¡¡¿CÓOOMO QUE YA ESTÁ?!!
El «acentor común», una variedad de pájaro pequeño, tiene fama de ser el arquetipo de la monogamia. Bien. El biólogo Robin Baker cuenta que, en cierta ocasión, pudo observar a una pareja de «acentores» picoteando trocitos de comida, de aquí para allá, en una zona de césped. Cuando llegaron a un arbusto, el macho se fue hacia un lado y la hembra hacia otro pero, pero, en cuanto el arbusto la ocultó totalmente de su compañero, la hembra voló hacia una zona de vegetación espesa y allí copuló con un macho que la esperaba escondido. Con la misma velocidad con la que había ocurrido todo, volvió «volando» a la zona donde su compañero podía verla y, no es broma, se puso a silbar como si no hubiera pasado nada.
Las condiciones ambientales y culturales que envuelven la práctica del sexo «hacen» evolución, a pesar de los riesgos que normalmente conllevan. Pero, frente a los desarrollados y conscientes hombres, el resto de los machos disponen de una ventaja: ninguna hembra acusará nunca a su compañero sexual de fornicar demasiado rápido.
Que no salga de Europa, por favor, que lo que les voy a contar pertenece a la hermandad femenina y me puede caer un coscorrón por deslenguada. Pero verán: en la sexualidad masculina hay dos nudos que, de puro divertidos, han facilitado la liberación femenina, a saber: 1) el tamaño del pene de nuestros hombres; y 2) la eyaculación precoz.
Del primero, la mayoría de las mujeres «hétero» —yo la primera, las cosas como son— nos hemos reído hasta dolernos las mandíbulas. Básicamente porque, en contra de lo que ellos creen, no hay rencor sino todo lo contrario: ganas de mejorar la vida banalizando un complejo masculino muy tonto. «Dos de cada tres hombres creen que tienen el pene pequeño… y uno no lo confiesa», dicen las estadísticas. En plena batalla contra el falo y sus derivaciones socio-político-religiosas, díganme: ¿cómo íbamos a desaprovechar tan tronchante ocasión? Bien.
A la «eyaculación precoz», sin embargo, es mucho más difícil tomarle el pelo porque la han convertido en enfermedad, y está feo hacer risas en público sobre un «enfermo», así que nos reímos cuando no hay hombres delante.
¡Fuertes brujas!, me estarán ustedes pensando ya. Pero no —estoy convencida— y me explico.
Muchos (muchos) hombres se preguntan en soledad, pobrecitos míos, si la duración de su potencia eréctil «será suficiente», y muchos (muchos) temen los encuentros sexuales —incluso con sus compañeras habituales— porque creen «que se van» demasiado rápido y que «no cumplen» satisfactoriamente. Efectivamente, la duración de su potencia eréctil suele ser insuficiente, se van demasiado rápido y no cumplen. Esta vez, sin embargo, no es un complejo lo que nos da pie para la risa y el cotilleo, sino la constatación de una realidad. Una realidad que, como la misma medicina dice, la mayoría de las veces no tiene orígenes orgánicos, luego no es enfermedad.
Entonces, ¿qué es lo que hemos visto las mujeres que nos impide dramatizar la eyaculación precoz?
Pues mis niñas y mis niños, La Naturaleza y, en concreto, la naturaleza del sexo reproductivo. Porque —aféenme si no es verdad—, a poco que observemos, se da una cuenta de que la urgencia fornicadora y la rapidez en la inseminación son factores crucialmente ineludibles para la reproducción masculina. «La vida», en los animales, es el conjunto de oportunidades reproductivas aprovechadas (como muestra el ejemplo zoológico de arriba), y lo demás son constructos alucinados de la conciencia humana.
Pero ocurre que aquí, Houston, tenemos un «evolutivo» problema: las mujeres necesitamos un tiempo erótico-sexual y una atención mayor que el de los hombres para que el sexo ¡y el amante! sean objeto de cariño y de deseo perdurable.
Y vale que la erótica masculina padezca de «urgencia»; vale que ellos «son» rápidos porque su esperma les obliga y blablablá; vale que la potente y abundante energía cósmica les haya pasado de largo, vaya por dios; incluso vale que, a veces, el polvete rápido también tiene morbo para las mujeres porque, a menor cortejo, mayor deseo y eso es muy rico y tal… ¡¡Pero es que todos se duermen después del primero!! ¡Y cuando resucitan de su sobada, en lugar de atendernos, ponen cara de eyaculadores precoces porque saben que nadie se enfada o se burla de «un enfermito»!! ¡Ni hablar! En estos casos, todas sabemos que la «eyaculación precoz» es en realidad, y sin compasiones biologicistas, una mezcla de mala educación, egoísmo narcótico y eyaculación única que hay que sacudirse de encima. Y, con sinceridad, díganme: en plena batalla contra el falo y sus derivaciones socio-político-religiosas, ¿ustedes hubieran desaprovechado la ocasión?