CATORCE
CATORCE
—Muy astuta —dijo una voz detrás de ellos.
Rudiger se encontraba de pie, chorreando agua, ante la cascada; en la mano llevaba un cuchillo cuya hoja destellaba.
—Doremus —dijo—, ven a mi lado. Tenemos presas que cobrar.
Doremus se quedó petrificado, sin saber qué hacer.
—¿Serafina? —dijo—. ¿Madre?
—Una puta, como todas las mujeres. —Rudiger se encogió de hombros—. Ha sido bueno para ti crecer sin que ella te rodeara con sus alharacas y molestias.
La mujer vampiro se puso de pie con lentitud. En la oscuridad, sus ojos parecían brillar con luz roja.
—Os esperé allí fuera, pero sólo acudió el fiel perro.
La cosa que había sido Sylvana se encogió, y su cabeza se hundió en el lecho de verdor.
—Así que regresé. —Hizo un gesto con el cuchillo.
—Eso es completamente insuficiente, conde —dijo Genevieve—. ¿Dónde está tu otra arma?
Rudiger se echó a reír como siempre hacía en el momento culminante de la cacería, y tocó su aljaba.
—Aquí dentro junto con las flechas.
—Padre —intervino Doremus—. ¿Qué significa esto?
—Ya no tienes que llamarme así.
—Era Magnus —le explicó Genevieve—. Lo vi en su cara. Tú tienes su cara.
De repente, Doremus entendió a su «tío», comprendió por qué lo había cubierto de atenciones, y el significado de las miradas que aquel hombre siempre posaba sobre el retrato de Serafina.
—Era un buen amigo, y no podía culpárselo por la traición más que a ese gordo estúpido de anoche —declaró Rudiger—. Fue culpa de la ramera con quien me casé, eso es todo.
Genevieve había estado aproximándose a Rudiger, centímetro a centímetro, siempre que el conde centraba su atención en Doremus; el muchacho no sabía a cuál de los dos ayudar.
—Vampiro —le advirtió Rudiger—. Mantente a distancia.
Genevieve se detuvo.
—¿Cómo supiste que yo había matado a Magnus? —preguntó.
—Al conde lo mataron con un cuerno. La yegua habría usado también los cascos.
Rudiger sonrió.
—Ah, ésa es una observación de cazador.
Sacó el trofeo de su abuelo de la aljaba.
—Tan bonito, tan afilado, tan peligroso —dijo mientras miraba a Genevieve.
El cuerno aún estaba enrojecido por la sangre de Magnus.
—No podía permitir que me arrebatara a mi heredero —explicó Rudiger—. El apellido von Unheimlich debe perpetuarse aunque el linaje se interrumpa. El honor es incluso más importante que la sangre.
Doremus supo entonces que Magnus había estado intentando declararle su paternidad. Cuando éste fue herido, había querido que él lo supiera, que tuviese ese recuerdo.
—Lo estaba reconcomiendo —continuó Rudiger—. Lo habría dicho en público, te habría arrebatado de mi lado y te haría tomado como heredero suyo. Ahora la amenaza ha desaparecido. La familia está a salvo.
Doremus le volvió la espalda al conde y lloro por su padre.