¿BAILAS?

¿Han visto alguna vez el ritual de apareamiento de los calamares? ¡¿No?! Pues no se lo pierdan si tienen oportunidad. ¡Es de bonito! A ver si consigo describirlo sin cometer injusticias:

Para empezar, cuando un calamar y una calamara presienten que pueden hacer puntillitas juntos… cambian mágicamente de colores. Sí, sí, en plural: como una aurora boreal. Hay quien dice que estas modificaciones cromáticas son, en realidad, un desarrollado lenguaje que refleja los diferentes estados emocionales de estos animales, pero no sé, no sé. En fin, a lo nuestro: que, inmediatamente antes de la cópula, el macho se exhibe ante la hembra en un alado baile al que finalmente se unirá ésta, trazando en el agua unos pasos que ya quisieran los campeones europeos de patinaje sobre hielo. Quién podría vaticinar que, después de tan elaborado cortejo, la entrega de espermatóforos se produce durante un fugacíííísimo «picotazo» que dura juro que nada. Entonces la hembra examina concienzudamente el esperma: si le parece a su altura, se fecundará; si no, lo devolverá al mar tan agradecida.

¿Se imaginan que el sexo humano fueran así?: después de bailar, el macho te entrega una bolsita con su esperma, tú lo sometes a control de calidad… y al útero o al olvido, sin más rollo. Aunque, la verdad, a juzgar por lo que se ve en las discotecas…

El baile —o los movimientos sincronizados que entendemos por «baile»; por cierto, gran fallo del Creador no haber previsto una banda sonora «natural»—, en fin, es un recurso que, en algún momento de la seducción, practican todas las parejas animales: desde los cisnes a las ballenas; desde los cangrejos violinistas a los basiliscos (esos lagartos tan graciosos que corren por encima del agua); desde las luciérnagas a los humanos. ¿Por qué? Y, sobre todo, ¿por qué está estrechamente vinculado a la reproducción?

De hecho, no es que esté «estrechamente vinculado» a la reproducción, sino que el baile es, en sí, un ritual reproductivo: los leks son territorios en los que miles de machos de algunas especies avícolas (la chachalaca americana, el gallo de las praderas) se reúnen en la época de apareamiento; allí, cada uno se adueña de una pequeña parcela en la que exhiben sus cualidades genéticas, durante semanas si hace falta, para atraer a las hembras. Algunos de los comportamientos más llamativos son los de danzar en círculo, emitir sonidos armoniosos y patear el suelo con fuerza, comportamientos que, al decir de los estudiosos, fue copiado por los indios americanos para sus danzas rituales. Pero lo que no pueden haber «copiado», ni los indios ni ninguna otra comunidad humana, es el impulso a bailar, porque la reproducción exige, para que pueda llegar a ser, una sincronía física total. Así, las danzas que ejecutamos los animales no son más que —en última instancia, y por sincrónicas— una representación, cuando no una constatación, de la simultánea predisposición reproductiva de los danzantes.

Los medlpa de Nueva Guinea, que celebran fiestas en las que el baile es crucial en la seducción y la elección de pareja, dicen que sincronía es armonía y que, mientras mejor mantenga una pareja el ritmo, más probabilidades tienen de llevar bien su vida en común. Y no es «primitiva» la observación: se sabe hace tiempo que desde el segundo día de nacimiento los bebés empiezan a sincronizar sus movimientos corporales con los esquemas rítmicos de la voz, y actualmente hay constataciones gráficas (fotos, filmaciones, encefalogramas) de la sincronía en el movimiento corporal que se establece, a modo de baile, entre amigos que conversan, entre infantes que juegan distraídamente o entre familiares que comen juntos.

"La danza es alto natural", escribe Helen Fisher, antropóloga: "En la medida en que nos sentimos atraídos por otro, comenzamos a compartir un ritmo". Y podemos terminar compartiendo los churrumbeles, diría yo menos poéticamente. ¿Recuerdan las penumbrosas reuniones de los setenta —modalidad de los guateques de los sesenta o de los bailes de los casinos en los cincuenta—?: aquellas miradas, aquellas risitas nerviosas, aquellos cuchicheos hasta que por fin salías a bailar con quien te gustaba y, entonces, desplegabas un universo no calculado de señales corporales… que ponían del hígado a tu padre.

«¡¡¿Y por qué?!!», recuerdo haber protestado cuando quería prohibírmelos, «¡Si es un inocente baile!» «¡¿Acaso tú nunca bailaste?!».

Pos precisamente…