¡DIME EN QUIÉN ESTÁS PENSANDO!

Seguro que han visto este documental: Una pareja de fieles monos busca alimento. Aunque van juntos, de vez en cuando se alejan un poco el uno del otro para capturar las tentadoras frutas que cuelgan de los árboles. Otros miembros del grupo también comen, juguetean o se despiojan alrededor. Como quien no se da cuenta, uno de los jóvenes va acercándose por detrás a la hembra de la pareja, mientras vigila con la mirada los pasos del entretenido macho.

Si no lo han visto es difícil de creer, pero lo que sigue es tan cierto como tronchante: el mono joven ya «padece» una erección que oculta al macho astutamente dándole la espalda, pero no así a la hembra a la que, cada vez que el macho adulto deja de mirar, toca en el hombro con una mano mientras se masturba con la otra. Aparentemente la hembra no presta caso, pero tras cinco o seis «llamadas», y en un visto y no visto, la fiel hembra acepta la proposición y copulan protegidos por los ramajes.

Todo era de esperar, ¿verdad? Excepto una cosa: la masturbada. ¿Qué función cumplió?

Hay algo que la antropología y la biología han descubierto: la vida sexual de un hombre consigo mismo es tan aburrida (los expertos la llaman rutinaria por cortesía) como suele serla con una compañera. La práctica masturbatoria, por tanto, se rige por unas pautas muy fáciles de seguir: a) o intenta evitar la guerra espermática manteniendo el útero de su compañera entretenido con unos espermatozoides sanos, o b) está preparando una infidelidad. Pero me explico.

Todos los hombres —y muchííísimos animales: ciervos, jirafas, ratas, elefantes, ballenas, puercoespines…— se masturban, aunque la frecuencia depende, básicamente, de la edad y de la frecuencia con que eyaculan por otras medios (coito y sueños húmedos). Contra lo que se ha creído tradicionalmente, la masturbación no es una sustituta del coito, sino «otra» manera de deshacerse de los espermatozoides. Pero una manera que permite adaptar la próxima eyaculación a circunstancias previsibles. Y aquí entramos en materia.

Aunque automático, mecánico y sin sutilezas, el cuerpo masculino también tiene su cerebrito, a qué negarlo, y ha aprendido a distinguir las eyaculaciones provocadas por la masturbación o por el coito, porque, lectores míos, no es lo mismo: el coito tiene el diáfano destino de perseguir la fecundación y, por consiguiente, factores como si la pareja es ocasional o fija, el tiempo transcurrido desde la última inseminación o la posibilidad de participar en una guerra espermática, influyen decisivamente en la cantidad y calidad del semen emitido.

La masturbación, por su parte, no tiene finalidad fecundadora, y el único factor que tiene en cuenta el cuerpo masculino para masturbarse es el tiempo transcurrido desde la última eyaculación. Los espermatozoides envejecen, se deterioran y pierden su fertilidad cada cierto tiempo. Sin embargo, los hombres —los machos— deben disponer permanentemente de ejércitos espermáticos sanos, vigorosos y en periodo fértil para poder afrontar con cierta posibilidad de éxito cualquier oportunidad reproductora que se les ponga entre pierna y pierna.

La masturbación, pues, es un mecanismo que «actualiza» y prepara las columnas de espermatozoides fecundadores, pero ¿en función de qué?

Pues de las expectativas refocilonas que albergue el sujeto: si es joven y/o no tiene pareja, estará fijo pegado porque, ya saben, en esas circunstancias siempre están esperando que ocurra el milagro. Si está emparejado, lo más probable es que ya esté inmerso en el fascinante universo del sexo rutinario; en estos casos, las parejas —normalmente— han adquirido costumbres horarias para el sexo (el sábado sabadete), por lo que la masturbación renueva rutinariamente los espermatozoides que han de inyectar a sus compañeras para mantenerles el útero ocupado. Lo corriente es que un hombre sienta ganas de masturbarse dos días antes de mantener relaciones con su compañera, que es el tiempo ideal para «fabricar» espermatozoides nuevitos y dinámicos.

Pero lo más divertido es cuando se está oliendo la posibilidad de una infidelidad. Entonces el onanismo, aun teniendo la misma función, activa alborotadamente la vida sexual del hombre, provocando cambios en sus hábitos que, ¡oh, mundo caótico!, no se basan en las certezas, sino en las expectativas. Sin embargo, si pudiéramos seguir por un agujerito las pautas masturbatorias de un hombre ilusionado, podría vaticinarse casi con exactitud el momento en que nos van a poner los cuernos. Por eso es tan importante mantenerlas en secreto.

Pero también hay más razones para el secreto, que no tienen que ver con las mujeres sino con la competencia entre los propios hombres.

¿Quedamos para contarnos?

Quedamos.