El 13 de febrero de 1939, todo Hollywood se quedó de piedra al saber que a George Cuckor, uno de los directores más profesionales y respetados del mundo del cine, le habían echado del rodaje de Lo que el viento se llevó (pocos días más tarde lo reemplazaría Victor Fleming). Cuando comentan la decisión del productor David O. Selznick, los estudiosos de la historia del cine suelen interpretarla de la siguiente manera: si bien Cuckor era conocido y admirado como un «director de mujeres» y era brillante dirigiendo a Vivian Leigh y a Olivia de Havilland, Clark Gable se empeñó en que lo cambiaran por su amiguete Fleming, un «director de hombres», que le dedicaría a él mayor atención. Esta explicación es una falacia. El motivo real del cese sí estaba relacionado con Gable, pero era de naturaleza tan escandalosa y hasta tal punto confidencial que se destruyeron rodas las copias de los informes de Selznick relativos al despido de Cuckor.

Gable era la clave del asunto, pero la causa real era un jovencito quinceañero en la vida sexual de «el Rey» —y de «la Reina» [en inglés «Reina» es «Queen» que también quiere decir en el argot gay «mariquita». (N. del T.])— «La Reina», era William Haines, por entonces un popular astro de la MGM que no tenía nada que ver con Lo que el viento se llevó. Lo habían echado de la MGM en 1933, cuando su descarada homosexualidad empezó a causar problemas en el remilgado estudio.

William Haines era un «hijo del siglo». Había nacido unos minutos después de la medianoche del 1.° de enero de 1900 en Staunton, Virginia. Fue allí a la academia militar, estudió arte dramático y, luego de graduarse, consiguió un trabajo de recadero en Wall Street. Aburrido del empleo, en 1922 se presentó a un concurso de «Caras Nuevas» patrocinado por Samuel Goldwyn, y lo ganó. El director de reparto Robert McIntyre, responsable de la búsqueda, seleccionó a Haines entre miles de aspirantes de Nueva York. Hollywood lo admitió y el muchacho ingresó en el cine como «pupilo artístico» de la Goldwyn Company. Cuando la Metro y la Goldwyn se fundieron en la MGM, el nuevo estudio heredó a Haines. Durante los seis siguientes años actuó en un promedio de media docena de films al año para la MGM, apareciendo junto a Joan Crawford, Marión Davies, Mae Murray, Norma Shearer y Mary Pickford y siendo dirigido por Victor Seastrom, Clarence Brown y King Vidor.

Sus primeros films fueron muy distintos y diversos. El versátil aprendiz de 1,80 representaba dramas o comedias con expresivos recursos mímicos e igual destreza. A finales de los años veinte era una de las estrellas más conocidas y activas de la constelación de la MGM y se había convertido en prototipo del personaje que sus admiradoras preferían: un joven ingenioso y encantador, aunque a menudo arrogante, una especie de flapper masculino [las flappers eran esas muchachas de pelo y faldas cortas, versadas en charleston y descaro, que escandalizaron a sus pares y fueron el símbolo de los locos años veinte. (N. del T.)], siempre animado y encandilado —solía actuar como si acabara de esnifar una tira de coca—, al que siempre le cortaba las alas la chica de la que se enamoraba. En Slide, Kelly, Slide, una comedia sobre el mundo del béisbol, era un engreído lanzador; en Spring fever, un campeón de golf algo cabezota; en West Point, un jugador de fútbol algo presumido; y en The smart set, un insolente deportista que se presentaba como «la joya del polo norteamericano». Indefectiblemente, al final de la película, depuesta su petulancia, demostraba que «en el fondo era un buen chico».

Es curioso que, en su crítica a Vino de juventud de King Vidor, el «New York Times» señalara que Hal, el personaje interpretado por Haines, hacía lo posible «por convertir la historia en una aventura gay». En Tell it to the marines, uno de sus films más interesantes, el sargento Lon Chaney y el recluta Haines sostenían algo que sólo podía describirse como una relación sadomasoquista de amor y odio.

Haines fue la primera estrella de la MGM en enfrentarse al micrófono en la película Alias Jimmy Valentine (1928). La película fue realizada como un film mudo, pero al ver que otros estudios estaban lanzando ya productos sonoros, Irving Thalberg ordenó que volviera a producción, y Haines y su compañero Lionel Barrymore repitieron sus papeles, con sonido, en las escenas de los dos últimos rollos. En esa época las técnicas eran aún primitivas y los micrófonos se escondían en ramos de flores o debajo de las mesas. La película fue un gran éxito, pero Haines describió la llegada del sonido a la MGM como «una segunda noche del Titanic».

Haines era tan arrogante y chistoso dentro como fuera de la pantalla, y, asimismo, muy popular, no sólo en la sociedad de Tinseltown, sino también entre los técnicos, almaceneros y operarios del estudio, a quienes solía saludar con afectuosas palmadas en el hombro. En un clima tan melindroso como era el de la MGM, él era el bufón oficial de la MGM, relajante y glamoroso.

Con el advenimiento del sonoro, L.B. Mayer ordenó que todos los actores bajo contrato que no tuvieran además alguna experiencia teatral debían recibir clases de elocución. Una tarde, el profesor de voz que dictaba ejercicios labiales a un grupo de actores, le pidió a Haines que recitara rápidamente una frase tipo «Pronto los patos poblaron la estepa de prístinos presagios». Haines se cansó de repetirla y comenzó a balbucear. El profesor le regañó:

—Lo que pasa, Mr. Haines, es que tiene usted el labio perezoso.

Haines (cuya fama de ser un buen mamón era legendaria en Hollywood), replicó:

—¡Nunca hasta ahora he tenido quejas!

Lo cual dejó de una pieza a todos los presentes.

Al principio, Thalberg simpatizó con Haines y no vio inconveniente en que acompañara por la ciudad a su hermana Sylvia, a quien, en un acto de nepotismo, había dado un empleo muy bien pagado en el departamento de guiones de la MGM. A menudo, Haines iba con Irving y Sylvia a pasar los fines de semana junto al lago Arrowhead. No obstante, el precoz y genial productor aborrecía el contacto físico con la mayoría de la gente, y Haines, como otros, también acabó añorando la intimidad de sus modales algo aviesos. Casado a con Norma Shearer, Thalberg llegó una noche a una fiesta que Marion Davies ofrecía en San Simeon, el palacio «Xanadu» construido para ella por su amante William Randolph Hearst. Los dos Thalberg iban vestidos igual: de cadetes de West Point. Haines toqueteó un poco a Thalberg y dijo: «Perdóname, Irving, te había confundido con Norma». El productor, a quien el chiste no hizo gracia, jamás perdonó a Haines y se lavó discretamente las manos cuando su antiguo amigo fue despedido por L.B. Mayer.

William Haines y Hedda Hopper en A tailor-made man

La tormenta se desató en 1933. Guiado por la mano de hierro de Mayer, Howard Strickling, jefe de publicidad de la MGM, se aseguró de que los informes periodísticos sobre las actividades de las estrellas del estudio se adecuaran a una imagen estricta: una imagen tan pulida y controlada como la que pudiera salir del Ministerio de Información del Tercer Reich. Se concertaban o destruían romances, se provocaban fugas y se inducían abortos en Tijuana, todo de acuerdo con lo que Mayer y Strickling considerasen más apto para llenar las voraces taquillas de los cines de la cadena Loew a lo largo y ancho del país. La imagen masculina del estudio era de extrema importancia: Gable encamaba al deportista al aire libre; John Gilbert, al amante eximio; Wallace Berry, al grandote palurdo con un corazón de oro (en la vida real Berry era un cerdo inmundo). Tan pronto como en las columnas aparecieron ciertas indirectas, obviamente referidas a Haines, sugiriendo que el actor era marica, cundió el pánico en el Departamento de Relaciones Públicas de la MGM. De inmediato fabricaron una tonelada de material de prensa para difundir la «noticia» de que Haines se había enamorado repentinamente de Pola Negri. Los fans se vieron beneficiados con fotos de la enorme cama que Pola y Billy compartían cuando se casaron.

Pero las cosas fueron de mal en peor. Haines amaba a su amigo Jimmy Shields, su antiguo doble, pero, como a la mayoría de los homosexuales —como a la mayoría de los hombres—, de vez en cuando le gustaba echar una canita al aire. Sentía algo por los uniformes. Él mismo los había llevado en Tell it to the marines, West Point y Navy Bines. Le gustaba ponerse ropa militar; pero le gustaba aún mucho más disfrutar de soldados de verdad en los barrios bajos de Los Angeles.

Se conocieron en Pershing Square. Uno era un astro de Hollywood que encarnaba a militares en la pantalla; el otro, un marinero de la armada norteamericana, honrado y buen chico hasta la médula, diez años más joven que el actor, de permiso mientras su barco repostaba en San Diego. Aquella susurrante fuente de la plaza, rodeada de palmeras, era un conocido lugar de ligue homosexual; de allí, la flamante reciente pareja se trasladó al no menos célebre edificio de la YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos), en cuya séptima planta Haines alquiló una habitación. La aventura en aquel séptimo cielo no duró mucho: un vigilante y la Brigada contra el Vicio la interrumpieron esa noche repentinamente. En el momento en que se cerraban las esposas, dos carreras llegaron a su fin: la del muchacho en la Marina y la de Haines en la MGM.

L.B. Mayer, informado al instante de la redada, explotó. Hacía apenas unas semanas que, picado por los rumores de las columnas de chismes, el inflexible, cuadrado y braguetero cacique le había dado al hermoso conquistador gay un ultimátum: o arrojaba a Jimmy Shields a un pozo y se agenciaba una esposa bajo la forma de Pola Negri —o cualquier otra actriz respetable—, o podía despedirse de su carrera. Cuando se enteró de que había sido arrestado, Mayer despidió a Haines al instante. Por lo demás, la vieja rata decidió que aquello no era un mal negocio. Encuestas recientes demostraban que la popularidad del actor de treinta y tres años, el estudiante de secundaria más viejo de Norteamérica, se hallaba en declive. (Las convicciones morales de Mayer eran tan flexibles como la gomita con que se sujetan los billetes de dólar. Cuando, una década más tarde, otra estrella de la MGM se vio en un brete similar, Mayer consiguió anular los cargos morales —cosa nada difícil en una ciudad de grandes empresas como Los Angeles— y siguió dando trabajo al muchacho. Es que el rubio en cuestión era todavía taquillero).

Hollywood Babilonia 2
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