qué trajiste unseelie a través del dolmen del almacén en LaRuhe cuando tenías un Espejo que podrías haber usado en su lugar? —Uso preguntas simples para calmarlo. Para que baje la guardia. Entonces dejaré caer una cuestión importante con disimulo. Como la mayoría de los «hombres que podrían ser reyes», le gusta escucharse a sí mismo.
—Los unseelie de las castas bajas se distraen con cualquier cosa de la que se puedan alimentar. Necesitaba un viaje corto, vacío de vidas, a través del cual pudiera arriarlos. Nunca los hubiera dejado salir de este mundo y dejarlos entrar en el tuyo. Además, muchos de ellos no habrían cabido por una entrada tan pequeña.
Recuerdo la horda de unseelie, algunos esqueléticos y diminutos, otros gordos y enormes. Eso fue lo que pasó a través del gigantesco dolmen la noche en que alcancé a ver brevemente al lord Master con sus vestiduras color carmesí y cuando descubrí, para mi horror, que era el novio de mi hermana. La noche en que Mallucé casi me mató y lo hubiera hecho si Barrons no hubiera aparecido milagrosamente y me hubiera salvado. Intento eludir el recuerdo, pero es demasiado tarde.
Estoy en el almacén, atrapada entre Darroc y Mallucé…
Barrons se deja caer a mi lado, con aquel largo abrigo negro ondeando.
«Eso fue estúpido, señorita Lane —me dice, con esa sonrisa burlona tan típica en él—. Habrían descubierto quién eras tarde o temprano.»
Luchamos con Darroc y sus secuaces. Mallucé me hiere gravemente. Barrons me lleva de nuevo a su tienda, donde me cura. Es la primera vez que me besa. Nunca antes había sentido nada igual.
Una vez más me salvó, ¿y qué hice yo cuando él me necesitó?
Matarlo.
El grito silencioso ha vuelto, naciendo de mi interior. Uso toda la fuerza que poseo para no dejarlo salir.
Me tambaleo.
Darroc me agarra por el brazo y me estabiliza.
Me deshago de él.
—Estoy bien. Tengo hambre, eso es todo. —No estoy bien. Mi cuerpo se ha apagado—. Salgamos de aquí. —Me dirijo hacia el Espejo. Espero encontrar cierta resistencia ya que, en el pasado, siempre la he encontrado al entrar en un Espejo, así que bajo la cabeza y avanzo un poco. La superficie plateada es gruesa, pegajosa.
Aparezco al otro lado, precipitándome al suelo. Me pongo de pie con dificultad y me doy la vuelta hacia él, mientras se desliza desde el espejo con una delicada elegancia.
—¿Qué has hecho? ¿Empujarme?
—Yo no he hecho tal cosa. Quizás es el modo que tiene el Espejo de desear «buen viaje» a las piedras. —Se burla.
No había considerado el efecto que podrían tener. Están a buen recaudo metidas en la bolsa de cuero cubierta de suciedad que tenía en mi mochila, me había olvidado de ellas. Parece que mis sentidos sidhe no funcionan dentro de los Espejos. No siento su frío, su fuego oscuro en el centro de mi cerebro.
Él sonríe con satisfacción.
—O puede que te estén deseando buen viaje a ti, MacKayla. Dámelas. Las llevaré para atravesar el siguiente Espejo y veremos lo que te pasa entonces.
¿El siguiente Espejo? Es entonces cuando comprendo que no estamos en Dublín, sino que estamos en otra sala blanca que tiene diez espejos colgados de las paredes. Se lo ha puesto difícil a cualquiera que quiera seguirlo. Me pregunto adónde llevarán los otros nueve.
—Como si eso fuera a ocurrir. —Murmuro. Me ajusto la mochila y me preparo.
—No lo quieres saber. ¿Eres un ser humano o eres una piedra? —me reta—. Si las llevo yo, y el espejo te expulsa con la misma fuerza otra vez, tendremos nuestra respuesta.
No soy una piedra.
—Dime qué espejo lleva a Dublín.
—El cuarto por la izquierda.
Me cuelo por él, pero esta vez lo hago con más cautela, no estoy de humor para caerme otra vez. Este Espejo es extraño. Me lleva hacia un largo túnel en el que atravieso una pared de ladrillos tras otra, como si hubiera apilado Tabh’rs, como el que estaba dentro de un cactus en el desierto de Christian, con la diferencia de que este está camuflado en paredes de ladrillos.
Pero ¿dónde?
Alcanzo a ver una calle de noche a través del siguiente Espejo y me sacude una brisa fría. Entonces me veo lanzada a través del callejón adoquinado tan fuerte contra una pared de ladrillos que quedo aturdida. Esta es sólida e impenetrable.
Conocería mi ciudad con los ojos vendados. Estamos otra vez en Dublín. Me pego a la pared, decidida a mantenerme en pie. Hoy ya he estado demasiado tirada por el suelo.
Puede que las piernas me tiemblen al mantenerme de pie, pero por suerte estoy así cuando mis sentidos sidhe vuelven con fuerza, como si se despertaran después del largo y resentido sueño forzoso de estar en los Espejos. Una energía extraña se abre paso a la fuerza en mi cerebro. La ciudad está llena de fae.
Los Objetos de Poder y los fae solían hacer que se me revolviera el estómago, pero la exposición continua a ellos me ha cambiado. Su presencia ya no me incapacita. Ahora solamente siento un oscuro e intenso subidón de adrenalina. Debido a la falta de comida y sueño tiemblo bastante. No me importa dónde están los unseelie, y no pienso ponerme a buscar el Libro. Cierro los ojos y me concentro en bajar mi «volumen» hasta dejarlo en silencio.
Entonces, los brazos de Darroc me rodean, atrayéndome hacia él, sosteniéndome. Por un momento, olvido quién soy, lo que siento, lo que he perdido. Solo sé que unos brazos fuertes me sostienen.
Huelo Dublín.
Estoy en los brazos de un hombre.
Me da la vuelta, deja caer su cabeza junto a la mía, me sujeta como si me estuviera protegiendo y, por un momento, finjo que es Barrons.
Presiona sus labios contra mi oreja.
—Dijiste que éramos amigos, MacKayla —murmura—, pero no veo nada de eso en tus ojos. Si te entregas a mí, si te entregas completamente, jamás, ¿cómo lo dijiste?, te dejaré morir estando a mi cargo. Sé que estás enfadada por lo de tu hermana, pero juntos podríamos cambiarlo… o no, como tú quieras. Tienes cosas que te ligan a tu mundo pero ¿no serías capaz de encontrar un lugar para ti en el mío? Tú te pareces aún menos a otros humanos que Alina. Tú no perteneces a este lugar. Nunca has pertenecido. Tú estás hecha para hacer mucho más. —Su melodiosa voz se hace más grave, más seductora—. ¿No lo sientes? ¿No lo has sentido siempre? Eres… mejor que otros de tu raza. Abre los ojos. Mira a tu alrededor. ¿Vale la pena luchar por estos humanos insignificantes, que se reproducen sin parar y que están en guerra constante? ¿Vale la pena morir por ellos? ¿O te atreverías a paladear la infinitud? La eternidad. Libertad absoluta. Caminar entre otros que también son más importantes que simples mortales.
Coloca sus manos bajo mi cabeza, como si acunara mi cara. Sus labios me rozan la oreja. Su aliento es áspero, superficial y rápido, y siento su dura presión en mi muslo. Mi propia respiración se acelera.
Vuelvo a fingir que es Barrons y, de repente, lo siento como Barrons, pero lucho para mantener clara la cabeza. Las imágenes pasan fugazmente por mi mente, aquellas horas increíbles y largas que pasamos en una cama empapada de sexo.
Huelo a Barrons en mi piel, lo saboreo en mis labios. Lo recuerdo. Jamás lo olvidaré. Los recuerdos son tan reales. Juraría que podría alcanzar y tocar aquellas sábanas de seda color carmesí.
«Se estira en la cama, un hombre como una oscura montaña tatuada, los brazos cruzados tras la cabeza, mirándome mientras bailo desnuda.»
Manfred Mann hace sonar una vieja canción de Bruce Springsteen en mi iPod: «I came for you, for you, I came for you…».
Lo hizo. Y lo maté.
Daría mi brazo derecho por estar allí otra vez, solamente un día. Vivirlo otra vez. Tocarlo otra vez. Oír esos sonidos que hace. Sonreírle. Ser dulce. No tener miedo de ser dulce. La vida es tan frágil, tan exquisita y tan corta. ¿Por qué sigo dándome cuenta de que es demasiado tarde?
La marca bajo mi cráneo arde, pero no puedo decir si es la marca de Darroc lo que calienta mi cuero cabelludo o si es la marca de Barrons la que me quema porque Darroc la está tocando.
—Abandona tu promesa de derrotarme y destruirme, MacKayla —susurra en mi oído—. Ah, sí, lo veo en tus ojos cada vez que me miras. Tendría que estar ciego para no verlo. He vivido durante cientos de miles de años en la Corte de las Grandes Ilusiones. No puedes engañarme. Termina con tu inútil búsqueda de venganza, con la que solo lograrás destruirte a ti misma, no a mí. Deja que te haga crecer, que te enseñe a volar. Te lo daré todo. Y tú no perderás nada. Es un error que no volveré a cometer otra vez. Si vienes conmigo sabiendo lo que soy, no hay nada que temer, no habrá recelo entre nosotros. Acepta mi beso, MacKayla. Acepta mi oferta. Vive conmigo. Para siempre.
Sus labios se apartan de mi oreja; reparte besos a lo largo de mi mejilla. Pero se para y espera a que yo gire mi cabeza esos últimos milímetros. Para escoger.
Me decantaría por vomitar todo mi odio sobre él. ¡Afirma tener sentimientos hacia mi hermana y trata de seducirme a mí también! ¿Puede traicionar tan fácilmente lo que sintió por Alina? Le odio por seducirla. Le odio por no ser fiel a su recuerdo.
Barrons no hubiera llamado «útil» ninguna de esas emociones. Tengo que honrar su memoria. Dos fantasmas a los que traer de nuevo a la vida.
Me centro en el aquí y en el ahora. Lo que se puede usar. Lo que no.
Por encima de su hombro veo dónde estamos. Si pudiera sentir algo, me doblaría de dolor.
Inteligente, muy inteligente el antiguo fae. El muy cabrón.
Estamos en el callejón, en la esquina oblicua entre Barrons, Libros y Curiosidades. Escondió un Espejo en la pared de ladrillos del primer edificio de la Zona Oscura, justo enfrente de mi librería.
Estaba justo allí, todo este tiempo. En el patio de atrás. Siempre me había estado vigilando. Vigilándonos.
La última vez que estuve aquí, aunque pensaba que me marchaba para meterme directamente en una trampa, había optimismo en mi andar. Barrons me acababa de decir que cuando volviera, con Darroc muerto y mis padres vivos, me iba a dar la librería, con escrituras y todo.
No tuve ninguna duda de que iba a tener esa escritura. Fui tan chula, tan segura de mí misma.
Darroc me observa cuidadosamente.
Los juegos aquí son profundamente traicioneros. Siempre lo han sido. Es solo que nunca vi las cosas como las veo ahora.
Ha apelado a mi odio hacia él y ha hecho algo que, probablemente, solo un ser que hubiera sido fae durante una pequeña eternidad podría hacer, lo ha aceptado y me ha ofrecido el perdón absoluto. Lo que me ha propuesto va más allá de simples arreglos comerciales, y espera mi respuesta. Comprendo su juego. Ha estudiado mi raza desde su fría y analítica mente fae y nos conoce muy bien.
Si acepto intimar con él, me expongo de dos maneras: físicamente porque me acerco lo suficiente a él como para que pueda hacerme daño; y emocionalmente porque corro el riesgo que corre cualquier mujer cuando intima con un hombre: donde va el cuerpo, intenta seguirlo un trocito del corazón.
Afortunadamente para mí, ya no me queda corazón. En ese sentido estoy a salvo. Y he aumentado en dureza y puedo herir.
Mis fantasmas se susurran entre sí a través de mí, pero no puedo oírlos. Solo hay una manera de volver a oírlos otra vez.
Giro la cabeza para recibir el beso de Darroc.
Mientras sus labios se cierran sobre los míos, la dualidad que tengo en mi interior amenaza con partirme en dos, y si lo consigue, perderé la mejor opción de cumplir mi misión.
Hiero.
Necesito ser castigada por mis pecados.
Entierro mis manos en sus cabellos y canalizo todos esos sentimientos en pasión, los vierto en mis caricias, lo beso con dureza, violentamente, con sentimientos explosivos. Damos la vuelta y lo estampo contra la pared, besándolo como si solo existiera él, besándolo con toda mi humanidad en pleno. Es una cosa que un fae, no importa la forma que tome, no podrá sentir jamás: la humanidad. Por eso ansían tenernos en la cama.
Mis ojos se vuelven salvajes. Lo que siento en mi interior me aterroriza, solamente espero poder aguantar en el borde del acantilado en el que me encuentro. Hago un ruido de impaciencia, humedezco mis labios, le empujo.
—Más —le exijo.
Cuando vuelve a besarme, la última parte que podía sostenerme, muere en mi interior.