VEINTIOCHO

VEINTIOCHO

La lluvia cesaba y estaba a punto de amanecer. Kloszowski yacía en el suelo mientras Genevieve y Antonia observaban cómo se consumía la casa Udolpho.

—¿Eso será definitivo?

—No —respondió Genevieve—. Se reconstruirá ella misma. Es un hechizo extraño, algo que inventó el viejo Melmoth.

—¿Alguien pertenecía a la familia original?

—No lo sé. Creo que tal vez Schedoni. Y el doctor Valdemar es un médico auténtico.

Kloszowski se sentó, y las mujeres se volvieron a mirarlo.

—¿M… Montoni? —preguntó Antonia.

Él negó con la cabeza.

—Él pensaba que era un revolucionario —le explicó Antonia a la mujer vampiro.

—Y soy un revolucionario —protestó él.

—Se te pasará.

—Pero es que lo soy.

Otra torre cayó entre las ruinas y por un momento tuvo brillo en dorado al bañarla las primeras luces del día, antes de que una bocanada de humo negro la ocultara. Mientras se derrumbaba una sección de la casa, otra surgía como una planta de rápido crecimiento; sus paredes brotaban y sus ventanas se cubrían de cristales al tiempo que las vigas crujían al tenderse en lo alto de los techos. La casa Udolpho era imbatible.

—No podemos quedarnos aquí —dijo Genevieve—. Tenemos que rodear la hacienda y mantenernos bien alejados de ella. El hechizo tiene un gran alcance y es persistente. Luego, tal vez podremos continuar hasta Bretonia.

—¿Ellos continuarán así?

Genevieve miró al hombre.

—Eso creo, Aleksandr. Hasta que finalmente muera el viejo Melmoth. Entonces, tal vez todos despertarán.

—Estúpidos.

—Todos creemos en los cuentos de hadas —respondió la mujer vampiro.