28
En ese momento, justo antes de que pudiera ver lo que había en la cresta, me sobrevino un recuerdo final que llevaba tiempo suprimiendo, como un último intento desesperado de esconder la cabeza y echar a correr.
Estuvo a punto de funcionar.
Una vez coronada la cima, habría un ataúd cincelado en el hielo del mismo color negro azulado con el que habían sido talladas las cuatro piedras, en el centro de una tarima cubierta de nieve rodeada de acantilados.
Soplaba una escalofriante y gélida brisa que me despeinó. Permanecería inmóvil, pensativa, antes de acercarme al sepulcro.
La tapa estaría tallada con símbolos antiguos. Pondría las manos en las runas en la posición de las diez y las dos, deslizaría la tapa y miraría en su interior.
Y gritaría.
Me tambaleé.
Cerré los ojos pero, por mucho que lo intentaba, no lograba ver lo que había dentro del ataúd y me había hecho gritar. Al parecer, iba a tener que llevar a cabo esa acción para saber cómo terminaba mi pesadilla.
Enderecé la espalda, me dirigí a la parte superior y me detuve, sorprendida.
Allí estaba la tumba de hielo, tallada y decorada, tal como la imaginaba. Ciertamente no parecía lo bastante grande para acomodar al rey.
Pero ¿quién era él?
Era un giro inesperado. En todas mis pesadillas, nunca había habido nadie más salvo yo y quienquiera que estuviera dentro de esa tumba.
Alto, muy bien formado, blanco y liso como el mármol, con el pelo negro y largo, estaba sentado en un banco de nieve al lado del ataúd, con el rostro entre las manos.
Me quedé en la parte superior de la cima, mirando. El viento soplaba entre los altos acantilados y me enredaba el pelo. ¿Era él un residuo también? ¿Un mero recuerdo? Nada de eso era borroso y semitransparente.
¿Era mi rey?
Tan pronto como pensé la pregunta, supe que no lo era.
Entonces, ¿quién era?
Lo que pude ver de su piel de marfil —una mano en la mejilla y un brazo blanco y fuerte—estaba cubierta de formas y símbolos oscuros.
¿Era posible que hubiese cinco príncipes unseelie? Este no era uno de los tres que me habían violado y no tenía alas, lo que significaba que tampoco era Guerra/Cruce.
¿Quién diantres era?
—Ya era hora, joder —me dijo por encima del hombro, sin darse la vuelta siquiera—. Llevo semanas esperando.
Me estremecí. Había usado un tono terrible y aunque mi mente lo entendía, mis oídos nunca se acostumbrarían a él. Sin embargo, no fue solo por eso que me estremecí. También necesitaba romper el hielo. Pero sobre todo, se debió al horror de saber por fin a quién estaba mirando.
—Christian MacKeltar —dije, e hice una mueca. Hablaba la lengua de mis enemigos, un idioma que nunca había aprendido, con una boca incapaz de darle forma. No podría volver a mi lado del espejo lo bastante deprisa—. ¿Eres tú?
—De carne y hueso, muchacha. Bueno… en mayor parte.
No estaba segura de si quería decir que era en mayor parte él o en mayor parte carne. No se lo pregunté.
Levantó la cabeza y me lanzó una mirada salvaje por encima del hombro. Era hermoso. Sus ojos eran completamente negros. Parpadeó y entonces volvió a aparecer el blanco en sus ojos.
En otra vida, habría enloquecido por Christian MacKeltar. O por lo menos me hubiera vuelto loca por aquel Christian que conocí en Dublín. Era tan distinto ahora que, si no hubiera hablado conmigo, no sé cuánto hubiese tardado en averiguar quién era. El guapo estudiante de cuerpo escultural, corazón druida y sonrisa arrebatadora había desaparecido. Mientras observaba las formas y los símbolos que se le movían bajo la piel, me pregunté: ¿Si no estuviéramos dentro de la prisión que absorbía el color de cualquier cosa, sus tatuajes serían negros o caleidoscópicos?
Me quedé inmóvil demasiado tiempo y de repente, me vi mirándolo fijamente a través de una fina capa de hielo. Él estaba sentado sin moverse y no estaba cubierto de hielo. ¿Por qué? Y luego estaba esa camisa de manga corta que llevaba. ¿No tenía frío? Cuando lo rompí, él habló.
—La mayoría de lo que sucede aquí está en tu mente. Cualquier cosa que te permitas sentir se intensifica. —Esas palabras eran como unas oscuras campanas que martilleaban en un xilófono doblado. Me estremecí. Capté un acento escocés y un elemento de humanidad en esa inhumana lengua que lo hacía aún más inquietante.
—Quieres decir que si no pienso en helarme, ¿este pensamiento no se realizará? —pregunté. Le hizo ruido el estómago y de repente me quedé helada con una capa gruesa de glaseado azul.
—Ahora has pensado en comida, ¿verdad? —La hilaridad aligeraba el deje tubular de su voz, haciéndola un poco más soportable. Se puso de pie, pero no hizo ningún amago de acercarse a mí—. Descubrirás que aquí te pasará a menudo.
Entonces pensé en cambiar el glaseado por hielo derretido. Así de simple. Di un paso y se hizo añicos sobre mi piel.
—¿Significa esto que si pienso en una playa tropical…?
—No. La estructura de este lugar es lo que es. Puedes hacer que sea peor, pero nunca mejor. Solo puedes destruir, no crear. Eso fue un poco de maldad añadida por parte de la reina. Me imagino que no es glaseado lo que tenías encima sino copos de hielo batidos con entrañas… algo que seguramente es mejor que no mires demasiado de cerca.
Eché un vistazo al sepulcro. No pude evitarlo. Se alzaba amenazador, oscuro y silencioso; era el hombre del saco de veinte años de malos sueños. Había intentado ignorarlo pero no pude. Me roía la conciencia.
Me detendría junto a él.
Lo abriría, miraría en su interior y gritaría.
Cierto. No tenía prisa para hacerlo.
Miré a Christian de nuevo. ¿Qué estaba haciendo aquí? Lo que fuese que me había traído a este lugar había consumido todas las horas de mis noches la mayor parte de mi vida. Tenía derecho a unos minutos para mí antes de que sucediese lo que estuviese destinado a suceder.
Si ese era mi destino, por supuesto.
No se me escapaba que había encontrado exactamente lo que necesitaba. ¡Qué suerte encontrar al quinto de los cinco druidas necesarios para realizar el ritual aquí, al lado de lo que fuera lo me habían traído!
Lástima que ya no crea en la suerte.
Me sentí manipulada. Pero ¿por quién y por qué?
—¿Qué te ha pasado?
—le pregunté. —¿Qué me ha pasado? —Su risa sonaba a puntas de metal arañando unas campanas de pizarra—. Has sido tú, muchacha. Tú has pasado. Me diste de comer carne unseelie.
Me quedé horrorizada. ¿Esto era lo que la alimentación con fae oscuros le había provocado? Cualquier transformación que Christian hubiera comenzado en ese mundo donde habíamos secado la ropa en el lago había continuado a una velocidad vertiginosa.
Parecía mitad humano, mitad fae, y en este lugar de sombras y hielo, se inclinaba más hacia los unseelie que a sus hermanos de luz. Con unos pocos retoques, parecería uno de los príncipes. Me mordí el labio. ¿Qué podía decir? «¿Lo siento? ¿Te duele? ¿Te estás convirtiendo en un monstruo por dentro, también?» Quizá tendría mejor aspecto cuando volviera a estar en el mundo real, donde había otros colores además de negro, blanco y azul.
Me dio una versión más oscura de esa sonrisa arrebatadora: unos dientes blancos que contrastaban con los labios de cobalto en un rostro blanco como el mármol.
—Tu corazón llora por mí. Lo veo en tus ojos —se burló. La sonrisa se desvaneció pero la hostilidad en su mirada aumentó—. Así es. Estoy empezando a parecerme a ellos, ¿verdad? No hay espejos por aquí. No sé qué cara tengo y me parece que no quiero saberlo tampoco.
—¿Comer unseelie te hizo esto? No lo entiendo. Yo también he comido unseelie. Lo mismo hicieron Mallucé y Darroc, Fiona y O’Bannion. También está Jayne y sus hombres. Nada de esto me ha pasado a mí o a ninguno de ellos.
—Creo que empezó el día de Halloween. No estaba demasiado bien protegido. —La sonrisa se transformó de arrebatadora a homicida—. La culpa de eso la tiene tu Barrons. Veamos quién es el mejor druida ahora. Vamos a tener unas palabritas cuando nos volvamos a encontrar.
Por la expresión de ese blanco rostro cincelado, dudé de que fueran palabras.
—¿Fue Jericho quién te tatuó?
Levantó una ceja.
—¿Así que ahora es «Jericho»? No, mis tíos Dageus y Cian hicieron el trabajillo, pero él tendría que haberlo revisado al terminar y no lo hizo. Me dejó entrar en el ritual sin protección.
—¿Y cómo habrían reaccionado tus tíos si lo hubiera intentado? —Defenderle era algo instintivo.
—Aun así debería haberlo hecho. Sabía más de las runas de protección que nosotros. Su conocimiento es más antiguo que el nuestro, lo que es inconcebible para mí.
—¿Qué sucedió aquella noche en las piedras, Christian? —Ni él ni Barrons me lo habían contado nunca.
Se frotó la cara con una mano y notó la aspereza de la barba de color negro azulado.
—Supongo que no importa quién lo sepa ahora. Pensé en ocultar mi vergüenza, pero parece que al final la lleve en la cara.
Empezó a caminar lentamente en círculos alrededor del ataúd negro; el hielo se desmenuzaba bajo sus botas. El camino estaba desgastado. Llevaba bastante tiempo aquí.
Traté de concentrarme en él, pero la mirada se me iba a la tumba aunque no quisiera. El hielo era grueso pero pude ver una forma a través de los laterales helados. La tapa era más delgada que el resto del ataúd.
¿Lo que veía a través del humo del hielo era la borrosa silueta de un rostro?
Dirigí mi mirada al pálido rostro de Christian.
—¿Y?
—Tratamos de convocar al antiguo dios del Draghar, una secta de brujos oscuros. Lo adoraban mucho antes de que los fae llegaran a la ciudad. Era nuestra única esperanza para contrarrestar la magia de Darroc. Logramos invocarlo. Sentí que cobraba vida. Las increíbles piedras que lo anclaban en las profundidades de la tierra se deshicieron. —Hizo una pausa, dejando que el eco de sus palabras rebotara en las paredes con cada vez menos decibelios hasta que las heladas montañas callaron—. Vino a por mí. Directamente a mí. Llegó disparando a por mi alma. ¿Alguna vez jugaste a ver quién se acobarda antes, Mac?
Sacudí la cabeza.
—Pues perdí. Es un milagro que no diezmara a Barrons. Sentí la explosión que me pasó por dentro y luego dentro de él. Después… desapareció.
—Entonces, ¿por qué es responsable de lo que te está pasando?
—Me tocó. —Puso cara de asco—. Eso… No quiero hablar de eso. Entonces me diste la sangre de los fae oscuros y eso, junto con los tres años que llevo aquí…
—¿Tres años? —Las palabras explotaron en mi interior con una cacofonía de voces tan disonante que me sorprendió que no iniciaran una avalancha—. ¿Llevas tres años en la cárcel unseelie?
—No, llevo en este lugar unas pocas semanas. Pero hace tres años que estoy en los Espejos por mi cuenta.
—¡Pero ha pasado menos de un mes en el exterior desde que te vi por última vez!
—Así que pasa más rápido para mí aquí dentro —murmuró.
—Que es exactamente lo contrario de lo que suele ocurrir. Por lo general unas cuantas horas aquí son días allí fuera.
Se encogió de hombros. Los músculos y tatuajes ondularon.
—Las cosas no parecen estar funcionando bien por aquí. Me he vuelto un poco impredecible. —Sonrió algo tenso. Sus ojos volvían a ser completamente negros.
Tenía una disculpa en la punta de la lengua, pero estaba siendo más pragmática de lo que solía ser y ya empezaba a cansarme de que me culparan de las cosas.
—Cuando te encontré en ese desierto, te estabas muriendo. ¿Hubieras preferido que te enterrara en los Espejos Plateados?
Se le curvaron las comisuras de los labios.
—Sí, ahí está el problema, ¿no? Me alegro de estar vivo. Y no tienes ni idea de lo que esto me provoca. Solía ser parte de un clan que protegía contra los fae, respetaba el Pacto y mantenía la tregua entre nosotros y ellos. Ahora me estoy convirtiendo en uno de esos hijos de puta. Antes pensaba que los Keltar eran los buenos pero ahora ya no creo que haya buenos.
—Será mejor que sean de los buenos. Necesito a los cinco para realizar el ritual. —Miré el ataúd otra vez. Sacudí la cabeza y miré hacia otro lado. Suponiendo que saliese de aquí con la salud mental y mi vida intactas.
—Mira por ti misma y decide. Yo encajaré con ellos a la perfección. Tío Dageus una vez se abrió a trece de los druidas más malvados que jamás hayan existido y no los puedo exorcizar por completo.
Así que Dageus era el «habitado y poseído» que mencionaba la profecía.
—Y el tío Cian quedó atrapado en un Espejo durante casi mil años, como si no fuera lo bastante bruto ya. Él cree que todo poder es bueno y haría todo lo necesario con el fin de que su esposa y él vivan felices. Y luego esta Da, que no te será útil. Él miró a los dos cuando se presentaron y juró que dejaría las artes Druidas para siempre.
—Eso es inaceptable —le dije rotundamente—. Os necesito a los cinco.
—Pues que tengas buena suerte.
Nos miramos en silencio. Al rato, esbozó una sonrisa.
—Sabía que alguien vendría pero no esperaba que fueses tú. Pensaba que mis tíos encontrarían este lugar, así que era mejor que yo me quedara por aquí cerca. De todos modos, no conseguía encontrar la salida.
—¿Qué has estado comiendo?
—Lo mismo que respiramos. Es parte del infierno. Sin comida ni pan. Pero el hambre, ay, el hambre nunca desaparece. Y el estómago no deja de hacer ruido. El problema es que no mueres de eso. Y el sexo. Ay, ¡la necesidad! —La mirada que me lanzó me hizo estremecer. No era tan insondable como la de un príncipe, pero tampoco era humana—. Este lugar te despierta la lujuria pero no te puedes masturbar. No consigues nada con ello, solo más lujuria. He perdido varios días en ese sitio y he estado a punto de perder la cabeza. Si tú y yo tuviésemos sexo…
—Gracias, pero no —le dije rápidamente. Mi vida ya era demasiado complicada y aunque no lo fuera, este tampoco era el lugar que elegiría para complicarla más.
—Ya imaginaba que no funcionaría de todos modos —zanjó él, secamente—. ¿Tan repugnante soy, muchacha?
—Solo un poco… espeluznante.
Él miró hacia otro lado.
—Pero sigues siendo condenadamente atractivo —agregué. Él volvió a mirarme y me devolvió una sonrisa—. Ese es el Christian que conozco —intenté bromear—. Todavía estás ahí dentro.
—Cuando salga del Espejo, espero no ser así. No pienso ser así.
Entonces éramos dos los que esperábamos que las cosas volviesen a la normalidad, a toda prisa, una vez dejáramos atrás este lugar.
Eché un vistazo al sepulcro. Iba a tener que abrirlo en algún momento. Hacerle frente y terminar con todo. ¿Era el rey? ¿Me aterrorizaría? ¿Por qué? ¿Qué habría ahí que me hiciera gritar?
Él siguió mi mirada.
—Pues ahora ya sabes por qué estoy aquí sentado. ¿Por qué estás tú aquí? ¿Cómo encontraste este lugar?
—Llevo soñando con él todas las noches desde que era niña, como si estuviera programada para venir aquí.
Se le torció la boca.
—Sí, ella hace esas cosas. Nos jode.
—¿Ella? ¿Quién?
Él señaló el ataúd con la cabeza.
—La reina.
Parpadeé, incrédula.
—¿Qué reina? —Esto no tenía ningún sentido.
—Aoibheal, reina de los seelie.
—¿Es ella quien está en el ataúd?
—¿A quién esperabas encontrar?
Todas las dudas se disiparon, me moví a un lado de la tumba y me quedé mirando a través de la tapa. Bajo el humo del hielo y las runas, alcancé a ver algo de piel pálida, pelo dorado y una leve forma.
—Tenemos que sacarla de aquí y rápido —dijo—. Si aún sigue viva. No puedo estar seguro a través del hielo. He intentado abrirla pero no se mueve siquiera. En un par de ocasiones pensé que se movía. Una vez juro que emitió un sonido.
Apenas le oía. ¿Por qué estaba la reina precisamente aquí, de entre todos los lugares posibles? V’lane dijo que la mantenía a salvo en Faery.
V’lane había mentido.
¿Sobre qué más había mentido?
¿La había traído él hasta aquí? En caso contrario, ¿quién lo había hecho? ¿Por qué? ¿Y por qué me hará gritar al abrir la tapa? Me aparté el pelo de la cara con ambas manos y tiré de ella, mirando hacia abajo. Se me escapaba algo.
—¿Estás absolutamente seguro de que la reina seelie está en este ataúd? —¿Por qué me habría convocado la reina a mí, la concubina? ¿Cómo llegó siquiera a saber quién era yo después de reencarnarme? Además no me parecía a la concubina. Era absurdo pensar que me había escogido al azar. Nada de esto tiene sentido. No podía pensar en ninguna razón de por qué ver a la reina seelie me haría gritar.
—Sí, estoy seguro. Mis antepasados llevan milenios describiéndola. La reconocería en cualquier lugar, incluso a través del hielo.
—Pero ¿por qué me llamó? ¿Qué tengo yo que ver con todo esto?
—Mis tíos dicen que lleva entrometiéndose en nuestro clan durante miles de años, preparándonos para el momento de su mayor necesidad. El tío Cian la vio hace cuatro o cinco años, de pie detrás de la balaustrada de nuestro Gran Salón, mirándonos. Me dijo que ella acudió a él más tarde, en sueños, y le dijo que había sido asesinada en un futuro no muy lejano y nos necesitaba para realizar ciertas tareas para que eso —y la destrucción del mundo tal y como lo conocemos—sucediese. Ella predijo que los muros se vendrían abajo. Hicimos lo mejor que pudimos para mantenerlos firmes. Él dijo que incluso en el sueño parecía agotada, débil. Ahora imagino que se estaba proyectando desde su tumba aquí, en esta prisión, de alguna manera. Dijo que regresaría para contarle más cosas, pero al final no lo hizo. Al parecer debe de haberse entrometido también en tu familia.
Me había utilizado. La reina de los fae había descubierto quién era yo y me había usado, y tal cosa me cabreaba. Aunque sabía que ella era un sucesor lejano, no la reina original que se había negado a hacerme fae —a la concubina, mejor dicho — y conceder así el deseo del rey, y a pesar de que ella no era la zorra que había sembrado el odio y la venganza cuando podría haber utilizado su gran poder para el bien, ¿cómo se atreve cualquier reina de los seelie a usarme para rescatarla? ¡A mí, a la concubina! La odiaba sin ni siquiera verla.
¿Es que nunca terminaría? ¿Voy a ser eternamente un peón en su tablero de ajedrez? ¿Tendría que seguir renaciendo o bien me obligarían a beber del caldero, o quizás a hacer lo que fuera que me habían hecho para arruinar mis recuerdos? ¿Es que me iban a utilizar una y otra vez?
Me di la vuelta; se me empezaba a subir la bilis por la garganta.
—Lo importante ahora es que la saquemos de aquí. No puedo volver por el camino que vine. El Espejo que me soltó estaba dos pisos arriba, en el lateral de un precipicio. Me quedé aturdido por la caída y no logro encontrar esa cosa de nuevo. ¿Por dónde has entrado tú, chica?
Levanté la vista del ataúd y le miré. Cómo sacarlo de aquí era un problema completamente nuevo que ni siquiera había pensado.
—Bueno, lo que es evidente es que no puedes salir por el camino por el que entré yo —murmuré.
—¿Y por qué no, si se puede saber?
Me pregunté cuánto habría aprendido él de la tradición fae en este lugar. Tal vez mis fuentes eran erróneas y Barrons había muerto por una causa fortuita y no por el espejo. Tal vez Christian oiría mi respuesta, se reiría de mí y me diría que mi versión no era más que un montón de tonterías, que tanto la gente normal como los fae podían utilizar ese espejo o que la maldición de Cruce lo había revuelto todo.
—Porque he venido a través del Espejo de la habitación del rey.
Guardó silencio un momento.
—No me hace gracia, chica.
Yo no dije nada, me limité a mirarle.
—Eso tampoco es posible —le dije yo, rotundamente.
Me puse las manos en los bolsillos y esperé a que él atara cabos.
—Esa leyenda es famosa en todos los mundos que he visitado. Solo hay dos que pueden pasar a través del Espejo del rey —dijo él.
—Tal vez la maldición de Cruce lo cambió todo.
—El Espejo del rey fue el primero que él hizo y con una composición completamente diferente. Inmutable. Se siguió utilizando como método de ejecución mucho tiempo después de la época de Cruce.
Mierda. Realmente esperaba que no dijera eso. Le volví la espalda y me acerqué al ataúd. La reina de los fae me haría gritar. Me preguntaba por qué. Estaba harta de preguntas. Era el momento de la verdad.
Detrás de mí, Christian seguía hablando.
—Y, bueno… tú no eres ninguno de esos dos.
—No me vengas con esas —le espeté, burlona, con algo que él me había dicho una vez, tratando de encontrarle el lado humorístico antes de que mi vida quedara totalmente destrozada por lo que estaba a punto de descubrir.
Apreté las manos sobre las runas en la posición de las diez y las dos. Algo hizo clic. El aire siseó levemente mientras la tapa se levantaba bajo mis manos. Notaba el movimiento. Lo único que tenía que hacer era empujarla a un lado.
—Solo el rey unseelie y su concubina pueden utilizar ese espejo. —Christian seguía hablando.
Aparté la tapa y miré hacia abajo.
Guardé silencio durante un buen rato, asimilándolo todo. Y entonces grité.