XVIII
Carlos estaba de rodillas frente al altar de la capilla, rezando.
En ese momento, Seba entra a la misma, acelerado y se dirige hacia él. Carlos se incorpora y lo mira.
—La he visto, Seba, la he visto— le dijo muy nervioso.
—¿Cómo sabes que era Verónica? — Le preguntó intrigado.
—No lo sé, pero es una sensación.
De pronto, la puerta de la capilla se abre y un cura entra a la iglesia. Los chicos lo miran.
—¿Qué hacen aquí? — Preguntó extrañado el cura.
—Padre, soy Carlos, el hijo de Alberto.
—¿Qué haces aquí, a estas horas? — le preguntó intrigado—. ¿No deberías estar al otro lado, en el cementerio?
—Padre Amancio, necesitamos su ayuda— le suplicó Carlos.
—¿Quién es tu amigo?
—Me llamo Sebastián, padre.
—Por favor, ayúdenos, estamos en peligro— le pidió Carlos muy nervioso.
El cura lo mira extrañado al escuchar eso.
—¿En qué lío te has metido ahora?
—Hicimos una ouija y…
—¿Una ouija? — Repitió sorprendido mientras los chicos asentían con la cabeza. — ¿Os habéis vuelto locos?
—Ayúdenos, padre— le pidió Seba.
—¿Cómo se os ocurre jugar con esas cosas? — Volvió a recriminarles.
Los chicos, avergonzados y temerosos, guardan silencio un momento.
—¿Qué es lo que ha pasado? — Se interesó el cura.
— Esta noche, todo el grupo de amigos, nos reunimos en casa para realizar una ouija— empezó a explicar Carlos—. Pensábamos que no iba a pasar nada, que perderíamos el tiempo… Pero el master comenzó a moverse, padre…— El cura prestaba atención a lo que Carlos contaba—. Y empezó a decirnos cosas, hasta que Dafne desapareció…
—¿Qué desapareció? — Preguntó extrañado el cura.
—Las velas se apagaron solas— explicó Seba—. Y al encenderse no estaba por ninguna parte.
El cura camina nervioso por la capilla.
—Hace una hora me pareció verla en la carretera, y una lechuza que…
—Y yo vi la misma lechuza, y una niña en el cementerio…
EL cura se gira bruscamente.
—¿Una niña?
—Sí, la que escribía en la ouija, padre— contestó Carlos nervioso.
—¿Os dijo su nombre?
El cura se echó las manos a la cara y respiró hondo. Los jóvenes se percataron de que la preocupación del cura iba en aumento.
—¿Qué ocurre, padre? — Preguntó Seba.
Don Amancio los mira a los ojos fijamente.
—Hace tiempo— comenzó a explicar el cura—, una niña de unos trece años, desapareció en un pueblo cercano a éste… Esa niña, fue violada, humillada y, cruelmente asesinada. La hallaron en una cueva… Con unas tijeras clavadas en los ojos
— los nervios de los chicos iban en aumento—. A los pocos días, la gente decía ver a una niña que se aparecía en los espejos de sus casas… La historia de esa joven, comenzó a correr de boca en boca… Y la gente, ingenuos inconscientes, comenzaron a invocarla… Pensando, que tan sólo se trataba de un juego, o una leyenda más— Seba empezó a emocionarse—. Para ello… Usaban una vela encendida frente a un espejo y, cerrando los ojos, decían su nombre tres veces… Verónica… Verónica… Verónica…
Y en ese momento, una lechuza blanca que simboliza el mal augurio y que siempre la acompaña, se posaba en una ventana… Precediendo la aparición de su dueña… En el espejo… Para clavar unas tijeras en el infeliz que la invoque.
Carlos y Seba no podían contener el nerviosismo y las lágrimas resbalaban por el rostro de ambos, prestando atención a las palabras del cura.
—Los casos de muertes extrañas relacionados con Verónica, y a ese ritual, fueron tan numerosos que… Tras un estudio concienzudo por parte de la Iglesia, se decidió incluir a Verónica entre los demonios más peligrosos… Se dice que Lucifer, quedó tan prendado de su belleza, a la vez que por la ira que llevaba en su interior… Que la presentó al resto de las legiones demoníacas como su propia hija…
—¿Nos está tomando el pelo, padre? — Preguntó enfadado Carlos.
—No, hijo— Intentó tranquilizarlo el cura.
—¡¿Es una broma?! — Volvió a gritar Carlos.
—¡Carlos, tranquilo! — Le inquirió Seba—. ¿Y por qué unas tijeras, porque ella murió así?
—Es una de las hipótesis…— Respondió el padre Amancio—. También, las tijeras, son un símbolo de conjunción, como la cruz, es la afilada hoja encargada de
cortar el hilo de la vida, símbolo de la posibilidad de una muerte repentina y un recuerdo de que la vida no depende solo de nosotros. Por ello se trata de un símbolo ambivalente, que tanto puede expresar la creación como la destrucción, el nacimiento o la muerte. Esas tijeras, dieron a luz a Verónica… Con ellas… Condena al resto.
—¿Y qué podemos hacer? — Preguntó nervioso Carlos.
—Tranquilos, estáis en la casa de Dios, aquí nada os pasará.
—¡Y ya está! — Gritó Carlos.
El cura los miró a los ojos unos instantes, muy serio.
—Existe una oración, para devolver a Verónica a su lugar.
—¿Y a qué espera? — Preguntó Seba extrañado.
—A que os tranquilicéis— Repuso muy serio.