XII

Carlos pasea por el cementerio, mostrando una gran preocupación en su rostro. Pasa junto a la zona donde la noche anterior había hallado a los críos con la tabla y ve los restos de una de las velas. Con furia la pisa.

Sigue caminando entre las lápidas haciendo su ronda, cuando de pronto observa como una lechuza blanca se posa sobre una de las cruces de mármol. Carlos se

sorprende.

—Pero, ¿qué cojones haces aquí ahora? — Pregunta en voz alta sin apartar la vista del ave.

De pronto, escucha una voz ronca tras él, que le llama por su nombre. Carlos se gira rápidamente asustado, pero no ve a nadie. Tras unos segundos se vuelve a girar y mira fijamente a la lechuza.

Furioso, Carlos agarra una piedra del suelo y la lanza contra la lechuza, haciendo que ésta vuele lejos de la zona y se pose en otra zona del cementerio.

Furioso, como si quisiera desahogarse con el animal, Carlos va a su encuentro a toda prisa portando una nueva piedra.

Gira a la izquierda en unos nichos y de pronto queda paralizado. Frente a él, mirándole fijamente, se encuentra una niña delgada, de pelo negro y con las cuencas oculares vacías, con un vestido blanco muy deteriorado.

Tras unos segundos en los que los músculos de Carlos no respondían, el chico echa a correr del lugar sin una dirección determinada. No quiere ni tan siquiera mirar atrás. El pánico ha tomado el control de sus movimientos.

Al llegar a un antiguo mausoleo abandonado y vacío, lejos de la zona destinada a camposanto, Carlos accede a él, cierra la puerta y toma asiento colocando su espalda contra la pared, presa de los nervios. La única luz que le acompaña es la de su linterna.

No puede apartar la mirada de la puerta, esperando que en cualquier momento ésta se abra y esa niña entre decidida a por él. Su corazón palpita con una velocidad exagerada y sus manos tiemblan como si de gelatina se tratara.