¿QUÉ QUIEREN DECIR CUANDO DICEN NO? (1)

En las riberas de un pantano, un lagarto de cola de látigo explora a una hembra con la lengua. Ella le rechaza, él la muerde en el cuello, le rasguña los costados y la aprieta contra el suelo.

Bajo la oscuridad que proporciona un coche, una gata chilla, clava las garras, araña y escupe al macho que la corteja.

Unas praderillas de la semihelada Siberia quedan manchadas por una armiño que ha resistido hasta la sangre los enérgicos argumentos de un pretendiente que se empeña en ofrecerle una romántica velada.

Es difícil no perturbarse ante ciertas conductas masculinas que van desde la molestia al daño físico. Sin embargo, y pese a su resistencia inicial, lagartas, gatas y otras hembras acaban permitiendo que uno de los machos perseverantes y agresivos copule con ellas.

Y eso no es lo más sorprendente: las armiñas, por ejemplo, no ovulan si no experimentan un trauma físico a manos del macho.

Por muy desconcertante que pueda parecernos ahora, la concordancia entre sexo y violencia fue, durante el Paleozoico, un aspecto clave para la supervivencia de los reptiles, predecesores de todos los mamíferos y, por tanto, abueletes nuestros.

En los tiempos prehumanos la violencia sexual no sólo fue activada genéticamente: en la medida en que eliminaba o disminuía la competencia, también fue recompensada con una descendencia más competitiva y con un linaje más duradero. De hecho, los juegos violentos y los forcejeos aún son muy frecuentes en los cortejos sexuales de los animales mientras toman decisiones sobre la conveniencia u oportunidad de aparearse: en la búsqueda del éxito reproductivo, este tipo de tira-y-aflojas puede reportar importantes beneficios para ambos géneros. Veamos por qué.

Debido a las carísimas repercusiones que para las hembras tiene una preñez, la genética se ha encargado de diseñarnos cautas, precavidas y muy selectivas. Los machos, por el contrario, están diseñados para manejarse con urgencia y aprovechar cualquier oportunidad sexual, pues para ellos no hay coste de gravidez. Su precio, sin embargo, lo paga teniendo que demostrar y convencer a la hembra de que es el mejor candidato para la cópula.

En este contexto, y con el objeto de recoger información sobre el pretendiente, el cuerpo y la conducta de las hembras de aves y mamíferos están diseñados para someterlo a una serie de pruebas. En función de las que supere —en comparación con otros candidatos disponibes y, créanme, siempre los hay— la hembra lo aceptará o lo rechazará. La cualidad masculina que se pone a prueba es, básicamente, la destreza para manejar el cuerpo de la hembra y la capacidad para hacer frente a la conducta femenina. Por ello, la hembra necesita poner pruebas que constituyan un reto pero que no sean imposibles de superar: si son pruebas demasiado fáciles o demasiado difíciles, no le servirá de nada.

Estas pruebas constituyen un procedimiento importante: la hembra las utiliza para identificar qué macho puede engendrar descendencia sexualmente competente.

En general, las pruebas que pone la hembra son de competencia entre machos —modalidad de cortejo, luchas, capacidad patrimonial, proezas, hazañas…— pero la prueba específica es de fuerza: la habilidad para franquear la resistencia femenina es, de hecho, la prueba. Cuanto más fuerte y más realista es la resistencia, más efectiva será la prueba.

Se trata sin duda de un juego peligroso. Sin embargo, el hecho de que ni hembras ni machos resulten dañados con los forcejeos nos da idea de la precisión con que la selección natural ha moldeado este aspecto de la actividad sexual.

Con los humanos —como mamíferos— ocurre similar aunque no igual: la herencia reptiliana no ha desaparecido de nuestra configuración cerebral/hormonal y, por tanto, se mantienen ciertos comportamientos y tendencias. Sin embargo, conciencia y lenguaje —evolución— han dotado al «no» femenino humano de significados tan sutiles como poco atendidos, dejándonos sólo con dos opciones extremas —justificación de la violencia masculina o hipercorrección política— y el mismo desconocimiento.

¿Qué quieren decir las mujeres cuando dicen no?

¡Ja! ¡Trampa!: Van a tener que leer esta página la próxima semana. ¡No se lo pierdan!