William Randolph Hearst y Marion Davies. Claro, a nadie le sorprenderá este romance largamente-expuesto-al-dominio-público, y por lo demás ilícito y adúltero. No obstante, veamos: el encuentro cursi de Marion y Willie en el Follies; ella con apenas dieciséis años, él grandote, millonario gracias a negocios de guerra, poderoso y acercándose a los sesenta. ¡Se liaron de inmediato y formaron una pareja perfecta! Esto no lo ha escrito nadie, pero estoy seguro de que en ese instante la orquesta del Follies debía tocar «Canción de septiembre».
Hearst tenía un doble motivo para estar furioso contra Herman Mankiewicz, un antiguo huésped de San Simeón que solía contar anécdotas inventadas. Marion nunca engañó a Hearst, no como Susan Alexander quien sí engañaba al quisquilloso vejete Charlie Kane [por supuesto, se trata del protagonista de Ciudadano Kane de Orson Welles, que en no pocos aspectos era el doble de Hearst. (N. del T.)]. Marion permaneció fiel a William Randolph y devotamente enamorada de él hasta que la muerte y los hostiles hijos de él retiraron su cuerpo.
Pero aún hay otro motivo por el cual William Randolph Hearst hubiera querido ahorcar a Mankiewicz y a su secuaz, el locutor de radio bromista y engreído llamado Orson Welles, el «Niño Prodigio». El amoroso nombre secreto que Hearst daba al húmedo «cofrecito» de su «niña», el mote que ambos habían elegido para referirse a los genitales de Marion y a su hipersensible «botón de amor» —el clítoris de Marion— era el de Rosebud (Pimpollo), tan adorable como gráfico. Marion desde luego bebía (éste era el único rasgo de carácter que compartía con la Susan Alexander de la ficción), y alguien compartió la confidencia apenas susurrada —¿habrá sido Louise Brooks? Bien, como suele suceder, el rumor fue de boca a oído hasta que la mente de Hermán Mankiewicz, más infalible que una trampa de acero, tomó nota de la información: Marion Davies-Rosebud.
Todo el mundo sabe ahora cómo acabó Rosebud: en los labios agonizantes de Charles Foster Kane. Al viejo y herrumbrado «modelo de referencia» de la película de la RKO (cuyo título original era simplemente American), el ligeramente encorvado tótem viviente W.R. Hearst, ya le amargó bastante la vida el que el clítoris de Marion Davies se mencionara a lo largo de Ciudadano Kane —medio mundo recuerda Rosebud, jugando con la palabrita como juegan los niños con los dientes flojos—, ¡pero mucho peor para Hearst fue que el anciano Kane muriese con Rosebud en los labios!
¡Mucho peor era ese cunnilingus cinemático que la visión final de Rosebud quemándose y consumiéndose en las devoradoras llamas del horno de Xanadu!
Pero, puesto a prueba casi más allá de lo humanamente soportable, el viejo dragón Fafner que era Hearst, demostró poder portarse como un caballero. Él no era un tipo de Texas. No recurrió a las armas. Orson y Herman se salvaron por los pelos y su triunfo no fue material. Ciudadano Kane: una magnífica mala pasada del cine.
Charlie Chaplin y Marion Davies: romance ante las narices de Hearst