ME LLAMAN MALA PERSONA
Unos ruidos de hojarasca alegran el silencio de un bosque cruzado por un río. Juguetona, una osa y su retoño de pocos meses saltaperican y se revuelcan sobre la tierra húmeda, dejando escapar gozosos ronroneos de vez en cuando. De pronto, la madre detiene bruscamente el rifirrafe y estira el hocico hacia el cielo: ha olido una presencia. Rápidamente intenta proteger a su hijo pero, antes de poder dar una indicación, un enorme oso se abalanza sobre ellos. La hembra quiere atraer hacia sí la violencia del macho, mas éste tiene demasiado claro cuál es su objetivo: la cría. A pesar de las embestidas de la hembra, el cuadrúpedo consigue agarrarla por el cuello. Sus afiladísimos dientes se convierten en un cepo del que el osito, descuartizado y sanguinolento, ya no podrá escapar. Cuando la bestia haya terminado con él, intentará aparearse con la hembra. Y ella probablemente aceptará.
Es duro, ¿verdad?, pero no cruel. Si quieren saber lo que es crueldad —violencia innecesaria—, lean: un individuo acaba de ser detenido porque se ha descubierto ahora que, hace cuatro años, asesinó a su mujer y a su hijo. Al decir de una familiar de la víctima, el sujeto, autoconvencido de que el hijo que esperaban no era suyo, rajó la barriga de su cónyuge, a punto de dar a luz, extrajo a la criatura, la mató en presencia de la madre y, después, la mató a ella, la descuartizó y enterró sus restos en cuatro municipios distintos.
¿Qué diferencia al macho oso del macho humano?
El infanticidio es una práctica habitual entre muchos mamíferos y algunos primates: los machos matan a los cachorros que pueden haber sido engendrados por otros machos, y abandonan a las hembras. ¿El objetivo? Aumentar las posibilidades de transmitir los genes propios a la siguiente generación y, de cara al futuro, eliminar posibles competidores. De hecho, los celos y la cólera son mecanismos biológicos que «ayudan» a los machos en estos comportamientos.
Pero, ¿para qué evolucionaron tácticas y mecanismos tan destructivos? Pues parece que para evitar la competencia entre espermas en especies cuyo natural es elegir, entre varios, los mejores genes para la propagación. La mayoría de las hembras de estas especies no muestran interés por el sexo cuando están preñadas, ni pueden concebir mientras amamantan. El infanticidio renueva el ciclo menstrual y la fertilidad, de lo que el macho, lógicamente, se aprovecha.
En nuestra especie, sin embargo, hace mucho mucho que la evolución tomó una dirección distinta. La primatóloga Sarah Hrdy sugiere que la prehistórica capacidad orgásmica de la mujer ya intervino en defensa de los bebés: si los pre-hombres eran tan brutos como para matar a las crías con tal de recibir atención sexual, la expectativa de obtener placer permitía a las hembras aparearse durante la preñez o la lactancia. En consecuencia, estar dispuestas para el sexo en cualquier momento defendía a las crías del homicidio.
Otro biólogo, John Alcock, aporta un punto de vista más. Al igual que todos los estudiosos, piensa que el orgasmo femenino ha sido clave en la evolución de la especie humana pero, en concreto, que ha sido decisivo en el aumento de los cuidados paternales: un hombre al que le preocupa si su compañera alcanza o no el orgasmo se preocupa también de los hijos.
Así, y desde entonces —cientos de miles de años, que tampoco fue ayer—, hemos aumentado nuestra masa cerebral, habilidades y potencialidades; hemos desarrollado conciencia y lenguaje, estructuras relacionales y afectivas. Y, con estos cambios, la maldad predatoria, el homicidio, la violación o el infanticidio se han hecho innecesarios aunque, es evidente, todavía se dan entre nosotros. La diferencia entre oso y humano es que para el primero estas conductas todavía son necesarias y, por consiguiente, no hay crueldad.
El caso del asesino pillado nos aclara la diferencia. Por eso no tiene excusa. Habrá quien se acoja a la idea de que este sujeto es un perturbado dominado por los flecos de una irracionalidad «natural» resistente a los cambios. Nada más lejos de la verdad. Si fuera un demente, efectivamente, se le podría perdonar. Pero tuvo la sangre fría de ocultar cuidadosamente su delito (hay, por tanto, consciencia), de chulearse ante unos amigos y, además, de presentarse en el programa de televisión «Lo que necesitas es amor» (o algo así) pidiendo matrimonio a otra mujer. Es, por tanto, un semi-demente traidor que no merece perdón.
A menos, claro, que un civilizado juez dictamine que hubo provocación.