Durante el rodaje de Rebelde sin causa, James Dean fue el anfitrión de una próspera colonia de ladillas. Cogió las criaturitas en una juerga nocturna. Natalie Wood, Sal Mineo y Nick Adams habían observado que su ensimismado compañero de trabajo aprovechaba las pausas para rascarse; pensaron que en realidad imitaba la grosera manera de restregarse de su desaliñado ídolo, Marlon Brando. El director Nicholas Ray, perplejo ante la poca familiaridad de su estrella con tales modales, lo arrastró hasta una farmacia de Burbanle y le hizo tomar un frasco de un corrosivo ladillicida.
A Dean le dio por dejarse caer por el Club, un bar de Hollywood Este muy concurrido por amantes del cuero. Depredatorio animal nocturno, en busca de sexo anónimo, acababa de descubrir el mundo mágico del sadomasoquismo. Se había metido en el mundo de los azotes, las botas, las correas y las escenas de humillación. Los habituales del Club le habían colgado un apodo singular: Cenicero Humano. Cuando estaba «colocado», era capaz de desnudarse el pecho y rogar a sus amos que se lo pisotearan con sus botas. El perito que examinó el cadáver de Jimmy después de su fatal accidente señaló que tenía «una constelación de cicatrices» en el torso.
Dean había evitado servir en Corea enfrentándose con la junta de reclutamiento: informó a la Unidad de Servicio Selectivo de Fairmount que era homosexual. Cuando Hedda Hopper le preguntó cómo había hecho para eludir el ejército, Jimmy le contestó: «Le di un beso al médico».
Poco después de llegar a Hollywood, Dean había tomado el mismo camino que otros aspirantes a actores: se había ido a vivir con un hombre mayor que él. Su protector era el director de TV Rogers Brackett, que vivía en el elegante Sunset Plaza Drive. Las revistas de fans hablaban de una relación padre-hijo. De ser así, rozaba el incesto.