46
Tenía hermanos: Pieter Junior, que tenía diecinueve años, y Michael (todo el mundo le llamaba Mick), que tenía dieciséis. Me enseñaron fotos. Nos parecíamos. Incluso Barrons parecía confundido.
—Representamos la muerte de tu madre. Incineramos el cuerpo de una desconocida y os sacamos a las dos a hurtadillas del país. Os llevamos a Estados Unidos e hicimos lo que pudimos por encontraros un buen hogar lejos del peligro. —Pieter tomó la mano de Isla y la colocó entre las suyas—. Tu madre casi no sobrevive. Pasó meses sin hablar después de eso.
—Pieter, sabía que tenía que hacerse, pero estaba…
—Fue un infierno —dijo secamente—. Tener que darlas fue un auténtico infierno.
Me estremecí. Estaban diciendo todas las cosas que quería oír. Se me partía el corazón. Tenía padres. Hermanos. Había nacido. Pertenecía a un sitio. Solo deseaba que Alina hubiera vivido para ver este día. Habría sido perfecto.
—Habéis dicho que tenéis algo importante que contarle. Decidlo y largaos de aquí —ordenó Barrons.
Miré a Barrons, deshecha. Una parte de mí quería que se callara para poder escuchar más cosas y otra parte quería que se fueran y no volvieran nunca. Acababa de obligar a mi cabeza a aceptar una realidad, y ahora ellos querían que la dejara de lado y aceptara otra nueva. ¿Cuántas veces se suponía que iba a tener que decidir a quién conocía y qué era, solo para darme cuenta luego de que estaba equivocada? Ya no era bipolar, ahora me sentía como una esquizofrénica con múltiples personalidades.
—Si soy vuestra hija, ¿por qué tengo recuerdos que pertenecen al rey unseelie?
Isla dio un respingo.
—¿Los tienes?
Asentí.
—Te dije que ella podría haberlo hecho —recordó Pieter.
—¿Quién? —pregunté—. ¿Hacer el qué?
—La reina seelie vino a vernos poco después de que se escapara el Libro, antes de marcharnos de Dublín. Dijo que haría todo lo que estuviera en su poder para ayudar a recuperarlo —relató Pieter.
—Estaba muy interesada en ti —dijo Isla con gravedad—. No tenías ni tres meses. Lo recuerdo como si fuera ayer. Llevabas un vestido rosa con florecitas y un lazo en el pelo con los colores del arcoíris. No podías dejar de mirarla. No dejabas de balbucear e intentar que te cogiera en brazos. Las dos parecíais estar fascinadas la una por la otra.
—Teníamos miedo de que la reina te hubiera hecho algo. Es famosa por eso. Observa el futuro e intenta ajustar pequeños eventos, empujando por aquí y por allí para conseguir sus fines —dijo Pieter—. En alguna ocasión estuve casi seguro de que alguien había estado en tu habitación justo antes de entrar nosotros.
—¿Y creéis que ella me implantó los recuerdos del rey unseelie? ¿Cómo podía tener recuerdos que implantar? Pensé que había bebido del caldero. Eso habría borrado de su mente cualquier cosa que supiera.
—¿Quién podía saber nada con ella? —Isla se encogió de hombros—. Tal vez eran recuerdos falsos, creados con astucia, o tomados de otra persona. Tal vez nunca bebió realmente del caldero. Algunos dicen que lo fingió.
—¿A quién coño le importa? ¿Para qué habéis venido? —preguntó Barrons con impaciencia.
Isla lo miró como si estuviera loco.
—Has estado cuidando de ella, y nunca podremos agradecértelo lo suficiente, pero ahora hemos venido para llevarla a casa.
—Ella ya está en su casa. Y tiene un mundo que salvar.
—Ya nos ocuparemos de eso —dijo Pieter—. Es lo que hacemos.
—Pues menudo éxito habéis tenido hasta la fecha.
Pieter le miró con reproche.
—Tampoco es que tú lo hayas estado haciendo mucho mejor. Hemos estado centrando la mayoría de nuestros esfuerzos en atrapar el amuleto. El verdadero.
Entorné la mirada.
—¿Por qué?
—El grupo Tritón lleva buscándolo siglos por varias razones. Sin embargo, hace poco se convirtió en algo imperativo porque descubrimos que es la única forma de volver a sepultar el Libro —dijo Pieter—. Un representante de nuestra compañía se enteró, demasiado tarde, de la subasta en la que lo vendieron. Llegamos al castillo Welshman poco después de la masacre de Johnstone. Sin embargo, el punk gótico parecía haberse esfumado en el aire.
—Menuda piedra —murmuré. Nunca olvidaría mi infernal encarcelamiento bajo el Burren.
—Durante meses no tuvimos ni idea de dónde estaba. Sospechábamos que lo tenía Darroc, pero no pudimos conseguir que nadie de nuestra gente se acercara lo suficiente. No toleraba a los humanos. Luego recibimos la información de que MacKayla se había infiltrado en su campamento y que era su mano derecha. —Su mirada brillaba de orgullo—. Bien hecho, cielo. Eres tan brillante y tienes tantos recursos como tu madre.
—Has hablado del verdadero —dije.
—Según la leyenda, el rey fabricó muchos amuletos —contestó Isla—. Todos capaces de conseguir diferentes grados de ilusión. Usados juntos, son formidables. Pero solo el último que fabricó puede engañar hasta al propio rey. El Libro ha adquirido tanto poder que no puede ser detenido por otros medios. La ilusión es la única arma que funcionará contra él.
—¡Teníamos razón! —exclamé, mirando a Barrons.
—La profecía está clara. Aquel que sea habitado debe usar el amuleto para precintarlo.
—Ya lo sabemos —dijo Barrons con frialdad.
—No es tu lucha —dijo Pieter con amabilidad—. Nosotros lo empezamos y nosotros lo acabaremos.
Me senté en el borde del sofá con los codos apoyados sobre las rodillas.
—¿A qué te refieres?
—Tu madre es la que debe hacerlo. Aunque si te pareces a ella, cielo, seguro que crees que es tu problema. Por eso estábamos tan preocupados y por eso hemos venido corriendo esta noche. Isla es «el habitado». Hace veintitrés años, cuando el Libro escapó, la poseyó, la habitó. Ella lo sabe. Ella ha sido el Libro. Lo entiende. Y es la única que puede contenerlo.
—Nunca deja a un humano con vida —dijo Barrons con un tono neutro.
—Dejó a Fiona con vida —le recordé.
—Ella había estado comiendo unseelie. Era diferente.
—Isla fue capaz de luchar y expulsarlo de su cuerpo —dijo Pieter—. Ella es la única que sabemos que ha sido capaz de resistir el punto en que el Libro sale de ella mientras todavía está viva y toma a otro huésped más complaciente.
Barrons no parecía convencido ni de lejos.
—Pero no antes de obligarla a matar a la mayoría del Refugio.
—Nunca dije que fuera fácil —dijo Isla con calma, mientras su mirada oscura recordaba la pena—. Odio a muerte lo que me obligó a hacer. Vivo con ello día tras día.
—Pero me ha estado siguiendo a mí —protesté.
—Siente tu linaje, me busca a mí —dijo Isla.
—Pero yo soy épica —dije de forma aterida. ¿O no? Estaba realmente agotada de no saber cuál era mi posición en el planeta.
¿Iba a condenar al mundo? ¿Era la concubina? ¿Era el rey unseelie? ¿Era siquiera humana? ¿Era yo la persona que se suponía que iba a volver a sepultar el Libro?
La respuesta era no para todas estas preguntas. No era más que Mac Lane, moviéndome con torpeza por ahí, metiéndome en medio de todo y tomando decisiones estúpidas.
—Lo eres, cariño —dijo Isla—. Pero esta no es tu lucha.
—Tu destino es otro —dio Pieter—. Esta es solo una de las muchas batallas que debemos luchar. Se avecinan tiempos muy oscuros. Incluso con el Libro bajo llave, sigue estando la cuestión de los muros entre reinos. No pueden reconstruirse sin el Canto de la Creación. Tenemos nuestro trabajo claramente definido. —Sonrió—. Tus hermanos también tienen sus talentos. Se mueren por conocerte.
—MacKayla, seremos una familia de nuevo —exclamó Isla, y empezó a llorar—. Es lo único que he querido siempre.
Miré a Barrons. Tenía una expresión sombría. Volví a mirar a Pieter y a Isla. También era lo único que yo había querido siempre. No era el rey. Había nacido. Era una persona con una familia. Mi cabeza era incapaz de asimilarlo. Pero mi corazón ya lo estaba intentando.
Reconciliaciones familiares aparte, a Barrons no le gustó nada el cambio en el plan de juego y tampoco a mí.
Habíamos pasado meses planeando este momento, y ahora, en la víspera de la batalla, habían llegado mis padres biológicos y nos habían dicho que ya no éramos necesarios. Ellos lucharían esa guerra y la acabarían.
Me irrité.
—¿Puedes saber dónde está? —preguntó Barrons.
Pieter respondió.
—Isla sí puede. Pero el Libro también puede sentirla a ella, lo que hacía que fuera demasiado peligroso para ella estar en Dublín hasta que estuviéramos seguros de que MacKayla tenía el amuleto.
—¿Cómo supisteis que lo tenía? —pregunté.
—Tu madre dijo que te sentía conectada a él esta noche. Vinimos al momento.
—Pensé que te había sentido conectada con él antes, a principios de octubre del año pasado —dijo Isla—, pero la sensación desapareció casi tan rápido como llegó.
Parpadeé.
—Lo toqué el pasado octubre. ¿Cómo lo sabías?
—No tengo ni idea —se limitó a decir—. Sentí la unión de dos grandes poderes. Las dos veces te sentí a ti, MacKayla. ¡Sentí a mi hija! —Su rostro se arrugó—. También sentí a Alina una vez. —Desvió la mirada, se quedó observando la fría chimenea durante unos minutos y se estremeció—. Se estaba muriendo. ¿Podríamos encender el fuego, por favor?
—Por supuesto —dijo Pieter al instante. Se levantó y se acercó a la chimenea, pero Barrons llegó antes que él. Miró a los ojos a Pieter. «Es posible que intentes reclamar a esta mujer», decían sus ojos, «pero no te equivoques, ella y la puta chimenea son mías.»
Al cabo de unos largos segundos, Pieter se encogió de hombros y volvió al sofá.
—Lo pensaremos esta noche —dijo Barrons—. Ahora debéis marcharos. Nos pondremos en contacto con vosotros mañana.
Pieter resopló.
—No podemos irnos, Barrons. Esto tiene que acabar aquí, esta noche, de una forma u otra. No podemos perder más tiempo.
No podía dejar de mirar a Isla. Había algo en su rostro. Al mirarla me recordaba a Rowena. Supongo que porque esa vieja nos había estado persiguiendo durante mucho tiempo.
—¿Por qué tiene que acabar esta noche?
Isla me miró de forma extraña.
—MacKayla, ¿es que no lo sientes?
—Sentir el q… —Me paré en seco. No había intentado sentirlo. Había mantenido mi volumen de sidhe-seer lo más bajo posible durante tanto tiempo que ahora lo hacía de manera instintiva—. Dios, el Sinsar Dubh se está acercando a nosotros. —Abrí mis sentidos todo lo que pude—. Es… diferente. —Miré a Isla, quien asintió—. Es más intenso. Es como si estuviera cargado y listo. Ha estado esperando este momento. —Abrí los ojos como platos—. Vuelve a tener a un suicida con una bomba, y piensa volarnos a todos por los aires si no lo detenemos.
—Sabe que estoy aquí —dijo Isla. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos estaban entornados con una determinación que conocía yo. La había visto en mi propia cara—. No pasa nada —dijo con una sonrisa forzada—. Yo también estoy lista. Puede haberme robado a mis hijos y haber destrozado mi familia hace veintitrés años, pero esta noche voy a poner las cosas en su sitio.
Pieter e Isla se excusaron y se alejaron un poco. Se pusieron a hablar en un tono apagado y apremiante.
Yo permanecí sentada en el sofá chesterfield con Barrons, observándolos. Todo era muy surrealista. Me sentía como si hubiera llegado a través de un Espejo a una realidad alternativa, una con un final de fueron felices y comieron perdices. Esto era exactamente lo que quería: una familia, un refugio seguro, sin la responsabilidad de salvar el mundo.
Entonces, ¿por qué me sentía tan desilusionada y descentrada?
Ahí fuera en la noche, podía ver cómo el Libro se iba acercando. Se había ralentizado por alguna razón, casi estaba parado. Me pregunté si había cambiado de montura. Tal vez había encontrado a alguien mejor.
A pesar de mí misma, a pesar de mi amor hacia Jack y Rainey, observar a mis padres biológicos me hacía sentir algo extraño. Saber que no habían querido abandonarme había liberado un nudo de tensión que nunca había sabido que estaba cargando. Supongo que alguna parte de mí se había sentido como un bebé del diablo al que todo el mundo teme, y que había sido desterrado solo porque nadie quiere matar a un bebé. Pero todos estos años, mis padres verdaderos habían estado ahí fuera, echándome de menos a mí y a Alina, suspirando por nosotras. Habían detestado tener que darnos y lo habían hecho solo por nuestra propia seguridad. Estábamos conectadas con un vínculo entre madre e hija. Por fin íbamos a ser una familia de nuevo. ¡Tenía tantas preguntas!
—No me fío de ellos ni un pelo —dijo Barrons—. No dicen más que mentiras.
Barrons estaba totalmente paranoico. «Conciencia perfecta», lo llamaba. Era justo lo que esperaba que dijera.
—Es difícil de creer —murmuré.
—Entonces no te lo creas.
—Mírala, Barrons. Es la mujer que me escoltó para que saliera de la abadía, la última líder del Refugio. La mujer que recogiste esa noche. Por el amor de Dios, ¡nos parecemos! —Cuando llegué a Dublín por primera vez, no nos parecíamos. Yo era blandita y con curvas y todavía conservaba un aire infantil en el rostro. Ahora era como ella, más mayor, más esbelta, con un rostro menos redondo y con las facciones más marcadas.
Barrons nos miró a las dos.
—Podría ser una prima.
—También podría ser mi madre —dije con sequedad—. Y, si lo es, no soy el rey unseelie. —Así conseguía deshacerme del peso de los incontables pecados que cargaba sobre los hombros. Creer que era el peor villano del mundo, responsable de tantos nacimientos retorcidos y de miles de millones de muertes había sido una pesada carga—. Quizá tengan razón, Barrons. Quizás esta nunca fue mi lucha. Quizás Alina y yo simplemente quedamos atrapadas en medio del fuego cruzado. El Libro nos sentía como parte del linaje de Isla y nos acosó, arruinándonos la vida.
—Dani mató a Alina —me recordó con aspereza.
¿Por qué tenía que recordármelo ahora? Me di la vuelta y le miré con el ceño fruncido.
Entonces su cara se retorció. Me estaba observando con esos ojos oscuros y salvajes. Rugió el nombre de Rowana tan alto que me sorprendió que las ventanas no saltaran en mil pedazos.
Parpadeé. Volvía a ser Barrons. Me miraba extrañado.
—¿Estás bien?
—¿Qué acabas de decir?
—He preguntado si estabas bien.
—No, ¿qué has dicho antes de eso?
—He dicho que Dani mató a Alina por culpa de Rowena, nunca lo dudes. ¿Qué pasa? Estás blanca como un fantasma.
Sacudí la cabeza, avergonzada. Entonces me estremecí y volví la cabeza hacia la ventana.
—¡No! —El Sinsar Dubh había empezado a moverse de nuevo con rapidez.
—¡Viene hacia aquí! —gritó Isla al mismo tiempo que yo.
—¿A cuánto está? —preguntó Pieter.
—A unos tres minutos, tal vez menos. Está en un coche —dijo Isla.
Necesitaba saber que ambas lo sentíamos en la misma distancia. Con dos de nosotras, sería más difícil engañarnos. Me moriría si lo que pasó la última vez que intentamos acorralarlo volvía a pasar.
—¿Dónde lo sientes?
—Al noroeste de la ciudad. A cinco kilómetros como mucho.
Me sentí aliviada. Ahí era exactamente donde lo sentía yo también.
—¿Qué parte de este lugar es más segura? —preguntó Isla a Barrons.
Él la miró.
—Cualquiera.
—¿Cuál es el plan?
—Tienes que darle el amuleto a tu madre —dijo Pieter.
Toqué la cadena que me rodeaba el cuello y miré a Barrons. Él respiró hondo y abrió la boca de par en par para pronunciar un rugido silencioso.
Volví a parpadear y miré de nuevo. Mantenía su compostura y saber estar de siempre.
—Te toca a ti —dijo—. Tú eres quien decide.
Me sentía muy extraña. A Mac 1.0, camarera, soñadora despierta y amante del sol profesional, lo que le habría gustado más hubiera sido pasarle cualquier tipo de responsabilidad a cualquier otra persona. Habría querido que cuidaran de ella, no ser la que cuida a los demás. Pero ya no conocía a esa mujer. Me gustaba tomar decisiones difíciles y luchar en una buena pelea. Tener que renunciar a la responsabilidad había dejado de hacerme sentir como si me liberara de una carga. En lugar de ello, me hacía sentir que estaba renunciando a la parte más importante de mi vida.
—MacKayla, el tiempo corre —dijo Pieter con suavidad—. No tienes que seguir luchando. Ahora estamos nosotros aquí.
Miré a Isla. Sus ojos azules brillaban con lágrimas no derramadas.
—Escucha a tu padre —dijo—. Nunca volverás a estar sola, cariño. Dame el amuleto. Libérate de tu carga y déjame que la lleve yo por ti. Nunca tuviste que cargarla tú.
Volví a mirar a Barrons. Me estaba observando. Lo conocía. No me obligaría a hacer nada que yo no quisiera.
Me lo pensé de nuevo. ¿A quién quería engañar? Por supuesto que Barrons intentaría obligarme. Él quería el conjuro para acabar con la vida de su hijo. Llevaba casi toda su existencia detrás de él. Cargaría y discutiría y rugiría. Nunca había estado tan cerca como ahora, así que no iba a retirarse y darme espacio para que tomara mis propias decisiones.
—No lo hagas —gruñó—. Lo prometiste.
—El Sinsar Dubh ha entrado en la ciudad —se limitó a decir Isla—. Debes decidir.
Yo también podía sentirlo, apresurándose hacia nosotros, como si supiera que si se daba prisa nos pillaría con los pantalones bajados, yo indecisa y todos ellos expuestos a mi incapacidad de comprometerme.
Me moví hacia Isla, jugando con la cadena con los dedos. ¿Cómo podía aceptar que no tenía que luchar esta batalla? Me había estado preparando para eso. Estaba lista. Sin embargo, ahí estaba ella diciéndome que no tenía que preocuparme de nada. No condenaría al mundo, y no tenía que salvarlo. Otros se habían preparado para el mismo momento y estaban más cualificados que yo.
Entonces volvió esa sensación surrealista. ¿Y qué me estaba zumbando en la oreja? No dejaba de pensar que oía rugir a Barrons, pero cada vez que miraba hacia él, no había abierto la boca.
—Necesito un conjuro del Libro —dije.
—Cuando lo hayamos enjaulado, podemos sacar todo lo que necesites. Pieter conoce la Primera Lengua. Así es como tu padre y yo nos conocimos, trabajando en textos antiguos.
Me quedé observando esa cara tan parecida a la mía, pero más vieja, más sabia y más madura. Quería decirlo, necesitaba decirlo, al menos una vez. Tal vez nunca volvería a tener la oportunidad de hacerlo.
—Madre —probé a pronunciar la palabra.
Una sonrisa radiante y temblorosa apareció en su rostro.
—Mi querida y dulce MacKayla —exclamó.
Quería tocarla, estar en sus brazos, respirar el aroma de mi madre, y ahora pertenecía a un lugar. Me centré en el único recuerdo que tenía de ella, profundamente enterrado hasta este momento. Me concentré con fuerza, pensando en lo valioso que era. No podía creer que lo hubiera olvidado durante todos estos años. Mi mente infantil había registrado una única imagen: Isla O’Connor y Pieter mirándome con lágrimas en los ojos. Estaban de pie junto a una furgoneta azul, despidiéndose con la mano de nosotras. Llovía, y alguien había colocado un paraguas rosa intenso con florecitas verdes en mi carrito de bebé, pero el viento había conseguido colarse debajo. Yo tenía los puños cerrados con fuerza, tenía frío y lloraba. Isla se alejó de Pieter corriendo para arroparme mejor con la mantita que me cubría.
—Cariño, eso fue lo más duro que hice ese día de lluvia, dejarte ir. Cuando te arropé, quería con todas mis fuerzas cogerte en brazos y quedarme contigo para siempre.
—Recuerdo el paraguas —dije—. Creo que de ahí viene mi amor por el rosa.
Ella asintió. Le brillaban los ojos.
—Era de un rosa vivo con florecitas verdes.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. La observé durante unos instantes, memorizando su rostro.
Isla abrió los brazos.
—Mi hija, mi preciosa niñita.
Una emoción agridulce me inundó cuando me acerqué a los brazos de mi madre. Cuando se cerraron cálidos y reconfortantes en torno a mí, empecé a llorar.
Ella me acarició el pelo y susurró:
—Calma, cariño, no pasa nada. Tu padre y yo estamos aquí. Ya no tienes que preocuparte por nada. Todo irá bien. Volvemos a estar juntos.
Lloré con más fuerza. Porque podía ver la verdad. A veces, está ahí en las fisuras.
Y otras veces está en una perfección excesiva.
Mi madre me rodeaba el cuello con sus brazos. Olía bien, como Alina, a velas de melocotón y nata y a colonia Beautiful.
Y yo no tenía ni un solo recuerdo de esta mujer.
No había habido ninguna furgoneta azul. No había habido ningún paraguas rosa. Ningún día lluvioso.
Deslicé la lanza de la funda y la coloqué entre nuestros cuerpos.
A continuación, la clavé en el corazón de Isla O’Connor.