Un niño descarriado
Realizada por Ted Tezlaff cuando Bobby Driscoll tenía doce años, La ventana (1949) fue la mejor película del irresistible astro precoz. Driscoll interpretaba en ella a Tommy Woodry, hijo de una familia de obreros de Nueva York. Vista hoy, este apasionante thriller sobre la paranoia que inspiran en los niños los adultos, adquiere sombrías resonancias, amargamente irónicas. Hay un momento en que la madre de Tommy (Barbara Hale) le prohíbe salir del humilde apartamento de alquiler en donde viven, en el bajo East Side. Tommy contesta: «No tengo a donde ir». Tras una carrera temprana, brillante y prometedora (una estrella a los seis años, ganador del Oscar a los once, treinta películas en su haber, la mayoría de ellas junto a las máximas figuras de Hollywood), a los diecisiete años, Driscoll ya era un ex yonqui y había sido detenido varias veces con distintos cargos. En 1968, descubrieron su cadáver en un edificio abandonado del bajo East Side de Nueva York —escenario de su film más impresionante—. En el momento en que encontraron el cuerpo no pudo ser identificado, y el premiado actor que había llegado a ganar 60.000 dólares al año fue a parar a una fosa común.
Bobby Driscoll había nacido en Cedar Rapids, Iowa, en 1937. Tenía seis años cuando la familia se trasladó a California. Un barbero que le cortaba el pelo fue tajante: este chico tan listo debería estar en el cine. Una visita a la MGM para una prueba demostró que el barbero sabía lo que decía: le dieron un papel en Lost angel, protagonizada por Margaret O’Brien, la presumida niña mimada, sensación del momento. (También O’Brien estaba destinada a no graduarse nunca para papeles de adulta; no obstante, la vida le ahorró la tragedia que acabó con Bobby).