XX

El padre Amancio se encontraba tras el altar de la capilla, acompañado a sus lados de Carlos y Seba. Encima del altar había una biblia cerrada y unos cirios encendidos junto a un cuenco con incienso.

El cura alzó las manos, cerró los ojos, y dirigió su mirada a lo alto.

— Tú… La que su vida fue sesgada cruelmente… Tú… La que se ganó los favores de Lucifer con su ira y sed de venganza… Tú… La que se esconde tras los reflejos… Tú… ¡Verónica!

Carlos y Seba miraban nerviosos a todos lados.

—Muéstrate— susurró el cura.

Esperó unos segundos peor nada pasó.

—¡Muéstrate! — Gritó el padre Amancio.

En ese momento, la lechuza cruzó toda la capilla y se posó en una de las vidrieras de la edificación.

—La lechuza, padre— dijo Seba nervioso.

—No está la niña— advirtió Carlos.

En ese momento, Verónica aparece en el pasillo central de la capilla, mirando fijamente hacia el altar.

—Dios mío— susurró el cura.

Lentamente, con paso firme y cabeza alta, Verónica comienza a caminar en

dirección al altar. A cada paso que da, una leve llama de fuego se enciende en el suelo.

—Dime tu nombre— dijo el cura.

Pero Verónica no mencionó palabra alguna, y prosiguió su marcha, mientras las llamas se alzaban cada vez más detrás de ella, y los nervios de los chicos aumentaban.

—¡Dime tu nombre! — Le gritó el cura.

Pero la prosiguió su marcha hasta colocarse a escasos centímetros de la cara del cura, y se mantuvo firme, mientras los chicos se echaban atrás.

—Verónica, padre— respondió la niña con una voz ronca infernal, a escasos cinco centímetros de la cara del cura.

El cura traga saliva y placa sus nervios en la medida de lo posible.

— Por el poder de Dios, invoco a los ángeles celestiales para que con su ayuda

— comenzó a recitar el cura…

Verónica sonríe y desaparece. El cura guarda silencio.

De pronto, se percatan que la niña está detrás de ellos y los chicos lanzan un grito y se apartan de ella.

— Para que, con su ayuda, te destierren al infierno, de donde nunca debiste salir…— Verónica enfurece su rostro—. ¡Vuelve a tu sitio, esbirro de Lucifer! ¡Por el nombre de Dios, yo te lo ordeno!

Verónica desaparece de nuevo. Todos miran a su alrededor.

—¿Se ha ido? — Preguntó Seba.

—No veo a la lechuza tampoco— dijo Carlos.

—Sigue aquí— sentenció el cura mirando a todas partes.

Carlos empieza a caminar por la capilla buscando por todas partes, pero no obtiene resultado. Mira al altar y sonríe.

—Creo que se ha ido, padre— dijo Carlos.

En ese momento, Verónica aparece detrás de Carlos y, con un rápido movimiento, clava unas tijeras por la nuca del joven, haciendo que cada una de las puntas salgan por cada uno de los ojos de Carlos.

—¡Carlos! — Gritó Seba.

El cuerpo de Carlos permanecía en pie, temblando, con los ojos destrozados, mientras Verónica lo mantenía alzado.

De pronto, Verónica bajo su mano y el cuerpo de Carlos cayó desplomado al suelo, mientras la niña miraba al cura sonriendo.

—¿Quiere volver a intentarlo, padre? — Dijo Verónica amenazante con su ronca voz.

El cura se estremece.

—¡¿Por qué haces esto, que te hemos hecho?! — Gritó Seba.

Verónica lo miró fijamente, muy seria.

—Ven— le dijo la niña a Seba.

Como hipnotizado, Seba se encamina hacia Verónica.

—No, Seba, ¡no! — Le inquirió el cura.

Pero de nada sirvió. Seba llegó hasta la altura de Verónica y ésta le entregó las tijeras que minutos antes habían acabado con la vida de Carlos. Las agarró, se giró mirando al cura y, como si de un robot se tratara, las introdujo lentamente en sus propios ojos, no ofreciendo un solo grito de dolor ni muestra de ello. El cura apartó la mirada.

Verónica se colocó frente a Seba y, con un rápido movimiento, seccionó el cuello del chico con otras tijeras. Seba cayó de bruces al suelo desangrándose.

Nervioso, el cura agarró la biblia a toda prisa, pero al abrirla, todas las hojas cayeron cortadas al suelo hecha trizas. Verónica se acercó hasta él, y el cura se arrodilló, temiendo lo peor. Rezaba y rezaba sin parar.

—Un placer, padre— dijo Verónica.

Cuando el cura abrió los ojos, comprobó que Verónica había desaparecido. Tras unos segundos, se acercó hasta los cuerpos de los chicos y los santiguó… Tras ello, cayó al suelo, roto de dolor.