YO NO, SR. JUEZ, FUERON LOS CELOS…

¿Verdad que bajo la niebla de los celos se siente un excitante nosequé muy difícil de admitir?

Pues ya no: unas pruebas de laboratorio, realizadas en Manchester, ponen de manifiesto que los hombres que saben o intuyen que les están cornamentando producen más y mejor semen en cada eyaculación que los que confían en la fidelidad de sus mujeres.

¿Inferencias? Que la infidelidad es una estrategia sexual a la que estamos obligados por diseño evolutivo y que, ¡sorpresaaa!, los celitos bien llevados son afrodisíacos.

Se acostumbra a decir que los celos son la principal causa de la violencia doméstica. Pero éstos no son una causa en sí, sino un mecanismo irracional regido por las hormonas que defiende la pervivencia del genoma propio frente al de otros.

¿La verdadera causa? Enmascarada o abiertamente, los celos se activan ante la convicción o la sospecha de una infidelidad. O lo que es lo mismo, ante la posibilidad de que un miembro de la pareja esté prefiriendo combinar sus genes con los de otro, abriendo la posibilidad a una fecundación, tanto si ésta se produce finalmente como si no.

Los celos activan un estado de alerta, del que pueden derivarse comportamientos vigilantes o violentos. Y aunque ahora puedan parecernos inadmisibles, fueron clave en la pervivencia y evolución de nuestros antepasados, y lo son en nuestro humano presente: el complejo Reptiliano, parte arcaica del prosoencéfalo heredado desde los primeros reptiles, sigue activa. Por algo será.

¿Se han fijado en que, generalmente, hombres y mujeres viven los celos de manera diferente? A los hombres les cuesta muchísimo perdonar una infidelidad. A las mujeres nos cuesta muchísimo perdonar un abandono.

¿Por qué? Porque cada género tiene funciones sexuales diferentes y, lógicamente, estrategias distintas, aunque el objetivo sea el mismo: reproducirse. ¡Qué vida ésta, ¿verdad?: siempre elogiando la diversidad! Pero analicemos:

Toda hembra fértil tiene garantizada su reproducción «si quiere». Su misión consiste en conseguir el mejor genoma/padre para la especie y el mejor mantenedor para la prole. Como es muy raro que ambas cualidades coincidan en un solo individuo, compartir al mejor fecundador no va contra los intereses evolutivos. La ciencia ha visto en este arreglo «dominación del macho», o «harenes al servicio masculino». Pura ceguera: empleados, es lo que son.

Otra cosa es compartir al mantenedor. Eso sí que no, porque supondría cargar sola con las crías. Ante un abandono, las hembras las matan y vuelta a empezar. No hay para qué sentir celos. Excepto las humanas: al censurarnos el infanticidio, los celos sí que tienen sentido: la alerta permite intentar evitar el abandono.

¿Cómo? Matar al compañero suele ser un error biológico y raramente las hembras lo comenten: prefieren autolesionarse o deprimirse. La infidelidad se entiende, está en nuestros genes. Y además, ¿por qué matar al mantenedor, el sustento y, sobre todo, la oportunidad de amargarle cada uno de sus segundos sobre la Tierra? Las hormonas nos hacen creer que es amor, ellos se sienten queridos y ¡ea!, todo el mundo a seguir.

El macho, en cambio, nunca tiene garantía de reproducirse: su continuidad genomática depende de la fidelidad de una hembra. Los celos le dan vigor para vigilarla a ella y para eliminar al rival if necessary.

Pero hay una diferencia sustancial entre el hombre y otros machos: ni aves, ni mamíferos, ni primates (éstos sólo ocasionalmente) amenazan, atacan o matan a sus compañeras ante una infidelidad. De haber violencia, es contra el macho rival.

Se argumenta que la agresión de hombres a mujeres fue posible por la gran diferencia de tamaño y fuerza: en la mayoría de los animales es mínima, por lo que una víctima potencial puede recibir, pero también dar lo suyo. Fisiológicamente es cierto, aunque evolutivamente habría que considerar otras variables: la infinita vocación del macho humano por el extravío, p. ej.

Bien calculada, la agresividad o la amenaza de usarla puede evitar una infidelidad, tanto en hombres como en mujeres. Pero calculando mal, los hombres van también en su contra porque: a) ellos eligen mujer por su calidad paridora: mantener la salud de ésta, por tanto, es esencial para su propia reproducción; b) tribalmente, la familia suele defender la línea genomática haciendo desaparecer al machito y, con él, a toda su posible descendencia; y c) culturalmente se sanciona al abusador con aislamiento o reclusión y, entonces, más de lo mismo.

Las investigaciones de Manchester —y otras— dan esperanzas: estos descubrimientos mitigarán ignorancia y sufrimiento. Y en lugar de las habituales noticias de Sucesos, quizá algún día podamos encontrar algo así: «Cegado por los celos, proporcionó a su compañera una semana de indescriptible frenesí».