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CONTRAS - Motivos por los que no soy el rey:
1. Fui un bebé hace veintitrés años. Vi fotos mías y recuerdo mi infancia. (A menos que alguien me implantara falsos recuerdos.)
2. Ni siquiera me gusta la concubina. (A menos que me enamorara de ella hace mucho tiempo.)
3. No me siento como si estuviera dividida en varias partes humanas y nunca me he sentido atraída por las mujeres. (A menos que me esté reprimiendo.)
4. Odio a los fae y sobre todo a los unseelie. (¿Tal vez lo esté compensando?)
5. Si yo fuera el rey, ¿no lo habrían sabido los príncipes unseelie y entonces no me hubieran violado? ¿Alguien me reconocería, no?
6. ¿Dónde he estado durante seis o setecientos miles de años? ¿Y cómo podía ser que no lo supiera? (Bueno, podría ser que tal vez alguien me obligara a beber del caldero.)
PROS - Cosas que lo hacen posible:
1. Sabía cómo era por dentro la Mansión Blanca. También conocía cada paso que me llevaba hacia la prisión unseelie. También sabía que Cruce tenía alas. Tengo un montón de información cuyo origen no puedo explicar. (Tal vez alguien me implantó recuerdos. Si se pueden crear falsos recuerdos, ¿por qué no unos reales?)
2. Llevo toda la vida soñando con la concubina y, a pesar de que ella estaba inconsciente, se las arregló para invocarme. (Quizá me estaba manipulando en sueños como hizo con los Keltar.)
3. Puedo conjurar las runas que supuestamente son parte de lo que se utilizó para reforzar los muros de la prisión unseelie. (No estoy segura de en qué columna debería ir esto. ¿Por qué habría ayudado el rey?) (Tal vez es parte de mis dones sidhe-seer.)
4. El Libro me persigue y juega conmigo como un gato con un ratón. (No se me ocurre nada para esto. Obviamente hay algo diferente en mí.)
5. K’Vruck hurgó en mí mentalmente y luego me dijo: «Ah, estás ahí». (¿Qué coño fue eso?)
6. Puedo atravesar el espejo que solo el rey y la concubina pueden cruzar, y la reina es la concubina. Barrons no puede hacerlo. Fiona tampoco pudo.
7. Cuando estaba en la Mansión Blanca podía ver a la concubina pero no al rey, lo que tiene mucho sentido si eran los recuerdos del rey los que estaba teniendo, porque cuando estás recordando algo, no te ves a ti mismo en el recuerdo, sino que ves quién más estaba allí y lo que sucedió a tu alrededor.
Dejé caer el bolígrafo y cerré el diario de golpe. Mi padre podría haber utilizado esos dos últimos pros para conseguirme cadena perpetua sin libertad condicional.
Necesito hacer más experimentos con el Espejo. No me quedaba más remedio. Cuando demostrara que alguien más podría atravesarlo, dejaría de volverme loca.
—Vale —murmuré—. Más experimentos. Eso me suena a alguien a quien conozco. Tal vez a un rey obsesionado que había experimentado y creado una raza entera de monstruos. No podía dejar de darle vueltas a un hecho brutal: si mis pruebas fallaban, mis cobayas morirían. ¿Estaba tan desesperada por excusarme que estaba dispuesta a convertirme en una asesina? Sí, había matado a muchos en los últimos meses, pero en el calor de la lucha, no de una forma premeditada, y Fiona había querido morir.
Un ser humano puro sería la mejor prueba.
Probablemente podría encontrar a alguien pasando el rato en Chester’s, alguien que quisiera echarle un pulso a la muerte. O demasiado borracho para…
¿Estaba perdiendo la humanidad? ¿O es que, para empezar, no había tenido nunca demasiada?
Me agarré la cabeza y gemí.
De repente, se me tensaron todos los músculos como si se levantaran en señal de saludo aunque no me moví ni un pelo.
—Barrons. —Dejé caer las manos y levanté la cabeza.
—Señorita Lane. —Apartó una silla que tenía al frente con tanta elegancia y suavidad que me pregunté cómo pude pensar alguna vez que fuera humano. Se sentó en un sillón orejero con una gracilidad pasmosa. Se movía como si supiera dónde estaba todo en la habitación y sus dimensiones precisas. No andaba, acechaba o merodeaba, se deslizaba con el conocimiento perfecto de todos los átomos en conexión a los suyos. Le resultaba fácil ocultarse detrás de los objetos inanimados, como si pudiera adoptar su estructura… o algo así.
—¿Siempre te has movido de esa forma delante de mí y no me había dado cuenta hasta ahora? ¿Es que estaba inconsciente?
—No y sí. Eres inconsciente de pies a cabeza. Pero nunca me he movido de esta manera delante de ti. —Su mirada estaba cargada de insinuaciones sexuales—. Puede ser que me haya movido así una o dos veces detrás de ti.
—¿Ya no me escondes nada?
—Yo no iría tan lejos.
—¿Qué esconde alguien como tú?
—¿Y tú? Podría decirte lo mismo. —Sus ojos brillantes me repasaron de arriba abajo con firmeza.
Había pasado casi una semana desde que matamos a Fiona en los Espejos Plateados y la ropa me estaba dando más problemas que nunca. Llevaba pantalones muy ajustados de cuero negro con un elemento grunge estampado en gris y mi camiseta favorita de color rosa pastel que dice «SOY UNA CHICA JUGOSA» en la parte delantera y tiene mangas cortas de gasa. Me había atado una bufanda gótica alrededor de los rizos rubios y llevaba un par de pendientes de Alina con colgantes de corazón. Me habían crecido las uñas y me había hecho la manicura francesa, y las del pie me las había pintado de negro. La dicotomía no terminaba ahí. Llevaba un tanga de encaje negro y un sostén de algodón a rayas rosas y blancas. Estaba teniendo problemas.
—¿Crisis de identidad, señorita Lane?
Hubo un momento en que le hubiera contestado con una réplica mordaz. Pero me embriagaba el momento: sentada ahí, en mi librería, tomando chocolate caliente, mirando a Barrons al otro lado de una mesa de centro, con velas y a la luz del fuego, con mi diario y el iPod a mano y la seguridad de que mis padres estaban bien y mi mundo estaba bastante bien también, excepto por mi propia pequeña crisis de personalidad. Mis amigos y seres queridos estaban a salvo. Respiré lentamente. También lo estaba la gente que me importaba. La vida iba bien.
No hace mucho tiempo pensé que nunca volvería a pisar este lugar. Que no vería más ese leve y atractivo frunce de sus labios que me decía que se divertía pero que seguía esperando a que le cautivara. Nada de discutir, bromear, pelear y planificar. Nada de disfrutar del hecho de saber que, siempre y cuando el anterior propietario de este establecimiento estuviera vivo, este lugar sería una fortaleza; que sería mucho más que una mera latitud y longitud que podía mantener las Zonas Oscuras, a los gilipollas y a los monstruos a raya. Era el último lugar seguro en mi corazón.
Y aunque le odiaba por hacerme sufrir, no podía estar más agradecida de que fuera imposible matarle porque eso significaba que nunca tendría que volver a llorar por él.
Nunca padecería por Barrons. Nada podía herirme si él estaba ahí, porque era tan real como el anochecer y reaparecería como el amanecer. Todavía tenía preguntas sobre lo que era y preocupaciones sobre sus motivos, pero podían esperar. El tiempo puede encajar las cosas de una manera que no se puede conseguir con curiosidad.
—No sabía qué ponerme, así que he probado con todas las posibilidades.
—Prueba a ir desnuda.
—Hace un poco de frío para eso.
Nos miramos el uno al otro por encima de la mesa.
Sus ojos no decían «yo te calentaría» y los míos no decían: «¿A qué estás esperando?». Su respuesta no fue: «Joder, yo no voy a dar el primer paso», así que tuve cuidado de no decirle: «Ojalá lo hicieras porque yo no puedo, porque estoy…» y él no dijo: «… ¿ahogándote en tu orgullo?».
—Como si tú no lo hicieras.
—¿Perdona?
—Sinceramente, Barrons —le dije, secamente—, no soy la única que no acaba de tener esa conversación y lo sabes.
Él frunció los labios de esa forma tan sensual.
—Estás hecha una buena pieza, señorita Lane.
—Mira quién habla.
Él cambió de tema.
—Los Keltar se mudaron al Chester’s con sus esposas e hijos.
—¿Cuándo?
Nuestra estancia en la Mansión Blanca nos había costado casi cinco semanas, tiempo de Dublín. Nos habíamos detenido en las bibliotecas en el camino de vuelta y habíamos cogido tantos libros del rey unseelie como fuimos capaces y nos los llevamos junto con el cadáver de Fiona. No solo me había perdido el cumpleaños de Dani sino también el mío, que había sido el 1 de mayo. El tiempo volaba de verdad.
—Hace aproximadamente tres semanas. Tiempo suficiente para que se hayan instalado del todo. Se niegan a irse hasta que les entreguemos a la reina.
—Que no pasará… ¿nunca? —dije.
—Exactamente.
—¿Cuántos niños hay? —Traté de imaginarme el Chester’s con las familias viviendo en el piso superior, recubierto de cromo y cristal, de lo más moderno. Niños de pelo muy claro arrastrando mantitas mientras se chupaban el dedo, caminando agarrados a la barandilla. Me pareció algo terriblemente fuera de lugar pero a la vez plausible. Tal vez de este modo el lugar perdería ese aire decadente.
—Los cuatro druidas Keltar trajeron a sus esposas e hijos. Se reproducen como si fuera su misión personal poblar el país en caso de que alguien atacara de nuevo, como si alguien quisiera esta mierda de sitio. Había docenas de ellos. En todas partes. Era un caos total.
—Ryodan debe de estar perdiendo la paciencia. —Tuve que morderme los labios para no reír. Barrons parecía realmente consternado.
—Un niño nos siguió de camino a ver a la reina. Quería que Ryodan le arreglara un juguete o algo así.
—¿Y lo hizo?
—Se cabreó porque no se callaba y le arrancó la cabeza.
—¿Al niño? —pregunté, estupefacta.
Me miró como si estuviera loca.
—Al oso. Se le estaban acabando las pilas y el archivo de audio estaba dañado. Era la única manera de hacer que parara.
—O cambiarle las pilas.
—El niño empezó a gritar como si estuviera poseído y entonces vino corriendo un ejército de Keltars. Eché a correr de allí lo más rápido que pude.
—Quiero ver a mis padres. Es decir, visitarlos.
—V’lane aceptó ayudar a los Keltar para que Christian saliera de la prisión unseelie. Él los tiene reconstruyendo el dolmen en LaRuhe que derrumbó por ti. —Me lanzó una mirada que decía: «Lástima que no pensaras antes de que lo hicieras; nos habría ahorrado tiempo»—. Cree que una vez esté completo, podrá restablecer las conexiones y sacarle de ahí.
Así que V’lane estaba jugando limpio y estaba trabajando duro por el bien del equipo. Teníamos muchos asuntos pendientes pero ya no tenía su nombre escrito en la lengua y tenía la sensación de que me estaba evitando. La semana pasada no estaba de humor para enfrentamientos. Enfrentarme a mí misma ya era lo bastante difícil.
—Si no lo arreglas, iré por mi cuenta. —¡Tendríamos a Christian pronto!
En cuanto regresé del asesinato misericordioso de Fiona, empecé a presionar para que Christian saliera de la prisión unseelie. Habría empezado mi cruzada antes pero descubrir que no era la concubina me había sumido en un bucle perverso que me nublaba la mente—. ¿Cuándo volverá?
—Tu guapo universitario ya no es tan guapo.
—No es mi guapo universitario.
Nuestras miradas se cruzaron.
—Pero sigo pensando que es muy guapo —le dije yo para molestarle.
«Como te vea en la cama con él como os vi en los Espejos Plateados, le mataré.»
Parpadeé, incrédula. No podía haberle visto eso en la mirada.
Él se evaporó de la butaca y reapareció a dos metros de distancia, de pie delante de la chimenea, de espaldas a mí.
—Esperan que regrese de vuelta de un momento a otro.
Quería estar allí cuando Christian saliera, pero los Keltar habían dejado muy claro que no me querían cerca. No debería haberles dicho que había alimentado a su sobrino con carne fae. No sabía si lo encontraban cabalístico, sacrílego, o ambas cosas, pero los había ofendido sin duda. No les había dado muchos detalles de lo que había hecho con él. No tardarían en averiguarlo.
Me estremecí. El momento se estaba aproximando. Pronto haríamos el ritual.
—Necesitamos reunirnos con todo el mundo. Los Keltar, sidhe-seers, V’lane. Para pulir los detalles. —¿Qué ocurriría cuando finalmente tuviéramos el Libro bajo llave? ¿Cómo pensaba usarlo Barrons una vez lo hubiéramos apresado? ¿Conocía la Primera Lengua? ¿Tan anciano era? ¿La había aprendido con el tiempo o se la habían enseñado? ¿Acaso tenía pensado volver a encerrarlo en la abadía y luego sentarse a leerlo?
¿Y qué haría con ese conocimiento?
—¿Por qué no me dices para qué quieres el Sinsar Dubh?
Ya no miraba al fuego; ahora me miraba de frente.
—¿Por qué sigues moviéndote de esa forma? No solías hacerlo antes. —Era desconcertante.
—¿Te desconcierta?
—No, para nada. Es que resulta… difícil de seguir.
Una neblina de color rojo se asomó a sus ojos.
—¿No te perturba en absoluto?
—Ni un poco. Solo quiero saber el porqué del cambio.
Se encogió de hombros.
—Ocultar mi naturaleza requiere esfuerzo. —Sin embargo, sus ojos decían: «¿Crees que aceptaste a la bestia? Mírala fijamente, día tras día».
«No hay problema.»
—La reina despertó…
—¿Está consciente? —exclamé.
—…un instante y luego volvió a caer inconsciente.
—¿Por qué tardas un tiempo en decirme las cosas importantes?
—Mientras la reina estuvo lúcida, Jack tuvo la entereza de preguntarle quién la había confinado al ataúd.
La esperanza hizo que me enderezara, expectante.
—¿Y?
—Dijo que fue un príncipe fae al que nunca había visto. Se hacía llamar Cruce.
Le miré, asombrada.
—¿Cómo es posible? ¿Es que hay alguien que esté muerto y que lo esté de verdad?
—Pues no parece.
—¿Tenía alas?
Me miró, extrañado.
—¿Por qué?
—Cruce tiene alas.
—¿Cómo lo…? Ah, ya. Los recuerdos.
—¿Te molesta? Que no sea… —«Que no sea la concubina.» No pude terminar la frase.
—¿No más humana que yo? Al contrario. O bien has vivido durante mucho tiempo o demuestras que la reencarnación es posible. Me gustaría saber cuál de las dos opciones es, así sabríamos si puedes morir. Al final, el rey unseelie vendrá a buscarte. Él y yo tenemos una charla pendiente.
—¿Para qué quieres el Libro, Barrons?
Sonrió. Bueno, me enseñó los dientes.
—Un hechizo, señorita Lane. Eso es todo. No te montes películas en esa cabecita tuya.
—No me hables con esos aires. Antes me hacían callar pero eso ya no funciona. ¿Un hechizo para qué? ¿Para transformarte en lo que eras antes? ¿Para que puedas morir?
Entrecerró los ojos y se oyó un sonido en su pecho como si tuviera una serpiente de cascabel dentro. Me escudriñó como si leyera los más pequeños matices de la forma en que mis fosas nasales se movían con cada respiración, la forma de mi boca y el movimiento de los ojos.
Arqueé una ceja, esperando.
—¿Es eso lo que piensas de mí? ¿Qué quiero morir? ¿Tienes que concederme esa caballerosidad para que me encuentres aceptable? La caballerosidad exige tener ciertas inclinaciones suicidas y yo no las tengo. No me canso de vivir. Me conformo con despertar todos los días, toda la eternidad. Me gusta ser quien soy. Tengo la mejor parte del trato. Estaré aquí mientras todo ocurra. Estaré aquí cuando todo termine. Y me levantaré de las cenizas y lo volveré a hacer cuando empiece de nuevo.
—Dijiste que alguien me ganó al maldecirte.
—Qué melodramática. ¿Y te congraciaste? Tú me besaste.
—¿No te sientes maldito?
—Dios dijo: «Que se haga la luz».
Y le contesté: «Di por favor». Y desapareció.
Ya no estaba de pie frente a mí. La librería parecía vacía y miré a mí alrededor, preguntándome adónde había ido tan rápidamente y por qué. ¿Se había fundido en una estantería, se había desvanecido tras una sábana o se envolvía en torno a una columna?
De repente noté que me agarraban del pelo y que me tiraban la cabeza hacia atrás, arqueándome la espalda.
Me puso la boca sobre la mía y me metió la lengua, obligándome a separar los labios.
Le agarré del brazo pero, como me empujaba la cabeza hacia atrás, no podía hacer prácticamente nada.
Con la otra mano me rodeó el cuello obligándome a levantar la barbilla, besándome más profundamente y evitando que me resistiera.
Aunque tampoco es que yo quisiera hacerlo.
El corazón me latía con fuerza en el pecho y mis piernas se separaron solas. Hay diferentes tipos de besos. Pensé que los había experimentado todos, si no antes de venir a Dublín, sin duda después de meses de ser pri-ya, en la cama con este hombre.
Pero este era nuevo.
Lo único que podía hacer era aferrarme a su brazo y sobrevivir.
«Beso» no era la palabra adecuada.
Él nos fusionó… tenía las mandíbulas tan separadas que ni siquiera podía responder al beso. Solo podía aceptar lo que me estaba haciendo. Sentía sus afilados colmillos deslizándose sobre mi lengua mientras succionaba dentro de mi boca.
Supe entonces —ya que nunca me permitió ver en la cama de ese sótano— que era mucho más animal que hombre. Tal vez no siempre había sido así, pero ahora sí lo era. Tal vez, hace mucho tiempo, al principio, había echado de menos ser un hombre… si es que lo había sido, para empezar. Pero ya no lo era. Había desaparecido.
Estaba un poco asombrada: ¡Qué hombre había elegido ser! Podría haberse vuelto salvaje perfectamente. Era el más fuerte, el más rápido, el más inteligente; era la criatura más poderosa que jamás hubiera visto. Podía matar a cualquier cosa y a cualquier ser, incluidos los fae. Y a él no podían matarle nunca. A pesar de todo, caminaba erguido y vivía en Dublín y tenía una librería y coches magníficos y coleccionaba artilugios de una belleza excepcional. Se quejaba cuando se le quemaban las alfombras y se enfadaba cuando alguien se metía con su ropa. Se preocupaba de algunas personas, se le notara que le gustaba hacerlo o no. Y tenía un sentido del honor que no era nada animal.
—El honor es animal. Los animales son puros. La gente está pirada. Deja de pensar así. —Me liberó la boca lo suficiente para hablar y luego volvió a cortarme la respiración.
No jugué bien. No me sentía bien. Estaba inmovilizada en el sofá, en una postura incómoda, completamente a su merced a menos que quisiera romperme el cuello para librarme de él. Quería saber qué hechizo anhelaba, así que lo descubriría por mí misma y por eso entré en su cabeza.
«Unas sábanas de seda de color carmesí.»
«Estoy dentro de ella y ella me está mirando como si fuera su mundo. Esta mujer me desarma.»
Me estremezco. Estoy teniendo relaciones sexuales conmigo misma, me estoy viendo desde sus ojos. Estoy increíble desnuda… ¿Es así como él me ve? No ve ninguno de mis defectos. Nunca me he visto ni la mitad de bien que ahora. Quiero salir. Me siento perversa. Estoy fascinada. Pero esto no era lo que estaba buscando de todas las…
«¿Dónde están las esposas? Ah, agárrale la puta cabeza, me la está chupando otra vez. Hará que me corra. Hay que inmovilizarla. ¿Ha vuelto? ¿Cuánto tiempo tengo?»
Entonces me nota allí.
«¡Sal de mi cabeza!»
Alargo el beso, le muerdo la lengua y le embarga la lujuria. Me aprovecho y le beso con más fuerza. Está protegiendo un pensamiento. Lo quiero.
«Nadie está en casa salvo ella, para la que yo soy el mundo. No puedo seguir así, no puedo seguir haciéndolo.»
¿Por qué no iba a seguir? ¿Qué era lo que no podía seguir haciendo? Estoy teniendo relaciones sexuales con él, de la forma que él quiere mientras le miro con adoración absoluta. ¿Dónde estaba el problema?
De repente me supera el cansancio. Estoy en su cuerpo y me estoy moviendo debajo de él y me miro los ojos con recelo.
«¿Qué mierda estoy haciendo aquí?»
Él sabía lo que era él y qué era yo.
Sabía que proveníamos de mundos diferentes y que no estábamos hechos el uno para el otro.
Sin embargo durante unos meses no había habido ninguna línea de separación entre nosotros. Habíamos existido en un lugar más allá de toda definición, donde ninguna regla nos preocupaba y yo no era la única que había disfrutado de eso. Pero todo el tiempo que estuve perdida en esa dicha sexual, él había sido consciente del paso del tiempo, de todo lo que sucedía… que no tenía sentido, que no estaba dispuesta y que cuando despertara de ese estado, le culparía.
«Sigo manteniendo la esperanza de ver la luz en sus ojos, incluso sabiendo que eso significará que ella me dirá adiós.»
Fue lo que hice. Irracional o no, se lo había echado en cara. Él me había visto desnuda, en cuerpo y alma, y yo no le había visto en absoluto. Había estado cegada por una lujuria que, en realidad, no sentía por él. Había sido lasciva y él simplemente estaba allí.
«Solo una vez más», está pensando él mientras vemos cómo mis ojos vidriosos se vuelven aún más vacíos.
¿Una vez, qué? En lugar de empujar, emprendo un ataque sigiloso. Finjo que me retiro, le dejo pensar que ha ganado y, en el último minuto, cambio completamente de táctica. En lugar de arremeter contra sus pensamientos, me quedo muy, muy quieta y escucho.
Él me aparta el pelo de la cara. Parezco un animal. Mi mirada no tiene sensibilidad alguna. Soy una mujer de las cavernas con un cerebro minúsculo y prehistórico.
«Cuando sepas quién soy. Déjame ser tu hombre.»
Me expulsa de su mente con tal fuerza que casi me desmayo. Me retumban los oídos y me duele la cabeza.
Boqueo en busca de aire. Se ha ido.